La flor más grande del mundo- Saramago y Emilio Aragón





La flor más grande del mundo
José Saramago
Ilustraciones: João Caetano
Traducción: Pilar del Río
Alfaguara (2007)
Animación dirigida por Juan Pablo Etcheverry,
Ilustraciones de Diego Mallo y música de Emilio Aragón

Franz Kafka. El pueblo más cercano

          El pueblo más cercano 
Mi abuelo solía decir: “La vida es asombrosamente corta. Ahora, en el recuerdo, caigo de pronto en la cuenta de que, por ejemplo, a duras penas puedo comprender cómo un joven puede decidirse a cabalgar hasta el pueblo más próximo sin temer que, aparte de algún desafortunado accidente, el tiempo que dura la vida corriente y feliz no baste ni con mucho para hacer semejante recorrido”.
Franz Kafka. Un médico rural -Ein Landartzz- (1919).
F. Kafka. Ilustración de Robert Crumb.

Chéjov y la dama del perrito

Decía Gorki que cuando estaba en presencia de Chejov, éste le trasmitía, de forma inconsciente, un deseo de ser más sencillo, más sincero y más verdadero. Esta entrañable empatía la tenemos también sus lectores cuando leemos obras como La dama del perrito. Éste es un cuento con una trama sencilla de infidelidades e infelicidades, cargada de sentimiento y un cierto erotismo velado que, como otros relatos de Chejov, no tiene un final. 
Gúrov es un hombre casado y de naturaleza infiel que conoce a Anna una joven e inocente dama de ojos grises, también casada, que pasea con elegancia a su perrito blanco por las calles de Yalta durante sus vacaciones. Anna es infeliz en su matrimonio y por eso se deja seducir por el experimentado Gúrov. 
En medio de su idilio Gúrov se acerca a la sabiduría desde la contemplación de la belleza. 
“Sentado al lado de una mujer joven, que tan bella parecía a la luz del amanecer, con el ánimo sereno, anonadado por la visión de ese fastuoso panorama —el mar, las montañas, las nubes, el anchuroso cielo—, Gúrov reflexiona que en realidad, si se para uno a pensarlo, todo es bello en este mundo, salvo lo que nosotros mismos discurrimos y hacemos cuando olvidamos los fines supremos de la existencia y nuestra dignidad humana”. 
Con el final de las vacaciones cada uno debe regresar a su ciudad y ambos amantes se despiden pensando que ese adiós es definitivo, En una estación que olía a otoño ella se aleja con su maleta cargada de culpa y él piensa en volver al norte lleno de sentimientos confusos. 
“Estaba conmovido, triste, y se sentía algo arrepentido, pues esa mujer joven, a la que nunca volvería a ver, no había sido feliz a su lado…” 
Ya en Moscú, lejos de aquella bella mujer, Gúrov se da cuenta de que, por primera vez en su vida, se ha enamorado a pesar de su edad. Está tan desolado que va a buscarla a San Petersburgo, entra en el teatro al que ella asiste y el corazón se le encoge al verla de nuevo. A partir de ese momento comienzan sus dobles vidas con unos encuentros en los que Anna, llorosa, siente pesados remordimientos y Gúrov empieza a verse viejo sin saber si podrá elegir el destino que quiere. 
“…todo lo que era importante, interesante, indispensable para él, todo aquello en lo que se mostraba sincero y no se engañaba, aquello que constituía la esencia misma de la vida, transcurría a espaldas de los otros, mientras que todo lo que era mentira, el envoltorio en que se ocultaba para disimular la verdad,…., todo eso estaba a la vista”. 
En su modo de creación narrativa Chéjov se mantiene al margen de las historias que narra, explica la vida de los personajes sin estorbarlos, sin juzgarlos directamente, sin intentar dar lecciones morales, creando sólo fragmentos de historias cotidianas. Su prosa está libre de ornamentos, es directa y sencilla pero minuciosamente elaborada. La dama del perrito, una obra tardía, es un magnífico ejemplo de su modo de escribir y uno de mis cuentos preferidos. Además, esta cuidada edición ilustrada de Nórdica LIbros hace que el placer de su lectura sea aún mayor.




La dama del perrito (1899)
Antón Chéjov
Ilustraciones: Javier Zabala
Traducción: Víctor Gallego 


Julio Cortázar. Toco tu boca

Rayuela es un libro entrañable que da libertad al lector para elegir el orden de lectura. El capítulo siete es uno de los más hermosos de este libro y quizás uno de los más bellos de la historia de la literatura.

"Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua".






