tag:blogger.com,1999:blog-36260569916289868232024-02-20T20:53:10.528+01:00Fuera de lugarRelatos y reseñas (realizado por Ricardo Reques)Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/06502568298350277469noreply@blogger.comBlogger517125tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-60990916982903653032022-09-04T12:44:00.002+02:002022-09-05T21:27:57.474+02:00Antonio Tabucchi, Dama de Porto Pim<div style="text-align: justify;"><b>Dama de Porto Pim</b></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Todas las noches canto, porque para eso me pagan, pero las canciones que has escuchado eran pesinhos y sapateiras para los turistas que están de paso y para aquellos americanos que se ríen allá al fondo y que dentro de poco saldrán tambaleándose. Mis canciones de verdad son sólo cuatro chamaritas, porque mi repertorio es reducido, y yo casi soy viejo, y además fumo demasiado, y tengo la voz ronca. Tengo que ir vestido con este balandrau azoriano que se llevaba antaño, porque a los americanos les gusta lo pintoresco, luego vuelven a Texas y cuentan que han estado en un tugurio de una isla remota donde había un viejo vestido con una capa arcaica que cantaba el folklore de su gente. Quieren la viola con cuerdas de cobre, que da este sonido de feria melancólica, y yo les canto modinhas empalagosas en las que la rima siempre es la misma, pero tanto da porque ellos no lo entienden y como ves beben gin tónic. Pero tú, en cambio, ¿qué andas buscando, por qué vienes aquí todas las noches? Tú eres curioso y buscas algo más, porque es la segunda vez que me invitas a beber, pides vino de cheiro como si fueses uno de aquí, eres extranjero y finges hablar como nosotros, pero bebes poco y además te callas y esperas que hable yo. Has dicho que eres escritor, y quizás tu oficio tenga algo que ver con el mío. Todos los libros son estúpidos, nunca hay mucha verdad en ellos, y sin embargo cuántos he leído en los últimos treinta años, no tenía nada mejor que hacer, he leído muchos e italianos también, naturalmente todos traducidos, el que más me ha gustado se llamaba Canaviais no vento, de una tal Deledda, ¿lo conoces? Y además tú eres joven y te gustan las mujeres, he visto cómo mirabas a esa mujer tan guapa de cuello largo, la has estado mirando toda la noche, no sé si estás con ella, también ella te miraba y tal vez te parezca extraño pero todo esto ha despertado algo en mí, será porque he bebido demasiado. Siempre he elegido el demasiado en la vida, y eso es una perdición, pero no se puede hacer nada cuando se nace así.</div> <div style="text-align: justify;">Frente a nuestra casa había una atafona, en esta isla se llamaba así, era una especie de noria que giraba sobre sí misma, ahora ya no existen, te hablo de hace muchos años, tú todavía no habías nacido. Cuando pienso en ella oigo todavía su chirrido, es uno de los ruidos de mi infancia que permanece en mi memoria, mi madre me mandaba con el cántaro a buscar agua y yo para aliviar el esfuerzo acompañaba el movimiento con una canción de cuna, y a veces me dormía de verdad. Además de la noria había un muro bajo pintado de cal y luego la sima acantilada y al fondo el mar. Éramos tres hermanos y yo era el más joven. Mi padre era un hombre lento, comedido en sus gestos y en sus palabras, con los ojos tan claros que parecían de agua, su barco se llamaba «Madrugada», que era también el nombre de la casa de mi madre. Mi padre era ballenero, como lo había sido su padre, pero en una cierta época del año, cuando las ballenas no pasan, se dedicaba a la pesca de las morenas, y nosotros íbamos con él, y también nuestra madre. Ahora se ha perdido la usanza, pero cuando yo era niño se practicaba un rito que formaba parte de la pesca. Las morenas se pescan de noche, con luna creciente, y para llamarlas se usaba una canción sin palabras: era un canto, una melodía primero susurrante y lánguida y después aguda, jamás he oído un canto tan lastimero, parecía que viniese del fondo del mar o de ánimas perdidas en la noche, era un canto antiguo como nuestras islas, ahora ya nadie lo conoce, se ha perdido, y quizás más vale así porque llevaba en sí una maldición, un destino, como un sortilegio. Mi padre salía con su barca, era de noche, movía los remos muy despacio, a plomo, para no hacer ruido, y nosotros, mis hermanos y mi madre, nos sentábamos en el acantilado y empezábamos el canto. Había veces en que los demás callaban y querían que las llamase yo, porque decían que mi voz era más melodiosa que la de nadie y que las morenas no podían oponer resistencia. No creo que mi voz fuese mejor que la de los demás: querían que cantase yo únicamente porque era el más joven y se decía que a las morenas les gustaban las voces claras. A lo mejor era una superstición sin fundamento, pero eso es lo de menos.</div><div style="text-align: justify;">Luego nosotros crecimos y mi madre murió. Mi padre se volvió más taciturno, y a veces, por la noche se sentaba sobre el muro del acantilado y miraba al mar. Ahora sólo salíamos para las ballenas, nosotros tres éramos altos y fuertes, y mi padre nos confió arpones y lanzas, como su edad mandaba. Luego, un día, mis hermanos nos dejaron. El mediano se fue a América, lo dijo el mismo día en que se iba, yo fui al puerto a despedirle, mi padre no vino. El otro se fue a hacer de camionero al continente, era un muchacho alegre al que siempre le había gustado el ruido de los motores, cuando el agente de policía vino a comunicarnos el accidente yo estaba solo en casa y a mi padre se lo conté en la cena.</div><div style="text-align: justify;">Los dos seguimos con lo de las ballenas. Ahora era más difícil, había que recurrir a jornaleros, porque no se puede salir siendo menos de cinco, y mi padre hubiera querido que me casase, porque una casa sin mujer no es una verdadera casa. Pero yo tenía veinticinco años y me gustaba jugar al amor, todos los domingos bajaba al puerto y cambiaba de novia, en Europa eran tiempos de guerra y en las Azores la gente iba y venía, cada día atracaba un barco aquí o en otro lugar, y en Porto Pim se hablaban todas las lenguas.</div><div style="text-align: justify;">La encontré un domingo en el puerto. Iba vestida de blanco, tenía los hombros descubiertos y llevaba un sombrero de encaje. Parecía salida de un cuadro y no de uno de aquellos barcos cargados de personas que huían a las Américas. La miré largamente y ella, también me miró. Es extraño cómo el amor puede entrar dentro de nosotros. En mí entró al observar dos arruguitas apenas insinuadas que tenía en torno a los ojos y pensé: ya no es muy joven. Pensé eso porque quizás a aquel muchacho que era yo entonces una mujer madura le parecía más vieja de lo que en realidad era. Que tenía poco más de treinta años lo supe sólo mucho más tarde, cuando saber su edad ya no servía para nada. Le di los buenos días y le pregunté si podía serle útil. Me indicó la maleta que se hallaba a sus pies. Llévala al Bote, me dijo en mi lengua. El Bote no es un lugar para señoras, dije yo. Yo no soy una señora, respondió, soy la nueva propietaria.</div><div style="text-align: justify;">Al domingo siguiente volví a bajar a la ciudad. El Bote en aquellos tiempos era un local extraño, no era exactamente una fonda de pescadores y yo sólo había entrado una vez. Sabía que había dos reservados en la parte de atrás donde decían que se jugaba dinero, y la estancia del bar tenía una bóveda baja, con un espejo de cuerpo entero con arabescos y mesitas de madera de higuera. Los clientes eran todos extranjeros, parecía que estuviesen todos de vacaciones, en realidad se pasaban el día espiándose, cada uno fingiendo ser de un país que no era el suyo, y en los intervalos jugaban a las cartas. Faial, en aquellos años, era un lugar increíble. Detrás del mostrador había un canadiense bajo, con las patillas en punta, se llamaba Denis y hablaba el portugués como los de Cabo Verde, le conocía porque el sábado iba al puerto a comprar pescado, en el Bote se podía cenar, el domingo por la noche. El fue quien más tarde me enseñó el inglés.</div><div style="text-align: justify;">Quería hablar con la dueña, dije. La señora no llega hasta las ocho, respondió con superioridad. Me senté a una mesa y pedí la cena. Hacia las nueve entró ella, había otros clientes, me vio y me dirigió un saludo distraído, y luego fue a sentarse a un rincón donde estaba un señor mayor con bigote blanco. Sólo entonces me di cuenta de lo hermosa que era, de una hermosura que hacía arder mis sienes, era eso lo que me había traído hasta allí, pero hasta aquel momento no había logrado comprenderlo con exactitud. Y, en aquel momento, lo que comprendía se ordenó dentro de mí con claridad y casi me dio vértigo. Me pasé toda la noche mirándola, con los puños apoyados en las sienes, y cuando salió la seguí a una cierta distancia. Caminaba ligera, sin darse la vuelta, como a quien le tiene sin cuidado que le sigan o no, atravesó la puerta de la muralla de Porto Pim y emprendió el descenso de la bahía. Al otro lado del golfo, donde termina el promontorio, solitaria entre las rocas, entre un cañaveral y una palmera, hay una casa de piedra. Quizás la hayas visto, ahora es una casa deshabitada y las ventanas se están cayendo, tiene un algo siniestro, tarde o temprano se derrumbará el tejado, si no se ha derrumbado ya. Ella vivía allí, pero entonces era una casa blanca, con recuadros azules en torno a puertas y ventanas. Entró y cerró la puerta y la luz se apagó. Yo me senté sobre una roca y esperé. En medio de la noche se encendió una ventana, ella se asomó y yo la miré. Las noches en Porto Pim son silenciosas, basta susurrar en la oscuridad para oírse a distancia. Déjame entrar, le supliqué. Ella cerró la persiana y apagó la luz. Estaba saliendo la luna, con un velo encarnado de luna estival. Sentía una congoja, el agua chapoteaba en torno a mí, todo era tan intenso y tan inalcanzable, y me acordé de cuando era niño y por la noche llamaba a las morenas desde el acantilado: y entonces tuve una fantasía, no pude contenerme, y empecé a cantar aquel canto. Lo canté muy despacio, como un lamento o una súplica, con una mano en la oreja para guiar la voz. Al poco rato la puerta se abrió y entré en la oscuridad de la casa y me encontré en sus brazos. Me llamo Yeborath, dijo tan sólo.</div><div style="text-align: justify;">¿Tú sabes lo que es la traición? La traición, la de verdad, es cuando sientes vergüenza y desearías ser otro. Yo habría deseado ser otro cuando fui a despedirme de mi padre y sus ojos me seguían mientras envolvía el arpón en el hule y lo colgaba de un clavo en la cocina y me ponía en bandolera la viola que me había regalado al cumplir veinte años. He decidido cambiar de oficio, dije rápidamente, voy a cantar a un local de Porto Pim, vendré a verte el sábado. Pero aquel sábado no fui, ni al otro tampoco, y mintiéndome a mí mismo me decía que iría el próximo sábado. Y así llegó el otoño, y pasó el invierno, y yo cantaba. También hacía otros pequeños trabajos, porque a veces algunos parroquianos bebían demasiado y para sostenerles o echarles a la calle hacía falta un brazo robusto que Denis no poseía. Y luego escuchaba lo que decían los parroquianos que fingían estar de vacaciones, es fácil escuchar las confidencias de los demás cuando se canta en una taberna, y como ves también es fácil hacerlas. Ella me esperaba en la casa de Porto Pim y ahora ya no tenía que llamar. Yo le preguntaba: ¿quién eres?, ¿de dónde vienes?, por qué no dejamos a todos estos individuos absurdos que simulan jugar a cartas, quiero estar contigo para siempre. Ella se reía y me daba a entender la razón de aquella vida que llevaba, y me decía: espera un poco más y nos iremos juntos, debes confiar en mí, es todo lo que puedo decirte. Luego salía desnuda a la ventana y me decía: canta tu reclamo, pero en voz baja. Y mientras yo cantaba me pedía que la amase, y yo la poseía de pie, ella apoyada en el antepecho, mientras miraba la noche como si esperase algo.</div><div style="text-align: justify;">Ocurrió el diez de agosto. Por San Lorenzo el cielo está lleno de estrellas fugaces, conté trece al volver a casa. Encontré la puerta cerrada, y llamé. Luego volví a llamar, con más fuerza, porque estaba la luz encendida. Ella me abrió y se quedó en la puerta, pero yo la aparté con un brazo. Me voy mañana, dijo, la persona que esperaba ha vuelto. Sonreía como si me diera las gracias, y quién sabe por qué pensé que pensaba en mi canto. En el fondo del cuarto se movió una figura. Era un hombre anciano y se estaba vistiendo. ¿Qué quiere?, le preguntó en aquella lengua que ahora yo ya entendía. Está borracho, dijo ella, antes era ballenero pero ha dejado el arpón por la viola, durante tu ausencia me ha hecho de criado. Dile que se vaya, dijo él sin mirarme.</div><div style="text-align: justify;">Sobre la bahía de Porto Pim había un claro reflejo. Recorrí el golfo como si fuese un sueño, cuando de pronto te encuentras en la otra punta del paisaje. No pensaba en nada, porque no quería pensar. La casa de mi padre estaba a oscuras, porque él se acostaba temprano. Pero no dormía, como suele sucederles a los viejos que yacen inmóviles en la oscuridad como si fuese una forma de sueño. Entré sin encender la luz, pero él me oyó. Has vuelto, murmuró. Yo fui a la pared del fondo y descolgué mi arpón. Me movía a la luz de la luna. No se va a cazar ballenas a estas horas de la noche, dijo él desde su jergón. Es una morena, dije yo. No sé si entendió lo que quería decir, pero no replicó ni se movió. Me pareció como si me hiciese un gesto de despedida con la mano, pero tal vez fuese mi imaginación o un juego de sombras de la penumbra. No he vuelto a verlo, murió mucho antes de que yo cumpliese mi pena. Tampoco he vuelto a ver a mi hermano. El año pasado me llegó una fotografía suya, es un hombre gordo con el pelo blanco rodeado de un grupo de desconocidos que deben ser sus hijos y sus nueras, están sentados en el mirador de una casa de madera y los colores son muy exagerados, como en las postales. Me decía que podía ir a vivir con él, allí hay trabajo para todos y la vida es fácil. Me pareció casi grotesco. ¿Qué quiere decir una vida fácil, cuando la vida ya ha sido?</div><div style="text-align: justify;">Y si te quedas un poco más y la voz no se quiebra, esta noche te cantaré la melodía que marcó el destino de esta vida mía. No la he cantado desde hace treinta años y a lo mejor la voz no aguanta. No sé por qué lo hago, se la regalo a esa mujer del cuello largo y a la fuerza que tiene un rostro para aflorar en otro, y esto tal vez me ha tocado alguna fibra. Y a ti, italiano, que vienes aquí todas las noches y se ve que estás sediento de historias verdaderas para convertirlas en papel, te regalo esta historia que has escuchado. También puedes poner el nombre de quien te la ha contado, pero no el nombre con el que me conocen en este tugurio, que es un nombre para turistas de paso. Escribe que ésta es la verdadera historia de Lucas Eduino, que mató con el arpón a la mujer que había creído suya, en Porto Pim.</div><div style="text-align: justify;">Ah, al menos en una cosa no me había mentido, lo descubrí en el proceso. Se llamaba realmente Yeborath. Si eso tiene alguna importancia.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b>Antonio Tabucchi,</b> <i>Dama de Porto Pim.</i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Tabucchi" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="215" data-original-width="299" height="242" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEivqSvqpbSWWovWbXvV2IEtA1iyZeV0T7FpQ9kWu6ErrNbR14VXbfnF4rY0LiG2dNiqHp12rQyxlt5KTon-frXBp-ae-hPTDNoWMkclR3-EGhqWdUX-ycEHHYyLey4r36nrbcKV8BwgZxkiYAuy1u41TFU1m4gG78KQYj8ctlrHAq-yf0aJ__3KmQT1/w336-h242/Antonio%20Tabucchi.jpg" width="336" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b style="text-align: justify;">Antonio Tabucchi</b></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b style="text-align: justify;"><br /></b></div><div style="text-align: justify;"><br /></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-92072713287128431342022-09-02T11:44:00.001+02:002022-09-08T11:49:31.525+02:00Julio Cortázar, Historia con migalas<b>Historia con migalas</b><br /><br /><div style="text-align: justify;">Llegamos a las dos de la tarde al bungalow y media hora después, fiel a la cita telefónica, el joven gerente se presenta con las llaves, pone en marcha la heladera y nos muestra el funcionamiento del calefón y del aire acondicionado. Está entendido que nos quedaremos diez días, que pagamos por adelantado. Abrimos las valijas y sacamos lo necesario para la playa; ya nos instalaremos al caer la tarde, la vista del Caribe cabrilleando al pie de la colina es demasiado tentadora. Bajamos el sendero escarpado, incluso descubrimos un atajo entre matorrales que nos hace ganar camino; hay apenas cien metros entre los bungalows de la colina y el mar.</div><div style="text-align: justify;">Anoche, mientras guardábamos la ropa y ordenábamos las provisiones compradas en Saint-Pierre, oímos las voces de quienes ocupan la otra ala del bungalow. Hablan muy bajo, no son las voces martiniquesas llenas de color y de risas. De cuando en cuando algunas palabras más distintas: inglés estadounidense, turistas sin duda. La primera impresión es de desagrado, no sabemos por qué esperábamos una soledad total aunque habíamos visto que cada bungalow (hay cuatro entre macizos de flores, bananos y cocoteros) es doble. Tal vez porque cuando los vimos por primera vez, después de complicadas pesquisas telefónicas desde el hotel de Diamant, nos pareció que todo estaba vacío y a la vez extrañamente habitado. La cabaña del restaurante, por ejemplo, treinta metros más abajo: abandonada pero con algunas botellas en el bar, vasos y cubiertos. Y en uno o dos de los bungalows a través de las persianas se entreveían toallas, frascos de lociones o de champú en los cuartos de baño. El joven gerente nos abrió uno enteramente vacío, y a una pregunta vaga contestó no menos vagamente que el administrador se había ido y que él se ocupaba de los bungalows por amistad hacia el propietario. Mejor así, por supuesto, ya que buscábamos soledad y playa; pero desde luego otros han pensado de la misma manera y dos voces femeninas y norteamericanas murmuran en el ala contigua del bungalow. Tabiques como de papel pero todo tan cómodo, tan bien instalado. Dormimos interminablemente, cosa rara. Y si algo nos hacía falta ahora era eso.</div><div style="text-align: justify;">Amistades: una gata mansa y pedigüeña, otra negra más salvaje pero igualmente hambrienta. Los pájaros aquí vienen casi a las manos y las lagartijas verdes se suben a las mesas a la caza de moscas. De lejos nos rodea una guirnalda de balidos de cabra, cinco vacas y un ternero pastan en lo más alto de la colina y mugen adecuadamente. Oímos también a los perros de las cabañas en el fondo del valle; las dos gatas se sumarán esta noche al concierto, es seguro.</div><div style="text-align: justify;">La playa, un desierto para criterios europeos. Unos pocos muchachos nadan y juegan, cuerpos negros o canela danzan en la arena. A lo lejos una familia —metropolitanos o alemanes, tristemente blancos y rubios— organiza toallas, aceites bronceadores y bolsones. Dejamos irse las horas en el agua o la arena, incapaces de otra cosa, prolongando los rituales de las cremas y los cigarrillos. Todavía no sentimos montar los recuerdos, esa necesidad de inventariar el pasado que crece con la soledad y el hastío. Es precisamente lo contrario: bloquear toda referencia a las semanas precedentes, los encuentros en Delft, la noche en la granja de Erik. Si eso vuelve lo ahuyentamos como a una bocanada de humo, el leve movimiento de la mano que aclara nuevamente el aire.</div><div style="text-align: justify;">Dos muchachas bajan por el sendero de la colina y eligen un sector distante, sombra de cocoteros. Deducimos que son nuestras vecinas de bungalow, les imaginamos secretariados o escuelas de párvulos en Detroit, en Nebraska. Las vemos entrar juntas al mar, alejarse deportivamente, volver despacio, saboreando el agua cálida y transparente, belleza que se vuelve puro tópico cuando se la describe, eterna cuestión de las tarjetas postales. Hay dos veleros en el horizonte, de Saint-Pierre sale una lancha con una esquiadora náutica que meritoriamente se repone de cada caída, que son muchas.</div><div style="text-align: justify;">Al anochecer —hemos vuelto a la playa después de la siesta, el día declina entre grandes nubes blancas— nos decimos que esta Navidad responderá perfectamente a nuestro deseo: soledad, seguridad de que nadie conoce nuestro paradero, estar a salvo de posibles dificultades y a la vez de las estúpidas reuniones de fin de año y de los recuerdos condicionados, agradable libertad de abrir un par de latas de conserva y preparar un punch de ron blanco, jarabe de azúcar de caña y limones verdes. Cenamos en la veranda, separada por un tabique de bambúes de la terraza simétrica donde, ya tarde, escuchamos de nuevo las voces apenas murmurantes. Somos una maravilla recíproca como vecinos, nos respetamos de una manera casi exagerada. Si las muchachas de la playa son realmente las ocupantes del bungalow, acaso están preguntándose si las dos personas que han visto en la arena son las que viven en la otra ala. La civilización tiene sus ventajas, lo reconocemos entre dos tragos: ni gritos, ni transistores, ni tarareos baratos. Ah, que se queden ahí los diez días en vez de ser reemplazadas por matrimonio con niños. Cristo acaba de nacer de nuevo; por nuestra parte podemos dormir.</div><div style="text-align: justify;">Levantarse con el sol, jugo de guayaba y café en tazones. La noche ha sido larga, con ráfagas de lluvia confesadamente tropical, bruscos diluvios que se cortan bruscamente arrepentidos. Los perros ladraron desde todos los cuadrantes, aunque no había luna; ranas y pájaros, ruidos que el oído ciudadano no alcanza a definir pero que acaso explican los sueños que ahora recordamos con los primeros cigarrillos. Aegri somnia. ¿De dónde viene la referencia? Charles Nodier, o Nerval, a veces no podemos resistir a ese pasado de bibliotecas que otras vocaciones borraron casi. Nos contamos los sueños donde larvas, amenazas inciertas, y no bienvenidas pero previsibles exhumaciones tejen sus telarañas o nos las hacen tejer. Nada sorprendente después de Delft (pero hemos decidido no evocar los recuerdos inmediatos, ya habrá tiempo como siempre. Curiosamente no nos afecta pensar en Michael, en el pozo de la granja de Erik, cosas ya clausuradas; casi nunca hablamos de ellas o de las precedentes aunque sabemos que pueden volver a la palabra sin hacernos daño, al fin y al cabo el placer y la delicia vinieron de ellas, y la noche de la granja valió el precio que estamos pagando, pero a la vez sentimos que todo eso está demasiado próximo todavía, los detalles, Michael desnudo bajo la luna, cosas que quisiéramos evitar fuera de los inevitables sueños; mejor este bloqueo, entonces, other voices, other rooms: la literatura y los aviones, qué espléndidas drogas).</div><div style="text-align: justify;">El mar de las nueve de la mañana se lleva las últimas babas de la noche, el sol y la sal y la arena bañan la piel con un caliente tacto. Cuando vemos a las muchachas bajando por el sendero nos acordamos al mismo tiempo, nos miramos. Sólo habíamos hecho un comentario casi al borde del sueño en la alta noche: en algún momento las voces del otro lado del bungalow habían pasado del susurro a algunas frases claramente audibles aunque su sentido se nos escapara. Pero no era el sentido el que nos atrajo en ese cambio de palabras que cesó casi de inmediato para retornar al monótono, discreto murmullo, sino que una de las voces era una voz de hombre.</div><div style="text-align: justify;">A la hora de la siesta nos llega otra vez el apagado rumor del diálogo en la otra veranda. Sin saber por qué nos obstinamos en hacer coincidir las dos muchachas de la playa con las voces del bungalow, y ahora que nada hace pensar en un hombre cerca de ellas, el recuerdo de la noche pasada se desdibuja para sumarse a los otros rumores que nos han desasosegado, los perros, las bruscas ráfagas de viento y de lluvia, los crujidos en el techo. Gente de ciudad, gente fácilmente impresionable fuera de los ruidos propios, las lluvias bien educadas.</div><div style="text-align: justify;">Además, ¿qué nos importa lo que pasa en el bungalow de al lado? Si estamos aquí es porque necesitábamos distanciarnos de lo otro, de los otros. Desde luego no es fácil renunciar a costumbres, a reflejos condicionados; sin decírnoslo, prestamos atención a lo que apagadamente se filtra por el tabique, al diálogo que imaginamos plácido y anodino, ronroneo de pura rutina. Imposible reconocer palabras, incluso voces, tan semejantes en su registro que por momentos se pensaría en un monólogo apenas entrecortado. También así han de escucharnos ellas, pero desde luego no nos escuchan; para eso deberían callarse, para eso deberían estar aquí por razones parecidas a las nuestras, agazapadamente vigilantes como la gata negra que acecha a un lagarto en la veranda. Pero no les interesamos para nada: mejor para ellas. Las dos voces se alternan, cesan, recomienzan. Y no hay ninguna voz de hombre, aun hablando tan bajo la reconoceríamos.</div><div style="text-align: justify;">Como siempre en el trópico la noche cae bruscamente, el bungalow está mal iluminado pero no nos importa; casi no cocinamos, lo único caliente es el café. No tenemos nada que decirnos y tal vez por eso nos distrae escuchar el murmullo de las muchachas, sin admitirlo abiertamente estamos al acecho de la voz del hombre aunque sabemos que ningún auto ha subido a la colina y que los otros bungalows siguen vacíos. Nos mecemos en las mecedoras y fumamos en la oscuridad; no hay mosquitos, los murmullos vienen desde agujeros de silencio, callan, regresan. Si ellas pudieran imaginarnos no les gustaría; no es que las espiemos pero ellas seguramente nos verían como dos migalas en la oscuridad. Al fin y al cabo no nos desagrada que la otra ala del bungalow esté ocupada. Buscábamos la soledad pero ahora pensamos en lo que sería la noche aquí si realmente no hubiera nadie en el otro lado; imposible negarnos que la granja, que Michael, están todavía tan cerca. Tener que mirarse, hablar, sacar una vez más la baraja o los dados. Mejor así, en las sillas de hamaca, escuchando los murmullos un poco gatunos hasta la hora de dormir.</div><div style="text-align: justify;">Hasta la hora de dormir, pero aquí las noches no nos traen lo que esperábamos, tierra de nadie en la que por fin —o por un tiempo, no hay que pretender más de lo posible— estaríamos a cubierto de todo lo que empieza más allá de las ventanas. Tampoco en nuestro caso la tontería es el punto fuerte; nunca hemos llegado a un destino sin prever el próximo o los próximos. A veces parecería que jugamos a acorralarnos como ahora en una isla insignificante donde cualquiera es fácilmente ubicable; pero eso forma parte de un ajedrez infinitamente más complejo en el que el modesto movimiento de un peón oculta jugadas mayores. La célebre historia de la carta robada es objetivamente absurda. Objetivamente; por debajo corre la verdad, y los portorriqueños que durante años cultivaron marihuana en sus balcones neoyorquinos o en pleno Central Park sabían más de eso que muchos policías. En todo caso controlamos las posibilidades inmediatas, barcos y aviones: Venezuela y Trinidad están a un paso, dos opciones entre seis o siete; nuestros pasaportes son los de los que resbalan sin problemas en los aeropuertos. Esta colina inocente, este bungalow para turistas pequeñoburgueses: hermosos dados cargados que siempre hemos sabido utilizar en su momento. Delft está muy lejos, la granja de Erik empieza a retroceder en la memoria, a borrarse como también se irán borrando el pozo y Michael huyendo bajo la luna. Michael tan blanco y desnudo bajo la luna.</div><div style="text-align: justify;">Los perros aullaron de nuevo intermitentemente, desde alguna de las cabañas de la hondonada llegaron los gritos de una mujer bruscamente acallados en su punto más alto, el silencio contiguo dejó pasar un murmullo de confusa alarma en un semisueño de turistas demasiado fatigadas y ajenas para interesarse de veras por lo que las rodeaba. Nos quedamos escuchando, lejos del sueño. Al fin y al cabo para qué dormir si después sería el estruendo de un chaparrón en el techo o el amor lancinante de los gatos, los preludios a las pesadillas, el alba en que por fin las cabezas se aplastan en las almohadas y ya nada las invade hasta que el sol trepa a las palmeras y hay que volver a vivir.</div><div style="text-align: justify;">En la playa, después de nadar largamente mar afuera, nos preguntamos otra vez por el abandono de los bungalows. La cabaña del restaurante con sus vasos y botellas obliga al recuerdo del misterio de la Mary Celeste (tan sabido y leído, pero esa obsesionante recurrencia de lo inexplicado, los marinos abordando el barco a la deriva con todas las velas desplegadas y nadie a bordo, las cenizas aún tibias en los fogones de la cocina, las cabinas sin huellas de motín o de peste. ¿Un suicidio colectivo? Nos miramos irónicamente, no es una idea que pueda abrirse paso en nuestra manera de ver las cosas. No estaríamos aquí si alguna vez la hubiéramos aceptado).</div><div style="text-align: justify;">Las muchachas bajan tarde a la playa, se doran largamente antes de nadar. También allí, lo notamos sin comentarios, se hablan en voz baja, y si estuviéramos más cerca nos llegaría el mismo murmullo confidencial, el temor bien educado de interferir en la vida de los demás. Si en algún momento se acercaran para pedir fuego, para saber la hora… Pero el tabique de bambúes parece prolongarse hasta la playa; sabemos que no nos molestarán.</div><div style="text-align: justify;">La siesta es larga, no tenemos ganas de volver al mar ni ellas tampoco, las oímos hablar en la habitación y después en la veranda. Solas, desde luego. ¿Pero por qué desde luego? La noche puede ser diferente y la esperamos sin decirlo, ocupándonos de nada, demorándonos en mecedoras y cigarrillos y tragos, dejando apenas una luz en la veranda; las persianas del salón la filtran en finas láminas que no alejan la sombra del aire, el silencio de la espera. No esperamos nada, desde luego. ¿Por qué desde luego, por qué mentirnos si lo único que hacemos es esperar, como en Delft, como en tantas otras partes? Se puede esperar la nada o un murmullo desde el otro lado del tabique, un cambio en las voces. Más tarde se oirá un crujido de cama, empezará el silencio lleno de perros, de follajes movidos por las ráfagas. No va a llover esta noche.</div><div style="text-align: justify;">Se van, a las ocho de la mañana llega un taxi a buscarlas, el chófer negro ríe y bromea bajándoles las valijas, los sacos de playa, grandes sombreros de paja, raquetas de tenis. Desde la veranda se ve el sendero, el taxi blanco; ellas no pueden distinguirnos entre las plantas, ni siquiera miran en nuestra dirección.</div><div style="text-align: justify;">La playa está poblada de chicos de pescadores que juegan a la pelota antes de bañarse, pero hoy nos parece aún más vacía ahora que ellas no volverán a bajar. De regreso damos un rodeo sin pensarlo, en todo caso sin decidirlo expresamente, y pasamos frente a la otra ala del bungalow que siempre habíamos evitado. Ahora todo está realmente abandonado salvo nuestra ala. Probamos la puerta, se abre sin ruido, las muchachas han dejado la llave puesta por dentro, sin duda de acuerdo con el gerente que vendrá o no vendrá más tarde a limpiar el bungalow. Ya no nos sorprende que las cosas queden expuestas al capricho de cualquiera, como los vasos y los cubiertos del restaurante; vemos sábanas arrugadas, toallas húmedas, frascos vacíos, insecticidas, botellas de coca-cola y vasos, revistas en inglés, pastillas de jabón. Todo está tan solo, tan dejado. Huele a colonia, un olor joven. Dormían ahí, en la gran cama de sábanas con flores amarillas. Las dos. Y se hablaban, se hablaban antes de dormir. Se hablaban tanto antes de dormir.</div><div style="text-align: justify;">La siesta es pesada, interminable porque no tenemos ganas de ir a la playa hasta que el sol esté bajo. Haciendo café o lavando los platos nos sorprendemos en el mismo gesto de atender, el oído tenso hacia el tabique. Deberíamos reírnos pero no. Ahora no, ahora que por fin y realmente es la soledad tan buscada y necesaria, ahora no nos reímos.</div><div style="text-align: justify;">Preparar la cena lleva tiempo, complicamos a propósito las cosas más simples para que todo dure y la noche se cierre sobre la colina antes de que hayamos terminado de cenar. De cuando en cuando volvemos a descubrirnos mirando hacia el tabique, esperando lo que ya está tan lejos, un murmullo que ahora continuará en un avión o una cabina de barco. El gerente no ha venido, sabemos que el bungalow está abierto y vacío, que huele todavía a colonia y a piel joven. Bruscamente hace más calor, el silencio lo acentúa o la digestión o el hastío porque seguimos sin movernos de las mecedoras, apenas hamacándonos en la oscuridad, fumando y esperando. No lo confesaremos, por supuesto, pero sabemos que estamos esperando. Los sonidos de la noche crecen poco a poco, fieles al ritmo de las cosas y los astros; como si los mismos pájaros y las mismas ranas de anoche hubieran tomado posición y comenzado su canto en el mismo momento. También el coro de perros (un horizonte de perros, imposible no recordar el poema) y en la maleza el amor de las gatas lacera el aire. Sólo falta el murmullo de las dos voces en el bungalow de al lado, y eso sí es silencio, el silencio. Todo lo demás resbala en los oídos que absurdamente se concentran en el tabique como esperando. Ni siquiera hablamos, temiendo aplastar con nuestras voces el imposible murmullo. Ya es muy tarde pero no tenemos sueño, el calor sigue subiendo en el salón sin que se nos ocurra abrir las dos puertas. No hacemos más que fumar y esperar lo inesperable; ni siquiera nos es dado jugar como al principio con la idea de que las muchachas podrían imaginarnos como migalas al acecho; ya no están ahí para atribuirles nuestra propia imaginación, volverlas espejos de esto que ocurre en la oscuridad, de esto que insoportablemente no ocurre.