Rayuela
Julio Cortázar
Alianza Editorial, 1992

Cuentos de Rulfo

Las dos obras de Juan Rulfo, la recopilación de cuentos "El llano en llamas" y la novela "Pedro Páramo", me las regaló una amiga mexicana para evocarme imágenes mágicas que le recordaban su infancia y su país. Cuando las leí (estaba entonces en Milton Keynes cargado de nostalgia) me cambió la forma de entender la literatura. Han pasado muchos años pero no dejo de regresar a esos libros que, a pesar de su pequeño tamaño, siempre están en un lugar destacado de mi biblioteca.
Aquí dejo uno de sus cuentos narrado por él mismo:
No oyes ladrar los perros













Ediciones Cátedra, 1990

Bartleby, el escribiente

Bartleby el escribiente, es uno de esos sencillos cuentos que se acercan a la perfección, con el que disfruto de la lectura y con el que valoro el enorme talento de Melville para el relato corto. Es, en definitiva, uno de esos relatos a los que conviene volver de vez en cuando para no perder la perspectiva de los buenos cuentos. Puede que Melville sea para muchos sólo su novela Moby Dick pero es también Bartleby, el escribiente o Benito Cereno o Las encantadas, entre otros de sus célebres cuentos. Moby Dick es, sin duda, una prodigiosa novela con múltiples lecturas y, en él, por su extensión y profundidad, cabe un manual de filosofía, de religión, de ética e incluso de zoología. Pero en el cuento Melville se desenvuelve con la soltura de un gran maestro y nos da una lección creando personajes únicos e inolvidables. Bartleby es uno de esos personajes que forman parte de la literatura universal. 
La historia es narrada por un abogado que tiene un despacho en Wall Street, en el Nueva York de finales del siglo XIX. Allí trabajan tres empleados, dos de ellos son amanuenses y se encuentran desbordados por el trabajo. Esta es la razón por la que decide contratar a otro escribiente y, así, aparece en su vida Bartleby, “uno de esos seres de quienes nada es indagable”, un hombre callado, tranquilo, cubierto por un manto de tristeza eterna, como alguno de los personajes de Poe. El nuevo empleado escribía de forma extraordinaria, “trabajaba día y noche, copiando, a la luz del día y a la luz de las velas”. “Pero escribía silenciosa, pálida, mecánicamente”. El problema surge cuando el abogado le pide que complete su trabajo, confrontando los documentos que ha copiado para comprobar si hay errores, a lo que “Bartleby, con voz singularmente suave y firme, replicó: —Preferiría no hacerlo”. 
Sorprendido el abogado ante la sosegada insistencia de aquella frase decide resolverlo en otro momento pero esta situación se repite una y otra vez con la misma respuesta. Poco a poco Bartleby, abandonado en su nihilismo, va negándose, con su “preferiría no hacerlo”, a realizar otras tareas que le encomiendan hasta que decide incluso dejar de escribir y, además, se opone a irse de allí, de la oficina que ha convertido en su hogar, rayando con su actitud lo surrealista. 
Bartleby, es un personaje angustiado y extraño como Gregor Samsa en La metamorfosis de Kafka (Borges apunta que Melville se anticipa a la obra del autor checo) y tan marginado e intimidado por la sociedad, tan desposeído de esperanza, como Akaki Akákievich en El capote de Gogol. En palabras de Claudio Magris (Alfabetos, Ensayos de literatura, Anagrama, 2010), Bartleby es el personaje de la negación absoluta, el antihéroe que elige la sombra y la ausencia. Su tajante aunque educada respuesta “preferiría no hacerlo” le sirve para evadir aquello que desprecia de la sociedad. 
Al final del relato, Bartleby, que ya había decidido dejar de pertenecer a una sociedad con la que no se identifica –quizás  demasiado deshumanizada-, decide abandonar también su vida. El único que se preocupa por él es el abogado narrador que sigue sin comprender a ese hombre al que compadece y al que trata como a un amigo pero con el que apenas ha podido mantener una conversación. 
Bartleby, el escribiente es para Borges “fundamentalmente, un libro triste y verdadero que nos muestra esa inutilidad esencial, que es una de las cotidianas ironías del universo.” Pero es también una historia bella e inolvidable. 





Bartleby, el escribiente 
Herman Melville
Traducción de Jorge luis Borges
Libros del tiempo. Ediciones Siruela, 2009
En papel 100% procedente de bosques bien gestionados