</div><div style="text-align: justify;">Porque no podemos mentirnos, cada crujido de las mecedoras reemplaza un diálogo pero a la vez lo mantiene vivo. Ahora sabemos que todo era inútil, la fuga, el viaje, la esperanza de encontrar todavía un hueco oscuro sin testigos, un refugio propicio al recomienzo (porque el arrepentimiento no entra en nuestra naturaleza, lo que hicimos está hecho y lo recomenzaremos tan pronto nos sepamos a salvo de las represalias). Es como si de golpe toda la veteranía del pasado cesara de operar, nos abandonara como los dioses abandonan a Antonio en el poema de Cavafis. Si todavía pensamos en la estrategia que garantizó nuestro arribo a la isla, si imaginamos un momento los horarios posibles, los teléfonos eficaces en otros puertos y ciudades, lo hacemos con la misma indiferencia abstracta con que tan frecuentemente citamos poemas jugando las infinitas carambolas de la asociación mental. Lo peor es que no sabemos por qué, el cambio se ha operado desde la llegada, desde los primeros murmullos al otro lado del tabique que presumíamos una mera valla también abstracta para la soledad y el reposo. Que otra voz inesperada se sumara un momento a los susurros no tenía por qué ir más allá de un banal enigma de verano, el misterio de la pieza de al lado como el de la Mary Celeste, alimento frívolo de siestas y caminatas. Ni siquiera le damos importancia especial, no lo hemos mencionado jamás; solamente sabemos que ya es imposible dejar de prestar atención, de orientar hacia el tabique cualquier actividad, cualquier reposo.</div><div style="text-align: justify;">Tal vez por eso, en la alta noche en que fingimos dormir, no nos desconcierta demasiado la breve, seca tos que viene del otro bungalow, su tono inconfundiblemente masculino. Casi no es una tos, más bien una señal involuntaria, a la vez discreta y penetrante como lo eran los murmullos de las muchachas pero ahora sí señal, ahora sí emplazamiento después de tanta charla ajena. Nos levantamos sin hablar, el silencio ha caído de nuevo en el salón, solamente uno de los perros aúlla y aúlla a lo lejos. Esperamos un tiempo sin medida posible; el visitante del bungalow calla también, también acaso espera o se ha echado a dormir entre las flores amarillas de las sábanas. No importa, ahora hay un acuerdo que nada tiene que ver con la voluntad, hay un término que prescinde de forma y de fórmulas; en algún momento nos acercaremos sin consultarnos, sin tratar siquiera de mirarnos, sabemos que estamos pensando en Michael, en cómo también Michael volvió a la granja de Erik, sin ninguna razón aparente volvió aunque para él la granja ya estaba vacía como el bungalow de al lado, volvió como ha vuelto el visitante de las muchachas, igual que Michael y los otros volviendo como las moscas, volviendo sin saber que se los espera, que esta vez vienen a una cita diferente.</div><div style="text-align: justify;">A la hora de dormir nos habíamos puesto como siempre los camisones; ahora los dejamos caer como manchas blancas y gelatinosas en el piso, desnudas vamos hacia la puerta y salimos al jardín. No hay más que bordear el seto que prolonga la división de las dos alas del bungalow; la puerta sigue cerrada pero sabemos que no lo está, que basta tocar el picaporte. No hay luz adentro cuando entramos juntas; es la primera vez en mucho tiempo que nos apoyamos la una en la otra para andar.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div><b>Julio Cortázar</b>, <i>Historia con migalas.</i></div><div><i><br /></i></div><div><i><br /></i></div><div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Julio_Cort%C3%A1zar" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="334" data-original-width="400" height="307" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhWg7P0Lcoyld1oGMuW1C2fTbyL1KmJmFxRMvi0JdrrjZwzVpJO_1jj8DB9_yvdpkAOZ6Z9qxawY6wiPiHdr3aWpa8xwh2wHULv6-DtYYazFIJpXslJ9tdUCr8gDd730ZK5DF82DIwIyRT3ghiq0y0LS-8Jpz4tgDSye3gCvA7ZwzZrTaVaGOI9JFOm/w368-h307/Cort%C3%A1zar03.jpg" width="368" /></a></div><b><div style="text-align: center;"><b>Julio Cortázar</b></div></b><i><br /></i></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-517527503800896682022-09-01T21:20:00.001+02:002022-09-05T21:26:21.651+02:00Adolfo Bioy Casares, Un viaje o El Mago inmortal<b>Un viaje o El mago inmortal</b><br /><br /><div style="text-align: right;">O cómo o para qué nos encantó nadie lo sabe.</div><div style="text-align: right;">(Don Quijote, II, 22).</div><br /><div style="text-align: justify;">Para alcanzar la muerte no hay vehículo tan veloz como la costumbre, la dulce costumbre. En cambio, si usted quiere vida y recuerdos, viaje. Eso sí, viaje solo. Demasiado confiado juzgo a quien sale con su familia, en pos de la aventura. Dentro del territorio de la República (estamos de acuerdo) todo se da; pero si puede vaya por el agua, a otro país. Imíteme quien se anime; como yo, bese anteayer a la Gorda, a los chicos y con el pretexto de que la compañía lo manda, parta al infinito azul…</div><div style="text-align: justify;">En cuanto subí al barco de la carrera divisé a una corista, señorita Zucotti, que en años de juventud inflamó mi esperanza. Aunque ahora es menos linda —calculo que se le alargó una cuarta la cara— me prometí el festín de esa misma noche visitarla en su cabina particular. Como para coristas fue el viaje. El río estaba bravo, la píldora contra el mareo no se asentaba en la boca del estómago; más de una vez gemí por no hallarme en tierra firme y, ya que me hamacaba, ¿por qué no en brazos de la corista o de la Gorda? Procuré leer. Entre mis petates encontré, amén de la falta de revistas, El diablo cojuelo. ¡Las tretas a que recurre la pobre Gorda, en el afán de educarme! No tardé una línea en comprender que con esa joya de la literatura nunca olvidaría la famosa polca que bailaban río y barco. Cuando por fin me levanté —ignoro si en toda la noche habré cerrado alguna vez el ojo, para parpadear— me reanimé con café con leche tibio y con una gruesa de medialunas de la víspera. Sobre piernas flojas bajé a tierra uruguaya.</div><div style="text-align: justify;">Juraría que al chofer del taxi le ordené: «Al hotel Cervantes». Cuántas veces, por la ventana del baño, que da a los fondos, con pena en el alma habré contemplado, a la madrugada, un árbol solitario, un pino, que se levanta en la manzana del hotel. Miren si lo conoceré; pero el terco del conductor me dejó frente al hotel La Alhambra. Le agradecí el error, porque me agradan los cuartos de La Alhambra, amplios, con ese lujo de otro tiempo; diríase que en ellos puede ocurrir una aventura mágica. Me apresuro a declarar que no creo en magos, con o sin bonete, pero sí en la magia del mundo. La encontramos a cada paso: al abrir una puerta o en medio de la noche, cuando salimos de un sueño para entrar, despiertos, en otro. Sin embargo, como la vida fluye y no quiero morir sin entrever lo sobrenatural, concurro a lugares propicios y viajo. ¡En el viaje sucede todo! Animosamente, pues, me dirigí al señor de la recepción, que me dijo:</div><div style="text-align: justify;">—Lo lamento, pero con el Congreso de Fabricantes de Marionetas para Ventrílocuos, Titiriteros y Afines no me queda una triste habitación.</div><div style="text-align: justify;">No hubo más remedio que cruzar la plaza, con mi valijita, y tratarse a cuerpo de rey en el Nogaró, donde, no sin cabildeos y la mejor voluntad, porque alojaban la troupe completa del Berliner Ballet, me consignaron a un cuarto de matrimonio. En el quinto piso, yendo por el corredor hacia la izquierda, mi cuarto era el último; es decir que yo tenía, a la derecha, otra habitación, y a la izquierda, la pared medianera y el vacío. Pedí los diarios. A medida que los ojeaba, dejaba caer las páginas al suelo. Por la ventana veía la plaza, la estatua, la gente, las palomas. De pronto me acongojé. ¿Por el trajinar de allá abajo, símbolo del afán inútil? ¿Por el desorden de papel de diario, disperso por mi habitación? ¿Por el frío en los pies y en los hombros? ¿Por el cansancio de la noche en vela? Reaccionemos, me dije, y sin averiguar el origen de la congoja salí del hotel, me encontré en la plaza, a las nueve de la mañana, demasiado temprano para presentarme en las oficinas de la compañía, rama uruguaya. Vagué por las calles de la Ciudad Vieja, pensando que no almorzaría tarde, que a las doce en punto haría mi entrada en el Stradella. A todo eso iba del lado de la sombra y volví a enfriarme; cambié de vereda, justamente a la altura de una negra apostada en un zaguán de azulejos verdes; como yo valoro mi salud y soy tímido, pasé de largo. A las diez visité la compañía. Me agasajaron como saben hacerlo, hasta que el jefe de Relaciones Públicas me despidió, a las diez y trece. Permitió mi buena estrella que en plena puerta giratoria me presentaran a un caballero, un charlatán que vende solares, con quien entretuve, por así decir, veinte minutos en un café de la pasiva; lo embrollé astutamente y convinimos en que a la otra mañana, a las ocho en punto, iría a recogerme al hotel, para llevarme en automóvil a examinar el santo día solares en Colonia Suiza. Antes de las once me hallé de nuevo en la calle, más muerto que vivo.</div><div style="text-align: justify;">Mirando cómo evolucionaban las palomas y unas mujerzuelas que usted confundía con mendigas, me repuse un poco en un banco, al sol, en la plaza Matriz. En el Stradella articulé un menú a base de ají, pimienta, otros picantes y mostaza, mucha carne, mariscos, vino tinto y café. Comí como lobo. Porque era temprano me despacharon pronto y a las doce y media yo disponía de todo el día por delante. Para bajar mi alimentación bebí más café en el bar del Nogaró. Allí contemplé por primera y última vez en mi vida a dos altas muchachas del Berliner Ballet: una con cara de gato, ligeramente vulgar y muy hermosa; la otra, rubia, fina, una sílfide, con nariz grande y derecha, con senos pequeños y derechos.</div><div style="text-align: justify;">Aunque me derrumbaba el sueño, no subí a dormir la siesta, porque el recuerdo de las muchachas era demasiado vívido. En el hall, donde permanecí en asiento de gamuza una hora larga, tuve ocasión de contemplar a buen número de brasileros, los más niños y ancianos, con el agregado de tres o cuatro señoritas con todo lo necesario para encabritar al prójimo. Una de ellas, casada con seguridad, mirando en mi dirección, propuso:</div><div style="text-align: justify;">—¿Vamos a dormir la siesta?</div><div style="text-align: justify;">Me pregunté si yo soñaba —lo que era bastante probable, porque el cansancio me aplastaba el cráneo— cuando se incorporó un hombrote, surgido de un sillón, a mis espaldas.</div><div style="text-align: justify;">Yo también hubiera subido a acostarme, pero en mi tesitura, reflexioné, más valía cansar el animal. Me saqué a tomar aire por esas calles de Dios, las mismas que recorrí a la mañana. Por pura curiosidad quise rever el zaguán de los azulejos. No lo encontré al principio y cuando, al fin, di con él, faltaba la eva de ébano, joven y bien modelada, que al pasar yo, horas antes, masculló su palabra: no lo digo por vanagloria. Me encaminé a la plaza Matriz; aparte de palomas, apenas quedaban niños y lustrabotas. La verdad es que yo estaba tan cansado como inquieto. Recordando que el sueño, esquivo en la cama, suele buscarnos en lugares públicos, entré en un ínfimo cinematógrafo, donde pasaban una película sueca, más bien alemana, que bajo la carnada de magníficas fotografías y tedio, resultó una formidable exhortación a la lujuria. Al salir de allí no hice más que cruzar la calle, para meterme en un barcito. Mientras bebía el marraschino, mordiendo trozos de un queso notable por lo pungente, se apersonaron al mostrador dos damiselas, lujosamente ataviadas con terciopelo, borravino y azul, anudado y levantado como telón de teatro, debajo de la cintura, por la parte trasera, y entablaron palique con el barman, sonriéndole como tamañas gatas. Cuando partieron lo felicité; respondió:</div><div style="text-align: justify;">—Señor, lo que es mío, es suyo.</div><div style="text-align: justify;">Sonó hueca mi risotada, no me atreví a pedir aclaración, me retiré al hotel. Ni bien entré me pasaron al comedor, donde di pronta cuenta del menú. Arrastrándome como pude subí, por ascensor, al quinto piso. No daban las diez en el reloj de la catedral cuando, en la enormidad de mi cama camera, me volteó el sueño.</div><div style="text-align: justify;">A las doce y minutos me despertaron voces en el cuarto contiguo. Distinguí dos voces, una femenina y otra masculina: desde el principio escuché únicamente la femenina, que era muy suave. Imaginé a una mujer delicada y morena; una peruana, quizá. Las mujeres que prefiero corresponden a otro tipo, pero ésta me gustaba. Algunos me reputarán tonto, por hablar así de una mujer que yo no veía. Lo cierto es que me la representaba perfectamente. ¿De qué hablaban? No sé, ni me interesa. Tampoco sé por qué no me dormía; estaba alerta, como si esperara algo.</div><div style="text-align: justify;">Ay, a la una empezó. Mis primeras reacciones fueron inquietud, desazón, voluntad de huir. De veras no quería estar presente, pues me jacto de no tener por costumbre el husmear al vecino. ¿Lo creerán ustedes? Me bajó pudor, como si al verme en la coyuntura me avergonzara de mí mismo. Salté de la cama, para dar nudillos en la pared, acaso por respeto al pudor universal, acaso por el maligno deleite de interrumpirlos. Iba a gritarles: «¡Piedad! ¡Un momento! ¡Ya me voy!», cuando recordé que no tenía dónde ir, porque el hotel estaba repleto. Recordé también la vulgaridad de nuestros contemporáneos y comprendí que me exponía a quién sabe qué improperios.</div><div style="text-align: justify;">Había que olvidar a la pareja, so pena de caer en el insomnio, lo que era intolerable: la noche y el día anteriores fueron duros; el programa del día siguiente, que empezaba a las ocho de la mañana y abarcaba Colonia Suiza, no debía tomarse a la ligera. Yo estaba exhausto. Resolví, cuerdamente, regresar al lecho, no sin antes aplicar, una última vez, la oreja. La suavísima peruana se había vuelto más ronca; en una interminable frase, que no tenía pausas y que era un suspiro, repetía: «Te juro te juro te juro te juro». Con una mueca sardónica, murmuré: «Nunca juramento tan sentido será olvidado tan pronto». El temor de que me oyeran me paralizó. ¿Había hablado en voz alta? Por un instante, en el cuarto de al lado, hubo silencio. Afirmaría que lo hubo, pero luego el jaleo continuó, a más y mejor.</div><div style="text-align: justify;">Ahora anotaré una circunstancia curiosa: la peruana gritaba, suspiraba, respiraba, resoplaba —sí, resoplaba, como la foca en el estanque del zoológico— y a ella brindaba yo mi benevolencia, jamás a su discreto compañero, que sólo de tarde en tarde se manifestaba, entonces repugnantemente, como un gordo imbécil y moribundo, que agonizara babeando.</div><div style="text-align: justify;">La situación abundaba, quién lo duda, en ribetes aptos para turbar a un hombre profundamente humano. Cuando me ponía festivo, menos mal: proyectaba al punto, con carcajada insensata, la broma de correr por debajo de la puerta una tarjeta de visita, donde no sólo figura mi nombre y apellido, sino mi jerarquía en la fábrica, con el mensaje: «Señor, si se fatiga ¿me la pasa?». Lo grave era cuando me irritaba. Si ustedes imaginaran el cariz de mi cólera, se asustarían. En mi furor, con sombrío júbilo, auguraba el fulmíneo triunfo del comunismo, tildaba de canalla al vecino y quería arrebatarle la mujer. Tragándome la rabia, musité: «Yo también tengo a la Gorda», lo que no era igual y en aquel instante resultaba tan lejano que se volvía materia de conjetura. Luego, conmovido, me comparaba con la pobre Pelusa —un libro para niños que la Gorda me propinó, más o menos de contrabando—, me comparaba con la pobre Pelusa, cuando llega junto a los altos muros del palacio, para ella de transparente cristal, contempla el festín, clama y no la oyen. No pude aguantar, corrí a la cama, me cubrí con las cobijas, que resultaron excesivas.</div><div style="text-align: justify;">El esfuerzo para no asfixiarme y el calor en tal grado me congestionaron que al mirarme en el espejo, cuando encendí la luz, temí haber contraído la rubéola o el sarampión, hipótesis que, felizmente, no se cumplió.</div><div style="text-align: justify;">Fuera de las mantas respiraba con libertad, pero en compensación oía a la pareja. ¿Qué murmuraba ahora la peruana? Suspiraba en voz ronquísima: «Me muero me muero me muero me muero». Casi le grito: «Ojalá y de una vez, por favor». Busqué refugio en El diablo cojuelo; seguía oyendo. Busqué refugio en el sueño; apagué la luz, cerré los ojos, traté de abstraerme; seguía oyendo. En el preciso momento en que, por lo bajo, les echaba en cara a los vecinos mi insomnio, comprobé que ellos, como lo proclamaban sus ronquidos alternados, por fin dormían. Con repugnancia comenté: «Deben de ser animales marcadamente fisiológicos», para en seguida agregar: «¡Cerdos!».</div><div style="text-align: justify;">Lejos de aliviarme, la casi perfecta calma que se estableció en el cuarto de al lado me exasperaba. ¿Por qué negarlo? Ahora echaba de menos aquel rumor, tan matizado y sugestivo. Me hallé desvelado y extrañamente solo. Pensé en la Gorda; loco de mí, pensé en la vecina. Cavilé. Volví a odiar al hombre, con su reposo actual me ofendía aún más que antes.</div><div style="text-align: justify;">Quise romper mi pasividad. «Si voy a actuar», me dije, «actuaré con provecho». Trabajé, pues, un plan, para despachar abajo al hombre y visitar, en el ínterin, a la mujer. No era posible eliminar totalmente el peligro de un escándalo, más o menos incómodo; pero la presa bien valía el riesgo.</div><div style="text-align: justify;">Cuando yo montaba los últimos pormenores de mi plan, sonó en el otro cuarto la imperiosa campanilla de un despertador. Vi, en mi reloj, que eran las siete y media. A continuación, hubo el habitual trajín de gente que se levanta. Con presencia de espíritu, yo me levanté paralelamente, sin perderles pisada, porque tenía un propósito que no dejaría de cumplir. No era un plan delirante, como el de la noche; era un propósito humilde, como correspondía a la sensata luz diurna. Me apresuré, saqué ventaja a los vecinos, me planté en la puerta del cuarto. Lo reconozco: el plan se había reducido de modo absurdo; ahora consistía en ocupar, con la prelación conveniente, un punto de mira. Mi ambición era modesta, mi voluntad, tremenda. Yo vería a la peruana. Nadie se mofe: sólo quien poco espera contempla lo increíble. Eso, innegablemente, es lo que me ocurrió a mí.</div><div style="text-align: justify;">Yo aguardaba, como dije, en mi posición estratégica. Oí los pasos; ya venían, en precipitado tropel por el corredorcito interno, que va del dormitorio a la puerta de salida. Se abrió la puerta. ¿Qué vieron mis ojos maravillados? Un anciano diminuto, flaco y gris, imberbe de puro viejo, que representaba mil años y estaba completamente solo.</div><div style="text-align: justify;">—¿Puedo hacer la pieza? —preguntó inopinadamente uno de esos criados que merodean, cepillo en ristre, por los corredores de todo hotel.</div><div style="text-align: justify;">—Cómo no —contestó el vejete, lo más garifo, y creí discernir, en sus ojillos chispeantes, que por un segundo me miraron, un dejo de burla.</div><div style="text-align: justify;">En cuanto el viejo se alejó, articulé:</div><div style="text-align: justify;">—Permiso ¿puedo pasar?</div><div style="text-align: justify;">Con el pretexto de averiguar cuánto tardaría el lavadero en devolverme una camisa imaginaria, me colé en la habitación. Mientras departía con el criado, lo examiné todo. Allí no había peruanas.</div><div style="text-align: justify;">Sonó, en mi cuarto, la campanilla del teléfono. Lo atendí. Me dijeron que un señor me esperaba. «¿A estas horas?», pregunté airadamente. Con desesperación recordé al charlatán de los lotes en Colonia Suiza. Hubiera querido que me tragara o, mejor, que lo tragara la tierra. Hubiera querido ser mago y hacerle creer que lo acompañaba y mandarlo solo a ver sus lotes. Partí a mi suerte.</div><div style="text-align: justify;">Al entregar la llave, pregunté:</div><div style="text-align: justify;">—¿Cómo se llama el señor de la habitación contigua a la mía?</div><div style="text-align: justify;">Consultaron libros y respondieron:</div><div style="text-align: justify;">—Merlín.</div><div style="text-align: justify;">El nombre me suena, pero ni antes ni después de esa mañana vi al sujeto.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div><b>Adolfo Bioy Casares</b>, <i>Un viaje o El Mago inmortal.</i></div><div><i><br /></i></div><div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Adolfo_Bioy_Casares" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1240" data-original-width="1011" height="354" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjNHTfiekM4UItQAe6g4pPCuebMpGULv-yQ5eS3gfxxOj1GaeD3WFAuEshpPOeQ8OSM6vrLmXCPc_wFuxZtt4TLJAm6cDppNNmXlaWPW-Ypez4wQtbxxs-f4DmEcTg7cTu9ydpSbTFhZAl3XtggDZL6zNqQIcCvX8ajzQyxMPUA4JU8EUExKHqnmKrJ/w288-h354/Bioy%20Casares.jpg" width="288" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b>Adolfo Bioy Casares</b></div><br /><i><br /></i><br /></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-6896829864714818532022-05-05T17:54:00.010+02:002022-09-05T21:27:23.969+02:00Julio Cortázar, La puerta condenada<div style="text-align: justify;"><b>La puerta condenada.</b></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A Petrone le gustó el hotel Cervantes por razones que hubieran desagradado a otros. Era un hotel sombrío, tranquilo, casi desierto. Un conocido del momento se lo recomendó cuando cruzaba el río en el vapor de la carrera, diciéndole que estaba en la zona céntrica de Montevideo. Petrone aceptó una habitación con baño en el segundo piso, que daba directamente a la sala de recepción. Por el tablero de llaves en la portería supo que había poca gente en el hotel; las llaves estaban unidas a unos pesados discos de bronce con el número de habitación, inocente recurso de la gerencia para impedir que los clientes se las echaran al bolsillo.</div><div style="text-align: justify;">El ascensor dejaba frente a la recepción, donde había un mostrador con los diarios del día y el tablero telefónico. Le bastaba caminar unos metros para llegar a la habitación. El agua salía hirviendo, y eso compensaba la falta de sol y de aire. En la habitación había una pequeña ventana que daba a la azotea del cine contiguo; a veces una paloma se paseaba por ahí. El cuarto de baño tenía una ventana más grande, que se habría tristemente a un muro y a un lejano pedazo de cielo, casi inútil. Los muebles eran buenos, había cajones y estantes de sobra. Y muchas perchas, cosa rara.</div><div style="text-align: justify;">El gerente resultó ser un hombre alto y flaco, completamente calvo. Usaba anteojos con armazón de oro y hablaba con la voz fuerte y sonora de los uruguayos. Le dijo a Petrone que el segundo piso era muy tranquilo, y que en la única habitación contigua a la suya vivía una señora sola, empleada en alguna parte, que volvía al hotel a la caída de la noche. Petrone la encontró al día siguiente en el ascensor. Se dio cuenta de que era ella por el número de la llave que tenía en la palma de la mano, como si ofreciera una enorme moneda de oro. El portero tomó la llave y la de Petrone para colgarlas en el tablero, y se quedó hablando con la mujer sobre unas cartas. Petrone tuvo tiempo de ver que era todavía joven, insignificante, y que se vestía mal como todas las orientales.</div><div style="text-align: justify;">El contrato con los fabricantes de mosaicos llevaría más o menos una semana. Por la tarde Petrone acomodó la ropa en el armario, ordenó sus papeles en la mesa, y después de bañarse salió a recorrer el centro mientras se hacía hora de ir al escritorio de los socios. El día se pasó en conversaciones, cortadas por un copetín en Pocitos y una cena en casa del socio principal. Cuando lo dejaron en el hotel era más de la una. Cansado, se acostó y se durmió en seguida. Al despertarse eran casi las nueve, y en esos primeros minutos en que todavía quedan las sobres de la noche y del sueño, pensó que en algún momento lo había fastidiado el llanto de una criatura.</div><div style="text-align: justify;">Antes de salir charló con el empleado que atendía la recepción y que hablaba con acento alemán. Mientras se informaba sobre líneas de ómnibus y nombres de calles, miraba distraído la enorme sala en cuyo extremo estaban la puerta de su habitación y la de la señora sola. Entre las dos puertas había un pedestal con una nefasta réplica de la Venus de Milo. Otra puerta, en la pared lateral daba a una salida con los infaltables sillones y revistas. Cuando el empleado y Petrone callaban el silencio del hotel parecía coagularse, caer como cenizas sobre los muebles y las baldosas. El ascensor resultaba casi estrepitoso, y lo mismo el ruido de las hojas de un diario o el raspar de un fósforo.</div><div style="text-align: justify;">Las conferencias terminaron al caer la noche y Petrone dio una vuelta por 18 de Julio antes de entrar a cenar en uno de los bodegones de la plaza Independencia. Todo iba bien, y quizá pudiera volverse a Buenos Aires antes de lo que pensaba. Compró un diario argentino, un atado de cigarrillos negros, y caminó despacio hasta el hotel. En el cine de al lado daban dos películas que ya había visto, y en realidad no tenía ganas de ir a ninguna parte. El gerente lo saludó al pasar y le preguntó si necesitaba más ropa de cama. Charlaron un momento, fumando un pitillo, y se despidieron.</div><div style="text-align: justify;">Antes de acostarse Petrone puso en orden los papeles que había usado durante el día, y leyó el diario sin mucho interés. El silencio del hotel era casi excesivo, y el ruido de uno que otro tranvía que bajaba por la calle Soriano no hacía más que pausarlo, fortalecerlo para un nuevo intervalo. Sin inquietud pero con alguna impaciencia, tiró el diario al canasto y se desvistió mientras se miraba distraído en el espejo del armario. Era un armario ya viejo, y lo habían adosado a una puerta que daba a la habitación contigua. A Petrone lo sorprendió descubrir la puerta que se le había escapado en su primera inspección del cuarto. Al principio había supuesto que el edificio estaba destinado a hotel pero ahora se daba cuenta de que pasaba lo que en tantos hoteles modestos, instalados en antiguas casas de escritorios o de familia. Pensándolo bien, en casi todos los hoteles que había conocido en su vida —y eran muchos— las habitaciones tenían alguna puerta condenada, a veces a la vista pero casi siempre con un ropero, una mesa o un perchero delante, que como en este caso les daba una cierta ambigüedad, un avergonzado deseo de disimular su existencia como una mujer que cree taparse poníéndose las manos en el vientre o los senos. La puerta estaba ahí, de todos modos, sobresaliendo del nivel del armario. Alguna vez la gente había entrado y salido por ella, golpeándola, entornándola, dándole una vida que todavía estaba presente en su madera tan distinta de las paredes. Petrone imaginó que del otro lado habría también un ropero y que la señora de la habitación pensaría lo mismo de la puerta.</div><div style="text-align: justify;">No estaba cansado pero se durmió con gusto. Llevaría tres o cuatro horas cuando lo despertó una sensación de incomodidad, como si algo ya hubiera ocurrido, algo molesto e irritante. Encendió el velador, vio que eran las dos y media, y apagó otra vez. Entonces oyó en la pieza de al lado el llanto de un niño.</div><div style="text-align: justify;">En el primer momento no se dio bien cuenta. Su primer movimiento fue de satisfacción; entonces era cierto que la noche antes un chico no lo había dejado descansar. Todo explicado, era más fácil volver a dormirse. Pero después pensó en lo otro y se sentó lentamente en la cama, sin encender la luz, escuchando. No se engañaba, el llanto venía de la pieza de al lado. El sonido se oía a través de la puerta condenada, se localizaba en ese sector de la habitación al que correspondían los pies de la cama. Pero no podía ser que en la pieza de al lado hubiera un niño; el gerente había dicho claramente que la señora vivía sola, que pasaba casi todo el día en su empleo. Por un segundo se le ocurrió a Petrone que tal vez esa noche estuviera cuidando al niño de alguna parienta o amiga. Pensó en la noche anterior. Ahora estaba seguro de que ya había oído el llanto, porque no era un llanto fácil de confundir, más bien una serie irregular de gemidos muy débiles, de hipos quejosos seguidos de un lloriqueo momentáneo, todo ello inconsistente, mínimo, como si el niño estuviera muy enfermo. Debía ser una criatura de pocos meses aunque no llorara con la estridencia y los repentinos cloqueos y ahogos de un recién nacido. Petrone imaginó a un niño — un varón, no sabía por qué— débil y enfermo, de cara consumida y movimientos apagados. Eso se quejaba en la noche, llorando pudoroso, sin llamar demasiado la atención. De no estar allí la puerta condenada, el llanto no hubiera vencido las fuertes espaldas de la pared, nadie hubiera sabido que en la pieza de al lado estaba llorando un niño.</div><div style="text-align: justify;">Por la mañana Petrone lo pensó un rato mientras tomaba el desayuno y fumaba un cigarrillo. Dormir mal no le convenía para su trabajo del día. Dos veces se había despertado en plena noche, y las dos veces a causa del llanto. La segunda vez fue peor, porque a más del llanto se oía la voz de la mujer que trataba de calmar al niño. La voz era muy baja pero tenía un tono ansioso que le daba una calidad teatral, un susurro que atravesaba la puerta con tanta fuerza como si hablara a gritos. El niño cedía por momentos al arrullo, a las instancias; después volvía a empezar con un leve quejido entrecortado, una inconsolable congoja. Y de nuevo la mujer murmuraba palabras incomprensibles, el encantamiento de la madre para acallar al hijo atormentado por su cuerpo o su alma, por estar vivo o amenazado de muerte.</div><div style="text-align: justify;">«Todo es muy bonito, pero el gerente me macaneó» pensaba Petrone al salir de su cuarto. Lo fastidiaba la mentira y no lo disimuló. El gerente se quedó mirándolo.</div><div style="text-align: justify;">—¿Un chico? Usted se habrá confundido. No hay chicos pequeños en este piso. Al lado de su pieza vive una señora sola, creo que ya se lo dije.</div><div style="text-align: justify;">Petrone vaciló antes de hablar. O el otro mentía estúpidamente, o la acústica del hotel le jugaba una mala pasada. El gerente lo estaba mirando un poco de soslayo, como si a su vez lo irritara la protesta. «A lo mejor me cree tímido y que ando buscando un pretexto para mandarme mudar», pensó. Era difícil, vagamente absurdo insistir frente a una negativa tan rotunda. Se encogió de hombros y pidió el diario.</div><div style="text-align: justify;">—Habré soñado —dijo, molesto por tener que decir eso, o cualquier otra cosa.</div><div style="text-align: justify;">El cabaret era de un aburrimiento mortal y sus dos anfitriones no parecían demasiado entusiastas, de modo que a Petrone le resultó fácil alegar el cansancio del día y hacerse llevar al hotel. Quedaron en firmar los contratos al otro día por la tarde; el negocio estaba prácticamente terminado.</div><div style="text-align: justify;">El silencio en la recepción del hotel era tan grande que Petrone se descubrió a sí mismo andando en puntillas. Le habían dejado un diario de la tarde al lado de la cama; había también una carta de Buenos Aires. Reconoció la letra de su mujer.</div><div style="text-align: justify;">Antes de acostarse estuvo mirando el armario y la parte sobresaliente de la puerta. Tal vez si pusiera sus dos valijas sobre el armario, bloqueando la puerta, los ruidos de la pieza de al lado disminuirían. Como siempre a esa hora, no se oía nada. El hotel dormía las cosas y las gentes dormían. Pero a Petrone, ya malhumorado, se le ocurrió que era al revés y que todo estaba despierto, anhelosamente despierto en el centro del silencio. Su ansiedad inconfesada debía estarse comunicando a la casa, a las gentes de la casa, prestándoles una calidad de acecho, de vigilancia agazapada. Montones de pavadas.</div><div style="text-align: justify;">Casi no lo tomó en serio cuando el llanto del niño lo trajo de vuelta a las tres de la mañana. Sentándose en la cama se preguntó si lo mejor sería llamar al sereno para tener un testigo de que en esa pieza no se podía dormir. El niño lloraba tan débilmente que por momentos no se lo escuchaba, aunque Petrone sentía que el llanto estaba ahí, continuo, y que no tardaría en crecer otra vez. Pasaban diez o veinte lentísimos segundos; entonces llegaba un hipo breve, un quejido apenas perceptible que se prolongaba dulcemente hasta quebrarse en el verdadero llanto.</div><div style="text-align: justify;">Encendiendo un cigarrillo, se preguntó si no debería dar unos golpes discretos en la pared para que la mujer hiciera callar al chico. Recién cuando los pensó a los dos, a la mujer y al chico, se dio cuenta de que no creía en ellos, de que absurdamente no creía que el gerente le hubiera mentido. Ahora se oía la voz de la mujer, tapando por completo el llanto del niño con su arrebatado —aunque tan discreto— consuelo. La mujer estaba arrullando al niño, consolándolo, y Petrone se la imaginó sentada al pie de la cama, moviendo la cuna del niño o teniéndolo en brazos. Pero por más que lo quisiera no conseguía imaginar al niño, como si la afirmación del hotelero fuese más cierta que esa realidad que estaba escuchando. Poco a poco, a medida que pasaba el tiempo y los débiles quejidos se alternaban o crecían entre los murmullos de consuelo, Petrone empezó a sospechar que aquello era una farsa, un juego ridículo y monstruoso que no alcanzaba a explicarse. Pensó en viejos relatos de mujeres sin hijos, organizando en secreto un culto de muñecas, una inventada maternidad a escondidas, mil veces peor que los mimos a perros o gatos o sobrinos. La mujer estaba imitando el llanto de su hijo frustrado, consolando al aire entre sus manos vacías, tal vez con la cara mojada de lágrimas porque el llanto que fingía era a la vez su verdadero llanto, su grotesco dolor en la soledad de una pieza de hotel, protegida por la indiferencia y por la madrugada.</div><div style="text-align: justify;">Encendiendo el velador, incapaz de volver a dormirse, Petrone se preguntó qué iba a hacer. Su malhumor era maligno, se contagiaba de ese ambiente donde de repente todo se le antojaba trucado, hueco, falso: el silencio, el llanto, el arrullo, lo único real de esa hora entre noche y día y que lo engañaba con su mentira insoportable. Golpear en la pared le pareció demasiado poco. No estaba completamente despierto aunque le hubiera sido imposible dormirse; sin saber bien cómo, se encontró moviendo poco a poco el armario hasta dejar al descubierto la puerta polvorienta y sucia. En pijama y descalzo, se pegó a ella como un ciempiés, y acercando la boca a las tablas de pino empezó a imitar en falsete, imperceptiblemente, un quejido como el que venía del otro lado. Subió de tono, gimió, sollozó. Del otro lado se hizo un silencio que habría de durar toda la noche; pero en el instante que lo precedió, Petrone pudo oír que la mujer corría por la habitación con un chicotear de pantuflas, lanzando un grito seco e instantáneo, un comienzo de alarido que se cortó de golpe como una cuerda tensa.</div><div style="text-align: justify;">Cuando pasó por el mostrador de la gerencia eran más de las diez. Entre sueños, después de las ocho, había oído la voz del empleado y la de una mujer. Alguien había andado en la pieza de al lado moviendo cosas. Vio un baúl y dos grandes valijas cerca del ascensor. El gerente tenía un aire que a Petrone se le antojó de desconcierto.</div><div style="text-align: justify;">—¿Durmió bien anoche? —le preguntó con el tono profesional que apenas disimulaba la indiferencia.</div><div style="text-align: justify;">Petrone se encogió de hombros. No quería insistir, cuando apenas le quedaba por pasar otra noche en el hotel.</div><div style="text-align: justify;">—De todas maneras ahora va a estar más tranquilo — dijo el gerente, mirando las valijas—.La señora se nos va a mediodía.</div><div style="text-align: justify;">Esperaba un comentario, y Petrone lo ayudó con los ojos.</div><div style="text-align: justify;">—Llevaba aquí mucho tiempo, y se va así de golpe. Nunca se sabe con las mujeres.</div><div style="text-align: justify;">—No —dijo Petrone—. Nunca se sabe.</div><div style="text-align: justify;">En la calle se sintió mareado, con un mareo que no era físico. Tragando un café amargo empezó a darle vueltas al asunto, olvidándose del negocio, indiferente al espléndido sol. Él tenía la culpa de que esa mujer se fuera del hotel, enloquecida de miedo, de vergüenza o de rabia. Llevaba aquí mucho tiempo...Era una enferma, tal vez, pero inofensiva. No era ella sino él quien hubiera debido irse del Cervantes. Tenía el deber de hablarle, de excusarse y pedirle que se quedara, jurándole discreción. Dio unos pasos de vuelta y a mitad del camino se paró. Tenía miedo de hacer un papelón, de que la mujer reaccionara de alguna manera insospechada. Ya era hora de encontrarse con los dos socios y no quería tenerlos esperando. Bueno, que se embromara. No era más que una histérica, ya encontraría otro hotel donde cuidar a su hijo imaginario.</div><div style="text-align: justify;">Pero a la noche volvió a sentirse mal, y el silencio de la habitación le pareció todavía más espeso. Al entrar al hotel no había podido dejar de ver el tablero de las llaves, donde faltaba ya la de la pieza de al lado. Cambió unas palabras con el empleado, que esperaba bostezando la hora de irse, y entró en su pieza con poca esperanza de poder dormir. Tenía los diarios de la tarde y una novela policial. Se entretuvo arreglando sus valijas, ordenando sus papeles. Hacía calor, y abrió de par en par la pequeña ventana. La cama estaba bien tendida, pero la encontró incómoda y dura. Por fin tenía todo el silencio necesario para dormir a pierna suelta, y le pesaba. Dando vueltas y vueltas, se sintió como vencido por ese silencio que había reclamado con astucia y que le devolvían entero y vengativo. Irónicamente pensó que extrañaba el llanto del niño, que esa calma perfecta no le bastaba para dormir y todavía menos para estar despierto. Extrañaba el llanto del niño, y cuando mucho más tarde lo oyó, débil pero inconfundible a través de la puerta condenada, por encima del miedo, por encima de la fuga en plena noche supo que estaba bien y que la mujer no había mentido, no se había mentido al arrullar al niño, al querer que el niño se callara para que ellos pudieran dormirse.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b>Julio Cortázar</b>, <i>La puerta condenada </i>(1956)</div><div style="text-align: justify;"><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Julio_Cort%C3%A1zar" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="269" data-original-width="184" height="306" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgbK6-TZgvsZ8xYbitty2bDcwh1J-eX8mZfRaMf6tPaSLELgNrR-lubI_UqycSpWWIumbxVEQoXRdZk2kac9sr0zHAHsCGNhn9J74mQGOQwIAEy5EBT1-V-r361Sr9aiUJ6UgXSGTXiQJMLbcg4J2TlOY0_89MBYzBBAy7CupFHTp6xS_dsDcOP0PPp/w209-h306/10%20Cort%C3%A1zar.jpg" width="209" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b style="text-align: justify;">Julio Cortázar</b></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b style="text-align: justify;"><br /></b></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b style="text-align: justify;"><br /></b></div><div><br /></div></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-29514672860771201782021-09-20T19:11:00.002+02:002021-09-20T19:13:05.135+02:00Stephen Vincent Benét, Junto a las aguas de Babilonia<b>Junto a las aguas de Babilonia</b><div><br /></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s0" id="nr-s0" page="0">Al norte, al oeste y al sur hay buena caza, pero está prohibido ir hacia el este.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s1" id="nr-s1" page="0"> Está prohibido ir a cualquiera de los Lugares Muertos, salvo en busca de metal, y quien busque el metal debe ser sacerdote, hijo de sacerdote.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s2" id="nr-s2" page="0"> Después, tanto el hombre como el metal deben ser purificados.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s3" id="nr-s3" page="0"> Éstas son las reglas y las leyes; están bien hechas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s4" id="nr-s4" page="0"> Está prohibido cruzar el gran río y ver el lugar que fue el Lugar de los Dioses; eso está rigurosamente prohibido.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s5" id="nr-s5" page="0"> Ni siquiera pronunciamos su nombre, aunque lo sabemos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s6" id="nr-s6" page="0"> Es allí donde viven espíritus y demonios, allí donde están las cenizas del Gran Incendio.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7" page="0"> Esas cosas están prohibidas, han estado prohibidas desde el comienzo de los tiempos.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s8" id="nr-s8" page="0">Mi padre es sacerdote; yo soy hijo de sacerdote.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s9" id="nr-s9" page="0"> He estado, con mi padre, en los Lugares Muertos más próximos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s10" id="nr-s10" page="0"> Al principio tuve miedo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s11" id="nr-s11" page="0"> Cuando mi padre entró en la casa en busca del metal, me quedé junto a la puerta y sentí el corazón pequeño y débil.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0"> Era la casa de un hombre muerto, una casa de espíritus.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0"> No tenía el olor del hombre, aunque en un rincón había antiguos huesos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s14" id="nr-s14" page="0"> Pero no está bien que hijo de sacerdote demuestre temor.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0"> Miré los huesos en la sombra y acallé mi voz.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s16" id="nr-s16" page="0">Después salió mi padre con el metal, un trozo grande y fuerte.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s17" id="nr-s17" page="0"> Me miró con ambos ojos, pero yo no había huido.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s18" id="nr-s18" page="0"> Me dio el metal para que lo tuviera en las manos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s19" id="nr-s19" page="0"> Lo toqué y no morí.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s20" id="nr-s20" page="0"> Entonces supo que yo era verdaderamente su hijo y que llegado el momento sería sacerdote.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21" page="0"> Cuando ocurrió eso, yo era muy joven.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s22" id="nr-s22" page="0"> Sin embargo, mis hermanos no lo habrían hecho, aunque son buenos cazadores.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s23" id="nr-s23" page="0"> A partir de aquel día tuve el mejor trozo de carne y el rincón más tibio junto al fuego.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s24" id="nr-s24" page="0"> Mi padre velaba por mí, se alegraba de que fuera a ser sacerdote.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s25" id="nr-s25" page="0"> Pero cuando me vanagloriaba, o lloraba sin motivo, me castigaba con más rigor que a mis hermanos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s26" id="nr-s26" page="0"> Era justo.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s27" id="nr-s27" page="0">Al cabo de un tiempo yo mismo pude entrar en las casas muertas y buscar el metal.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s28" id="nr-s28" page="0"> Así aprendí los secretos de esas casas, y ya no tenía miedo cuando veía los huesos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s29" id="nr-s29" page="0"> Los huesos son livianos y viejos, a veces se desmenuzan en polvo cuando uno los toca.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s30" id="nr-s30" page="0"> Pero tocarlos es gran pecado.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s31" id="nr-s31" page="0">Me enseñaron los cánticos y los ensalmos, me enseñaron a restañar la sangre de las heridas y otros secretos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s32" id="nr-s32" page="0"> Un sacerdote debe conocer muchos secretos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s33" id="nr-s33" page="0"> Eso decía mi padre.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s34" id="nr-s34" page="0"> Si los cazadores creen que hacemos todas las cosas mediante cánticos y hechizos, allá ellos, eso no les hace daño.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s35" id="nr-s35" page="0"> Me enseñaron a leer los viejos libros y a escribir las viejas escrituras: fue difícil, me llevó mucho tiempo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s36" id="nr-s36" page="0"> Mi sabiduría me hizo feliz: era como un fuego en mi corazón.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s37" id="nr-s37" page="0"> Lo que más me gustaba era oír la historia de los Viejos Días y la historia de los dioses.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s38" id="nr-s38" page="0"> Yo mismo me dirigía muchas preguntas que no podía contestar, pero era bueno hacérmelas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s39" id="nr-s39" page="0"> De noche solía quedarme despierto, escuchando el viento: me parecía la voz de los dioses que atravesaban el espacio.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s40" id="nr-s40" page="0">Nosotros no somos ignorantes como los pueblos del bosque, nuestras mujeres hilan lana en la rueca, nuestros sacerdotes llevan túnicas blancas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s41" id="nr-s41" page="0"> No comemos gorgojos de los árboles, no hemos olvidado las viejas escrituras, aunque son difíciles de entender.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s42" id="nr-s42" page="0"> Sin embargo, mi sabiduría y la pobreza de mi sabiduría ardían en mí: quería aprender más.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s43" id="nr-s43" page="0"> Cuando al fin fui hombre, llegué a mi padre y le dije:</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;">—Es venido el tiempo de iniciar mi viaje. Concédeme tu permiso.</div><div style="text-align: justify;">Me miró largamente, acariciándose la barba, y dijo por último:</div><div style="text-align: justify;">—Sí. Es tiempo.</div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s44" id="nr-s44" page="0">Aquella noche, en la casa de los sacerdotes, pedí y recibí la purificación.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s45" id="nr-s45" page="0"> Me dolía el cuerpo, pero mi espíritu era una piedra helada.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s46" id="nr-s46" page="0"> Fue mi propio padre quien me interrogó sobre mis sueños.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s47" id="nr-s47" page="0">Me ordenó mirar el humo del fuego y ver… Vi y conté lo que vi.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s48" id="nr-s48" page="0"> Era lo que siempre había visto: un río, y allende el río un vasto Lugar Muerto y en él caminaban los dioses.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s49" id="nr-s49" page="0"> Siempre he meditado en eso.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s50" id="nr-s50" page="0"> Sus ojos eran severos cuando se lo dije: ya no era mi padre, sino un sacerdote.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;">—Ése es un sueño muy fuerte —dijo—.</div><div style="text-align: justify;">—Es mío —repliqué.</div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s51" id="nr-s51" page="0">El humo temblaba y yo sentía la cabeza liviana.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s52" id="nr-s52" page="0"> En la cámara exterior cantaban el cántico de la Estrella, y yo lo oía como un zumbido de abejas en mi cabeza.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s53" id="nr-s53" page="0">Me preguntó cómo estaban vestidos los dioses, le dije cómo estaban vestidos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s54" id="nr-s54" page="0"> Nosotros sabemos, por el libro, cuáles eran sus vestiduras, pero yo los veía como si estuviesen ante mí.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s55" id="nr-s55" page="0"> Cuando hube terminado, tiró tres veces los palillos y los observó al caer.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;">—Es un sueño muy fuerte —dijo—. Puede devorarte.</div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s56" id="nr-s56" page="0">—No tengo miedo —repuse, y lo miré con ambos ojos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s57" id="nr-s57" page="0"> Mi propia voz sonó débil a mis oídos, pero fue por causa del humo.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;">Me tocó en el pecho y en la frente. Me dio el arco y las tres flechas.</div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s58" id="nr-s58" page="0">—Llévalas —dijo—.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s59" id="nr-s59" page="0"> Está prohibido ir hacia el este.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s60" id="nr-s60" page="0"> Está prohibido cruzar el río.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s61" id="nr-s61" page="0"> Está prohibido ir al Lugar de los Dioses.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s62" id="nr-s62" page="0"> Todas esas cosas están prohibidas.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;">—Todas esas cosas están prohibidas —dije, pero era mi voz quien hablaba y no mi espíritu.</div><div style="text-align: justify;">Él me miró nuevamente.</div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s63" id="nr-s63" page="0">—Hijo mío —dijo—.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s64" id="nr-s64" page="0"> Antaño tuve sueños jóvenes.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s65" id="nr-s65" page="0"> Si tus sueños no te devoran, puedes ser un gran sacerdote.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s66" id="nr-s66" page="0"> Si te devoran, siempre eres mi hijo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s67" id="nr-s67" page="0"> Ponte en camino.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s68" id="nr-s68" page="0">Ayuné, es ley.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s69" id="nr-s69" page="0"> Me dolía el cuerpo, no el corazón.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s70" id="nr-s70" page="0"> Cuando llegó el alba, había perdido de vista la aldea.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s71" id="nr-s71" page="0"> Oré, me purifiqué, aguardé una señal.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s72" id="nr-s72" page="0"> La señal fue un águila.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s73" id="nr-s73" page="0"> Volaba hacia el este.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s74" id="nr-s74" page="0">A veces malos espíritus envían los signos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s75" id="nr-s75" page="0"> Esperé nuevamente en la roca chata, ayunando, sin probar alimento.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s76" id="nr-s76" page="0"> Me quedé muy quieto: podía sentir el cielo en lo alto, debajo la tierra.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s77" id="nr-s77" page="0"> Esperé hasta que el sol comenzó a hundirse.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s78" id="nr-s78" page="0"> Entonces tres ciervos cruzaron el valle en dirección al este.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s79" id="nr-s79" page="0"> No me ventearon, no me vieron.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s80" id="nr-s80" page="0"> Con ellos iba un cervato blanco.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s81" id="nr-s81" page="0"> Ése era un signo muy grande.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s82" id="nr-s82" page="0">Los seguí a la distancia, aguardando los acontecimientos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s83" id="nr-s83" page="0"> El deseo de ir hacia el este inquietaba mi corazón; sin embargo, sabía que debía ir.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s84" id="nr-s84" page="0"> Me zumbaba la cabeza por el ayuno… ni siquiera vi saltar la pantera sobre el cervato blanco.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s85" id="nr-s85" page="0"> Pero antes de que yo mismo lo advirtiera, tenía el arco en la mano.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s86" id="nr-s86" page="0"> Grité, y la pantera levantó la cabeza.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s87" id="nr-s87" page="0">No es fácil matar una pantera con una flecha, pero la flecha le atravesó el ojo y entró en su cerebro.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s88" id="nr-s88" page="0"> Murió mientras trataba de saltar: giró sobre sí misma, arañando el suelo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s89" id="nr-s89" page="0"> Entonces supe que debía ir hacia el este, que ésa era la meta de mi viaje.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s90" id="nr-s90" page="0"> Cuando llegó la noche, encendí fuego y asé la carne.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s91" id="nr-s91" page="0">El viaje al este dura ocho soles, y hay que pasar por muchos Lugares Muertos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s92" id="nr-s92" page="0"> Los Pueblos del Bosque los temen, yo no.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s93" id="nr-s93" page="0"> Una noche encendí fuego al borde de un Lugar Muerto, y a la mañana siguiente, dentro de la casa muerta, encontré un buen cuchillo, algo herrumbrado.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s94" id="nr-s94" page="0"> Eso fue poco en comparación con lo que sucedió después, pero agrandó mi corazón.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s95" id="nr-s95" page="0"> Cada vez que buscaba caza, la hallaba delante de mi flecha, y en dos oportunidades me crucé con cazadores del Pueblo del Bosque, sin que ellos lo supieran.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s96" id="nr-s96" page="0"> Y supe entonces que mi magia era fuerte y limpio mi viaje, a pesar de la ley.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s97" id="nr-s97" page="0">Al atardecer del octavo sol, llegué a las márgenes de un gran río.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s98" id="nr-s98" page="0"> Un día y medio antes había abandonado el camino de los dioses: ya no usamos los caminos de los dioses, porque se están desmoronando en grandes bloques de piedra, y es más seguro atravesar el bosque.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s99" id="nr-s99" page="0"> De lejos había visto el agua a través de los árboles, pero los árboles crecían tupidos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s100" id="nr-s100" page="0"> Al fin salí a un claro en lo alto de un acantilado.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s101" id="nr-s101" page="0"> Y allá abajo estaba el gran río, como un gigante tendido al sol.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s102" id="nr-s102" page="0"> Es muy largo y muy ancho.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s103" id="nr-s103" page="0"> Todos los ríos que conocemos, él podría tragarlos sin aplacar su sed.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s104" id="nr-s104" page="0"> Lo llaman Ou-dis-sun, el Sagrado, el Largo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s105" id="nr-s105" page="0"> Ningún hombre de mi tribu lo había visto, ni siquiera mi padre, el sacerdote.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s106" id="nr-s106" page="0"> Era magia, y oré nuevamente.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;">Después alcé los ojos y miré hacia el sur. Allá estaba el Lugar de los Dioses.</div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s107" id="nr-s107" page="0">Cómo puedo decir a qué se parecía: vosotros no sabéis.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s108" id="nr-s108" page="0"> Allá estaba, bajo una luz rojiza, demasiado grande para ser un grupo de casas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s109" id="nr-s109" page="0"> Allá estaba, cubierto de roja luz, poderoso y en ruinas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s110" id="nr-s110" page="0"> Adiviné que un instante más tarde los dioses me verían.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s111" id="nr-s111" page="0"> Me cubrí los ojos con las manos y regresé al bosque.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s112" id="nr-s112" page="0">Sin duda ya era demasiada osadía haber hecho esto y sobrevivir.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s113" id="nr-s113" page="0"> Sin duda era bastante pasar la noche en el acantilado.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s114" id="nr-s114" page="0"> Los mismos hombres del Pueblo del Bosque no se acercan.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s115" id="nr-s115" page="0"> Sin embargo, mientras transcurría la noche, comprendí que debía atravesar el río y caminar en los lugares de los dioses, aunque los dioses me devoraran.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s116" id="nr-s116" page="0"> Mi magia ya no servía, pero en mis entrañas ardía un fuego, en mi espíritu ardía un fuego.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s117" id="nr-s117" page="0"> Al salir el sol, pensé: «Mi viaje ha sido limpio.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s118" id="nr-s118" page="0"> Ahora volveré a mi casa».</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s119" id="nr-s119" page="0"> Mas en el preciso instante en que lo pensaba, comprendí que no podría hacerlo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s120" id="nr-s120" page="0"> Si yo iba al lugar de los dioses, moriría sin duda, pero si no iba, nunca quedaría en paz con mi espíritu.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s121" id="nr-s121" page="0"> Cuando se es sacerdote, hijo de sacerdote, es mejor perder la vida que el espíritu.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s122" id="nr-s122" page="0">Aun así, las lágrimas brotaban de mis ojos mientras construía la balsa.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s123" id="nr-s123" page="0"> Si los Hombres del Bosque me hubieran acometido, habrían podido matarme sin lucha, pero no se acercaron.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s124" id="nr-s124" page="0"> Cuando construí la balsa, dije las oraciones de los muertos, y me pinté para la muerte.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s125" id="nr-s125" page="0"> Mi corazón estaba frío como un sapo y mis rodillas flojas como el agua, mas la llama que ardía en mi cerebro no me dejaba paz.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s126" id="nr-s126" page="0"> Al botar la batea en la orilla, entoné mi cántico de la muerte.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s127" id="nr-s127" page="0"> Tenía derecho a hacerlo, y era un hermoso canto:</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;">Yo soy Juan, hijo de Juan. Mi pueblo es el Pueblo de las Colinas.</div><div style="text-align: justify;">Ellos son los hombres.</div><div style="text-align: justify;">Yo voy a los Lugares Muertos, y no me aniquilan.</div><div style="text-align: justify;">Recojo el metal de los Lugares Muertos, y no soy fulminado.</div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s128" id="nr-s128" page="0">Fatigo los caminos de los dioses y no tengo miedo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s129" id="nr-s129" page="0"> ¡E-yah!</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s130" id="nr-s130" page="0"> ¡He matado la pantera, he matado el cervato!</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;">¡E-yah! He llegado al gran río. Ningún hombre llegó antes.</div><div style="text-align: justify;">Está prohibido ir al este: yo lo hago; prohibido atravesar el río: estoy en él.</div><div style="text-align: justify;">Abrid vuestros corazones, oh espíritus, y escuchad mi cántico.</div><div style="text-align: justify;">Ahora voy al lugar de los dioses, no volveré.</div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s131" id="nr-s131" page="0">¡Mi cuerpo está pintado para la muerte, mi carne es débil, mi corazón es grande mientras voy al lugar de los dioses!</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s132" id="nr-s132" page="0">Pero cuando llegué al Lugar de los Dioses tuve miedo, miedo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s133" id="nr-s133" page="0"> La corriente del gran río era muy fuerte, con sus manos aferró mi balsa.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s134" id="nr-s134" page="0"> Eso era magia, porque el río en sí es ancho y calmo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s135" id="nr-s135" page="0"> En la mañana luminosa, sentía a mi alrededor espíritus malignos; sentía su aliento en la nuca, mientras era llevado corriente abajo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s136" id="nr-s136" page="0"> Nunca he estado tan solo; traté de pensar en mi sabiduría, y la vi semejante a montón de bellotas invernales recogidas por una ardilla.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s137" id="nr-s137" page="0"> Ya no había fuerza en mi sabiduría, me sentí pequeño y desnudo como un pájaro recién salido del cascarón, solo en el gran río, siervo de los dioses.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s138" id="nr-s138" page="0">Pero luego mis ojos fueron abiertos y vi.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s139" id="nr-s139" page="0"> Vi ambas márgenes del río, advertí que antaño lo habían cruzado los caminos de los dioses, aunque ahora estaban rotos y caídos como rotas enredaderas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s140" id="nr-s140" page="0"> Eran muy grandes, y maravillosos y rotos: rotos en el tiempo del Gran Incendio, cuando el fuego cayó del cielo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s141" id="nr-s141" page="0"> Y cada vez la corriente me acercaba más al Lugar de los Dioses, y las enormes ruinas se alzaban ante mis ojos.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s142" id="nr-s142" page="0">No sé las costumbres de los ríos, pertenezco al Pueblo de las Colinas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s143" id="nr-s143" page="0"> Traté de guiar mi balsa con la pértiga pero la balsa giraba sobre sí misma.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s144" id="nr-s144" page="0"> Pensé que el río quería llevarme más allá del Lugar de los Dioses, hacia el Agua Amarga de las leyendas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s145" id="nr-s145" page="0"> Entonces me encolericé y mi corazón se fortificó.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s146" id="nr-s146" page="0"> Exclamé en alta voz:</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;">—¡Soy sacerdote, hijo de sacerdote!</div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s147" id="nr-s147" page="0">Los dioses me oyeron: los dioses me enseñaron a manejar la pértiga a un costado de la balsa.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s148" id="nr-s148" page="0"> La corriente cambió.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s149" id="nr-s149" page="0"> Me acerqué al Lugar de los Dioses.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s150" id="nr-s150" page="0">Cuando estaba muy cerca, la balsa encalló y se dio vuelta.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s151" id="nr-s151" page="0"> He aprendido a nadar en nuestros lagos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s152" id="nr-s152" page="0"> Nadé hacía la costa.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s153" id="nr-s153" page="0"> Una gran espiga de metal herrumbrado se internaba en el río.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s154" id="nr-s154" page="0"> Me encaramé a ella y permanecí sentado, jadeante.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s155" id="nr-s155" page="0"> Había salvado mi arco y dos flechas, y el cuchillo que encontré en el Lugar Muerto, pero nada más.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s156" id="nr-s156" page="0"> Mi balsa bajaba remolineando la corriente, en dirección al Agua Amarga.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s157" id="nr-s157" page="0"> La seguía con la vista y pensé que si me hubiera ahogado bajo sus leños, por lo menos estaría a salvo y muerto.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s158" id="nr-s158" page="0"> Pero cuando hube secado y reajustado la cuerda de mi arco, eché a andar hacia el Lugar de los Dioses.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s159" id="nr-s159" page="0">La tierra que pisaban mis pies era como toda tierra.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s160" id="nr-s160" page="0"> No quemaba.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s161" id="nr-s161" page="0"> No es cierto lo que dicen algunas leyendas, que en ese lugar la tierra arde eternamente.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s162" id="nr-s162" page="0"> Lo sé porque he estado.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s163" id="nr-s163" page="0"> Es cierto que aquí y allá, sobre las ruinas, se veían los signos y las manchas del Gran Incendio.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s164" id="nr-s164" page="0"> Pero eran signos viejos, viejas manchas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s165" id="nr-s165" page="0"> Tampoco es cierto lo que dicen algunos de nuestros sacerdotes, que es una isla cubierta de niebla y encantamientos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s166" id="nr-s166" page="0"> No.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s167" id="nr-s167" page="0"> Es un gran Lugar Muerto, el más grande de todos los que conocemos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s168" id="nr-s168" page="0"> Lo cruzan por doquier los caminos de los dioses, aunque la mayoría están resquebrajados y rotos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s169" id="nr-s169" page="0"> Y por doquier se extienden las ruinas de las grandes torres de los dioses.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s170" id="nr-s170" page="0">¿Cómo decir lo que vi?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s171" id="nr-s171" page="0"> Marchaba cautelosamente, el arco tenso en la mano, la piel advertida para el peligro.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s172" id="nr-s172" page="0"> Esperaba oír gemidos de espíritus, aullidos de demonios, mas no los oí.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s173" id="nr-s173" page="0"> El sitio donde había desembarcado era muy silencioso y soleado; el viento y la lluvia y los pájaros que llevan semillas habían consumado su obra: la hierba crecía entre las grietas de la piedra rota.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s174" id="nr-s174" page="0"> Es una hermosa isla, no asombra que los dioses hayan edificado en ella.