Regreso de Stevenson

La editorial Nórdica libros acaba de publicar una cuidada edición de “El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde”, con traducción de Juan Antonio Molina Foix e impecablemente ilustrado por Marta Gómez-Pintado. Esta obra, como otras de Stevenson, entre las que destaco “La isla del tesoro” o “La flecha negra” forman parte de mi infancia y de mi adolescencia y su lectura rescata recuerdos de un periodo que uno quisiera que no hubiese terminado tan pronto. 
Al margen del juego que nos plantea Stevenson con el compromiso entre el impulso del deseo y el freno del deber impuesto, entre el instinto amoral y las normas de la sociedad victoriana, lo que más me gusta es la creación de atmósferas confusas, con brumas y callejones laberínticos inmersos en la noche londinense alumbrada por trémulas farolas. No recuerdo bien el efecto que produjo en mi niñez Hyde, ese hombre asimétrico y encorvado, tan feo y repulsivo como su comportamiento, pero que seduce irrefrenablemente a su otro yo, el hombre socialmente respetable, educado y de buen porte que es el Dr. Jekyll. Supongo que me produciría cierto temor y desasosiego o quizás sólo curiosidad. Lo que sí recuerdo es cómo imaginaba el paisaje neblinoso de las calles de Londres por las que me conducía la lectura de su prosa sencilla. Es ese ambiente inquietante y desapacible, impredecible, con el misterio escondido tras la esquina, lo que me trae más gratos recuerdos, cuando sus líneas me arrastraban a épocas y mundos imposibles de explorar. 
Sea con su texto original o con adaptaciones a libros infantiles y juveniles, a las historias de Stevenson muchos le debemos nuestro amor a los libros y la pasión por leer. Stevenson no regresa con cada relectura porque, en el fondo, a través de otros muchos autores en los que ha influido, siempre nos ha estado acompañando. Borges, en el prólogo de “Elogio de la sombra” se refería a él como un amigo muy querido que le ha dado la literatura. A mí también me lo parece. Aunque haya quien que piense que las historias de Stevenson son sólo para adolescentes, yo debo reconocer que sigo disfrutando de sus lecturas igual que me pasa con otros autores que formaron parte de mi biblioteca infantil y juvenil. Decía Chesterton que Stevenson, al que dedicó un ensayo biográfico, recurrió a su propia infancia para crear sus historias y que, por encima de todo, disfrutaba con ellas porque creía en el trabajo artístico. 
En esta edición se combina el placer de una relectura, incluyendo los descubrimientos y sorpresas que siempre nos deparan las obras maestras, con el disfrute del tacto de sus páginas y de las ilustraciones que tan acertadamente acompañan al texto.










El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde
Robert Louis Stevenson
Ilustraciones: Marta Gómez-Pintado
Traducción: Juan Antonio Molina Foix
Nórdica libros, 2010. Madrid
http://www.youtube.com/watch?v=2sM18sOaMpk&feature=player_embedded#!

Borges íntimo

Es difícil medir la gratitud que adeudas con una persona cuando te recomienda uno de esos libros que llegan a tocar íntimos resortes. A mí me ha pasado con: “Jorge Luis Borges, Autobiografía”. Hace ya varios años que me sugirió su lectura un amigo de tertulias a quien siempre escucho con atención y del que siempre aprendo. Ahora es un libro al que vuelvo con frecuencia para no olvidar sus lecciones sencillas y sinceras. Borges nos enseña a amar la literatura. Desde la infancia hasta la vejez, su vida se puede resumir en el amor sin límite a los libros, a la lectura primero y a la escritura después. A través de su particular visión biográfica, Borges nos muestra cómo un lector apasionado se convirtió en un escritor de relatos geniales.
Se ha escrito muchísimo sobre la vida y la obra de Borges pero me resulta especialmente interesante conocer la percepción que él tiene de sí mismo y de su mundo literario. Él se confiesa ante todo un gran lector, pero no un lector de novelas, pues afirma que ha leído pocas, sino de cuentos y algunos autores como Stevenson, Kipling, James, Conrad, Poe, Chesterton, entre otros, formaron parte de sus lecturas habituales La literatura para Borges es redundante, algo cíclico, un mismo cuento escrito una y otra vez, de una u otra forma, a través de la historia de la literatura.
En este libro de pocas páginas, pero probablemente el texto más extenso que ha publicado, Borges nos da pistas para entender su obra y se sincera cuando se siente ajeno a sus textos primeros en los que, según él, cometió la mayoría de los pecados literarios. Con el tiempo los percibe con indulgencia, como si hubieran sido escritos por otra persona que ya no es él; un Borges que quizás se preocupaba más de deslumbrar con frases grandilocuentes, con sus amplísimos conocimientos literarios, que de construir su propia arquitectura literaria. Afortunadamente ésta no tardaría en llegar; el cuento “El acercamiento de Almotasín”, escrito en 1935, significa un punto de inflexión y, a partir de ahí, se inicia su verdadera obra narrativa, el verdadero Borges.
Su autobiografía está dividida en cinco capítulos muy significativos, dos hacen referencia a espacios geográficos y, el resto, a etapas temporales de su vida: I. Familia e infancia, II. Europa, III. Buenos Aires, IV. Madurez y V. Años de Plenitud. Termina con un párrafo que es una lección de sabiduría y que yo suscribo e intento tener siempre presente: 
“Ya no considero inalcanzable la felicidad como me sucedía hace tiempo. Ahora sé que puede ocurrir en cualquier momento, pero nunca hay que buscarla. En cuanto al fracaso y la fama, me parecen irrelevantes y no me preocupan. Lo que quiero ahora es la paz, el placer del pensamiento y de la amistad. Y aunque parezca demasiado ambicioso, la sensación de amar y ser amado”.