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s175" id="nr-s175" page="0"> Si yo hubiera sido un dios, también habría edificado ahí.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s176" id="nr-s176" page="0">¿Cómo decir lo que vi?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s177" id="nr-s177" page="0"> No todas las torres están desmoronadas, alguna que otra permanece erguida, como un gran árbol en un bosque, y los pájaros anidan en lo alto.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s178" id="nr-s178" page="0"> Pero las torres parecen ciegas, porque los dioses se han ido.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s179" id="nr-s179" page="0"> Vi un Martín Pescador pescando en el río.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s180" id="nr-s180" page="0"> Vi una danza de mariposas blancas sobre un gran montón de piedras y columnas derruidas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s181" id="nr-s181" page="0"> Me acerqué y miré alrededor.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s182" id="nr-s182" page="0"> Vi una piedra labrada, con letras inscriptas, partida en dos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s183" id="nr-s183" page="0"> Sé leer las letras, mas aquéllas no pude entenderlas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s184" id="nr-s184" page="0"> Decían UBTREAS.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s185" id="nr-s185" page="0"> También descubrí la despedazada imagen de un hombre o un dios.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s186" id="nr-s186" page="0"> Estaba tallada en piedra blanca, y tenía los cabellos atados a la nuca, como una mujer.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s187" id="nr-s187" page="0"> En un trozo de piedra leí su nombre: ASHING.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s188" id="nr-s188" page="0"> Me pareció prudente orar ante ASHING, aunque no conozco a ese dios.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s189" id="nr-s189" page="0">¿Cómo decir lo que vi?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s190" id="nr-s190" page="0"> En metal y piedra no quedaba olor de hombres.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s191" id="nr-s191" page="0"> Tampoco crecían muchos árboles en aquel desierto de piedra.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s192" id="nr-s192" page="0"> En cambio hay muchas palomas, que anidan en las torres: los dioses debieron amarlas, o quizá las ofrendaban en los sacrificios.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s193" id="nr-s193" page="0"> Hay gatos salvajes, de ojos verdes, que merodean por los caminos de los dioses, y no temen al hombre.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s194" id="nr-s194" page="0"> Por la noche gimen como demonios, pero no son demonios.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s195" id="nr-s195" page="0"> Les perros cimarrones son más peligrosos, porque cazan en jaurías, pero sólo los encontré más tarde.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s196" id="nr-s196" page="0"> Por todas partes hay piedras labradas, inscriptas con palabras y números mágicos.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s197" id="nr-s197" page="0">Me dirigí hacia el norte, sin tratar de ocultarme.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s198" id="nr-s198" page="0"> Cuando un dios o un demonio me viera, entonces yo moriría, pero entretanto no tenía miedo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s199" id="nr-s199" page="0"> El hambre de saber ardía en mí: había tantas cosas que no alcanzaba a comprender… Transcurrido un tiempo, mi estómago tuvo hambre.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s200" id="nr-s200" page="0"> Pude cazar en procura de carne, mas no lo hice.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s201" id="nr-s201" page="0"> Es sabido que los dioses no cazaban como nosotros: obtenían sus alimentos de cajas y vasos mágicos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s202" id="nr-s202" page="0"> Aún es posible encontrarlos en los Lugares Muertos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s203" id="nr-s203" page="0"> Una vez, cuando era niño, y necio, abrí uno de esos vasos, probé el alimento y lo encontré dulce.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s204" id="nr-s204" page="0"> Pero mi padre lo supo y me castigó severamente, porque a menudo ese alimento es la muerte.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s205" id="nr-s205" page="0"> Ahora, sin embargo, había ido más allá de lo prohibido; entré en las torres más bellas, en busca del alimento de los dioses.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s206" id="nr-s206" page="0">Lo encontré por fin en las ruinas de un gran templo, en el centro de la ciudad.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s207" id="nr-s207" page="0"> Había sido, sin duda, un templo imponente, porque, aunque los colores estaban desvanecidos, advertí que el techo se hallaba pintado como el cielo nocturno con sus estrellas.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s208" id="nr-s208" page="0">El templo se dilataba hacia abajo en grandes cuevas y túneles.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s209" id="nr-s209" page="0"> Quizá allí habían encerrado a sus esclavos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s210" id="nr-s210" page="0"> Pero cuando empecé a bajar, oí chillidos de ratas y me detuve: las ratas son sucias, y a juzgar por los chillidos eran numerosas sus tribus.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s211" id="nr-s211" page="0"> Pero en las proximidades, en el corazón de una ruina, detrás de una puerta que aún se abría, encontré alimentos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s212" id="nr-s212" page="0"> Comí sólo las frutas contenidas en las vasijas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s213" id="nr-s213" page="0"> Tenían un gusto muy dulce.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s214" id="nr-s214" page="0"> También había bebida en botellas de vidrio: la bebida de los dioses era fuerte, me nubló la cabeza.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s215" id="nr-s215" page="0"> Después de comer y beber, dormí sobre una piedra, con el arco a un costado.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s216" id="nr-s216" page="0">Cuando desperté, el sol se ponía.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s217" id="nr-s217" page="0"> Mirando hacia abajo, vi un perro sentado sobre sus cuartos traseros.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s218" id="nr-s218" page="0"> Le colgaba la lengua de la boca, parecía reírse.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s219" id="nr-s219" page="0"> Era un perro grande, de pelaje gris-pardo, grande como un lobo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s220" id="nr-s220" page="0"> Me levanté de un salto y le grité, pero no se movió: permaneció allí, y parecía reírse.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s221" id="nr-s221" page="0"> Eso no me gustó.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s222" id="nr-s222" page="0"> Cuando busqué una piedra para lanzársela, se apartó rápidamente del camino de la piedra.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s223" id="nr-s223" page="0"> No me tenía miedo; me miraba como si yo fuese carne.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s224" id="nr-s224" page="0"> Sin duda habría podido matarlo con una flecha, pero quizá hubiera otros.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s225" id="nr-s225" page="0"> Además, caía la noche.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s226" id="nr-s226" page="0">Miré a mi alrededor.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s227" id="nr-s227" page="0"> A corta distancia pasaba uno de los grandes y derruidos caminos de los dioses.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s228" id="nr-s228" page="0"> Llevaba hacia el norte.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s229" id="nr-s229" page="0"> En aquella dirección las torres no eran tan altas, y aunque algunas de las casas muertas estaban desmoronadas, otras permanecían en pie.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s230" id="nr-s230" page="0"> Me dirigí hacia aquel camino, por los montículos más altos de las ruinas, seguido por el perro.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s231" id="nr-s231" page="0"> Al llegar al camino, advertí que tras él venían otros.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s232" id="nr-s232" page="0"> Si hubiera dormido más, me habrían destrozado la garganta en mitad del sueño.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s233" id="nr-s233" page="0"> Aun así, parecían seguros de su presa, no se apresuraban.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s234" id="nr-s234" page="0"> Guando entré en la casa muerta, se quedaron vigilando a la entrada.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s235" id="nr-s235" page="0"> Sin duda pensaron que gozarían de una emocionante cacería.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s236" id="nr-s236" page="0"> Pero un perro no puede abrir una puerta, y yo sabía, por los libros, que a los dioses no les gusta vivir sobre el suelo, sino en lo alto.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s237" id="nr-s237" page="0">Acababa de encontrar una puerta que podía abrir, cuando los perros se decidieron a acometer.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s238" id="nr-s238" page="0"> ¡Ah!</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s239" id="nr-s239" page="0"> Se quedaron sorprendidos cuando les cerré la puerta en las narices.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s240" id="nr-s240" page="0"> Era una buena puerta, de metal fuerte.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s241" id="nr-s241" page="0"> Yo podía oír sus estúpidos gruñidos, pero no me detuve a responderles.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s242" id="nr-s242" page="0"> Estaba en la oscuridad; encontré una escalera y subí.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s243" id="nr-s243" page="0"> Había muchas escaleras, que giraban y giraban hasta que sentí vértigos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s244" id="nr-s244" page="0"> En lo alto había otra puerta; encontré el picaporte y entré.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s245" id="nr-s245" page="0"> Me hallé en el interior de una cámara pequeña y alargada.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s246" id="nr-s246" page="0"> A un costado había una puerta de bronce que no podía ser abierta, porque no tenía picaporte.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s247" id="nr-s247" page="0"> Quizá existía una palabra mágica para abrirla, mas yo no conocía la palabra.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s248" id="nr-s248" page="0"> Me encaminé a otra puerta, situada en el extremo opuesto de la pared.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s249" id="nr-s249" page="0"> La cerradura estaba rota.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s250" id="nr-s250" page="0"> Abrí la puerta y entré.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;">Adentro descubrí un lugar de grandes riquezas.</div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s251" id="nr-s251" page="0">El dios que había vivido allí debía ser un dios poderoso.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s252" id="nr-s252" page="0"> La primera habitación era una pequeña antesala.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s253" id="nr-s253" page="0"> Me detuve unos instantes para decir a los espíritus del lugar que venía en son de paz y no como un ladrón.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s254" id="nr-s254" page="0"> Cuando creí que habían tenido tiempo de escucharme, seguí adelante.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s255" id="nr-s255" page="0"> ¡Ah, qué riquezas!</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s256" id="nr-s256" page="0"> Todo estaba como había sido: y aun pocas de las ventanas habían sido rotas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s257" id="nr-s257" page="0"> Las grandes ventanas que daban a la ciudad estaban enteras, aunque cubiertas de polvo y sucias de muchos años.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s258" id="nr-s258" page="0"> En los pisos había tapices de colores no desvanecidos, y las sillas eran blandas y mullidas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s259" id="nr-s259" page="0"> En las paredes vi cuadros, muy extraños, muy maravillosos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s260" id="nr-s260" page="0"> Recuerdo uno que representaba un ramillete de flores en un vaso: si uno se acercaba, no veía más que fragmentos de color, pero si lo miraba de lejos, parecía que las flores hubieran sido cortadas ayer.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s261" id="nr-s261" page="0"> Sentí algo extraño en el corazón al mirar este cuadro y al ver sobre la mesa la figura de un pájaro, modelado en arcilla dura y tan semejante a nuestros pájaros.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s262" id="nr-s262" page="0"> Por doquier había libros y escritos, muchos en lenguas que yo no conocía.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s263" id="nr-s263" page="0"> El dios que habitó ese lugar debió ser un dios prudente y lleno de sabiduría.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s264" id="nr-s264" page="0"> Sentí que yo tenía derecho a estar allí, porque yo también buscaba la sabiduría.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s265" id="nr-s265" page="0">Sin embargo, era extraño.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s266" id="nr-s266" page="0"> Había un lavatorio, pero no había agua.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s267" id="nr-s267" page="0"> Quizá los dioses se lavaban con aire.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s268" id="nr-s268" page="0"> Había un lugar para cocinar, pero no había leña y aunque vi una máquina para cocer los alimentos, no encontré un lugar para encender fuego.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s269" id="nr-s269" page="0"> Tampoco velas ni pimparas: había cosas que parecían lámparas, pero no tenían mecha ni aceite.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s270" id="nr-s270" page="0"> Todas esas cosas eran mágicas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s271" id="nr-s271" page="0"> Sin embargo, yo las toqué y viví.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s272" id="nr-s272" page="0"> Habían perdido su magia.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s273" id="nr-s273" page="0"> Por ejemplo, en el lavatorio había una cosa que decía «Caliente», y no era caliente al tacto; otra cosa decía «Fría», y no era fría.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s274" id="nr-s274" page="0"> Ésa debió ser una magia muy fuerte, pero la magia había desaparecido.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s275" id="nr-s275" page="0"> No comprendo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s276" id="nr-s276" page="0"> Ellos poseían secretos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s277" id="nr-s277" page="0"> Ojalá los conociera.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s278" id="nr-s278" page="0">Aquella casa de los dioses era sofocante, seca y polvorienta.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s279" id="nr-s279" page="0"> Dije que la magia había desaparecido, pero no es cierto: había desaparecido de las cosas mágicas, no del lugar.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s280" id="nr-s280" page="0"> Sentí espíritus que me rodeaban y que pesaban en mí.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s281" id="nr-s281" page="0"> Nunca había dormido en un Lugar Muerto, pero esta noche debía dormir aquí.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s282" id="nr-s282" page="0"> Cuando lo pensé, sentí la lengua seca en la garganta, a pesar de mis deseos de saber.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s283" id="nr-s283" page="0"> Estuve a punto de salir para enfrentarme con los perros, mas no lo hice.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s284" id="nr-s284" page="0">No había recorrido todas las habitaciones cuando oscureció del todo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s285" id="nr-s285" page="0"> Entonces volví a la gran sala que da a la ciudad y encendí fuego.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s286" id="nr-s286" page="0"> Había un lugar para encender fuego y un cajón con leña, aunque no creo que cocinaran allí.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s287" id="nr-s287" page="0"> Me envolví en una alfombra y me quedé dormido junto al fuego.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s288" id="nr-s288" page="0"> Estaba muy cansado.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s289" id="nr-s289" page="0">Ahora diré lo que es magia fuerte.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s290" id="nr-s290" page="0"> Desperté en mitad de la noche.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s291" id="nr-s291" page="0"> El fuego se había apagado; sentí frío.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s292" id="nr-s292" page="0"> Creí escuchar a mi alrededor voces y murmullos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s293" id="nr-s293" page="0"> Cerré los ojos para ahuyentarlos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s294" id="nr-s294" page="0"> Algunos dirán que volví a quedarme dormido, pero no lo creo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s295" id="nr-s295" page="0"> Sentí que los espíritus sacaban mi alma de mi cuerpo como un pez al extremo de una línea de pescar.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s296" id="nr-s296" page="0">¿Por qué habría de mentir?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s297" id="nr-s297" page="0"> Soy sacerdote, soy hijo de sacerdote.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s298" id="nr-s298" page="0"> Si hay espíritus, como dicen, en los pequeños Lugares Muertos próximos a nosotros, ¿cómo no ha de haberlos en aquel gran Lugar de los Dioses?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s299" id="nr-s299" page="0"> ¿Y acaso no querrían hablar?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s300" id="nr-s300" page="0"> ¿Después de tantos años?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s301" id="nr-s301" page="0"> Sé que me sentí arrastrado como un pez por el sedal.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s302" id="nr-s302" page="0"> Había salido de mi cuerpo: podía ver mi cuerpo dormido ante el fuego apagado, pero ese cuerpo no era yo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s303" id="nr-s303" page="0"> Yo era arrastrado a contemplar la ciudad de los dioses.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s304" id="nr-s304" page="0">Todo debía estar oscuro, porque era de noche, y sin embargo no estaba oscuro.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s305" id="nr-s305" page="0"> Por doquier había luces: hileras de luces, círculos y manchas de luz.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s306" id="nr-s306" page="0"> Diez mil antorchas encendidas no habrían dado tanta luz.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s307" id="nr-s307" page="0"> El mismo cielo estaba iluminado.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s308" id="nr-s308" page="0"> El resplandor del cielo apenas dejaba ver las estrellas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s309" id="nr-s309" page="0"> Pensé para mis adentros: «Ésta es magia muy fuerte», y temblé.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s310" id="nr-s310" page="0"> Llegaba a mis oídos un estruendo semejante al de impetuosos ríos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s311" id="nr-s311" page="0"> Después mis ojos se acostumbraron a la luz y mis oídos se acostumbraron al ruido.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s312" id="nr-s312" page="0"> Comprendí que estaba viendo la ciudad tal como había sido cuando vivían los dioses.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s313" id="nr-s313" page="0">Era un espectáculo maravilloso, sin duda.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s314" id="nr-s314" page="0"> No habría podido verlo con mi cuerpo, porque mi cuerpo habría muerto.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s315" id="nr-s315" page="0"> Por doquier iban los dioses, a pie y en carrozas; innumerables dioses, y sus carrozas obstruían las calles.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s316" id="nr-s316" page="0"> Habían convertido la noche en día para su placer, no dormían con el sol.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s317" id="nr-s317" page="0"> El ruido de sus idas y venidas era el ruido de muchas aguas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s318" id="nr-s318" page="0"> Era magia lo que podían hacer, era magia lo que hacían.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s319" id="nr-s319" page="0">Me asomé a otra ventana y vi que las grandes enredaderas de sus puentes estaban intactas y que los caminos de los dioses se extendían hacia el este y hacia el oeste.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s320" id="nr-s320" page="0"> Incansables, incansables eran los dioses, nunca se detenían.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s321" id="nr-s321" page="0"> Perforaban túneles bajo los ríos, volaban por el aire.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s322" id="nr-s322" page="0"> Con herramientas nunca vistas construían obras gigantescas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s323" id="nr-s323" page="0"> Ningún lugar de la tierra estaba a salvo de ellos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s324" id="nr-s324" page="0"> Si querían una cosa, mandaban buscarla al otro extremo del mundo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s325" id="nr-s325" page="0"> Y siempre, cuando trabajaban y cuando descansaban, cuando celebraban y cuando hacían el amor, resonaba en sus oídos, como un tambor, el pulso de la ciudad colosal, latido tras latido, semejante al corazón de un hombre.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s326" id="nr-s326" page="0">¿Eran felices?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s327" id="nr-s327" page="0"> ¿Qué es la felicidad para los dioses?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s328" id="nr-s328" page="0"> Eran grandes, eran poderosos, eran magníficos, eran terribles.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s329" id="nr-s329" page="0"> Al verlos, al ver su magia, me sentí como un niño.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s330" id="nr-s330" page="0"> Me pareció que, de proponérselo, podrían arrancar la luna del cielo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s331" id="nr-s331" page="0"> Los vi avanzar de conocimiento en conocimiento, de ciencia en ciencia.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s332" id="nr-s332" page="0"> Y sin embargo, no todo lo que hacían estaba bien hecho —aun yo podía advertirlo—, y sin embargo su ciencia no podía menos de crecer hasta que todo quedara en paz.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s333" id="nr-s333" page="0">Después vi su destino abatirse sobre ellos, y eso fue más terrible de lo que se puede expresar en palabras.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s334" id="nr-s334" page="0"> El destino cayó sobre ellos mientras caminaban por las calles de su ciudad.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s335" id="nr-s335" page="0"> Yo he estado en los combates con los Pueblos del Bosque, he visto morir los hombres.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s336" id="nr-s336" page="0"> Pero esto era distinto.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s337" id="nr-s337" page="0"> Cuando los dioses guerrean con los dioses, utilizan armas que nosotros no conocemos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s338" id="nr-s338" page="0"> Era como un fuego que cayese del cielo, y una niebla que envenenaba.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s339" id="nr-s339" page="0"> Fue el tiempo de la Destrucción y del Gran Incendio.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s340" id="nr-s340" page="0"> Corrían como hormigas por las calles de su ciudad… ¡pobres dioses, pobres dioses!</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s341" id="nr-s341" page="0"> Después empezaron a caer las torres.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s342" id="nr-s342" page="0"> Unos pocos escaparon… sí, unos pocos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s343" id="nr-s343" page="0"> Lo dicen las leyendas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s344" id="nr-s344" page="0"> Pero aun después que la ciudad se convirtió en un Lugar Muerto, el veneno permaneció en el suelo durante muchos años.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s345" id="nr-s345" page="0"> Yo lo vi ocurrir, yo vi morir los últimos dioses.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s346" id="nr-s346" page="0"> La ciudad destrozada quedó a oscuras, y rompí a llorar.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s347" id="nr-s347" page="0">Todo esto vi.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s348" id="nr-s348" page="0"> Como lo cuento lo vi, aunque no con el cuerpo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s349" id="nr-s349" page="0"> Cuando desperté, por la mañana, tenía hambre, aunque lo primero en que pensé no fue mi hambre, porque sentía el corazón confuso y perplejo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s350" id="nr-s350" page="0"> Ahora sabía por qué existían los Lugares Muertos, mas no sabía por qué había ocurrido aquello.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s351" id="nr-s351" page="0"> Me parecía imposible que hubiese ocurrido, con toda la magia que ellos tenían.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s352" id="nr-s352" page="0"> Recorrí la casa buscando una respuesta.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s353" id="nr-s353" page="0"> Había en ella tantas cosas que no podía comprender, aunque soy sacerdote y mi padre fue sacerdote.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s354" id="nr-s354" page="0"> Era como estar a la orilla de un gran río, de noche, y sin luz para ver el camino.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s355" id="nr-s355" page="0">Entonces vi al dios muerto.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s356" id="nr-s356" page="0"> Estaba sentado en su silla, junto a la ventana, en una habitación donde yo no había entrado antes, y en el primer momento pensé que estaba vivo. Después vi la piel del dorso de su mano: era como un cuero seco.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s357" id="nr-s357" page="0"> La pieza estaba cerrada, seca y caliente.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s358" id="nr-s358" page="0"> Por eso, sin duda, se había conservado así.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s359" id="nr-s359" page="0"> Al principio tuve miedo de acercarme, después el temor me abandonó.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s360" id="nr-s360" page="0"> Estaba sentado, con la vista clavada en la ciudad.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s361" id="nr-s361" page="0"> Vestía las ropas de los dioses.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s362" id="nr-s362" page="0"> No era joven ni viejo, yo no habría sabido calcular su edad.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s363" id="nr-s363" page="0"> Pero había sabiduría en su semblante, y una gran tristeza.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s364" id="nr-s364" page="0"> Era evidente que él no había querido huir.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s365" id="nr-s365" page="0"> Se había sentado ante la ventana, viendo morir su ciudad; después él mismo había muerto.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s366" id="nr-s366" page="0"> Pero es mejor perder la vida que el espíritu, y era seguro, a juzgar por el rostro, que su espíritu no se había perdido.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s367" id="nr-s367" page="0"> Comprendí que si lo tocaba caería desmenuzado en polvo, y no obstante había algo inconquistado en su rostro.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s368" id="nr-s368" page="0">Éste es el fin de mi historia, porque entonces supe que era un hombre: supe que no habían sido dioses ni demonios los habitantes de la ciudad, sino hombres.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s369" id="nr-s369" page="0"> Es mucho saber, difícil de contar y de creer.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s370" id="nr-s370" page="0"> Eran hombres: habían recorrido un camino oscuro, pero eran hombres.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s371" id="nr-s371" page="0"> Después de eso ya no tuve miedo: no tuve miedo mientras regresaba a mi país, aunque dos veces luché con los perros cimarrones y en otra oportunidad me persiguieron durante dos días los Hombres del Bosque.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s372" id="nr-s372" page="0"> Cuando vi nuevamente a mi padre, oré y fui purificado.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s373" id="nr-s373" page="0"> Él me tocó los labios y el pecho, y dijo:</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;">—Cuando te fuiste eras un niño. Ahora vuelves hecho un hombre y un sacerdote.</div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s374" id="nr-s374" page="0">—Padre —repuse—, ¡eran hombres!</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s375" id="nr-s375" page="0"> ¡He estado en el Lugar de los Dioses, lo he visto!</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s376" id="nr-s376" page="0"> Ahora mátame, si ésa es la ley… pero aun así, eran hombres.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;">Él me miró con ambos ojos.</div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s377" id="nr-s377" page="0">—La ley no es siempre la misma —dijo—.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s378" id="nr-s378" page="0"> Tú has hecho lo que has hecho.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s379" id="nr-s379" page="0"> En mis días yo no lo habría hecho, pero tú has venido después que yo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s380" id="nr-s380" page="0"> ¡Habla!</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;">Conté mi historia y él la escuchó. Después quise decirla a todos, pero él me disuadió. Dijo:</div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s381" id="nr-s381" page="0">—La verdad es un ciervo difícil de cazar.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s382" id="nr-s382" page="0"> Si comes demasiada verdad de una sola vez, puedes morir de la verdad.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s383" id="nr-s383" page="0"> No en vano nuestros padres vedaron los Lugares Muertos.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s384" id="nr-s384" page="0">Tenía razón: es mejor que la verdad nos llegue poco a poco.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s385" id="nr-s385" page="0"> Yo lo he aprendido, a fuer de sacerdote.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s386" id="nr-s386" page="0"> Quizá en los viejos tiempos los hombres devoraron la verdad con demasiada prisa.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s387" id="nr-s387" page="0">Sin embargo, estamos en el comienzo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s388" id="nr-s388" page="0"> Ya no vamos a los Lugares Muertos sólo en busca de metal.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s389" id="nr-s389" page="0"> También buscamos los libros y las escrituras.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s390" id="nr-s390" page="0"> Son difíciles de aprender.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s391" id="nr-s391" page="0"> Y las herramientas mágicas están rotas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s392" id="nr-s392" page="0"> Pero podemos mirarlas y maravillarnos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s393" id="nr-s393" page="0"> Podemos empezar.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s394" id="nr-s394" page="0"> Y cuando yo sea sumo sacerdote, atravesaremos el gran río.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s395" id="nr-s395" page="0"> Iremos al Lugar de los Dioses —el lugar Newyork— y no seremos un solo hombre, sino muchos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s396" id="nr-s396" page="0"> Buscaremos las imágenes de los dioses y encontraremos el dios ASHING y los otros dioses —los dioses Lincoln y Biltmore y Moisés.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s397" id="nr-s397" page="0"> Pero fueron hombres los que construyeron la ciudad, no dioses ni demonios.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s398" id="nr-s398" page="0"> Fueron hombres.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s399" id="nr-s399" page="0"> Recuerdo la cara del hombre muerto.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s400" id="nr-s400" page="0"> Fueron hombres los que estuvieron aquí antes que nosotros.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s401" id="nr-s401" page="0"> Debemos construir de nuevo.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b>Stephen Vincent Benét, <i>Junto a las aguas de Babilonia.</i></b></div><div style="text-align: justify;"><b><i><br /></i></b></div><div style="text-align: justify;"><b><i><br /></i></b></div><div style="text-align: justify;"><b><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Stephen_Vincent_Ben%C3%A9t" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="230" data-original-width="408" height="225" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-XkylAZb-JsO2eJSUzIFrxzfT7ae7Qww4tnsvXYDak6J9hl7U5BtKK-ZSemDzAuxFRVeGr_yLcBWoQseYA4aVVlBput-mmiZT_IKRvb3lJ86y2JasSRbx5O4i4xK6oGLzwHHPuddsDbY/w400-h225/Stephen+Vincent+Ben%25C3%25A9t.jpg" width="400" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b style="text-align: justify;">Stephen Vincent Benét</b></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b style="text-align: justify;"><br /></b></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><br /><i><br /></i></b></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-1986682523710756782021-08-27T09:18:00.005+02:002021-08-27T09:27:29.871+02:00Sara Gallardo, Los trenes de los muertos<b></b><blockquote><b>Los trenes de los muertos.<br /></b><br /><div style="text-align: justify;">El rápido a Bahía Blanca arrastró al hijo del capataz de la cuadrilla que reparaba las vías. Era un hombre triste desde la muerte de su mujer; con esto se dio a beber.</div><div style="text-align: justify;">El hijo estuvo un mes como dormido. Cuando volvió a su casa no era el mismo.</div><div style="text-align: justify;">Rengo. Pero sobre todo ausente.</div><div style="text-align: justify;">Se entregó a encender pequeñas fogatas.</div><div style="text-align: justify;">Las alimentaba de día, de noche.</div><div style="text-align: justify;">A veces levantaba los brazos dando un grito.</div><div style="text-align: justify;">Una tarde, su padre llegó del almacén y se puso a llorar. ¿Qué hacía con esos fuegos, por Dios Santo? Causaban la compasión de los vecinos.</div><div style="text-align: justify;">A la hora del accidente, dijo el niño, vi los trenes de los muertos.</div><div style="text-align: justify;">Cruzándose como rayos sobre el mundo. Unos venían y otros iban y otros subían o bajaban sin dirección y sin destino. Vio en las ventanillas las caras de los muertos de este mundo. Lívidas caras con sonrisa, caras dobladas. Caras sujetas por telas que asfixian, manos que cuelgan, pelos de colores, electricistas, amas de hogar, sacerdotes, presidentes de compañías. Muertos en vida. Pómulos cubiertos de polvillo de hueso. Zarandeándose.</div><div style="text-align: justify;">Vio conocidos. Vecinos.</div><div style="text-align: justify;">En trenes que refulgían como fantasmas que se levantan de pantanos. A cabezadas, rizos contra los vidrios, sin pedir ayuda, sin desearla. En una noche permanente, los trenes sin voz ni silbato, cruzándose. Sin señales, sin orden.</div><div style="text-align: justify;">Se superponían, se sucedían, se cambiaban.</div><div style="text-align: justify;">Nadie los oye ni los ve, volando en todas partes sobre el mundo.</div><div style="text-align: justify;">El dolor que había visto era alegre junto al dolor en esos trenes. Vio, como si los tocara, que el frío congelaba a esos viajeros, igual que a los que duermen para siempre en los Andes. Y dentro de esos témpanos los ojos llamaban sin llamado.</div><div style="text-align: justify;">Ponía señales para eso. Para los trenes de los muertos.</div></blockquote><div style="text-align: justify;"></div><b>Sara Gallardo</b>, <i>Los trenes de los muertos</i> (El país del humo, 1977; Alción Editora, 2003).<div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Sara_Gallardo" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="429" data-original-width="708" height="243" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjnaOWXxwXYK8bKXZHFBgHbc-LvYnItKRBIE5rAP5ikzmHwoQT6B9_0r1-RMPyOrt1XtyWhQnPwZrPmgug2ZXQxRcjPzUYYWVWf4XwD_lLK32qD_mrhrsAg7he0o4aUoRXfqNCHPZqS4pc/w400-h243/Sara+Gallardo.jpg" width="400" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b>Sara Gallardo</b></div><br /><div><br /></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-49021763212892058162021-07-27T15:30:00.000+02:002021-07-27T15:30:04.694+02:00Mary Oliver, Alevines<b></b><blockquote><b>Alevines</b>.<br /><br /><div style="text-align: justify;">Miles de pececillos se mueven a lo largo de las orillas: un rebaño, un vuelo bajo el peso del agua, hundiéndose y elevándose, de espinazo lábil; sus aletas bogan, ínfimas y precisas; son recipientes de energía, caben seis en un dedal, pura gasa y cristal, pura transparencia: el conducto alimenticio, nítido en cada cuerpo. Miles y miles: un tropel de arcoíris, un cardumen, una enorme manada, y, sin embargo, nadan como una única curvatura, un ala, una cosa, un viajero. Sus bocas están abiertas, feroces coladores hocicando en las diatomeas. Giran a la derecha, a la izquierda. Aceleran y frenan.</div><div style="text-align: justify;">Es verano, el largo crepúsculo. Clavo la mirada en el agua. Me digo a mí misma: ¿cuál de ellos soy yo?</div></blockquote><b>Mary Oliver</b>, <i>Alevines</i>. (En <i>La escritura indómita </i>Errata naturae editores<i>)</i>. Traducido por Regina López Muñoz.<div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://en.wikipedia.org/wiki/Mary_Oliver" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="315" data-original-width="600" height="210" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhRsPfA9iXz7BBTS1xAXpLNdpN7sZkgnl0Y5G3lQyTUTsqniiI_s9l-7f8NUAu5TBTFgBZjrUUiqQxV7MOQIbkGnbXv03utpR4Hl7RaEWX-qPLiKbzTKQTROikX8RVPemcK3I17WL7qiD4/w400-h210/mary-oliver3.jpg" width="400" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">Mary Oliver</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><br /><div><br /></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-87880432293282682772021-04-17T09:20:00.002+02:002021-04-17T09:22:16.411+02:00Flannery O’Connor, Un hombre bueno es difícil de encontrar<div style="text-align: justify;"><b>Un hombre bueno es difícil de encontrar</b></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La abuela no quería ir a Florida. Quería visitar a algunos de sus conocidos en el este de Tennessee y no perdía oportunidad para intentar que Bailey cambiase de opinión. Bailey era el hijo con quien vivía, el único varón que tuvo. Estaba sentado en el borde de la silla, a la mesa, reclinado sobre la sección deportiva del Journal.</div><div style="text-align: justify;">—Mira esto, Bailey —dijo ella—, mira esto, léelo. Y se puso en pie, con una mano en la delgada cadera mientras con la otra golpeaba la cabeza calva de su hijo con el periódico.</div><div style="text-align: justify;">—Aquí, ese tipo que s’hace llamar el Desequilibrado s’ha escapao de la Penitenciaría Federal y se encamina a Florida, lee aquí lo que hizo a esa gente. Léelo. Yo no llevaría a mis hijos a ninguna parte con un criminal d’esa calaña suelto por ahí. No podría acallar mi conciencia si lo hiciera.</div><div style="text-align: justify;">Bailey no levantó la cabeza, así que la abuela dio media vuelta y se dirigió a la madre de los niños, una mujer joven en pantalones, cuya cara era tan ancha e inocente como un repollo, con pañuelo verde atado con dos puntas en lo alto de la cabeza, como orejas de conejo. Estaba sentada en el sofá, alimentando al bebé con albaricoques que sacaba de un tarro.</div><div style="text-align: justify;">—Los niños y’han estao en Florida —dijo la anciana señora—. Deberíais llevarlos a otro sitio pa variar, así verían otras partes del mundo y aprenderían otras cosas. Nunca han ido al este de Tennessee.</div><div style="text-align: justify;">La madre de los niños no pareció oírla, pero el de ocho años, John Wesley, un niño robusto con gafas, dijo:</div><div style="text-align: justify;">—Si no quieres ir a Florida, ¿por qué no te quedas en casa?</div><div style="text-align: justify;">Él y su hermanita, June Star, estaban leyendo las páginas de entretenimiento en el suelo.</div><div style="text-align: justify;">—No se quedaría en casa aunque la nombraran reina por un día —dijo June Star sin levantar su cabeza amarilla.</div><div style="text-align: justify;">—¿Y qué haríais si este sujeto, el Desequilibrado, os cogiera? —preguntó la abuela.</div><div style="text-align: justify;">—Le daría un puñetazo en la cara —respondió John Wesley.</div><div style="text-align: justify;">—No se quedaría en casa ni por un millón de dólares —afirmó June Star—. Teme perderse algo. Tiene que ir a donde vayamos.</div><div style="text-align: justify;">—Muy bien, señorita —dijo la abuela—. Acuérdate d’eso la próxima vez que me pidas que te rice el pelo.</div><div style="text-align: justify;">June Star dijo que sus rizos eran naturales.</div><div style="text-align: justify;">A la mañana siguiente la abuela fue la primera en subir al coche, lista para partir. A un costado dispuso su gran bolsa de viaje negra que parecía la cabeza de un hipopótamo y debajo de ella escondía una cesta con Pitty Sing, el gato, en el interior. No tenía la menor intención de dejar solo al gato durante tres días, porque éste la echaría mucho de menos y ella temía que se frotara con la llave del gas y se asfixiara por accidente. A su hijo, Bailey, no le gustaba llevar un gato a un motel.</div><div style="text-align: justify;">Se sentó en el centro del asiento trasero, con John Wesley y June Star a cada lado. Bailey, la madre de los niños, y el bebé se sentaron delante. Y así salieron de Atlanta, a las ocho y cuarenta y cinco, con el cuentakilómetros del coche en 89.927. La abuela lo anotó, porque pensó que sería interesante decir cuántos kilómetros habían hecho cuando regresaran. Tardaron veinte minutos en llegar a las afueras de la ciudad.</div><div style="text-align: justify;">La anciana se sentó cómodamente, se quitó los guantes de algodón y los dejó con su bolso en la repisa de la ventanilla de atrás. La madre de los niños aún llevaba los pantalones y la cabeza atada con el pañuelo verde; la abuela, en cambio, llevaba un sombrero de paja azul marino con un ramillete de violetas blancas en el ala y un vestido azul marino con pequeños lunares blancos. El cuello y los puños eran de organdí blanco adornado con encaje, y en el cuello se había prendido un ramillete de violetas de tela de color púrpura perfumado. En caso de accidente, cualquiera que la viera muerta en la carretera sabría al instante que era una dama.</div><div style="text-align: justify;">Dijo que pensaba que sería un buen día para conducir, pues no hacía demasiado calor ni demasiado frío, y advirtió a Bailey que el límite de velocidad era de ochenta kilómetros por hora, que los coches patrulla se escondían detrás de carteles publicitarios y de pequeños grupos de árboles y que podían salir disparados en su persecución sin darle tiempo a aminorar la marcha. Señaló los detalles interesantes del paisaje: la montaña Stone, el grafito azul que en algunos lugares asomaba a ambos lados de la carretera, las lomas de brillante arcilla roja ligeramente rayadas de púrpura, y las mieses que trazaban líneas de encaje verde sobre el terreno. Los árboles estaban llenos de la luz blanca y plateada del sol y hasta los más míseros destellaban. Los chicos leían tebeos y su madre se había dormido.</div><div style="text-align: justify;">—Pasemos Georgia a toda velocidad, así no tendremos que verla mucho —dijo John Wesley.</div><div style="text-align: justify;">—Si yo fuera un niño —dijo la abuela—, no hablaría d’esa manera de mi estado natal. Tennessee tiene montañas y Georgia, colinas.</div><div style="text-align: justify;">—Tennessee n’es más que un muladar lleno de paletos y Georgia es también un estado asqueroso.</div><div style="text-align: justify;">—Tú l’has dicho —dijo June Star.</div><div style="text-align: justify;">—En mis tiempos —dijo la abuela entrecruzando los dedos, delgados y venosos—, los niños tenían más respeto por su estado natal y por sus padres y por to lo demás. La gente era buena entonces. ¡Oh, mirar qué negrito más mono! —Y señaló a un niño negro plantado ante la puerta de una choza—. Qué estampa más bonita, ¿verdá?</div><div style="text-align: justify;">Todos se volvieron para mirar al negrito por la luna trasera. Él saludó con la mano.</div><div style="text-align: justify;">—Ese chico no llevaba pantalones —observó June Star.</div><div style="text-align: justify;">—Probablemente no tiene —explicó la abuela—. Los negritos del campo no tienen las cosas que nosotros tenemos. Si supiera pintar, pintaría ese cuadro.</div><div style="text-align: justify;">Los niños intercambiaron sus tebeos.</div><div style="text-align: justify;">La abuela se ofreció a coger al bebé y la madre de los chicos se lo pasó por encima del asiento delantero. La abuela lo sentó sobre sus rodillas y le hizo el caballito y le explicó lo que se veía por la ventanilla. Puso los ojos en blanco, frunció los labios y apretó su cara delgada y curtida contra la piel blanda y suave. De vez en cuando, el bebé le dedicaba una sonrisa distraída. Pasaron junto a un vasto campo de algodón con cinco o seis tumbas en medio, rodeadas de un cerco, como una isla pequeñita.</div><div style="text-align: justify;">—¡Mirar el camposanto! —dijo la abuela señalándolo—. Era el antiguo camposanto de la familia. Pertenecía a la plantación.</div><div style="text-align: justify;">—¿Dónde está la plantación? —preguntó John Wesley.</div><div style="text-align: justify;">—El viento se la llevó —dijo la abuela—. Ja, ja.</div><div style="text-align: justify;">Cuando los chicos terminaron de leer todos los tebeos que habían llevado, abrieron la caja del almuerzo y se lo comieron. La abuela comió un bocadillo de mantequilla de cacahuete y una aceituna, y no permitió que los chicos arrojasen la caja y las servilletas de papel por la ventanilla. Cuando no tuvieron otra cosa que hacer, se pusieron a jugar; elegían una nube y los otros tenían que adivinar qué forma sugería. John Wesley eligió una con forma de vaca y June Star adivinó la vaca y John Wesley dijo: «No, un coche», y June Star dijo que hacía trampas y comenzaron a pegarse por encima de la abuela.</div><div style="text-align: justify;">La abuela dijo que les contaría un cuento si se estaban calladitos. Cuando contaba un cuento, ponía los ojos en blanco, movía la cabeza y era muy histriónica. Contó que una vez, cuando era jovencita, la había cortejado un tal señor Edgar Atkins Teagarden, de Jasper, Georgia. Dijo que era un hombre muy apuesto y un caballero, y que todos los sábados por la tarde le llevaba una sandía con sus iniciales grabadas, E. A. T. Pues bien, un sábado por la tarde, el señor Teagarden llevó la sandía y no había nadie en la casa; la dejó en el porche de entrada y volvió a Jasper en su calesa, pero ella nunca vio la sandía, explicó, porque un chico negro se la comió cuando vio las iniciales, E. A. T.: come. A John Wesley le hizo mucha gracia la historia y reía y reía, pero June Star opinó que no tenía nada de gracioso. Dijo que nunca se casaría con un hombre que sólo le trajera una sandía los sábados. La abuela dijo que habría hecho muy bien en casarse con el señor Teagarden, porque era un caballero y había comprado acciones de CocaCola cuando salieron al mercado y había muerto, hacía unos pocos años, muy rico.</div><div style="text-align: justify;">Se detuvieron en The Tower para tomar unos bocadillos calientes. The Tower era una gasolinera y sala de baile, en parte de estuco y en parte de madera, en un claro en las afueras de Timothy. Lo regentaba un hombre gordo llamado Red Sammy Butts, y había letreros aquí y allá sobre el edificio y a lo largo de varios kilómetros de la carretera que rezaban: PRUEBA la famosa barbacoa de red sammy. ¡nada iguala al famoso red sammy! el gordo de la SONRISA FELIZ. ¡UN VETERANO! ¡RED SAMMY ES EL HOMBRE QUE NECESITAS!</div><div style="text-align: justify;">Red Sammy estaba tendido en el suelo fuera de The Tower con la cabeza bajo una camioneta, mientras un mono gris de unos treinta centímetros de altura, encadenado a un árbol del paraíso pequeño, chillaba cerca. El mono saltó hacia el arbolito y se encaramó a la rama más alta apenas vio a los chicos apearse del coche y correr hacia él.</div><div style="text-align: justify;">El interior de The Tower era una larga habitación oscura con una barra en un extremo y mesas en el otro y una pista de baile en medio. Todos se sentaron a una mesa cerca de la máquina de discos y la esposa de Red Sam, una mujer alta y bronceada con ojos y cabellos más claros que la piel, llegó y tomó nota de lo que querían. La madre de los chicos insertó una moneda en la máquina y se pudo escuchar el «Vals de Tennessee», y la abuela dijo que esa melodía siempre le daba ganas de bailar. Preguntó a Bailey si quería bailar, pero él tan sólo la miró. No era de natural alegre como ella y los viajes lo ponían nervioso. Los ojos marrones de la abuela resplandecían. Movió la cabeza de un lado a otro e hizo como si bailara en la silla. June Star dijo que pusieran algo para que ella pudiera bailar claque. Entonces la madre de los niños metió otra moneda y eligió una pieza más movida; June Star saltó a la pista de baile y bailó el claque de costumbre.</div><div style="text-align: justify;">—¡Qué graciosa! —exclamó la mujer de Red Sam, inclinada sobre la barra—. ¿Te gustaría quedarte aquí y ser mi pequeñita?</div><div style="text-align: justify;">—Claro que no —contestó June Star—. No viviría en un lugar medio en ruinas como éste ni por un millón de dólares.</div><div style="text-align: justify;">Y salió corriendo hacia la mesa.</div><div style="text-align: justify;">—¡Qué graciosa! —repitió la mujer, estirando la boca con amabilidad.</div><div style="text-align: justify;">—¿No te da vergüenza? —susurró la abuela.</div><div style="text-align: justify;">Red Sam entró y le dijo a su mujer que dejara de holgazanear en la barra y que se apresurara a servir a esa gente. Los pantalones caquis le llegaban hasta las caderas y la barriga le caía sobre ellos como un saco de comida bamboleante bajo la camisa. Se acercó y se sentó a una mesa cercana; emitió una mezcla de suspiro y gritito en falsete.</div><div style="text-align: justify;">—No hay manera. No hay manera —dijo, y se secó la cara sudorosa y roja con un pañuelo gris—. En estos tiempos que corren, no se sabe en quién confiar. ¿No es verdá?</div><div style="text-align: justify;">—Desde luego, la gente ya no es como antes —sentenció la abuela.</div><div style="text-align: justify;">—La semana pasada vinieron aquí dos tipos —explicó Red Sammy— que conducían un Chrysler. Un coche muy baqueteado pero bueno, y los muchachos me parecieron decentes. Dijeron que trabajaban en el molino y ¿sabéis que les permití poner en la cuenta la gasolina que compraron? ¿Por qué hice yo semejante cosa?</div><div style="text-align: justify;">—¡Porque usté es un hombre bueno! —contestó de inmediato la abuela.</div><div style="text-align: justify;">—Bueno, supongo que es así —dijo Red Sammy como si su respuesta lo hubiera dejado atónito.</div><div style="text-align: justify;">La mujer sirvió lo que habían pedido. Llevaba los cinco platos al mismo tiempo sin usar bandeja, dos en cada mano y uno en equilibrio sobre el brazo.</div><div style="text-align: justify;">—No hay una sola alma en este mundo de Dios en la que se pueda confiar —dijo—. Y yo no excluyo a nadie de la lista, a nadie —afirmó mirando a Red Sammy.</div><div style="text-align: justify;">—¿Han leído algo sobre ese criminal, el Desequilibrado, que se escapó? —preguntó la abuela.</div><div style="text-align: justify;">—No me sorprendería na que llegase a atacar este lugar —dijo la mujer—. Si oye lo qu’hay aquí, no me sorprendería verlo. Si se entera de que hay dos centavos en la caja, no me sorprendería que…</div><div style="text-align: justify;">—Basta —dijo Red Sam—. Trae las Coca-Colas a esta gente.</div><div style="text-align: justify;">Y la mujer se retiró a buscar el resto del pedido.</div><div style="text-align: justify;">—Un hombre bueno es difícil d’encontrar —dijo Red Sam. Las cosas s’están poniendo cada vez más feas. Yo m’acuerdo de qu’antes podías salir sin echar el cerrojo a la puerta. Eso s’acabó.</div><div style="text-align: justify;">Él y la abuela hablaron de tiempos mejores. La anciana dijo que en su opinión Europa tenía la culpa de la situación actual, o que por la manera en que actuaba Europa se podía llegar a pensar que estábamos hechos de dinero, y Red Sammy dijo que no valía la pena hablar de eso y que tenía toda la razón. Los chicos salieron corriendo a la luz blanca del sol y observaron al mono encadenado al árbol. Estaba entretenido quitándose pulgas y las mordía una a una como si se tratase de un bocado exquisito.</div><div style="text-align: justify;">De nuevo partieron en la tarde calurosa. La abuela dormitaba y se despertaba a cada rato con sus propios ronquidos. En las afueras de Toombsboro se despertó y se acordó de una vieja plantación que había visitado en los alrededores una vez, cuando era joven. Dijo que la mansión tenía seis columnas blancas en el frente y que había una avenida de robles que conducía hasta la casa y dos pequeñas glorietas con enrejado de madera donde te sentabas con tu pretendiente después de pasear por el jardín. Recordaba con exactitud por qué carretera había que doblar para llegar allí. Sabía que Bailey no estaría dispuesto a perder el tiempo viendo una casa vieja, pero cuanto más hablaba de ella más ganas tenía de volver a verla y comprobar si las dos pequeñas glorietas seguían en pie.</div><div style="text-align: justify;">—Había un panel secreto en la casa —afirmó astutamente, sin decir la verdad pero deseando que lo fuera—, y se contaba que toda la plata de la familia estaba escondida allí cuando llegó Sherman, pero nunca la encontraron…</div><div style="text-align: justify;">—¡Eeeh! —dijo John Wesley—. ¡Vamos a verlo! ¡L’encontraremos nosotros! ¡Lo registraremos to y l’encontrarernos! ¿Quién vive allí? ¿Dónde hay que girar? Eh, papá, ¿no podemos girar allí?</div><div style="text-align: justify;">—¡Nunca hemos visto una casa con un panel secreto! —chilló June Star—. ¡Vayamos a la casa con el panel secreto! Eh, papá, ¿no podemos ir a ver la casa con el panel secreto?</div><div style="text-align: justify;">—No está lejos d’aquí, lo sé —aseguró la abuela—. No tardaríamos más de veinte minutos.</div><div style="text-align: justify;">Bailey miraba al frente. Tenía la mandíbula tan rígida como la herradura de un caballo.</div><div style="text-align: justify;">—No —dijo.</div><div style="text-align: justify;">Los chicos comenzaron a alborotar y a gritar que querían ver la casa con el panel secreto. John Wesley la emprendió a patadas contra el respaldo del asiento delantero, y June Star se colgó del hombro de su madre y le gimoteó desesperada al oído que nunca se divertían, ni siquiera en vacaciones, que nunca les dejaban hacer lo que querían. El bebé empezó a llorar y John Wesley pateó el respaldo del asiento con tal fuerza que su padre notó los golpes en los riñones.</div><div style="text-align: justify;">—¡Muy bien! —gritó, y aminoró la marcha hasta parar a un costado de la carretera—. ¿Queréis cerrar la boca? ¿Queréis cerrar la boca un minuto? Si no’s calláis, no iremos a ningún lado.</div><div style="text-align: justify;">—Sería muy educativo pa ellos —murmuró la abuela.</div><div style="text-align: justify;">—Muy bien —dijo Bailey—, pero meteros esto en la cabeza. Es la única vez que vamos a parar por algo así. La primera y la última.</div><div style="text-align: justify;">—El camino de tierra donde debes doblar queda dos kilómetros atrás —observó la abuela—. Lo vi cuando lo pasamos.</div><div style="text-align: justify;">—Un camino de tierra —gruñó Bailey.</div><div style="text-align: justify;">Después de dar la vuelta en dirección al camino de tierra, la abuela recordó otros detalles de la casa, el hermoso vidrio sobre la puerta de entrada y la lámpara de velas en el recibidor. John Wesley dijo que el panel secreto probablemente estaría en la chimenea.</div><div style="text-align: justify;">—No podéis entrar en esa casa —dijo Bailey—. No sabéis quién vive allí.</div><div style="text-align: justify;">—Mientras vosotros habláis con la gente delante de la casa, yo correré hacia la parte d’atrás y entraré por una ventana —propuso John Wesley.</div><div style="text-align: justify;">—Nos quedaremos todos en el coche —dijo la madre.</div><div style="text-align: justify;">Doblaron por el camino de tierra y el coche avanzó a trompicones en un remolino de polvo colorado. La abuela recordó los tiempos en que no había carreteras pavimentadas y hacer cincuenta kilómetros representaba un día de viaje. El camino de tierra era abrupto y súbitamente se encontraban con charcos y curvas cerradas en terraplenes peligrosos. Tan pronto se hallaban en lo alto de una colina, desde donde se dominaban las copas azules de los árboles que se extendían a lo largo de kilómetros, como en una depresión rojiza dominada por los árboles cubiertos de una capa de polvillo.</div><div style="text-align: justify;">Mejor será que aparezca ese lugar antes de un minuto —dijo Bailey—, o daré la vuelta.</div><div style="text-align: justify;">Daba la impresión de que nadie había pasado por aquel camino desde hacía meses.</div><div style="text-align: justify;">—No falta mucho —comentó la abuela, y apenas lo hubo dicho cuando tuvo un pensamiento horrible. Le produjo tal vergüenza que la cara se le puso colorada y se le dilataron las pupilas y sus pies dieron un salto, de modo que movieron la bolsa de viaje en el rincón. En el momento en que se movió la bolsa, el periódico que había colocado sobre la cesta se levantó con un maullido y Pitty Sing, el gato, saltó sobre el hombro de Bailey.</div><div style="text-align: justify;">Los chicos cayeron al suelo y su madre, con el bebé en brazos, salió disparada por la portezuela y se desplomó en la tierra; la vieja dama se vio arrojada hacia el asiento delantero. El automóvil dio una vuelta y aterrizó sobre el costado derecho, en una zanja al lado del camino. Bailey se quedó en el asiento del conductor con el gato —de rayas grises, cara blanca y hocico naranja— todavía agarrado al cuello como una oruga.</div><div style="text-align: justify;">Tan pronto como los chicos se dieron cuenta de que podían mover los brazos y las piernas, salieron arrastrándose del coche y gritaron: «¡Hemos tenío un accidente!». La abuela estaba hecha un ovillo bajo el salpicadero y esperaba estar tan malherida que la furia de Bailey no cayera sobre ella. El pensamiento terrible que había tenido antes del accidente era que la casa que recordaba tan vívidamente, no estaba en Georgia, sino en Tennessee.</div><div style="text-align: justify;">Bailey se quitó el gato del cuello con ambas manos y lo arrojó por la ventanilla contra el tronco de un pino. Luego salió del coche y empezó a buscar a la madre de los chicos. Estaba sentada en la cuneta, con el crío, que no paraba de llorar, en brazos, pero sólo había sufrido un corte en la cara y tenía un hombro roto «¡Hemos tenío un accidente!», gritaban los chicos en un delirio de felicidad.</div><div style="text-align: justify;">—Pero nadie se ha muerto —señaló June Star con cierta desilusión, mientras la abuela salía renqueando del coche, con el sombrero todavía prendido a la cabeza pero el encaje delantero roto y levantado en un airoso ángulo y el ramito de violetas caído a un costado.</div><div style="text-align: justify;">Se sentaron todos en la cuneta, excepto los chicos, para recobrarse de la conmoción. Estaban todos temblando.</div><div style="text-align: justify;">—Tal vez pase algún coche —dijo la madre de los niños con voz ronca.</div><div style="text-align: justify;">—Creo que m’hecho daño en algún órgano —comentó la abuela apretándose el costado, pero nadie le prestó atención.</div><div style="text-align: justify;">A Bailey le castañeteaban los dientes. Llevaba una camisa amarilla de sport, con un estampado de loros en un azul vivo y tenía la cara tan amarilla como la camisa. La abuela decidió no comentar que la casa en cuestión estaba en Tennessee.</div><div style="text-align: justify;">La carretera quedaba unos tres metros más arriba y sólo podían ver las copas de los árboles al otro lado. Detrás de la cuneta donde estaban sentados había más árboles, altos, oscuros y graves. A los pocos minutos divisaron un coche a cierta distancia, en lo alto de una colina; avanzaba lentamente como si sus ocupantes los estuvieran observando. La abuela se puso en pie y agitó los brazos dramáticamente para atraer su atención. El automóvil continuó avanzando con lentitud, desapareció en un recodo y volvió a aparecer, rodando aún más despacio, sobre la colina por la que ellos habían pasado. Era un vehículo grande y baqueteado, parecido a un coche fúnebre. Había tres hombres dentro.</div><div style="text-align: justify;">Se detuvo justo a su lado y durante unos minutos el conductor miró fija e inexpresivamente hacia donde estaban sentados, sin decir palabra. Luego volvió la cabeza, susurró algo a los otros dos y se apearon. Uno era un muchacho gordo con pantalones negros y una sudadera roja con un semental plateado estampado delante. Caminó, se colocó a la derecha del grupo y se quedó mirándolos con la boca entreabierta en una floja sonrisa burlona. El otro llevaba pantalones color caqui, una chaqueta de rayas azules y un sombrero gris echado hacia delante que le tapaba casi toda la cara. Se acercó despacio por la izquierda. Ninguno de los dos habló.</div><div style="text-align: justify;">El conductor salió del coche y se quedó junto a él mirándolos. Era mayor que los otros. Su pelo empezaba a encanecer y llevaba unas gafas con montura plateada que le daban aspecto académico. Tenía el rostro largo y arrugado, y no llevaba camisa ni camiseta. Vestía unos téjanos que le quedaban demasiado ajustados y llevaba en la mano un sombrero y una pistola. Los dos muchachos llevaban pistolas.</div><div style="text-align: justify;">—¡Hemos tenío un accidente! —gritaron los niños.</div><div style="text-align: justify;">La abuela tuvo la extraña sensación de que conocía al hombre de las gafas. Le sonaba tanto su cara que era como si le hubiera conocido de toda la vida, pero no lograba recordar quién era. Él se alejó del coche y empezó a bajar por el terraplén dando los pasos con sumo cuidado para no resbalar. Calzaba zapatos blancos y marrones y no llevaba calcetines; sus tobillos eran flacos y rojos.</div><div style="text-align: justify;">—Buenas tardes —dijo—. Veo que han tenío un accidente de na.</div><div style="text-align: justify;">—¡Hemos dao dos vueltas de campana! —dijo la abuela.</div><div style="text-align: justify;">—Una —corrigió él—. Lo hemos visto. Hiram, prueba el coche a ver si funciona —indicó en voz baja al muchacho del sombrero gris.</div><div style="text-align: justify;">—¿Pa qué lleva esa pistola? —preguntó John Wesley—. ¿Qué va hacer con ella?</div><div style="text-align: justify;">—Señora —dijo el hombre a la madre de los chicos—, ¿le importaría decirles a esos chavales que se sienten a su lao? Los críos me ponen nervioso. Quiero que se queden sentados juntos.</div><div style="text-align: justify;">—¿Quién es usté pa decirnos lo que debemos hacer? —preguntó June Star.</div><div style="text-align: justify;">Detrás de ellos, la línea de los árboles se abrió como una oscura boca.</div><div style="text-align: justify;">—Venir aquí —dijo la madre.</div><div style="text-align: justify;">—Verá usted —dijo Bailey de pronto—, estamos en un apuro. Estamos en…</div><div style="text-align: justify;">La abuela soltó un chillido. Se levantó trabajosamente y lo miró de hito en hito.</div><div style="text-align: justify;">—¡Usté es el Desequilibrado! ¡Lo he reconocío na más verlo!</div><div style="text-align: justify;">—Sí, señora —dijo el hombre, que sonrió levemente como si estuviera satisfecho a pesar de que lo hubieran reconocido—, pero habría sido mejor pa todos ustedes, señora, que no me hubiese reconocío.</div><div style="text-align: justify;">Bailey volvió la cabeza bruscamente y dijo a su madre algo que dejó atónitos hasta a los niños. La anciana se echó a llorar y el Desequilibrado se ruborizó.</div><div style="text-align: justify;">—Señora —dijo—, no se disguste. A veces un hombre dice cosas que no piensa. No creo qu’haya querido hablarle d’esa manera.</div><div style="text-align: justify;">—Tú no dispararías a una dama, ¿verdá? —dijo la abuela, que se sacó un pañuelo limpio del puño y empezó a secarse los ojos.</div><div style="text-align: justify;">El Desequilibrado clavó la punta del zapato en el suelo, hizo un pequeño hoyo y luego lo tapó de nuevo.</div><div style="text-align: justify;">—No me gustaría na tener qu’hacerlo.</div><div style="text-align: justify;">—Escucha —dijo la abuela casi a gritos—, sé qu’eres un buen hombre. No pareces tener la misma sangre que los demás. ¡Sé que debes de venir d’una buena familia!</div><div style="text-align: justify;">—Sí, señora —afirmó él—, la mejor del mundo. —Cuando sonreía mostraba una hilera de fuertes dientes blancos—. Dios nunca creó a una mujer mejor que mi madre, y papá tenía un corazón d’oro puro.</div><div style="text-align: justify;">El muchacho de la sudadera roja se había colocado detrás de ellos con la pistola en la cadera. El Desequilibrado se acuclilló.</div><div style="text-align: justify;">—Vigila a los niños, Bobby Lee —dijo—. Sabes que me ponen nervioso.</div><div style="text-align: justify;">Miró a los seis apiñados ante él y dio la impresión de estar incómodo, como si no se le ocurriera qué decir.</div><div style="text-align: justify;">—No hay ni una nube en el cielo —comentó alzando la vista—. No se ve el sol, pero tampoco hay nubes.</div><div style="text-align: justify;">—Sí, es un día hermoso —dijo la abuela—. Escucha, no te tendrías que apodar el Desequilibrado, porque yo sé que en el fondo eres un hombre bueno. Con sólo mirarte ya me doy cuenta.