Jorge Luis Borges. Autobiografía 1899-1970
Jorge Luis Borges con Norman Thomas di Giovanni.
El Ateneo, Buenos Aires, 1999

Filosofía de la fragilidad

Desde niño colecciono cuadernos en los que anoto algunas cosas que encuentro interesantes. La mayoría son cuadernos de campo, inspirado por Felix Rodríguez de Fuente, donde relato mis excursiones con notas y dibujos. Mientras mi padre pasaba serenamente las horas practicando la pesca en algún río de la sierra, yo recorría los alrededores con una lupa, un cuaderno y un lápiz y no dejaba de descubrir los pequeños secretos y bellezas que antes me ocultaba la naturaleza: la etérea y delicada forma de las flores, los cristales que forman la arquitectura de las rocas, las extrañas y fantásticas formas de los insectos… Releyendo ahora esos cuadernos, pese a su simpleza e ingenuidad, descubro que ya hay frases que ya denotan una línea de pensamiento que aun hoy, en la madurez, persiste imperturbable aunque eso sí, adornado de nuevos argumentos, por nuevas lecturas que aportan justificaciones de las que antes carecía.
Este ejercicio de releer escritos casi olvidados que no fueron en su momento publicados y el descubrimiento de la frescura y la franqueza con que fueron escritos, es lo que ha hecho André Comte-Sponville en su libro “Sobre el cuerpo”. Pero en su caso, el filósofo nos descubre la evolución de su modo de pensar a lo largo de las últimas décadas agregando matices al pensamiento incipiente aunque sólido de su juventud y que ha conformado finalmente su madurez filosófica. Para ello cita y comenta los pensamientos de muchos autores, no sólo filósofos, también ensayistas, poetas, músicos y otros artistas.
El grueso del libro lo componen una serie de aforismos y microensayos, ideas más o menos ordenadas en temáticas tan variadas como el arte y lo bello, la religión o el ateísmo, la libertad, la política, la muerte o la creación pero no hay que pasar por alto el largo y entrañable prefacio en el que el autor, analiza con indulgencia los pensamientos que en su día tuvo y lo hace con la lectura renovada que le da su larga carrera como filósofo, con la experiencia vital acumulada, con las lecturas que a lo largo del tiempo ha ido incorporando y con la profunda meditación sobre temas trascendentales que intentan responder a las preguntas esenciales que siempre se ha hecho el hombre. En este prefacio nos muestra las lecturas que de joven le cautivaron y que contribuyeron a forjar su pensamiento pero también las lecturas y relecturas posteriores que han ido puliendo y llenando de matices y avenencias su forma de entender la vida hasta hacerle, como él mismo explica, “menos dogmático, más receptivo a la duda, a lo trágico, a la fragilidad del vivir y del pensar”  y en definitiva, más cercano a la sabiduría.   
Quizás sea cierto que, para bien o para mal, nos cuesta mucho cambiar nuestras ideas, que de alguna forma estas ideas se van configurando como intuiciones en nuestro cerebro desde muy temprano y las llevamos siempre con nosotros aunque a veces las olvidemos, las trasformemos, las disfracemos y busquemos apoyos argumentales y empíricos que nos ayuden a entenderlas mejor o, simplemente, las adornemos de florituras para explicarlas de forma más académica. Pero lo que André Comte-Sponville nos muestra es que cuando somos capaces de cambiar nuestro modo de ver el mundo, aunque sea de modo sutil, estaremos iniciando un camino seguro hacia el conocimiento de la vida y un acercamiento a la felicidad. Particularmente prefiero al Comte-Sponville actual, al maduro más que al joven, a su filosofía más sosegada y experta. Su libro me enseña, entre otras cosas, que si sabemos elegir bien nuestras lecturas, las asimilados e interpretamos incorporándolas a nuestro entorno, a nuestra vida cotidiana, nos pueden ayudar a encontrar parcelas de felicidad.
André Comte-Sponville
Sobre el Cuerpo
Apuntes para una filosofía de la fragilidad
Paidos contextos, 2010