</div><div style="text-align: justify;">—¡Calla! —gritó Bailey—. ¡Calla! ¡Callaros todos y dejarme a mí arreglar esto! —Estaba en cuclillas como un atleta a punto de iniciar la carrera, pero no se movió.</div><div style="text-align: justify;">—Muchas gracias, señora —dijo el Desequilibrado, y dibujó un circulito con la culata de la pistola.</div><div style="text-align: justify;">—Tardaremos una media hora en arreglar el coche —avisó Hiram mirando por encima del capó abierto.</div><div style="text-align: justify;">—Bueno, primero tú y Bobby Lee os lleváis a él y al niño allá —dijo el Desequilibrado señalando a Bailey y a John Wesley—. Los muchachos quieren preguntarle algo —explicó a Bailey—. ¿Le importaría acompañarlos hasta el bosque?</div><div style="text-align: justify;">—Escuche —comenzó Bailey—, ¡estamos en un gran aprieto! Nadie se da cuenta de lo qu’es esto. —Y se le quebró la voz. Tenía los ojos tan azules y brillantes como los loros de su camisa, y se quedó absolutamente inmóvil.</div><div style="text-align: justify;">La abuela levantó la mano para ponerse bien el ala del sombrero como si fuera al bosque con él, pero se le desprendió entre los dedos. Se quedó mirándola y después de un segundo la dejó caer al suelo. Hiram levantó a Bailey cogiéndolo del brazo como si estuviera ayudando a un anciano. John Wesley agarró la mano de su padre y Bobby Lee se colocó detrás de ellos. Se encaminaron hacia el bosque y, cuando llegaron al borde oscuro, Bailey se dio la vuelta y, apoyándose contra el tronco gris y pelado de un pino, gritó:</div><div style="text-align: justify;">—¡Estaré de vuelta en un minuto, espérame, mamá!</div><div style="text-align: justify;">—¡Vuelve ahora mismo! —exclamó la abuela, pero todos desaparecieron en el bosque</div><div style="text-align: justify;">—. ¡Bailey, hijo! —gritó con voz trágica, pero se encontró con que estaba mirando al Desequilibrado, que estaba acuclillado delante de ella—. Sé muy bien qu’eres un hombre bueno —le dijo con desesperación—. ¡No eres una persona corriente!</div><div style="text-align: justify;">—No, no soy un hombre bueno —repuso el Desequilibrado un instante después, como si hubiera considerado su afirmación con sumo cuidado—, pero tampoco soy lo peor del mundo. Mi viejo decía que yo era un perro de raza diferente de la de mis hermanos y hermanas. «Mira —decía mi viejo—, hay algunos que pueden vivir toa su vida sin preguntarse por qué y otros que tienen que saber el porqué, y este muchacho es d’estos últimos. ¡Va estar en to!».</div><div style="text-align: justify;">Se puso el sombrero y súbitamente alzó la mirada y la dirigió hacia el bosque como si de nuevo se sintiera incómodo.</div><div style="text-align: justify;">—Perdonen qu’esté sin camisa delante de ustedes, señoras —añadió encorvando un poco los hombros—. Enterramos la ropa que teníamos cuando escapamos y nos apañamos con lo que tenemos hasta que consigamos algo mejor. Esta ropa nos la prestaron unos tipos que encontramos.</div><div style="text-align: justify;">—No pasa na —observó la abuela—. Tal vez Bailey tenga otra camisa en su maleta.</div><div style="text-align: justify;">—Luego la buscaré —dijo el Desequilibrado.</div><div style="text-align: justify;">—¿Adónde se lo están llevando? —gritó la madre de los niños.</div><div style="text-align: justify;">—Papá era un gran tipo —dijo el Desequilibrado—. No había quien l’engañara. Pero nunca tuvo problemas con las autoridades. Tenía l’habilidá de saber tratarlos.</div><div style="text-align: justify;">—Tú podrías ser honrado si te lo propusieras —afirmó la abuela—. Piensa en lo bonito que sería establecerse en algún sitio y vivir cómodamente sin que nadie t’estuviera persiguiendo to el tiempo.</div><div style="text-align: justify;">El Desequilibrado escarbaba en el suelo con la culata de la pistola como si estuviera reflexionando sobre estas palabras.</div><div style="text-align: justify;">—Sí, siempre hay alguien persiguiéndote —murmuró.</div><div style="text-align: justify;">La abuela reparó en cuán delgados eran sus omóplatos detrás del sombrero, porque estaba de pie y lo miraba desde arriba.</div><div style="text-align: justify;">—¿Rezas alguna vez? —preguntó.</div><div style="text-align: justify;">Él negó con la cabeza. Ella sólo vio cómo el sombrero negro se movía entre sus omóplatos.</div><div style="text-align: justify;">Sonó un disparo de pistola en el bosque, seguido de inmediato por otro. Luego, silencio. La cabeza de la anciana dio una sacudida. Oyó cómo el viento se movía entre las copas de los árboles como una larga inspiración satisfecha.</div><div style="text-align: justify;">—¡Bailey, hijo! —gritó.</div><div style="text-align: justify;">—Durante un tiempo fui cantante de gospel —explicó el Desequilibrado—. He sido casi to. Serví en el Ejército de Tierra y en la Marina, aquí y en el extranjero. Me casé dos veces, trabajé de sepulturero, trabajé en los ferrocarriles, aré la madre tierra, presencié un tornado, una vez vi quemar vivo un hombre. —Y miró a la madre de los chicos y a la niña, que estaban sentadas muy juntas, con la cara blanca y los ojos vidriosos—. Hasta he visto azotar a una mujer.</div><div style="text-align: justify;">—Reza, reza —empezó a repetir la abuela—, reza, reza…</div><div style="text-align: justify;">—No era un chico malo por lo que recuerdo —prosiguió el Desequilibrado con voz casi soñadora—, pero en algún momento hice algo malo y m’enviaron a la penitenciaría. M’enterraron vivo.</div><div style="text-align: justify;">Miró hacia arriba y mantuvo la atención de la abuela con una mirada fija.</div><div style="text-align: justify;">—Fue entonces cuando deberías haber comenzado a rezar —dijo ella—. ¿Qu’hiciste pa que te enviaran a la penitenciaría la primera vez?</div><div style="text-align: justify;">—Doblabas a la derecha y había una pared —explicó el Desequilibrado con la mirada alzada hacia el cielo sin nubes—. Doblabas a la izquierda y había una pared. Mirabas arriba y estaba el techo, mirabas abajo y estaba el suelo. Olvidé lo qu’había hecho, señora. Me quedaba sentado allí tratando de recordar lo qu’había hecho y, hasta el día de hoy, no lo recuerdo. De vez en cuando pensaba que lo recordaría, pero no fue así.</div><div style="text-align: justify;">—Tal vez t’encerraron por error —apuntó la anciana.</div><div style="text-align: justify;">—No —dijo él—. No hubo error. Había pruebas contra mí.</div><div style="text-align: justify;">—Tal vez robaste algo.</div><div style="text-align: justify;">El Desequilibrado soltó una risita burlona.</div><div style="text-align: justify;">—Nadie tenía na que yo quisiese. Un jefe de médicos de la penitenciaría dijo que lo que yo había hecho fue matar a mi padre, pero sé que es mentira. Mi viejo murió en mil novecientos diecinueve de la epidemia de gripe y yo nunca tuve na que ver con eso. L’enterraron en el cementerio de la iglesia baptista de Mount Hopewell y usté puede ir y verlo por sí misma.</div><div style="text-align: justify;">—Si rezaras —dijo la anciana—, Cristo te ayudaría.</div><div style="text-align: justify;">—Así es.</div><div style="text-align: justify;">—Entonces, ¿por qué no rezas? —preguntó ella, temblando de súbita alegría.</div><div style="text-align: justify;">—No quiero ninguna ayuda. Solo, las cosas me van bien.</div><div style="text-align: justify;">Bobby Lee y Hiram regresaron del bosque con paso lento. Bobby Lee arrastraba una camisa amarilla con loros azules estampados.</div><div style="text-align: justify;">—Tírame esa camisa, Bobby Lee —dijo el Desequilibrado.</div><div style="text-align: justify;">La camisa llegó volando, aterrizó en su hombro y se la puso. La abuela no podía pensar en lo que le hacía recordar esa camisa.</div><div style="text-align: justify;">—No, señora —prosiguió el Desequilibrado mientras se abrochaba los botones—, comprendí que el delito da igual. Puedes hacer una cosa o hacer otra, matar a un hombre o quitarle una rueda del coche, porque tarde o temprano t’olvidas de lo qu’has hecho y simplemente te castigan por ello.</div><div style="text-align: justify;">La madre de los chicos comenzó a emitir sonidos entrecortados, como si no pudiese respirar.</div><div style="text-align: justify;">—Señora —dijo él—, ¿podrían usted y la pequeña acompañar a Hiram y a Bobby Lee hasta donde está su esposo?</div><div style="text-align: justify;">—Sí, gracias —dijo la madre débilmente. Su brazo izquierdo colgaba inútil, y llevaba al bebé, que se había quedado dormido, en el otro.</div><div style="text-align: justify;">—Ayuda a la señora, Hiram —dijo el Desequilibrado, cuando ella trataba penosamente de subir por la zanja—. Y tú, Bobby Lee, coge a la pequeña de la mano.</div><div style="text-align: justify;">—No quiero que me dé la mano —replicó June Star—. Parece un cerdo.</div><div style="text-align: justify;">El muchacho gordo se ruborizó y se rió, la cogió de la mano tiró de ella hacia el bosque detrás de Hiram y la madre.</div><div style="text-align: justify;">Sola con el Desequilibrado, la abuela se dio cuenta de que había perdido la voz. No había una sola nube en el cielo, y tampoco sol. No había nada a su alrededor excepto el bosque. Quiso decirle que debía orar. Abrió y cerró la boca varias veces antes de que saliera algo. Finalmente se encontró a sí misma diciendo: «Jesús, Jesús». Quería decir «Jesús t’ayudará», pero de la manera en que lo decía era como si estuviera maldiciendo.</div><div style="text-align: justify;">—Sí, señora —dijo el Desequilibrado como si le estuviera dando la razón—. Jesús rompió el equilibrio de todo. Le ocurrió lo mismo que mí, salvo que Él no había cometido ningún crimen y en mi caso pudieron probar que yo había cometido uno porque tenían los documentos contra mí. Por supuesto, nunca me mostraron los papeles. Por eso ahora pongo la firma. Dije hace mucho tiempo: te consigues una firma y firmas to lo qu’haces y te quedas con una copia. Entonces sabrás lo qu’has hecho y podrás contraponer el delito con el castigo y ver si se corresponden y al final tendrás algo pa probar que no t’han tratao como debían. Me hago llamar el Desequilibrado porque no puedo hacer que las cosas malas que he hecho se correspondan con lo que he soportao durante’l castigo.</div><div style="text-align: justify;">Se oyó un grito desgarrador en el bosque, seguido de inmediato por un disparo.</div><div style="text-align: justify;">—¿Le parece bien a usté, señora, que a uno le castiguen mucho y a otro no le castiguen na?</div><div style="text-align: justify;">—¡Jesús! —gritó la anciana—. ¡Tienes buena sangre! ¡Yo sé que no dispararías a una dama! ¡Sé que vienes d’una familia buena! ¡Reza! Por Dios, no deberías disparar a una dama. ¡Te daré to el dinero que tengo!</div><div style="text-align: justify;">—Señora —repuso el Desequilibrado mirando hacia el bosque—, nunca ha habido un cadáver que diera una propina al sepulturero.</div><div style="text-align: justify;">Se oyeron otros dos disparos y la abuela levantó la cabeza como un viejo pavo sediento pidiendo agua y gritó: «¡Bailey, hijo, Bailey, hijo!», como si fuera a partírsele el corazón.</div><div style="text-align: justify;">—Jesús es el único qu’ha resucitao a los muertos —continuó el Desequilibrado—, y no tendría qu’haberlo hecho. Rompió el equilibrio de to. Si Él hacía lo que decía, entonces sólo te queda dejarlo to y seguirlo, y si no lo hacía, entonces sólo te queda disfrutar de los pocos minutos que tienes de la mejor manera posible, matando a alguien o quemándole la casa o haciéndole alguna otra maldad. No hay placer, sino maldad —dijo, y su voz casi se había transformado en un gruñido.</div><div style="text-align: justify;">—Tal vez no resucitó a los muertos —murmuró la anciana, sin saber lo que estaba diciendo y sintiéndose tan mareada que sé dejó caer en la zanja sobre las piernas cruzadas.</div><div style="text-align: justify;">—Yo no estaba allí, así que no puedo decir que no lo hizo —repuso el Desequilibrado—. Ojalá hubiera estado allí —añadió golpeando el suelo con el puño—. No está bien que no estuviera allí, porque d’haber estao allí yo sabría. Escuche, señora —añadió alzando la voz—, d’haber estao allí, yo sabría y no sería como soy ahora.</div><div style="text-align: justify;">Su voz parecía a punto de quebrarse y la cabeza de la abuela se aclaró por un instante. Vio la cara del hombre contraída cerca de la suya como si estuviera a punto de llorar, y entonces murmuró:</div><div style="text-align: justify;">—¡Si eres uno de mis niños! ¡Eres uno de mis hijos!</div><div style="text-align: justify;">Tendió la mano y lo tocó en el hombro. El Desequilibrado saltó hacia atrás como si le hubiera mordido una serpiente y le disparó tres veces en el pecho. Luego dejó la pistola en el suelo se quitó las gafas y se puso a limpiarlas.</div><div style="text-align: justify;">Hiram y Bobby Lee regresaron del bosque y se detuvieron junto a la cuneta para observar a la abuela, que estaba medio sentada, y medio tendida en un charco de sangre, con las piernas cruzadas como las de un niño, y su rostro sonreía al cielo sin nubes.</div><div style="text-align: justify;">Sin las gafas, los ojos del Desequilibrado estaban bordeados de rojo y tenían una mirada pálida e indefensa.</div><div style="text-align: justify;">—Llevárosla y dejarla donde habéis dejao a los otros —dijo, y cogió al gato, que se estaba refregando contra su pierna.</div><div style="text-align: justify;">—Era una charlatana —dijo Bobby Lee, y descendió a la zanja canturreando.</div><div style="text-align: justify;">—Habría sido una buena mujer —dijo el Desequilibrado— si hubiera tenío a alguien cerca que le disparara cada minuto de su vida.</div><div style="text-align: justify;">—¡Menuda diversión! —dijo Bobby Lee.</div><div style="text-align: justify;">—Cállate, Bobby Lee —dijo el Desequilibrado—. No hay verdadero placer en la vida.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b>Flannery O’Connor</b>, <i>Un hombre bueno es difícil de encontrar (Cuentos completos. </i>Penguin Randon House). Traducción de Marcelo Covian, Celia Filipetto y Vida Ozores.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Flannery_O%27Connor" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="478" data-original-width="400" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhXOkMCVIV3hh3Ik79AXsH65W1hz3Zu3WiKHOgRrwwQvm1rb9Esc4MNndHuTXzGvd99LBNQ7TE1FDkulToYTknrWK1n62LEmEgyQpmiFQ-bCPK6w_fhLUSPHYGgcDjQs3XEmoT_THbIcII/s320/O+Connor+Flanery.jpg" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b style="text-align: justify;">Flannery O’Connor</b></div><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-43037429837929381582021-03-15T08:13:00.004+01:002021-03-15T08:27:17.182+01:00Richard Matheson, Botón, botón<b><nr-sentence class="nr-s0" id="nr-s0" page="0">Botón, botón.</nr-sentence> </b><br /><br /><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s1" id="nr-s1" page="0">El paquete estaba junto a la puerta —una caja de cartón sellada con cinta, la dirección y sus nombres escritos a mano: Señor y Señora Lewis, 217 E. calle 37, Nueva York, Nueva York, 10016.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s2" id="nr-s2" page="0"> Norma lo levantó, abrió la puerta y entró al apartamento.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s3" id="nr-s3" page="0"> Apenas empezaba a oscurecer.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s3" id="nr-s3" page="0">Después de haber puesto los trozos de cordero en la parrilla, se sentó y abrió el paquete.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s3" id="nr-s3" page="0">Dentro de la caja de cartón había una unidad provista de un botón y sujetada a una pequeña arca de madera.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s4" id="nr-s4" page="0"> Una cúpula de vidrio cubría el botón.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s5" id="nr-s5" page="0"> Norma intentó levantarla pero estaba sellada.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s6" id="nr-s6" page="0"> Volteó la unidad y vio un papel doblado y pegado con cinta adhesiva a la parte inferior de la caja.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7" page="0"> Lo desprendió: El señor Steward los visitará a las 8 p.m.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7" page="0">Norma colocó la unidad del botón a su lado, sobre el sofá. Releyó el mensaje impreso, sonriendo.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7" page="0">Unos minutos después regresó a la cocina para hacer la ensalada.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7" page="0">El timbre sonó a las ocho en punto. —Yo abro —gritó Norma desde la cocina. Arthur estaba en la sala, leyendo.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7" page="0">Había un hombre pequeño en la entrada. Se quitó el sombrero cuando Norma abrió la puerta. —¿Señora Lewis? —preguntó cortésmente.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7" page="0">—¿Sí?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7" page="0">—Soy el señor Steward</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7" page="0">—Ah, cierto. Norma reprimió una sonrisa. Ahora estaba segura de que se trataba de un truco para vender algo.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7" page="0">—¿Puedo pasar? —preguntó el señor Steward.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7" page="0">—Estoy bastante ocupada —dijo Norma—, pero le traeré su paquete. Le dio la espalda.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7" page="0">—¿No quiere saber lo que es?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7" page="0">Norma se volteó. El tono del señor Steward fue ofensivo. —No, creo que no —contestó ella.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7" page="0">—Podría resultar muy provechoso —le dijo.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7" page="0">—¿Económicamente? —lo cuestionó.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7" page="0">El señor Steward asintió. —Económicamente —dijo.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7" page="0">Norma frunció el ceño. No le gustó la actitud del hombre. —¿Qué está intentando vender? —preguntó ella.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s8" id="nr-s8" page="0">—No estoy vendiendo nada —respondió él.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s8" id="nr-s8" page="0">Arthur salió de la sala. —¿Pasa algo?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s8" id="nr-s8" page="0">El señor Steward se presentó.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s8" id="nr-s8" page="0">—Ah, el … —Arthur señaló hacia la sala y sonrió—. ¿Y qué es ese aparato, a todo esto?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s8" id="nr-s8" page="0">—No me tomará mucho tiempo explicarlo —contestó el señor Steward—. ¿Puedo pasar?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s8" id="nr-s8" page="0">—Si está vendiendo algo… —dijo Arthur.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s8" id="nr-s8" page="0">El señor Steward negó con la cabeza. —No, no vendo nada.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s8" id="nr-s8" page="0">Arthur miró a Norma. —Como quieras —le dijo ella.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s8" id="nr-s8" page="0">Dudó un poco. —Bueno, ¿por qué no? —dijo él.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s8" id="nr-s8" page="0">Entraron a la sala y el señor Steward se sentó en la silla de Norma. Metió la mano en el bolsillo de dentro de su abrigo y sacó un pequeño sobre sellado. —Aquí dentro hay una llave para abrir la cúpula del timbre —dijo y colocó el sobre encima de la mesa auxiliar—. El timbre está conectado a nuestra oficina.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s8" id="nr-s8" page="0">—¿Para qué sirve? —preguntó Arthur.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s8" id="nr-s8" page="0">—Si oprime el botón —le dijo el señor Steward— en alguna parte del mundo alguien que usted no conoce morirá.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s9" id="nr-s9" page="0"> A cambio, recibirá un pago de 50.000 dólares.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s9" id="nr-s9" page="0">Norma se quedó mirando al hombrecillo. Estaba sonriendo.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s9" id="nr-s9" page="0">—¿De qué habla? —le preguntó Arthur.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s9" id="nr-s9" page="0">El señor Steward pareció sorprendido.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s10" id="nr-s10" page="0"> —Pero si lo acabo de explicar —dijo.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s10" id="nr-s10" page="0">—¿Es esto una broma de mal gusto?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s10" id="nr-s10" page="0">—De ningún modo. La oferta es completamente genuina.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s11" id="nr-s11" page="0">—Eso que usted dice no tiene sentido —dijo Arthur—. Usted espera que creamos…</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s11" id="nr-s11" page="0">—¿A quién representa? —inquirió Norma.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s11" id="nr-s11" page="0">El señor Steward se notó apenado. —Me temo que no estoy autorizado para revelarle eso —dijo—. Sin embargo, le aseguro que la organización es de talla internacional.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s11" id="nr-s11" page="0">—Creo que es mejor que se vaya —dijo Arthur poniéndose de pie.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s11" id="nr-s11" page="0">El señor Steward se levantó. —Por supuesto.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s11" id="nr-s11" page="0">—Y llévese la unidad con usted.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s11" id="nr-s11" page="0">—¿Está seguro de que no le interesaría pensarlo hasta mañana, quizás?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s11" id="nr-s11" page="0">Arthur levantó la unidad del botón y el sobre y los tendió bruscamente en las manos del señor Steward.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0"> Caminó por el pasillo y abrió la puerta.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0">—Dejaré mi tarjeta —dijo el señor Steward. La colocó encima de la mesilla que estaba cerca de la puerta.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0">Cuando se había ido, Arthur rompió la tarjeta por la mitad y arrojó los pedazos sobre la mesa.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0">Norma permanecía sentada en el sofá. —¿Qué crees que era? —preguntó.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0">—No me interesa saber —contestó él.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0">Ella intentó sonreír pero no pudo. —¿No te da ni un poco de curiosidad?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0">—No —negó con la cabeza.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0">Después de que Arthur había retomado su libro, Norma regresó a la cocina y acabó de lavar los platos.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0">—¿Por qué no quieres hablar de eso? —preguntó Norma.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0">Los ojos de Arthur se movían constantemente mientras se cepillaba los dientes. Miraba el reflejo de Norma en el espejo del baño.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0">—¿No te intriga?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0">—Me ofende —dijo Arthur.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0">—Ya sé, pero —Norma colocó otro rulo en su pelo— ¿no te intriga también?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0">—¿Crees que es una broma de mal gusto? —preguntó ella cuando entraban a la habitación.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0">—Sí lo es, es una broma asquerosa.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0">Norma se sentó en la cama y se quitó las pantuflas. —Tal vez sea algún tipo de investigación psicológica.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0">Arthur se encogió de hombros. —Podría ser.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0">—Tal vez algún millonario excéntrico la está realizando.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0">—Tal vez.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12" page="0">—¿No te gustaría saber?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">Arthur negó con la cabeza.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">—¿Por qué?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">—Porque es inmoral —le dijo.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">Norma se deslizó bajo las cobijas. —Bueno, yo creo que es intrigante —dijo. Arthur apagó la lámpara y se agachó para besarla. —Buenas noches —le dijo.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">—Buenas noches —Norma le dio palmaditas en la espalda.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">Norma cerró los ojos. «Cincuenta mil dólares», pensó.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">En la mañana, cuando iba a salir del apartamento, Norma vio las dos mitades de la tarjeta sobre la mesa. Impulsivamente, las arrojó dentro de su cartera. Cerró la puerta y alcanzó a Arthur en el ascensor.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">Mientras estaba en su descanso sacó las dos partes de la tarjeta y juntó los pedazos rasgados. Solamente el nombre del señor Steward y un número telefónico estaban impresos en la tarjeta.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">Después del almuerzo volvió a sacar las dos mitades y unió los bordes con cinta adhesiva. «¿Por qué estoy haciendo esto?», pensó.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">Poco antes de las cinco marcó el número.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">—Buenas tardes —dijo la voz del señor Steward.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">Norma por poco cuelga, pero se contuvo. Aclaró la garganta.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">—Habla la señora Lewis —dijo.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">—Sí, señora Lewis —el señor Steward le escuchó complacido.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">—Tengo curiosidad.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">—Es natural —dijo el señor Steward.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">—No es que crea una sola palabra de lo que nos dijo.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">—Sin embargo, es la pura verdad —contestó el señor Steward.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">—Bueno, como sea —Norma tragó saliva—. Cuando manifestó que alguien en el mundo moriría, ¿qué quiso decir?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13" page="0">—Exactamente eso —contestó—.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s14" id="nr-s14" page="0"> Podría ser cualquier persona. Todo lo que garantizamos es que usted no la conoce. Y, por supuesto, que usted no tendría que verla morir.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s14" id="nr-s14" page="0">—Por 50.000 dólares—dijo Norma.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s14" id="nr-s14" page="0">—Es correcto.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s14" id="nr-s14" page="0">Ella hizo un sonido de burla.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s14" id="nr-s14" page="0">—Eso es una locura.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s14" id="nr-s14" page="0">—Pero esa es la propuesta —dijo el señor Steward—.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0"> ¿Desea que le lleve de nuevo la unidad?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">Norma se puso tensa.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">—Claro que no —colgó malhumorada.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">El paquete estaba junto a la puerta principal, Norma lo vio al salir del ascensor. «Bueno, ¡qué frescura!», pensó. Fijó la mirada en el paquete mientras abría la puerta. «Simplemente no lo entraré», se dijo. Entró y empezó a preparar la cena.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">Más tarde, salió al pasillo principal. Abriendo la puerta, levantó el paquete y lo trasladó hasta la cocina, dejándolo sobre la mesa.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">Se sentó en la sala, mirando a través de la ventana. Después de un rato, fue a la cocina para colocar las chuletas en la parrilla. Colocó el paquete en la alacena inferior. Lo tiraría en la mañana.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">—Tal vez algún millonario excéntrico está jugando con la gente —dijo ella.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">Arthur levantó la mirada de su plato. —No te entiendo.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">—¿Qué quieres decir?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">—Olvídalo —le dijo a ella.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">Norma comió en silencio. De repente bajó su tenedor. —Supón que es una oferta real —dijo ella.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">Arthur se quedó mirándola.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">—Supón que es una oferta real.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">—Está bien, supón que lo es —él se veía incrédulo—. ¿Qué querrías hacer? ¿Volver a tener el botón y oprimirlo? ¿Asesinar a alguien?”</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">Norma pareció disgustada. —Asesinar.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">—¿Cómo lo definirías?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">—¿Si ni siquiera conoces a la persona? —dijo Norma.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">Arthur quedó estupefacto. —¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">—¿Si es algún viejo campesino chino a diez mil millas de distancia? ¿Algún aborigen enfermo en el Congo?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">—¿Qué tal un bebé en Pennsylvania? —Arthur replicó—. ¿Alguna hermosa niña en la otra cuadra?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">—Ahora estás exagerando las cosas.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">— Norma, el hecho es—continuó—, no importa a quién matas sigue siendo asesinato.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15" page="0">—El hecho es —interrumpió Norma—, si es alguien a quien nunca has visto en la vida y a quien nunca verás, alguien de cuya muerte ni siquiera tendrás que saber aun así ¿no apretarías el botón?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s16" id="nr-s16" page="0">Arthur se quedó mirándola, horrorizado. —¿Quieres decir que tú lo harías?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s16" id="nr-s16" page="0">—Cincuenta mil dólares, Arthur.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s16" id="nr-s16" page="0">—¿Qué tiene que ver la cantidad…</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s16" id="nr-s16" page="0">—Cincuenta mil dólares, Arthur —interrumpió Norma—. Una oportunidad para hacer ese viaje a Europa del que siempre hemos hablado.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s16" id="nr-s16" page="0">—Norma, no.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s16" id="nr-s16" page="0">—Una oportunidad para comprar esa cabaña en la isla.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s17" id="nr-s17" page="0">—Norma, no —su cara había palidecido.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s17" id="nr-s17" page="0">Ella se encogió de hombros. —Está bien, tranquilízate —dijo ella—. ¿Por qué te enojas tanto? Sólo estamos hablando.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s17" id="nr-s17" page="0">Después de la cena, Arthur fue a la sala. Antes de abandonar la mesa dijo:</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s17" id="nr-s17" page="0">—Preferiría no discutirlo más, si no te importa.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s17" id="nr-s17" page="0">Norma levantó los hombros. —Está bien.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s17" id="nr-s17" page="0">Ella se levantó más temprano que de costumbre para preparar panqueques, huevos y tocino para el desayuno de Arthur.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s17" id="nr-s17" page="0">—¿Qué estamos celebrando? —preguntó Arthur con una sonrisa.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s18" id="nr-s18" page="0">—No, no se trata de ninguna celebración —Norma se mostró ofendida—. Quise hacerlo, es todo.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s18" id="nr-s18" page="0">—Bueno —dijo él—, me alegro de que lo hayas hecho.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s18" id="nr-s18" page="0">Ella volvió a llenar la taza de Arthur. —Quería demostrarte que no soy… —se encogió de hombros.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s18" id="nr-s18" page="0">—¿Que no eres qué?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s18" id="nr-s18" page="0">—Egoísta.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s18" id="nr-s18" page="0">—¿Dije que lo eras?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s18" id="nr-s18" page="0">—Pues —ella gesticuló vagamente—, anoche.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s19" id="nr-s19" page="0">..</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s19" id="nr-s19" page="0">Arthur permaneció callado.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s19" id="nr-s19" page="0">—Toda esa charla acerca del botón —dijo Norma—. Creo que… pues, me malinterpretaste.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s19" id="nr-s19" page="0">—¿En qué sentido? —su voz fue cautelosa.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s19" id="nr-s19" page="0">—Creo que pensaste —gesticuló de nuevo— que yo sólo estaba pensando en mí.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s19" id="nr-s19" page="0">—Ah.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s19" id="nr-s19" page="0">—No lo hacía.