Los ciegos de Wells y de Saramago

Los libros nunca están aislados, entre ellos hay sutiles conexiones como neuronas en un complejo y casi ilimitado laberinto de memorias. A veces estas conexiones son conscientemente buscadas por los autores, en otras ocasiones, en cambio, el azar o la simple exploración de una misma idea por caminos distintos, juegan un papel decisivo. El lector siempre está invitado a intentar deshacer esta madeja que no deja de enredarse, a buscar los nudos que sostienen esta tupida red que forma parte de nuestra cultura. Y aquí, la experiencia personal, el viaje literario que cada lector ha seguido desde su primera lectura hasta la más reciente, es su única guía. 
Buscando algunas claves del origen del relato fantástico me he encontrado con el cuento de H.G. Wells titulado “El país de los ciegos” y no he podido evitar compararlo con el “Ensayo sobre la ceguera” de J. Saramago. 
¿Qué paralelismos hay entre ambas obras? El tiempo y el espacio en el que fueron escritas son evidentemente diferentes, como también lo es su desarrollo: una un relato concentrado y la otra una novela extendida. Pero ni la distancia de casi cien años que las separa ni sus distintas dimensiones, unas diez veces más extensa la obra de Saramago, son aquí importantes. En sendas obras los autores parecen buscar un mismo objetivo: poner en evidencia las contradicciones de las sociedades humanas y, más que ninguna otra, la occidental. Esto hace que el cuento de Wells se presente tan actual como la novela de Saramago. Y en ambos casos, utilizan la ceguera, la pérdida de uno de los sentidos más valiosos en la supervivencia del hombre, para indagar en el conocimiento del hombre y de la sociedad. 
Si comparamos los argumentos y la forma de desarrollarlos podemos ver ciertos encuentros y algunos desencuentros. En el cuento de Wells, en un tiempo anterior al que se desarrolla la historia, un pueblo entero queda aislado y ciego de modo que las generaciones siguientes a ese suceso no conocen lo que es ver y se desenvuelven con naturalidad, en su ceguera congénita, dentro de un mundo constreñido de tactos, sonidos y olores, que es el único universo que para ellos existe. En la novela de Saramago, la ceguera es una especie de enfermedad que se va propagando aceleradamente a todos los habitantes a medida que la historia es narrada. Eso hace que los afectados se encuentren desprotegidos en un mundo que han dejado de comprender y que las condiciones de su vida se deterioren progresivamente. Por tanto, la sociedad de ciegos de Wells es autosuficiente y la de Saramago dependiente. 
El autor británico para conseguir dar mayor realismo a su cuento, lo ubica espacial y temporalmente de modo preciso; Saramago, en cambio, prefiere que su novela se desarrolle en un lugar indeterminado en algún momento de la segunda mitad del siglo XX. Wells busca la rareza de lo singular mientras que es el carácter universal lo que explora el autor portugués. Esto se hace más evidente cuando observamos que el primero da nombres a todos los personajes mientras que segundo se refiere a ellos no por sus nombres sino por su profesión, su aspecto, su relación con los demás o por cualquier atributo. 
En ambas obras el protagonista es un personaje que, a diferencia del resto, puede ver, es vidente. Núñez es el montañero que tras un accidente encuentra por azar el país de los ciegos de Wells y la mujer del médico es el personaje de Saramago que se libra de la ceguera. En Saramago la ceguera es una limitación, en Wells es la capacidad de visión lo que impide que el protagonista se integre en la sociedad, pero la diferencia está en que la sociedad de Saramago pertenece a un mundo de videntes habitado ahora por ciegos y la de Wells se desarrolla en un país de ciegos poblado por ciegos. Por eso la mujer del médico ayuda a los ciegos a sobrevivir en un mundo hostil para ellos, su capacidad de ver les aporta humanidad, mientras que en la obra de Wells los ciegos tienen que ayudar a subsistir a Núñez porque éste se desenvuelve con extremada torpeza en la vida cotidiana y noctámbula de aquel lugar y la solución que encuentran para integrarle en su vida no es otra que privarle de aquello que le diferencia del resto: sus ojos. También sus actitudes a la hora de enfrentarse a una sociedad ciega son distintas: mientras que Núñez en los primeros momentos y de forma ingenua piensa que en un país de ciegos él será un líder por su capacidad de ver (“en el país de los ciegos tuerto es el rey” se repite a sí mismo), la mujer del médico, por el contrario, mantiene discretamente su secreto durante un tiempo. Núñez intenta explicar lo que ve con sus ojos y le toman por un loco y sólo le aceptan, en un gesto altruista de caridad hacia un ser con facultades mermadas, cuando éste comienza a someterse a sus normas sociales. En la novela de Saramago, en cambio, los locos salen del manicomio para encontrarse una sociedad sumida en el caos y la locura y es la caridad de la mujer del médico la que les dirige para hacerles la vida algo más fácil. 
Los personajes de Saramago son conscientes de su ceguera porque antes de la epidemia fueron videntes, en cambio los de Wells no saben ni quieren saber lo que es la vista. A pesar de sus agudísimos oídos, están sordos a los argumentos de Núñez, a todo lo que va en contra de sus certezas. No prestan atención al protagonista y le toman por un salvaje al que cambian incluso su nombre llamándole Bogotá por lo ridículo que les parece la palabra que tanto repite al explicar su origen. 
En las dos obras se pone en evidencia la absoluta dependencia del hombre a la sociedad que él mismo ha creado; no en vano, el hombre es ante todo un animal social. El ciego, como apunta Saramago, es un inadaptado en una sociedad vidente; pero el vidente es un inadaptado en una sociedad construida por ciegos como destaca Wells. 
Cuando los ciegos de Saramago recuperan la visión se dan cuenta de que a pesar de percibir con el sentido de la vista siguen estando ciegos en este mundo, en esta sociedad alejada de la naturaleza que incluso, en su forma más instintiva y primitiva, les unía como grupo cuando estaban ciegos. El personaje de Wells desde lo alto de la montaña, cuando logra escapar del valle, se alegra con orgullo de no haber sucumbido, aunque estuvo a punto de hacerlo por amor, a esa sociedad cerrada y sorda de ciegos. Una sociedad que, como la nuestra, no quiere conocer otra realidad que no sea la suya, la que se ha conformado generación tras generación en su permanente ceguera hacia otros mundos posibles. 
Tanto Saramago como Wells, aunque con mejor prosa en el primero, nos muestran el ser humano tal cual es, con su naturaleza social contingente, con la invalidez de que adolece cuando deja de pertenecer a la sociedad, a las masas, a la norma, cuando se reconoce como un ser extraño en un mundo de extraños.