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s20" id="nr-s20" page="0">—Norma…</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s20" id="nr-s20" page="0">—Pues no lo hacía. Cuando hablé de Europa, la casa en la isla…</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s20" id="nr-s20" page="0">—Norma, ¿por qué te estás involucrando tanto en esto?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s20" id="nr-s20" page="0">—De ninguna manera lo estoy haciendo —respiró nerviosamente—. Sólo intento decir que…</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s20" id="nr-s20" page="0">—¿Qué?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s20" id="nr-s20" page="0">—Que quisiera un viaje a Europa para nosotros. Que quisiera una cabaña en la isla para nosotros. Quisiera un apartamento mejor para nosotros, mejores muebles, mejor ropa, un auto. Me gustaría que nosotros por fin tuviéramos un bebé, a decir verdad.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s20" id="nr-s20" page="0">—Norma, ya lo haremos —dijo él.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s20" id="nr-s20" page="0">—¿Cuándo?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s20" id="nr-s20" page="0">Se quedó mirándola, consternado. —Norma…</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s20" id="nr-s20" page="0">—¡¿Cuándo?!</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s20" id="nr-s20" page="0">—¿Estás… —pareció retractarse un poco—, estás diciendo en serio…?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s20" id="nr-s20" page="0">—Estoy diciendo que probablemente lo están haciendo para un proyecto investigativo —lo interrumpió.—</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21" page="0">Que quieren saber qué haría la gente común frente a tal circunstancia, que sólo están diciendo que alguien moriría para estudiar las reacciones, para ver si hay sentimiento de culpa, ansiedad, ¡lo que sea! No crees que en realidad matarían a alguien, ¿verdad?”</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21" page="0">Él no contestó. Ella vio que a Arthur le temblaban las manos. Después de un rato él se levantó y se fue.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21" page="0">Cuando se había ido a trabajar, Norma permaneció en la mesa, mirando fijamente su café. «Voy a llegar tarde», pensó. Se encogió de hombros. ¿Qué importaba?, ella debería estar en casa y no trabajando en una oficina.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21" page="0">Mientras acomodaba los platos, se volvió abruptamente, se secó las manos y sacó el paquete de la alacena inferior. Lo abrió y colocó la unidad del botón sobre la mesa. Se quedó mirándola un rato antes de sacar la llave del sobre y retirar la cúpula de vidrio. Fijó su mirada en el botón. «Qué ridículo», pensó. «Todo este alboroto por un botón sin importancia».</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21" page="0">Estiró la mano y lo oprimió. «Por nosotros» —se dijo con rabia.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21" page="0">Se estremeció. ¿Estaría sucediendo? Un escalofrío aterrador la recorrió.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21" page="0">En un momento ya todo había terminado. Hizo un ruido desdeñoso. «Ridículo», pensó. «Exaltarse tanto por nada».</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21" page="0">Tiró la unidad del botón, la cúpula y la llave a la caneca de la basura y se apresuró a vestirse para ir al trabajo. Acababa de dar vuelta a los filetes para la cena cuando sonó el teléfono. Levantó la bocina. —¿Aló?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21" page="0">—¿Señora Lewis?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21" page="0">—¿Sí?</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21" page="0">—Este es el hospital Lenox Hill.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21" page="0">Se sintió irreal cuando la voz le informó del accidente en el subterráneo: los empujones de la multitud, Arthur había sido arrojado de la plataforma cuando el tren pasaba. Era consciente de que estaba negando con la cabeza pero no podía parar.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21" page="0">Cuando colgó, recordó la póliza de seguro de vida de Arthur por 25.000, con doble indemnización por…</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21" page="0">—¡No! Parecía que no podía respirar. Se incorporó con gran dificultad y caminó atontada hasta la cocina. Algo helado presionaba su cráneo mientras sacaba la unidad del botón de la caneca de la basura. No había clavos ni tornillos a la vista. No podía ver cómo estaba ensamblada.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21" page="0">De repente, comenzó a estrellarla contra el borde del lavaplatos, golpeándola cada vez con más violencia hasta que la madera se quebró. Separó las partes, cortándose los dedos sin darse cuenta. No había transistores en la caja, ni cables, ni tubos. La caja estaba vacía.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21" page="0">Se volvió con un grito ahogado cuando el teléfono sonó. Tropezándose para llegar hasta la sala, levantó la bocina.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21" page="0">—¿Señora Lewis? —preguntó el señor Steward.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s22" id="nr-s22" page="0">No era su voz la que chillaba de tal manera, no podía ser. —¡Usted dijo que yo no conocería al que muriera!</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s22" id="nr-s22" page="0">—Mi querida señora —dijo el señor Steward—, ¿en verdad cree que usted conocía a su esposo?</nr-sentence></div><br /><b><nr-sentence class="nr-s22" id="nr-s22" page="0">Richard Matheson</nr-sentence></b><nr-sentence class="nr-s22" id="nr-s22" page="0">, </nr-sentence><i><b><nr-sentence class="nr-s22" id="nr-s22" page="0">Botón, botón</nr-sentence></b></i><nr-sentence class="nr-s22" id="nr-s22" page="0">. Traducido por Jairo A. Sánchez Galvis.</nr-sentence><div><br /></div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Richard_Matheson" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="438" data-original-width="768" height="228" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhaQ_1u_9t3-kaam5q9rFqJfJCukI3dUkCU-BLC99ePcpfgljyQlLZadltsJ2qYYHSmKRB9L8HmL7lsJbyuA4rNgK2H9nuwtNpYZX2dvdMvwX7ulJkQARChaoTw1adGnBNwT7u6nbbFNjM/w400-h228/Matheson.jpg" width="400" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b><nr-sentence class="nr-s22" id="nr-s22" page="0">Richard Matheson</nr-sentence></b></div><br /><div><br /></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-20856802818153848912021-02-27T17:16:00.003+01:002021-02-27T18:37:30.490+01:00Ricardo Reques, Virus<div style="text-align: justify;"><b></b></div><div style="text-align: justify;"></div><blockquote><div style="text-align: justify;"><b>Virus </b></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Todo ocurrió como lo habían pensado. Un virus de diseño acabaría solo con un pequeño porcentaje de la población mundial, pero inocularía el miedo. Era la excusa perfecta para defender la necesidad de una vacuna. De forma sistemática inyectaron aquel suero a millones de personas: primero a nuestros abuelos, luego a nuestros padres. A los ocho meses comenzó el colapso de sus órganos. El humo de las incineradoras ensombreció el cielo durante meses. </div><div style="text-align: justify;">Nos prometieron un mundo mejor. Todo lo hicieron por nosotros —dijeron—, era la única posibilidad de sobrevivir. La sobrepoblación suponía la mayor amenaza a la vida en el planeta. Había que actuar de forma contundente, adaptarnos a un nuevo orden mundial. Solo quedamos niños y jóvenes junto a unos pocos mayores considerados por ellos mismos como necesarios y que fueron los que orquestaron todo aquello. Nos cuidaron durante años, crecimos y ahora solo vivimos para vengar a nuestros padres.</div></blockquote><div style="text-align: justify;"></div><p> <b>Ricardo Reques</b>, <i>Virus</i>.</p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://ricardoreques.blogspot.com/2021/02/ricardo-reques-virus.html" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1409" data-original-width="2048" height="275" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjIMDCbDZqn46oCCSYSpwODp6KSIgg9FzZLVKBSh0dHfjgc5X7HF4SRBFdRITSUaaSWhFloUfUY4mnzGAgKP2egknLKT3n-oZc3LXzs7bM_wl24rSIirNXcCAAduOkFqku2ew-mK6W05X8/w400-h275/Virus.jpg" width="400" /></a></div><br /><p><br /></p><div style="text-align: justify;"></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-12877574102844150652021-02-01T10:37:00.003+01:002021-02-01T10:37:23.308+01:00Ray Bradbury, El ruido de un trueno<b>El Ruido de un Trueno </b><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El anuncio en la pared parecía temblar bajo una móvil película de agua caliente. Eckels sintió que parpadeaba, y el anuncio ardió en la momentánea oscuridad: </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: center;">Safari en el Tiempo S.A </div><div style="text-align: center;">Safaris a cualquier año del pasado. </div><div style="text-align: center;">Usted elige el animal. Nosotros lo llevamos allí. </div><div style="text-align: center;">Usted lo mata. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Una flema tibia se le formó en la garganta a Eckels. Tragó saliva empujando hacia abajo la flema. Los músculos alrededor de la boca formaron una sonrisa, mientras alzaba lentamente la mano, y la mano se movió con un cheque de diez mil dólares ante el hombre del escritorio. </div><div style="text-align: justify;">-¿Este safari garantiza que yo regrese vivo? </div><div style="text-align: justify;">-No garantizamos nada -dijo el oficial-, excepto los dinosaurios.-. Este es el señor Travis, su guía safari en el pasado. Él le dirá a qué debe disparar y en qué momento. Si usted desobedece sus instrucciones, hay una multa de otros diez mil dólares, además de una posible acción del gobierno, a la vuelta. </div><div style="text-align: justify;">Eckels miró en el otro extremo de la vasta oficina la confusa maraña zumbante de cables y cajas de acero, y el aura ya anaranjada, ya plateada, ya azul. Era como el sonido de una gigantesca hoguera donde ardía el tiempo, todos los años y todos los calendarios del pergamino, todas las horas apilada en llamas. </div><div style="text-align: justify;">El roce de una mano, y este fuego se volvería maravillosamente, y en un instante, sobre sí mismo. Eckels recordó las palabras de los anuncios en la carta. De las brasas y cenizas, del polvo y los viejos años, como doradas salamandras, saltarán los viejos años, los verdes años; rosas endulzarán el aire, las canas se volverán negro ébano, las arrugas desaparecerán. Todo regresará volando a la semilla, huirá de la muerte, retornará a sus principios; los soles se elevarán en los cielos occidentales y se pondrán en los orientes gloriosos, las lunas se devorarán al revés a sí mismas, todas las cosas se meterán unas en otras como cajas chinas, los conejos entrarán en los sombreros, todo volverá a la fresca muerte, la muerte en la semilla, la muerte en verde, al tiempo anterior al comienzo, bastará el roce de una mano, el más leve roce de una mano. </div> <div style="text-align: justify;">-¡Infierno y condenación! -murmuró Eckels con la luz de la máquina en el rostro delgado-. Una verdadera máquina del tiempo. -Sacudió la cabeza-. Lo hace pensar a uno. Si la elección hubiera ido mal ayer, yo quizá estaría aquí huyendo de los resultados. Gracias a Dios ganó Keith. Será un buen presidente. </div><div style="text-align: justify;">-Sí -dijo el hombre detrás del escritorio-. Tenemos suerte. Si Deutscher hubiese ganado, tendríamos la peor de las dictaduras. Es el antitodo, militarista, anticristo, antihumano, antiintenlectual. La gente nos llamó, ya sabe usted, bromeando, pero no enteramente. Decían que si Deutscher era presidente, querían ir a vivir a 1492. Por supuesto, no nos ocupamos de organizar evasiones, sino safaris. De todos modos, el presidente es Keith. Ahora su única preocupación es... </div><div style="text-align: justify;">Eckels terminó la frase: </div><div style="text-align: justify;">-Matar mi dinosaurio. </div><div style="text-align: justify;">-Un Tyrannosaurus rex. El Lagarto del Trueno, el más terrible mounstro de la historia. Firme este permiso. Si le pasa algo, no somos responsables. Estos dinosaurios son voraces. </div><div style="text-align: justify;">Eckels enrojeció, enojado. </div><div style="text-align: justify;">-¡Trata de asustarme! </div><div style="text-align: justify;">-Francamente, sí. No queremos que vaya nadie que sienta pánico al primer tiro. El año pasado murieron seis jefes de safari y una docena de cazadores. Vamos a darle a usted la más extraordinaria emoción que un cazador pueda pretender. Lo enviaremos sesenta millones de años atrás para que disfrute de la mayor y más emocionate cacería de todos los tiempos. SU cheque está todavía aquí. Rómpalo. </div><div style="text-align: justify;">El señor Eckels miró el cheque largo rato. Se le retorcían los dedos. </div><div style="text-align: justify;">-Buena suerte –dijo el hombre detrás del mostrador-. El señor Travis está a su disposición. </div><div style="text-align: justify;">Cruzaron el salón silenciosamente, llevando los fusiles, hacia la Máquina, hacia el metal plateado y la luz rugiente. </div><div style="text-align: justify;">Primero un día y luego una noche y luego un día y luego una noche, y luego día- noche-día-noche-día. Una semana, un mes, un año, ¡una década! 2055. 2019. </div><div style="text-align: justify;">¡1999! ¡1957! ¡Desaparecieron! La Máquina rugió. </div><div style="text-align: justify;">Se pusieron los cascos de oxígeno y probaron los intercomunicadores. </div><div style="text-align: justify;">Eckels se balanceaba en el asiento almohadillado, con el rostro pálido y duro. Sintió un temblor en los brazos y bajó los ojos y vio que sus manos apretaban el </div> <div style="text-align: justify;">fusil. Había otros cuatro hombres en la Máquina. Travis, el jefe del safari, su asistente, Lesperance, y dos otros cazadores, Billings y Kramer. Se miraron unos a otros y los años llamearon alrededor. </div><div style="text-align: justify;">-¿Estos fusiles pueden matar a un dinosaurio de un tiro? –se oyó decir a Eckels. </div><div style="text-align: justify;">-Si da usted en el sitio preciso –dijo Travis por la radio del casco-. Algunos dinosaurios tienen dos cerebros, uno en la cabeza, otro en la columna espinal. No les tiraremos a éstos, y tendremos más probabilidades. Aciérteles con los dos primeros tiros a los ojos, si puede, cegándolo, y luego dispare al cerebro. </div><div style="text-align: justify;">La Máquina aulló. El tiempo era un película que corría hacia atrás. Pasaron soles, y luego diez millones de lunas. </div><div style="text-align: justify;">-Dios santo –dijo Eckels-. Los cazadores de todos los tiempos nos envidiarían hoy. África al lado de esto parece Illinois. </div><div style="text-align: justify;">El sol se detuvo en el cielo. </div><div style="text-align: justify;">La niebla que había envuelto la Máquina se desvaneció. Se encontraban en los viejos tiempos, tiempos muy viejos en verdad, tres cazadores y dos jefes de safari con sus metálicos rifles azules en las rodillas. </div><div style="text-align: justify;">-Cristo no ha nacido aún –dijo Travis-. Moisés no ha subido a la montaña a hablar con Dios. Las pirámides están todavía en la tierra, esperando. Recuerde que Alejandro, Julio César, Napoleón, Hitler... no han existido. </div><div style="text-align: justify;">Los hombres asintieron con movimientos de cabeza. </div><div style="text-align: justify;">-Eso –señaló el señor Travis- es la jungla de sesenta millones dos mil cincuenta y cinco años antes del presidente Keith. </div><div style="text-align: justify;">Mostró un sendero de metal que se perdía en la vegetación salvaje, sobre pantanos humeantes, entre palmeras y helechos gigantescos. </div><div style="text-align: justify;">-Y eso –dijo- es el Sendero, instalado por Safari en el Tiempo para su provecho. Flota a diez centímetros del suelo. No toca ni siquiera una brizna, una flor o un árbol. Es de metal antigravitatorio. El propósito del Sendero es impedir que toque usted este mundo del pasado de algún modo. No se salga del Sendero. Repito. No se salga de él. ¡Por ningún motivo! Si se cae del Sendero hay una multa. Y no tire contra ningún animal que nosotros no aprobemos. </div><div style="text-align: justify;">-¿Por qué? –preguntó Eckels. </div><div style="text-align: justify;">Estaban en la antigua selva. Unos pájaros lejanos gritaban en el viento, y había un olor de alquitrán y viejo mar salado, hierbas húmedas y flores de color de sangre. </div> <div style="text-align: justify;">-No queremos cambiar el futuro. Este mundo del pasado no es el nuestro. Al gobierno no le gusta que estemos aquí. Tenemos que dar mucho dinero para conservar nuestras franquicias. Una máquina del tiempo es un asunto delicado. Podemos matar inadvertidamente un animal importante, un pájaro, un coleóptero, aun una flor, destruyendo así un eslabón importante en la evolución de las especies. </div><div style="text-align: justify;">-No me parece muy claro –dijo Eckels. </div><div style="text-align: justify;">-Muy bien –continuó Travis-, digamos que accidentalmente matamos aquí un ratón. Eso significa destruir las futuras familias de este individuo, ¿entiende? </div><div style="text-align: justify;">-Entiendo. </div><div style="text-align: justify;">-¡Y todas las familias de las familias de ese individuo! Con sólo un pisotón usted primero uno, luego una docena, luego mil, un millón, ¡un billón de posibles ratones! </div><div style="text-align: justify;">-Bueno, ¿y eso qué? –inquirió Eckels. </div><div style="text-align: justify;">-¿Eso qué? –gruñó suavemente Travis-. ¿Qué pasa con los zorros que necesitan esos ratones sobrevivir?. Por falta de diez ratones muere un zorro. Por falta de diez zorros, un león muere de hambre. Por falta de un león, especies enteras de insectos, buitres, infinitos billones de formas de vida son arrojados al caos y la destrucción. Al final todo se reduce a esto: cincuenta y nueve millones de años más tarde, un hombre de las cavernas, uno de la única docena que hay en todo el mundo, sale a cazar un jabalí o un tigre para alimentarse. Pero usted, amigo, ha aplastado con el pie a todos los tigres de esa zona al haber pisado un ratón. Así que el hombre de las cavernas se muere de hambre. Y el hombre de las cavernas, no lo olvide, no es un hombre que pueda desperdiciarse, ¡no! Es toda una futura nación. De él nacerán diez hijos. De ellos nacerán cien hijos, y así hasta llegar a nuestros días. Destruya usted a ese hombre, y destruye usted una raza, un pueblo, toda una historia viviente. Es como asesinar a uno de los nietos de Adán. El pie que ha puesto sobre el ratón desencadenará así un terremoto, y sus efectos sacudirán nuestra tierra y nuestros destinos a través del tiempo, hasta sus raíces. Con la muerte de ese hombre de las cavernas, un billón de otros hombres no saldrán nunca de la matriz. Quizá Roma no se alce nunca sobre las siete colinas. Quizá Europa sea para siempre un bosque oscuro, y sólo crezca Asia saludable y prolífica. Pise usted un ratón y dejará su huella, como un abismo en la eternidad. La reina Isabel no nacerá nunca, Washington no cruzará el Delaware, nunca habrá un país llamado Estados unidos. Tenga cuidado. No se salga del Sendero. ¡Nunca pise afuera! </div><div style="text-align: justify;">-Ya veo –dijo Eckels-. Ni siquiera debemos pisar la hierba. </div><div style="text-align: justify;">-Correcto. Al aplastar ciertas plantas quizá sólo sumemos factores infinitesimales. Pero un pequeño error aquí se multiplicará en sesenta millones de años hasta alcanzar proporciones extraordinarias. Por supuesto, quizá nuestra teoría esté </div> <div style="text-align: justify;">equivocada. Quizá nosotros no podamos cambiar el tiempo. O tal vez sólo pueda cambiarse de modos muy sutiles. Quizá un ratón muerto aquí provoque un desequilibrio entre los insectos de allá, una desproporción en la población más tarde, una mala cosecha liego, una depresión, hambres colectivas, y, finalmente, un cambio en la conducta social de alejados países. O algo mucho más sutil. Quizá un suave aliento, un murmullo, un cabello, polen en el aire, un cambio tan, tan leve que uno podría notarlo sólo mirando de muy cerca. ¿Quién lo sabe? </div><div style="text-align: justify;">¿Quién puede decir que realmente lo sabe? No nosotros. Nuestra teoría no es más que una hipótesis. Pero mientras no sepamos con seguridad si nuestros viajes en el tiempo pueden terminar en un gran estruendo o en un imperceptible crujido, tenemos que tener mucho cuidado. Esta máquina, este sendero, nuestros cuerpos y nuestras ropas han sido esterilizados, como usted sabe, antes del viaje. Llevamos estos cascos de oxígeno para no introducir nuestras bacterias en una antigua atmósfera. </div><div style="text-align: justify;">-¿Cómo sabemos que animales podemos matar? </div><div style="text-align: justify;">-Están marcados con pintura roja –dijo Travis-. Hoy, antes de nuestro viaje, enviamos aquí a Lesperance con la Máquina. Vino a esta Era particular y siguió a ciertos animales. </div><div style="text-align: justify;">-¿Para estudiarlos? </div><div style="text-align: justify;">-Exactamente –dijo Travis-. Los rastreó a lo largo de toda su existencia, observando cuáles vivían mucho tiempo. Muy pocos. Cuántas veces se acoplaban. Pocas, La vida es breve. Cuando encontraba alguno que iba a morir aplastado por un árbol u otro que se ahogaba en un pozo de alquitrán, anotaba la hora exacta, el minuto y el segundo, y le arrojaba una bomba de pintura que el manchaba de rojo el costado. No podemos equivocarnos. Luego midió nuestra llegada al pasado de modo que no nos encontremos con el monstruo más de dos minutos antes de aquella muerte. De este modo, sólo matamos animales sin futuro, que nunca volverán a acoplarse. ¿Comprende que cuidadosos somos? </div><div style="text-align: justify;">-Pero si ustedes vinieron esta mañana –dijo Eckels ansiosamente-, debían haberse encontrado con nosotros, nuestro safari. ¿Qué ocurrió? ¿Tuvimos éxito? </div><div style="text-align: justify;">¿Salimos todos... vivos? </div><div style="text-align: justify;">Travis y Lesperance se miraron. </div><div style="text-align: justify;">-Eso hubiese sido una paradoja –habló Lesperance-. El tiempo no permite esas confusiones..., un hombre que se encuentra consigo mismo, Cuando va a ocurrir algo parecido, el tiempo se hace a un lado. Como un avión que cae en un pozo de aire. ¿Sintió usted ese salto de la Máquina, poco antes de nuestra llegada? Estábamos cruzándonos con nosotros mismos que volvíamos al futuro. No vimos nada. No hay modo de saber si esta expedición fue un éxito, si cazamos nuestro monstruo, o si todos nosotros, y usted, señor Eckels, salimos con vida. </div> <div style="text-align: justify;">Eckels sonrió débilmente. </div><div style="text-align: justify;">-Dejemos esto –dijo Travis con brusquedad-. ¡Todos de pie! Se prepararon a dejar la Máquina. </div><div style="text-align: justify;">La jungla era alta y la jungla era ancha y la jungla era todo el mundo por siempre y para siempre. Sonidos como música y sonidos como lonas voladoras llenaban el aire: los pterodáctilos que volaban con cavernosas alas grises, murciélagos gigantes nacidos del delirio de una noche febril. </div><div style="text-align: justify;">Eckels, guardando el equilibrio en el estrecho sendero, apuntó con su rifle, bromeando. </div><div style="text-align: justify;">-¡No haga eso! –dijo Travis-. ¡No apunte ni siquiera en broma, maldita sea! Si se le dispara el arma... </div><div style="text-align: justify;">Eckels enrojeció. </div><div style="text-align: justify;">-¿Dónde está nuestro Tyrannosaurus? Lesperance miró su reloj de pulsera. </div><div style="text-align: justify;">-Adelante. Nos cruzaremos con él dentro de sesenta segundos. Busque la pintura roja, por Cristo. No dispare hasta que se lo digamos. Quédese en el Sendero. ¡ Quédese en el Sendero! </div><div style="text-align: justify;">Se adelantaron en el viento de la mañana. </div><div style="text-align: justify;">-Qué raro –murmuró Eckels-. Allá delante, a sesenta millones de años, ha pasado el día de elección. Keith es presidente. Todos celebran. Y aquí, ellos no existen aún. Las cosas que nos preocuparon durante meses, toda una vida, no nacieron ni fueron pensadas aún. </div><div style="text-align: justify;">-¡Levanten todos el seguro, todos! –ordenó Travis-. Usted dispare primero, Eckels. Luego, Billings. Luego, Kramer. </div><div style="text-align: justify;">-He cazado tigres, jabalíes, búfalos, elefantes, pero Jesús, esto es caza –comentó Eckels-. Tiemblo como un niño. </div><div style="text-align: justify;">-Ah –dijo Travis. Todos se detuvieron. Travis alzó una mano. </div> <div style="text-align: justify;">-Ahí delante –susurró-. En la niebla. Ahí está Su Alteza Real. </div><div style="text-align: justify;">La jungla era ancha y llena de gorjeos, crujidos, murmullos y suspiros. De pronto todo cesó, como si alguien hubiese cerrado una puerta. </div><div style="text-align: justify;">Silencio. </div><div style="text-align: justify;">El ruido de un trueno. </div><div style="text-align: justify;">De la niebla, a cien metros de distancia salió el Tyrannosaurus rex. </div><div style="text-align: justify;">-Jesucristo –murmuró Eckels. </div><div style="text-align: justify;">-¡Chist! </div><div style="text-align: justify;">Venía a grandes trancos, sobre patas aceitadas y elásticas. Se alzaba diez metros por encima de los árboles, un gran dios del mal, apretando sus delicadas garras de relojero contra el oleoso pecho de reptil. Cada pata inferior era un pistón, quinientos kilos de huesos blancos, hundidos en gruesas cuerdas de músculos, encerrados en una vaina de piel centelleante y áspera, como la cota de malla de un guerrero terrible. Cada muslo era una tonelada de carne, marfil y acero. Y de la gran caja de aire del torso colgaban los dos brazos delicados, brazos con manos que podían alzar y examinar a los hombres como juguetes, mientras el cuelo de serpiente se retorcía sobre sí mismo. Y la cabeza, una tonelada de piedra esculpida que se alzaba fácilmente hacia el cielo. En la boca entreabierta asomaba una cerca de dientes como dagas. Los ojos giraban en las órbitas, ojos vacíos, que nada expresaban, excepto hambre. Cerraba la boca en una mueca de muerte. Corría, y los huesos de la pelvis hacían a un lado árboles y arbustos, y los pies se hundían en la tierra dejando huellas de quince centímetros de profundidad. Corría como si diese unos deslizantes pasos de baile, demasiado erecto y en equilibrio para sus diez toneladas. Entró fatigosamente en el área de sol, y sus hermosas manos de reptil tantearon el aire. </div><div style="text-align: justify;">-¡Dios mío! –Eckels torció la boca-. Puede incorporarse y alcanzar la luna. </div><div style="text-align: justify;">-¡Chist! –Travis sacudió bruscamente la cabeza-. Todavía no nos vio. </div><div style="text-align: justify;">-No es posible matarlo. –Eckels emitió con serenidad este veredicto, como si fuese indiscutible. Había visto la evidencia y ésta era su razonada opinión. El arma en sus manos parecía un rifle de aire comprimido-. Hemos sido unos locos. Esto es imposible. </div><div style="text-align: justify;">-¡Cállese!- siseó Travis. </div><div style="text-align: justify;">-Una pesadilla. </div> <div style="text-align: justify;">-Dé media vuelta –ordenó Travis-. Vaya tranquilamente hasta la Máquina. Le devolveremos mitad del dinero. </div><div style="text-align: justify;">-No imaginé que fuera tan grande –dijo Eckels-. Calculé mal. Eso es todo. Y ahora quiero irme. </div><div style="text-align: justify;">-¡Nos vio! </div><div style="text-align: justify;">-¡Ahí está la pintura roja en el pecho! </div><div style="text-align: justify;">El Lagarto del Trueno se incorporó. Su armadura brilló como mil monedas verdes. Las monedas, embarradas, humeaban. En el barro se movían diminutos insectos, de modo que todo el cuerpo parecía retorcerse y ondular, aun cuando el monstruo mismo no se moviera. El monstruo resopló. Un hedor de sangre cruda cruzó la jungla. </div><div style="text-align: justify;">-Sáquenme de aquí –pidió Eckels-. Nunca fue como esta vez. Siempre supe que saldría vivo. Tuve buenos guías, buenos safaris, y protección. Esta vez me he equivocado. Me he encontrado con la horma de mi zapato, y lo admito. Esto es demasiado para mí. </div><div style="text-align: justify;">-No corra –dijo Lesperance-. Vuélvase. Ocúltese en la Máquina. </div><div style="text-align: justify;">-Sí. </div><div style="text-align: justify;">Eckels parecía aturdido. Se miró los pies como si tratara de moverlos. Lanzó un gruñido de desesperanza. </div><div style="text-align: justify;">- ¡Eckels! </div><div style="text-align: justify;">Eckels dio unos pocos pasos, parpadeando, arrastrando los pies. </div><div style="text-align: justify;">- ¡Por ahí no! </div><div style="text-align: justify;">El monstruo, al advertir un movimiento, se lanzó hacia adelante ton un grito terrible. En cuatro segundos cubrió cien metros. Los rifles se alzaron y llamearon. De la boca del monstruo salió un torbellino que los envolvió con un olor de barro y sangre vieja. El monstruo rugió con los dientes brillantes al sol. </div><div style="text-align: justify;">Eckels, sin mirar atrás, caminó ciegamente hasta el borde del Sendero, con el rifle que le colgaba de los brazos. Salió del Sendero, y caminó, y caminó por la jungla,. Los pies se le hundieron en un musgo verde. Lo llevaban las piernas, Y se sintió solo y alejado de lo que ocurría atrás. </div> <div style="text-align: justify;">Los rifles dispararon otra vez. El ruido se perdió en chillidos y truenos. La gran Palanca de la cola del reptil se alzó sacudiéndose. Los árboles estallaron en nubes de hojas y ramas. El monstruo retorció sus manos de joyero y las bajó como para acariciar a los hombres, para partirlos en dos, aplastarlos como cerezas, meterlos entre los dientes y en la rugiente garganta. Sus ojos de canto rodado bajaron a la altura de los hombres, que vieron sus propias imágenes. Dispararon sus armas contra las pestañas metálicas y los brillantes iris negros. </div><div style="text-align: justify;">Como un ídolo de piedra, Como el desprendimiento de una montaña, el Tyrannosaurus cayó. Con un trueno, se abrazó a unos árboles, los arrastró en su caída. Torció y quebró el Sendero de Metal. Los hombres retrocedieron alejándose. El cuerpo golpeó el suelo, diez toneladas de carne fría y piedra. Los rifles dispararon. El monstruo azotó el aire con su cola acorazada, retorció sus mandíbulas de serpiente, y ya no se movió. Una fuente de sangre le brotó de la garganta. En alguna parte, adentro, estalló un saco de fluidos. Unas bocanadas nauseabundas empaparon a los cazadores. Los hombres se quedaron mirándolo, rojos y resplandecientes. </div><div style="text-align: justify;">El trueno se apagó. </div><div style="text-align: justify;">La jungla estaba en silencio. Luego de la tormenta, una gran paz. Luego de la pesadilla, la mañana. </div><div style="text-align: justify;">Billings y Krarner se sentaron en el sendero y vomitaron. Travis y Lesperance, de pie, sosteniendo aún los rifles humeantes, juraban continuarnente. </div><div style="text-align: justify;">En la Máquina de¡ Tiempo, cara abajo, yacía Eckelsl estremeciéndose. Había encontrado el camino de vuelta al Sendero y había subido a la Máquina. </div><div style="text-align: justify;">Travis se acercó, lanzó una ojeada a Eckels, sacó unos trozos de algodón de una caja metálica y volvió junto a los otros, sentados en el Sendero. </div><div style="text-align: justify;">-Límpiense. </div><div style="text-align: justify;">Limpiaron la sangre de los cascos. El monstruo yacía como una loma de carne sólida. En su interior uno podía oír los suspiros y murmullos a medida que morían las más lejanas de las cámaras, y los órganos dejaban de funcionar, y los líquidos corrían un último instante de un receptáculo a una cavidad, a una glándula, y todo se cerraba para siempre. Era como estar junto a una locomotora estropeada o una excavadora de vapor en el momento en que se abren: las válvulas o se las cierra herméticamente. Los huesos crujían. La propia carne, perdido el equilibrio, cayó como peso muerto sobre los delicados antebrazos, quebrándolos. </div><div style="text-align: justify;">Otro crujido. Allá arriba, la gigantesca rama de un árbol se rompió y cayó. Golpeó a la bestia muerta como algo final. </div> <div style="text-align: justify;">-Ahí está -Lesperance miró su reloj-. Justo a tiempo. Ese es el árbol gigantesco que originalmente debía caer y matar al animal. </div><div style="text-align: justify;">Miró a los dos cazadores ¿Quieren la fotografía trofeo? </div><div style="text-align: justify;">-¿Qué? </div><div style="text-align: justify;">-No podemos llevar un trofeo al futuro; El cuerpo tiene que quedarse aquí donde hubiese muerto originalmente, de modo que los insectos, los pájaros y las bacterias puedan vivir de él, como estaba previsto. Todo debe mantener su equilibrio. Dejamos el cuerpo. Pero podemos llevar una foto con ustedes al lado. </div><div style="text-align: justify;">Los dos hombres trataron de pensar, pero al fin sacudieron la cabeza. </div><div style="text-align: justify;">Caminaron a lo largo del Sendero de Metal. Se dejaron caer de modo cansino en los almohadones de la Máquina. Miraron otra vez el monstruo caído, -el monte paralizado, donde unos raros pájaros reptiles y unos insectos dorados trabajaban ya en la humeante armadura. </div><div style="text-align: justify;">Un sonido en el piso de la Máquina del Tiempo los endureció. Eckels estaba allí, temblando. </div><div style="text-align: justify;">-Lo siento -dijo al fin. </div><div style="text-align: justify;">- ¡Levántese! -gritó Travis. Eckels se