Berberova reveladora

Las editoriales La Compañía y Páginas de Espuma se han unido para publicar, con gran acierto, “Nabokov y su Lolita” de Nina Berberova. Podría pensarse que se trata sólo de un breve ensayo sobre la genial obra de Nabokov, pero es mucho más que eso. Es uno de esos libros con los que aprendes literatura. Nina Berberova (1901-1993) nació y murió con el siglo XX y en pocas líneas nos muestra la literatura de su época. Ella toma los consejos de Nabokov y, en parte, los hace suyos y también los hace nuestros. El tema central, por supuesto, es la obra de Nabokov y en especial su Lolita como novela imprescindible y, a través de ella, nos muestra algunas de las claves que le llevaron a alcanzar la madurez de su obra junto con las contribuciones novedosas que introdujo en la literatura contemporánea. Pero además, Nina Berberova nos da su visión personal de la literatura que ella ha vivido, destacando a los autores rusos más influyentes no sólo en Nabokov y en ella misma, sino en las letras universales. Y en apenas unos párrafos, y esto quizás sea lo que más valoro, en este pequeño ensayo, de forma concisa, Berberova nos presta la llave que abre la puerta que guarda algunas claves fundamentales para entender la literatura actual.

Nina Berberova. Navokov y su Lolita;
Posfacio de Hubert Nyssen.
Traducción de Pedro B. Rey.
2010. La Compañía de lis Libros & Páginas de Espuma

La confesión

Debo confesarle, Monseñor, que, cuando me acerco a este reclinatorio y escucho el susurro de sus palabras, no puedo evitar sentir cómo su mirada atraviesa la celosía hasta encontrarse con mis ojos, resbala luego hacia mis labios y cae, como una cascada, hasta hundirse en el hueco de mis senos. Entonces me parece sentir que sus robustas manos los rodean y se deslizan después con premura hasta perderse entre mis muslos.
Exactamente igual que ocurre, Monseñor, cuando, sin apenas hacer ruido, se adentra en la alcoba, apaga la luz y se aproxima a mi cama.


Ricardo Reques, La Confesión. La Mirada Indiscreta. Microrrelatos nº 5. Asociación Cultural Mucho Cuento.2009.

El sapo de la piedra

(Fragmento)

Después de un largo y cansado viaje, el reverendo Robert Taylor y su ayudante llegaron a Córdoba con la intención de revisar algunas piezas que habrían de formar parte del museo que próximamente se inauguraría. Tres años antes, en 1865 el rector de la Iglesia de Santa Hilda, en Hartlepool, creyó tener entre sus manos la prueba definitiva que enterraría para siempre la perversa y blasfema teoría sobre la evolución de las especies que, de forma tan apasionada, defendía su compatriota Charles Robert Darwin.

No acostumbraba a hacer largos viajes, prefería que alguno de sus estudiantes lo hiciera por él, pero el reverendo Taylor sabía que le quedaba poco tiempo y tenía que recuperar, primero su dignidad perdida y después la fe cristiana en el mundo. No podía consentir que se volvieran a reír de él aquellos que comenzaban a esbozar la absurda idea de que no somos más que simples monos.

La historia comienza mucho tiempo atrás. Desde hacía varios siglos, en diferentes países, se habían encontrado bloques de piedra en cuyo interior, al partirlos, aparecían sapos vivos en cavidades de su justo tamaño y que, aparentemente, no tenían contacto alguno con el exterior de la roca. Uno de los primeros hallazgos documentados se debe a Ambroise Paré, médico de Enrique III de Francia, quien en 1561, al oeste de Paris, en su castillo de Meudon, halló uno de estos sapos al romper una gran piedra en la que no se podía percibir ningún otro hueco. El enorme sapo, según lo describió, se encontraba lleno de vida y, aún molesto por la luz del día, comenzó a caminar pesadamente en busca de la oscuridad. Los casos eran tan numerosos que incluso científicos del prestigio de Carl von Linneo mantenían con firmeza la teoría de que estos anfibios podían vivir encerrados en las piedras durante siglos.
...


El sapo de la piedra. V Concurso de relato breve 2007. Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba. Primer Premio. 2009.


El largo encierro

(Fragmento)



Treinta años han pasado desde que lo vi por primera vez, sentado en aquella silla, junto a la pared, alumbrado por la luz del tubo fluorescente del techo. Así lo vi entonces y así lo vi la última vez, sumido en sus lecturas que interrumpía sólo para levantar ligeramente la cabeza, musitar algo indescifrable mientras se acariciaba la barbilla y, después, tomar notas en un cuaderno gastado. 

Treinta años podrían parecer una larga condena para cualquiera que haya estado encerrado entre cuatro paredes, pero no cuando es uno mismo quien decide su encierro. Raimundo Valdezate entró un día en una biblioteca y no ha vuelto a salir nunca más de ella. Aquel día tomó una decisión irrevocable: en los libros de la vieja biblioteca de aquella facultad estaba todo lo que necesitaba saber, por eso decidió no salir nunca más de allí. Eso fue lo que me contó. Lo decidió así, sin más.

—Una noche me quedé leyendo, cerraron la biblioteca y nadie se dio cuenta de que yo estaba dentro. Lo hice, sin querer, no fue premeditado, simplemente estaba leyendo. Nada más. Pero aquella noche comprendí que no necesitaba salir de allí para ser feliz.

...




El largo encierro. Sobre vida universitaria. II Certamen internacional de relato breve de la Universidad de Córdoba. Finalista. 2009.

Una historia intemporal

(Fragmento) 


Tantos años contemplando a través del cristal aquellos tesoros de metales preciosos, aquellos fragmentos de cerámica vidriada, me habían hecho tener un conocimiento minucioso y exhaustivo de cada uno de sus detalles, por pequeños que fueran. A pesar de ello, mis ojos cansados no dejan de asombrarse cuando, al volver a mirar algún objeto desde alguna otra perspectiva, descubren una línea, un trazo o una protuberancia en la que antes no habían reparado.

Así transcurren las horas y los días de un viejo vigilante de museo, a punto ya de jubilarse, que encuentra escasos alicientes en su trabajo rutinario. Nada más entrar en la sala sé que aquel niño va a acercarse irremediablemente, como atraído por un imán, a aquella escultura hasta tocarla para explorar su textura y que tendré que llamarle la atención con el sonrojo de sus padres. O que aquella niña del vestido de flores apoyará las palmas de sus pequeñas manos sobre el cristal de la vitrina para asomarse un poco aupada sobre la punta de sus zapatos rojos y descubrir con sorpresa su contenido. Como mucho, tendré que perseguir por las salas contiguas a aquel joven de aspecto distraído que, como otras veces, intentará fotografiar con su cámara digital aquellos feluses y dinares sabiendo de antemano que eso está explícitamente prohibido. En el museo arqueológico de Córdoba el tiempo transcurre despacio y sin apenas novedades que contar a mi mujer cuando regreso a casa.
...

Una historia intemporal. IV Concurso de relato breve 2007. Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba. Finalista. 2008.
http://www.juntadeandalucia.es/cultura/museos/MAECO/


La isla de Nosedónde




Historias mágicas y verdaderas. Aldeas Infantiles SOS de España. JdeJ Editores.2005.

“El mundo mágico y verdadero de la literatura y de la infancia se entrecruzan en este libro a través de relatos e historias que ofrecen el encanto y también las sombras o brumas de ese tiempo que todos hemos vivido y que guardamos como un tesoro”.
“Ahora tiene en sus manos una obra con relatos, cuentos, testimonios e historias, algunas mágicas y todas verdaderas, con las que podrá viajar, en la alfombra de las palabras y por el camino de los sentimientos, al mundo donde todos conservamos un rincón en el que compartir el valor del ser humano y cumplir con la preciosa tarea de hacer que la infancia crezca en un entorno cálido, feliz y con futuro”.
Autores colaboradores: Gloria Fuertes, Juan Ramón Jiménez, José María Carrascal, Fernando Fernán-Gómez, Antonio Gala, Raúl Guerra Garrido, Bernardino M. Hernando, Pedro Miguel Lamet, Manuel Leguineche, Javier Marías, Ana María Matute, Marina Mayoral, José Luis Olaizaola, Soledad Puértolas, Rosa Regás, Fernando Savater, Jordi Sierra i Fabra, Lorenzo Silva y Alejandra Vallejo-Nájera.   
Autores de relatos finalistas del concurso: F. Javier Alcántara, Juan Belón, José Luis Cantalejo, Sonia Castaño, Marisa Mora Blanco, Juan Durán, Julio Fajardo, Ana Floría, Natalia Freire, Santiago Gil Espinosa, Pablo González, José Herrero, Laura  León, Pilar Lloret, Inés Marichalar, Pilar Martínez Albuixech, Beatriz Navarro, Almudena Ocaña Arias, F. Pérez Regalado, Ricardo Reques, María José Ruíz de Almirón, Pilar Tortosa, Esperanza Villacastín Eraul, Aymer Waldir Zuluoga, Patricia Mollinedo y Carmen Romeu Ferrer.

Huida

Antes de caer pude ver cómo mis sueños se escapaban rápidamente por los pasillos del metro.

Ricardo Reques


Galería de Hiperbreves. Edición de Círculo Cultural Faroni.Colección andanzas. Tusquets Editores, 2001.
http://lapiedraenelestanque.blogspot.com/p/sobre-el-microrrelato-y-sus-alrededores.html
http://www.cnbaforo.com.ar/showthread.php?p=1120599





El ladrón

De una fueron sus miradas, de otra su sonrisa y también aquellos hoyuelos de sus mejillas que tanto me agradaban. A veces, se quedaba con un simple movimiento de un brazo o con la inclinación coqueta de la cabeza.

El ladrón de gestos buscaba aquellos rasgos que más atractivo les daba y con ellos, se llevaba su personalidad.

Ricardo Reques




Galería de Hiperbreves. Edición de Círculo Cultural Faroni.Colección andanzas. Tusquets Editores, 2001.
http://www.tusquetseditores.com/titulos/andanzas-galeria-de-hiperbreves


Referencia:
"En estos setenta relatos mínimos, que no sobrepasan las quince líneas, se parte del ingenio de una situación o un motivo, que pueden ser conocidos pero de los que se ofrece una lectura inédita, y se llega, a veces, a pequeñas novelas en cápsulas, o en ciernes, con todas las posibilidades interpretativas. El lector descubrirá que en todos ellos predomina el arte de decir más con menos, el de intuir con un motivo, un episodio único, otra lectura del mundo. EstaGalería de hiperbreves es también una galería de tonos que indican diferentes acercamientos, herederos directos de los géneros orales tradicionales: adivinanzas, fábulas, apólogos..., o descendientes de formas de larga tradición literaria: greguerías, poemas en prosa, historias que reescriben o continúan otras ya conocidas. Pero todos ponen convenientemente en solfa esa tradición o proporcionan un esperado efecto sorpresa, brillante e insólito, que, como comprobará el lector, se duplica en la distancia corta". "Los autores seleccionados son los siguientes: Jesús Alonso, Francisco Almarcha Martínez, Antonio Cabrera, Javier Cardo, Francisco Corrales Fernández, Norberto Costa, José Costa Santiago, Andrés Díaz, Pablo Durán, Pablo Echart Orús, Antonio España Galán, Faroni, José Ignacio Fernández Vázquez, Albert García Elena, Ángel García Galiano, Óscar García Romeral, Javier González del Herrero, Carlos González Sánchez, Luis Hervás Rodrigo, Juanjo Ibáñez, Manuel López Muñoz, Roberto Malo, Eugenio Mandrini, José Ángel Mañas, Diego Martín Merino, Itziar Mínguez-Arnáiz, Chicho Moldes, José Antonio Montecino Prada, Marcelo Navarro, Antonio Nieto Acicolla, Águeda Nieto Tendero, Lucía Ogueta, Tomás Onaindia, Julia Otxoa García, José María Peña Vázquez, Diego Prado, Ángela Pradelli, José Quesada Moreno, Ricardo Reques, Héctor Manuel Román, Norberto Luis Romero, Juan Luis Romero Peche, Julia Rubio, Miguel Saiz Álvarez, Alberto Salas Calvo, Álvaro Sánchez Martí, Emiliano Sánchez Nieto, Francisco Javier Sánchez Serrano, Mónica de Solís González, Ignacio Vázquez Moliní y José María Verdú Rotellar".

Otras Referencias:
http://foro.fitipaldis.com/viewtopic.php?p=9580&sid=b6b2de6c0d4776ac25e2ffa4de4bcd1c