levantó. </div><div style="text-align: justify;">- ¡Vaya por ese sendero, solo! -agregó Travis, apuntando con el rifle-. Usted no volverá a la Máquina. ¡Lo dejaremos aquí! </div><div style="text-align: justify;">Lesperance tomó a Travis por el brazo. </div><div style="text-align: justify;">-Espera... </div><div style="text-align: justify;">- ¡No te metas en esto! -Travis se sacudió apartando la mano-. Este hijo de perra casi nos mata. Pero eso no es bastante. Diablo, no. ¡Sus zapatos! ¡Míralos! -Salió del Sendero. ¡Dios mío, estamos arruinados! Cristo sabe qué multa nos pondrán. </div><div style="text-align: justify;">¡Decenas de miles de dólares! Garantizamos que nadie dejaría el Sendero. Y él lo dejó. ¡Oh, condenado tonto! Tendré que informar al gobierno. Pueden hasta quitarnos la licencia. ¡Dios sabe lo que le ha hecho al tiempo, a la Historia! </div><div style="text-align: justify;">-Cálmate. Sólo pisó un poco de barro. </div><div style="text-align: justify;">- ¡Cómo podemos saberlo? -gritó Travis-. ¡No sabemos nada! ¡Es un condenado misterio! ¡Fuera de aquí, Eckels! </div> <div style="text-align: justify;">Eckels buscó en su chaqueta. </div><div style="text-align: justify;">-Pagaré cualquier cosa. ¡Cien mil dólares! </div><div style="text-align: justify;">Travis miró enojado la libreta de cheques de Eckels y escupió. </div><div style="text-align: justify;">-Vaya allí. El monstruo está junto al Sendero. Métale los brazos hasta los codos en la boca, y vuelva. </div><div style="text-align: justify;">- ¡Eso no tiene sentido! </div><div style="text-align: justify;">-El monstruo está muerto, cobarde bastardo. ¡Las balas! No podemos dejar aquí las balas. No pertenecen al pasado, pueden cambiar algo. Tome mi cuchillo. </div><div style="text-align: justify;">¡Extráigalas! </div><div style="text-align: justify;">La jungla estaba viva otra vez, con los viejos temblores y los gritos de los pájaros. Eckels se volvió lentamente a mirar al primitivo vaciadero de basura, la montaña de pesadillas y terror. Luego de un rato, como un sonámbulo, se fue, arrastrando los pies. </div><div style="text-align: justify;">Regresó temblando cinco minutos más tarde, con los brazos empapados Y rojos hasta los codos. Extendió las manos. En cada una había un montón de balas. Luego cayó. Se quedó allí, en el suelo, sin moverse. </div><div style="text-align: justify;">-No había por qué obligarlo a eso -dijo Lesperance. </div><div style="text-align: justify;">-¿No? Es demasiado Pronto para saberlo. -Travis tocó con el pie el cuerpo inmóvil. </div><div style="text-align: justify;">-Vivirá. La Próxima vez no buscará cazas como ésta. Muy bien. -Le hizo una fatigada seña con el pulgar a Lesperance-. Enciende. Volvamos a casa. </div><div style="text-align: justify;">1492.1776.1812. </div><div style="text-align: justify;">Se limpiaron las caras Y manos. Se cambiaron las camisas Y pantalones. Eckels se había incorporado y se paseaba sin hablar. Travis lo miró furiosamente durante diez minutos. </div><div style="text-align: justify;">-No me mire -gritó Eckels-. No hice nada. </div><div style="text-align: justify;">-¿Quién puede decirlo? </div><div style="text-align: justify;">-Salí de] sendero, eso es todo; traje un poco de barro en los zapatos. ¿Qué quiere que haga? ¿Que me arrodille y rece? </div> <div style="text-align: justify;">-Quizá lo necesitemos. Se lo advierto, Eckels. Todavía puedo matarlo. Tengo listo el fusil. </div><div style="text-align: justify;">-Soy inocente. ¡No he hecho nada! 1999.2000.2055. </div><div style="text-align: justify;">La máquina se detuvo. </div><div style="text-align: justify;">-Afuera -dijo Travis. </div><div style="text-align: justify;">El cuarto estaba como lo habían dejado. Pero no de modo tan preciso. El mismo hombre estaba s entado detrás del mismo escritorio. Pero no exactamente el mismo hombre detrás del mismo escritorio. </div><div style="text-align: justify;">Travis miró alrededor con rapidez. </div><div style="text-align: justify;">-¿Todo bien aquí? -estalló. </div><div style="text-align: justify;">-Muy bien. ¡Bienvenidos! </div><div style="text-align: justify;">Travis no se sintió tranquilo. Parecía estudiar hasta los átomos del aire, el modo como entraba la luz del sol por la única ventana alta. </div><div style="text-align: justify;">-Muy bien, Eckels, puede salir. No vuelva nunca. Eckels no se movió. </div><div style="text-align: justify;">-¿No me ha oído? -dijo Travis-. ¿Qué mira? </div><div style="text-align: justify;">Eckels olía el aire, y había algo en el aire, una sustancia química tan sutil, tan leve, que sólo el débil grito de sus sentidos subliminales le advertía que estaba allí. Los colores blanco, gris, azul, anaranjado, de las paredes, del mobiliario, del cielo más allá de la ventana, eran... eran... Y había una sensación. Se estremeció. Le temblaron las manos. Se quedó oliendo aquel elemento raro con todos los poros del cuerpo. En alguna parte alguien debía de estar tocando uno de esos silbatos que sólo pueden oír los perros. Su cuerpo respondió con un grito silencioso. Más allá de este cuarto, más allá de esta pared, más allá de este hombre que no era exactamente el mismo hombre detrás del mismo escritorio..., se extendía todo un mundo de calles Y gente. Qué suerte de mundo era ahora, no se podía saber. Podía sentirlos cómo se movían, más allá de los muros, casi, como piezas de ajedrez que arrastraban un viento seco... </div><div style="text-align: justify;">Pero había algo más inmediato. El anuncio pintado en la pared de la oficina, el mismo anuncio que había leído aquel mismo día al entrar allí por vez primera. </div> <div style="text-align: justify;">De algún modo el anuncio había cambiado. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: center;">SEFARI EN EL TIEMPO. S.A. </div><div style="text-align: center;">SEFARIS A KUALKUIER AÑO DEL PASADO </div><div style="text-align: center;">USTE NOMBRA EL ANIMAL. </div><div style="text-align: center;">NOSOTROS LO LLEBAMOS </div><div style="text-align: center;">AYI. USTE LO MATA. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Eckels sintió que caía en una silla. Tanteó insensatamente el grueso barro de sus botas. Sacó un trozo, temblando. </div><div style="text-align: justify;">-No, no puede ser. Algo tan pequeño. No puede ser. ¡No! </div><div style="text-align: justify;">Hundida en el barro, brillante, verde, y dorada, y negra, había una mariposa, muy hermosa y muy muerta. </div><div style="text-align: justify;">- ¡No algo tan pequeño! ¡No una mariposa! -gritó Eckels. </div><div style="text-align: justify;">Cayó al suelo una cosa exquisita, una cosa pequeña que podía destruir todos los equilibrios, derribando primero la línea de un pequeño dominó, y luego de un gran dominó, y luego de un gigantesco dominó, a lo largo de los años, a través del tiempo. La mente de Eckels giró sobre sí misma. La mariposa no podía cambiar las cosas. Matar una mariposa no podía ser tan importante. ¿Podía? </div><div style="text-align: justify;">Tenía el rostro helado. Preguntó, temblándole la boca: </div><div style="text-align: justify;">-¿Quién... quién ganó la elección presidencial ayer?' El hombre detrás del mostrador se rio. </div><div style="text-align: justify;">-¿Se burla de mí? Lo sabe muy bien. ¡Deutscher, por supuesto! No ese condenado debilucho de Keith. Tenemos un hombre fuerte ahora, un hombre de agallas. ¡Sí, señor! -El oficial calló-. ¿Qué pasa? </div><div style="text-align: justify;">Eckels gimió. Cayó de rodillas. Recogió la mariposa dorada con dedos temblorosos. </div><div style="text-align: justify;">-¿No podríamos -se preguntó a sí mismo, le preguntó al mundo, a los oficiales, a la Máquina-, no podríamos llevarla allá no podríamos hacerla vivir otra vez? ¿No podríamos empezar de nuevo? ¿No podríamos ... ? </div><div style="text-align: justify;">No se movió. Con los ojos cerrados, esperó estremeciéndose. Oyó que Travis gritaba; oyó que Travis preparaba el rifle, alzaba el seguro, y apuntaba. </div><div style="text-align: justify;">El ruido de un trueno.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Ray_Bradbury" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="416" data-original-width="610" height="272" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiOR5N1qLzhJcyBovAeQidCtmQv5OH0de6yPcwzn3zHEKZOnx5LmEqjKQANJw1uTxUZGgY9Or9kgZ1T7QIE60IZCqAFR895WxVoPNjjFgYxmRgUGOwOkfLx5kg_d1AgwwWN4H9YAi_K-o0/w400-h272/Bradbury%252C+Brad.jpg" width="400" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b>Ray Bradbury</b></div><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-60573940109175674772020-12-18T17:07:00.005+01:002020-12-18T17:11:52.023+01:00Sara Mesa, Arbolito<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div>
<b>Arbolito.</b></div>
<div><span style="text-align: justify;">En realidad, casi todo lo que cuento trata de otra cosa.</span></div><div style="text-align: justify;">Quiero decir, parece que va de algo, pero hay otro algo detrás, agazapado, presto a saltar en el momento en que menos lo espero.<br />Puede pasar con lo más tonto, que en ocasiones esconde en su interior, como una almendrita tras su cáscara, lo más jugoso.<br />De hecho, es en lo más tonto, en lo anecdótico, lo trivial y lo cotidiano, en esos soplos de vida que me asaltan aquí y allá sin darse la menor importancia, donde más me sucede.<br />Me fijo en tonterías y solo con el paso del tiempo comprendo que de tonterías nada, que ahí hay miga.<br />O sea, que mi curiosidad está un poco confundida y bastante desviada.<br />Y si a veces acierta, es justo porque apunta hacia el lado incorrecto.<br />Esto debo explicarlo con ejemplos, así que contaré aquello que nos pasó una vez en Dying Street.<br />Dying Street, sobra decirlo, no es el verdadero nombre de la calle. La habíamos bautizado así para no llamarla directamente Calle de Los Moribundos, que tampoco es su verdadero nombre pero sí el más ajustado.<br />Solíamos recorrerla en nuestros largos paseos nocturnos con Fúlner. Parecía gustarle. Olisqueaba las aceras estrechas, el aroma a puchero del día siguiente, la tortilla de la cena, sofrito y pan tostado. Casas chatas, de una sola planta. Casas de pueblo, encaladas o recubiertas con azulejos feos –azulejos de cuarto de baño–, y su plaza de aparcamiento de minusválidos en la entrada, una de cada dos casitas con su plaza –quien dice minusválidos dice ancianos y enfermos–.<br />Por las ventanas semiabiertas los veíamos acostados, con la mirada perdida en el televisor, escuchando la radio o simplemente dormitando, en camas hospitalizadas, algunos con botella de oxígeno y mascarilla, escuchimizados y casi siempre solos.<br />El olor de Dying Street, la calle de aquellos a quienes solo les quedan tres telediarios, es el de la atención low cost a domicilio –que no es atención ni es nada–.<br />¿Por qué se habían juntado tantos en esa calle?<br />Y luego aquella casa diminuta, con la puerta siempre abierta, protegida de las inundaciones con un simple panel de madera cruzado a media altura, y la señora dentro, pesada, greñosa, con las piernas hinchadas, hundida en el sofá a tan solo dos metros de la tele, encendida día y noche a todo trapo.<br />Pasábamos por delante, Fúlner se asomaba a curiosear y nuestras miradas se cruzaban durante unos segundos, la de la señora y la nuestra, sin saludarnos, porque se saluda a quien se ve por la calle pero no a quien está dentro de su casa.<br />Pobre mujer, decíamos, pero lo decíamos sin dramatismo, la vida en Dying Street no da para más líos, es ley natural: unos nacen, otros mueren y otros se quedan aquí, un poco rezagados, esperando. ¿Iría alguien a verla?, nos preguntábamos. ¿Por qué nunca cierra la puerta? ¡Qué casa más pequeña! Pobre mujer, repetíamos, y lo de los tres telediarios, etc.<br />Incluso con el frío, la puerta abierta. Incluso con el frío de diciembre, la Navidad y todo eso. ¿Cómo es Dying Street un 24 de diciembre a las, pongamos, nueve de la noche?<br />Fuimos porque a Fúlner hay que sacarlo de todos modos y porque, qué diablos, Dying Street está a solo diez minutos de casa.<br />Las lucecitas navideñas nos reconfortaron ya desde la esquina. Bueno, dijimos, al menos alguien está de celebración, al menos eso.<br />Se reflejaban en la pared de enfrente, parpadeando, un-dos-tres-un-dos-tres, azules-rojas-verdes, muy alegres.<br />En algunas fachadas colgaban papanoeles de los chinos o eso tan chovinista, tan poco cristiano si uno lo piensa bien, de Cristo nació aquí, y guirnaldas de plástico, y ramas de acebo, también de plástico.<br />Pero las lucecitas, ah, las lucecitas no venían de cualquier lado, salían de aquella casa, la de la puerta siempre abierta.<br />Fúlner, inmune a la danza de colores, avanzaba con el hocico pegado al suelo –¿Hay menú especial esta vez, querido Fúlner? ¿Cordero? ¿Pavo?–, pero nosotros nos dejamos llevar por la alegría boba, superficial, de imaginar una fiesta familiar en la que la señora, la de las piernas hinchadas y las greñas, era esta vez el centro.<br />El ruido del televisor contribuía lo suyo a nuestra fabulación, un ruido festivo, bullicioso, que enmascaraba la verdad hacia la que nos acercábamos, aquella que descubrimos al pasar ante la puerta, y es que la mujer estaba sola, en el mismo lugar de siempre, viendo la tele igual que siempre, solo que con un pequeño arbolito artificial que echaba rágafas de luces, psicodelia desmesurada también del chino.<br />Nuestras miradas, entonces, se encontraron.<br />En la nuestra no sé lo que había; en la suya, repentino, un brillito de entusiasmo. Niña, niña, me llamó, acércate un momento.<br />¿Quería felicitarme? ¿Quizá solo buscaba charlar un rato, una noche como esa, en que la soledad se adensa y se hace intolerable? Entré como pude, saltando sobre el panel de madera.<br />En qué puedo ayudar, dije. La señora señaló el arbolito. Se lo habían regalado sus nietos, explicó, cuando fueron a verla un poco antes. Es muy bonito, dije. ¿Tú podrías apagarlo?, me pidió. Sí, supongo que sí, pero ¿por qué? ¡Es tan bonito!, repetí.<br />Porque las luces me dan en la cara y yo no puedo levantarme, dijo.<br />Dios. Era cierto. Ese resplandor como de discoteca proyectado sobre sus ojos. Le habían dejado aquello y ahora iba a estar encendido toda la noche.<br />¿Pero ellos ya no vuelven?, pregunté. Oh, no, no pueden, van ahora a visitar a la otra abuela, la que está enferma. ¡Enferma!, pensé. Yo ya me duermo pronto, continuó, pero con el arbolito es imposible, ¿me lo apagas? ¿Y el televisor? La señora me enseñó el mando a distancia, sonriente. No hacía falta. ¿Y no tiene frío con la puerta abierta? No, con la manta no, lo prefiero así porque, si me pasa algo, pego un grito y viene algún vecino. ¿Los vecinos la cuidan?, pregunté. Bueno, aquí estamos todos igual, pero en lo que podemos… ¿Y la cena? ¿Ha cenado usted ya? Sí, sí, me traen la cena a las ocho, todas las noches a eso de las ocho. ¿Entonces está bien? Ahora me miraba como si no comprendiera mi inquietud, con cierta impaciencia o incluso un poco molesta. ¡Pues claro! ¡Con que me apagues el arbolito ya me vale!<br />Apagué el arbolito, eché un último vistazo alrededor, me marché. Feliz Navidad, dije. Feliz Navidad, respondió.<br />Más tarde, recordándolo, nos dio la risa: el absurdo en forma de arbolito navideño.<br />Pobre mujer, decíamos, los nietos le dejaron un regalo envenenado, y después nos reíamos sin parar.<br />Y sin embargo, debo subrayar algo: Dying Street no es una calle triste. Es una calle pobre, y la pobreza es triste, pero eso es otro asunto. Así que quizá esto no va del arbolito, ni de la soledad en Navidad y a lo mejor tampoco va de la pobreza, sino de algo más hondo y personal, mucho más complicado de apresar.<br />Algo que no se deja ver debido a tantas luces.</div>
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<br /></div>
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<b>Sara Mesa,</b> <i>Arbolito</i> (<a href="https://www.blogger.com/#">https://elcultural.com/arbolito-un-cuento-de-navidad-de-sara-mesa</a>).</div><div><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Sara_Mesa" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="300" data-original-width="500" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiwmgObCVxZxseA6C5G5ZeQD58KYO6iBvR_bi7k-adqzJauPh-TNyE16dcP40hO0vhUWgYMtgxAg9PLY0fOVxFOsjGVPzDI7PDhSpBqM1TVXXqD6qNehO_IsxdBxbNErNFJUdYr_kaV4jc/w400-h240/Sara+Mesa+b.jpg" width="400" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b>Sara Mesa</b></div><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div>
<b></b><i></i><u></u><sub></sub><sup></sup><strike></strike><br /></div>
Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/06502568298350277469noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-71534045765108903112020-12-12T22:31:00.002+01:002020-12-12T22:32:12.493+01:00Ricardo Reques, Carretera de sierra<div style="text-align: justify;"><b>Carretera de sierra.</b></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Las serpenteantes carreteras de sierra siempre me han gustado más que las rectas autovías. Cada curva incierta es un paisaje nuevo. Cuando puedo elegir y el tiempo no me limita siempre elijo estos caminos. Quizás sea más aventurado ir por una carretera estrecha, con precipicios a los lados, con cambios de rasante y pendientes pronunciadas, pero esa peligrosidad me mantiene alerta, me da mayor control sobre las decisiones que tomo; un breve descuido y mi coche puede salir volando, caer por un terraplén o estrellarse contra un árbol. </div><div style="text-align: justify;">Aquella mañana había que extremar las precauciones, la lluvia no era intensa pero había una neblina que se espesaba en cada vaguada. Fuera, la temperatura era de ocho grados; sin embargo, dentro del coche me sentía confortable, escuchando en ese momento un compact de Shakira; sus juegos de voces y los cambios de ritmo me recordaban sus enloquecidas caderas. </div><div style="text-align: justify;">Bajaba hacia el río y la niebla era cada vez más densa. Si hubiera sacado la mano por la ventanilla seguro que habría podido atrapar un pedazo de nube. La música dejó de sonar y el silencio era húmedo. Ni siquiera con las antiniebla podía distinguir los límites de la carretera. Me concentré en la línea blanca dibujada en su borde derecho y reduje la velocidad al paso de un tractor. </div><div style="text-align: justify;">Pasado el estrecho puente comencé el ascenso que definía el angosto valle encajonado y la niebla, poco a poco, se fue disipando. Primero un atisbo de sol que se iba abriendo entre las nubes me despertó la esperanza de que el día finalmente se despejase y al llegar a la cumbre de una colina el paisaje ya era radiante, y atrás quedaba un mar de nubes reposando sobre el río. Ante mí se abría un lienzo verde salpicado de árboles con el tronco rojo que me recordaban los alcornocales de mi infancia. Ya sin necesidad de luces avanzaba por la carretera que, sin embargo, estaba en mal estado, con tramos sin asfaltar. Se veían algunas casas y, a lo lejos, algún cortijo; también se veía a alguna que otra persona haciendo labores del campo en pequeñas huertas. Bajé la ventanilla y escuché el canto de los pájaros, la temperatura era algo más alta. Caminando por el arcén iba un hombre mayor que parecía cansado. Me detuve junto a él y le pregunté si quería que le llevase a algún sitio. Su cara me resultó familiar. </div><div style="text-align: justify;">Solo cuando se sentó en el coche supe que era mi abuelo, pero él no me reconoció. Me acordé entonces de cuando era niño e iba con él al campo los fines de semana —ese mismo campo de alcornoques por el que ahora pasábamos—, de la chimenea con el fuego que crispaba la madera y era testigo de cuentos e historias que, a duras penas, retengo en mi cabeza, de sus remedios de medicina natural, de sus manos grandes y cálidas que calmaban el dolor de mi vientre, de su confianza en la suerte y en el destino, de su manera franca de afrontar la vida. </div><div style="text-align: justify;">Pero él no me reconocía. Han pasado muchos años. Solo se refería a cosas banales: al viento que se había levantado, a la lluvia que había regado la madrugada, a los zorzales que se agrupaban en aquellos árboles, a cosas que en ese momento no me importaban. No me hablaba de los ancianos días, de las historias de la guerra, de cómo un obús acabó con la vida de su mujer y de su pequeña hija, de cómo fue al frente llevándose de la mano tibia a mi padre cuando tenía sólo dos años; no me hablaba de cómo, con rabia, llegó a ser campeón de boxeo, de la ingenua esperanza que tenía en que algún día le tocase la lotería, de la importancia de cumplir los sueños, de buscar la felicidad perdida entre las cosas cotidianas que siempre olvidamos; no me hablaba de la dureza de su enfermedad, de lo que me prometió poco antes de morir: que vendría a verme, que no me asustase si en mis sueños se aparecía y me seguía contando aquellas historias. </div><div style="text-align: justify;">Atravesé un pequeño túnel justo en el momento en el que por arriba pasaba un tren veloz. El cielo volvía a estar cubierto, la niebla era tenue, la voz envolvente de Shakira regresaba y yo me encontraba de nuevo solo en un invierno frío. </div><br /><b>Ricardo Reques</b>, <i>Carretera de sierra</i> (<i>El enmendador de corazones, 2011</i>).<div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjvwPBbO2QwfFbdNX40Nht6mPZaFXxXjIxs-fTQs4-w8wceagOK_Q6RAKqJS7_0WCdlJchTHNWKjcSvDVj-S8-FKpLG0FhgbmuBbt8G0CZe67KDGlNQkXseI8IlJJZ2kg5rxwRmmEAKYJE/s1280/Monta%25C3%25B1a+blog.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="720" data-original-width="1280" height="225" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjvwPBbO2QwfFbdNX40Nht6mPZaFXxXjIxs-fTQs4-w8wceagOK_Q6RAKqJS7_0WCdlJchTHNWKjcSvDVj-S8-FKpLG0FhgbmuBbt8G0CZe67KDGlNQkXseI8IlJJZ2kg5rxwRmmEAKYJE/w400-h225/Monta%25C3%25B1a+blog.jpg" width="400" /></a></div><br /><div><br /></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-25957316046363775272020-12-04T20:37:00.001+01:002020-12-04T20:37:05.729+01:00Clarice Lispector, El muerto en el mar de Urca<div style="text-align: justify;"><b></b></div><blockquote><div style="text-align: justify;"><b>El muerto en el mar de Urca.</b></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Yo estaba en el apartamento de doña Lourdes, costurera, probándome el vestido pintado por Olly, y doña Lourdes dijo: murió un hombre en el mar, mire a los bomberos. Miré y solo vi el mar que debía estar muy salado, mar azul, casas blancas. ¿Y el muerto?</div><div style="text-align: justify;">El muerto en salmuera. ¡No quiero morir!, grité, muda dentro de mi vestido. El vestido es amarillo y azul. ¿Y yo? Muerta de calor, no muerta en el mar azul.</div><div style="text-align: justify;">Voy a decir un secreto: mi vestido es lindo y no quiero morir. El viernes el vestido estará en casa, el sábado me lo pondré. Sin muerte, solo mar azul. ¿Existen las nubes amarillas? Existen doradas. Yo no tengo historia. ¿El muerto la tiene? Tiene: fue a tomar un baño de mar a Urca, el bobo, y murió; ¿quién lo mandó? Yo tomo baños de mar con cuidado, no soy tonta, y solo voy a Urca para probarme el vestido. Y tres blusas. Ella es minuciosa en la prueba. ¿Y el muerto? ¿Minuciosamente muerto?</div><div style="text-align: justify;">Voy a contar una historia: era una vez un joven a quien le gustaban los baños de mar. Por eso, fue una mañana de jueves a Urca. En Urca, en las piedras de Urca, está lleno de ratones, por eso yo no voy. Pero el joven no les prestaba atención a los ratones. Ni los ratones le prestaban atención a él. Y había una mujer probándose un vestido y que llegó demasiado tarde: el joven ya estaba muerto. Salado. ¿Había pirañas en el mar? Hice como que no entendía. No entiendo la muerte. ¿Un joven muerto?</div><div style="text-align: justify;">Muerto por bobo que era. Solo se debe ir a Urca para probarse un vestido alegre. La mujer, que soy yo, solo quiere alegría. Pero yo me inclino frente a la muerte. Que vendrá, vendrá, vendrá. ¿Cuándo? Ahí está, puede venir en cualquier momento. Pero yo, que estaba probándome un vestido al calor de la mañana, pedí una prueba a Dios. Y sentí una cosa intensísima, un perfume intenso a rosas. Entonces, tuve la prueba. Dos pruebas: de Dios y del vestido.</div><div style="text-align: justify;">Solo se debe morir de muerte natural, nunca por accidente, nunca por ahogo en el mar. Yo pido protección para los míos, que son muchos. Y la protección, estoy segura, vendrá.</div><div style="text-align: justify;">Pero, ¿y el joven? ¿Y su historia? Es posible que fuera estudiante. Nunca lo sabré. Me quedé solamente mirando el mar y el caserío. Doña Lourdes, imperturbable, preguntándome si ajustaba más la cintura. Yo le dije que sí, que la cintura tiene que verse apretada. Pero estaba atónita. Atónita en mi vestido nuevo.</div></blockquote><p><b>Clarice Lispector</b>, <i>El muerto en el mar de Urca.</i></p><p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Clarice_Lispector" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="330" data-original-width="507" height="260" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjfk5YBpWLvXwW0Uex9J0A6zQz39wFoUJ5rHYD3bi97YZj56Q_z_OEa-CityzfCte24IJArg-1Aumj2lqpx5nzHRfiptrIveTkLYT17LlPWM9S3adIjvoQIBUloWNTjiLtLHhLJoi7wdZo/w400-h260/Clarice+Lispector.jpg" width="400" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b style="text-align: start;">Clarice Lispector</b></div><br /><i><br /></i><p></p><div style="text-align: justify;"></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-42582070441499681292020-11-27T08:19:00.001+01:002020-11-27T08:19:58.572+01:00Ramón del Valle Inclán, El miedo<div style="text-align: justify;"><b>El miedo.</b></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ese largo y angustioso escalofrío que parece mensajero de la muerte, el verdadero escalofrío del miedo, sólo lo he sentido una vez. Fue hace muchos años, en aquel hermoso tiempo de los mayorazgos, cuando se hacía información de nobleza para ser militar. Yo acababa de obtener los cordones de Caballero Cadete. Hubiera preferido entrar en la Guardia de la Real Persona; pero mi madre se oponía, y siguiendo la tradición familiar, fui granadero en el Regimiento del Rey. No recuerdo con certeza los años que hace, pero entonces apenas me apuntaba el bozo y hoy ando cerca de ser un viejo caduco. Antes de entrar en el Regimiento mi madre quiso echarme su bendición. La pobre señora vivía retirada en el fondo de una aldea, donde estaba nuestro pazo solariego, y allá fui sumiso y obediente. La misma tarde que llegué mandó en busca del Prior de Brandeso para que viniese a confesarme en la capilla del Pazo. Mis hermanas María Isabel y María Fernanda, que eran unas niñas, bajaron a coger rosas al jardín, y mi madre llenó con ellas los floreros del altar. Después me llamó en voz baja para darme su devocionario y decirme que hiciese examen de conciencia:</div><div style="text-align: justify;">-Vete a la tribuna, hijo mío. Allí estarás mejor…</div><div style="text-align: justify;">La tribuna señorial estaba al lado del Evangelio y comunicaba con la biblioteca. La capilla era húmeda, tenebrosa, resonante. Sobre el retablo campeaba el escudo concedido por ejecutorias de los Reyes Católicos al señor de Bradomín, Pedro Aguiar de Tor, llamado el Chivo y también el Viejo. Aquel caballero estaba enterrado a la derecha del altar. El sepulcro tenía la estatua orante de un guerrero. La lámpara del presbiterio alumbraba día y noche ante el retablo, labrado como joyel de reyes. Los áureos racimos de la vid evangélica parecían ofrecerse cargados de fruto. El santo tutelar era aquel piadoso Rey Mago que ofreció mirra al Niño Dios. Su túnica de seda bordada de oro brillaba con el resplandor devoto de un milagro oriental. La luz de la lámpara, entre las cadenas de plata, tenía tímido aleteo de pájaro prisionero como si se afanase por volar hacia el Santo.</div><div style="text-align: justify;">Mi madre quiso que fuesen sus manos las que dejasen aquella tarde a los pies del Rey Mago los floreros cargados de rosas como ofrenda de su alma devota. Después, acompañada de mis hermanas, se arrodilló ante el altar. Yo, desde la tribuna, solamente oía el murmullo de su voz, que guiaba moribunda las avemarías; pero cuando a las niñas les tocaba responder, oía todas las palabras rituales de la oración. La tarde agonizaba y los rezos resonaban en la silenciosa oscuridad de la capilla, hondos, tristes y augustos, como un eco de la Pasión. Yo me adormecía en la tribuna. Las niñas fueron a sentarse en las gradas del altar. Sus vestidos eran albos como el lino de los paños litúrgicos. Ya sólo distinguía una sombra que rezaba bajo la lámpara del presbiterio. Era mi madre, que sostenía entre sus manos un libro abierto y leía con la cabeza inclinada. De tarde en tarde, el viento mecía la cortina de un alto ventanal. Yo entonces veía en el cielo, ya oscura, la faz de la luna, pálida y sobrenatural como una diosa que tiene su altar en los bosques y en los lagos…</div><div style="text-align: justify;">Mi madre cerró el libro dando un suspiro, y de nuevo llamó a las niñas. Vi pasar sus sombras blancas a través del presbiterio y columbré que se arrodillaban a los lados de mi madre. La luz de la lámpara temblaba con un débil resplandor sobre las manos que volvían a sostener abierto el libro. En el silencio la voz leía piadosa y lenta. Las niñas escuchaban. y adiviné sus cabelleras sueltas sobre la albura del ropaje y cayendo a los lados del rostro iguales, tristes, nazarenas. Habíame adormecido, y de pronto me sobresaltaron los gritos de mis hermanas. Miré y las vi en medio del presbiterio abrazadas a mi madre. Gritaban despavoridas. Mi madre las asió de la mano y huyeron las tres. Bajé presuroso. Iba a seguirlas y quedé sobrecogido de terror. En el sepulcro del guerrero se entrechocaban los huesos del esqueleto. Los cabellos se erizaron en mi frente. La capilla había quedado en el mayor silencio, y oíase distintamente el hueco y medroso rodar de la calavera sobre su almohada de piedra. Tuve miedo como no lo he tenido jamás, pero no quise que mi madre y mis hermanas me creyesen cobarde, y permanecí inmóvil en medio del presbiterio, con los ojos fijos en la puerta entreabierta. La luz de la lámpara oscilaba. En lo alto mecíase la cortina de un ventanal, y las nubes pasaban sobre la luna, y las estrellas se encendían y se apagaban como nuestras vidas. De pronto, allá lejos, resonó festivo ladrar de perros y música de cascabeles. Una voz grave y eclesiástica llamaba:</div><div style="text-align: justify;">-¡Aquí, Carabel! ¡Aquí, Capitán…!</div><div style="text-align: justify;">Era el Prior de Brandeso que llegaba para confesarme. Después oí la voz de mi madre trémula y asustada, y percibí distintamente la carrera retozona de los perros. La voz grave y eclesiástica se elevaba lentamente, como un canto gregoriano:</div><div style="text-align: justify;">-Ahora veremos qué ha sido ello… Cosa del otro mundo no lo es, seguramente… ¡Aquí, Carabel! ¡Aquí, Capitán…!</div><div style="text-align: justify;">Y el Prior de Brandeso, precedido de sus lebreles, apareció en la puerta de la capilla:</div><div style="text-align: justify;">-¿Qué sucede, señor Granadero del Rey?</div><div style="text-align: justify;">Yo repuse con voz ahogada:</div><div style="text-align: justify;">-¡Señor Prior, he oído temblar el esqueleto dentro del sepulcro…!</div><div style="text-align: justify;">El Prior atravesó lentamente la capilla. Era un hombre arrogante y erguido. En sus años juveniles también había sido Granadero del Rey. Llegó hasta mí, sin recoger el vuelo de sus hábitos blancos, y afirmándome una mano en el hombro y mirándome la faz descolorida, pronunció gravemente:</div><div style="text-align: justify;">-¡Que nunca pueda decir el Prior de Brandeso que ha visto temblar a un Granadero del Rey…!</div><div style="text-align: justify;">No levantó la mano de mi hombro, y permanecimos inmóviles, contemplándonos sin hablar. En aquel silencio oímos rodar la calavera del guerrero. La mano del Prior no tembló. A nuestro lado los perros enderezaban las orejas con el cuello espeluznado. De nuevo oímos rodar la calavera sobre su almohada de piedra. El Prior se sacudió:</div><div style="text-align: justify;">-¡Señor Granadero del Rey, hay que saber si son trasgos o brujas!</div><div style="text-align: justify;">Y se acercó al sepulcro y asió las dos anillas de bronce empotradas en una de las losas, aquella que tenía el epitafio. Me acerqué temblando. El Prior me miró sin despegar los labios. Yo puse mi mano sobre la suya en una anilla y tiré. Lentamente alzamos la piedra. El hueco, negro y frío, quedó ante nosotros. Yo vi que la árida y amarillenta calavera aún se movía. El Prior alargó un brazo dentro del sepulcro para cogerla. La recibí temblando. Yo estaba en medio del presbiterio y la luz de la lámpara caía sobre mis manos. Al fijar los ojos las sacudí con horror. Tenía entre ellas un nido de culebras que se desanillaron silbando, mientras la calavera rodaba por todas las gradas del presbiterio. El Prior me miró con sus ojos de guerrero que fulguraban bajo la capucha como bajo la visera de un casco:</div><div style="text-align: justify;">-Señor Granadero del Rey, no hay absolución …¡Yo no absuelvo a los cobardes!</div><div style="text-align: justify;">Y con rudo empaque salió sin recoger el vuelo de sus blancos hábitos talares. Las palabras del Prior de Brandeso resonaron mucho tiempo en mis oídos. Resuenan aún. ¡Tal vez por ellas he sabido más tarde sonreír a la muerte como a una mujer!</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b>Ramón del Valle Inclán</b>, <i>El miedo</i> (Jardín umbrío).</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Ram%C3%B3n_Mar%C3%ADa_del_Valle-Incl%C3%A1n" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="349" data-original-width="454" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjNXC-ha-wM7fw6hsPd93WpM20PHLicORTw82msdAjfC2RN1RghILaUY3wZ4WYqjdrrqgkXUtU_vOpN-R963W4Eco5CcTuuyj3xIG2hRBbEVShqXqYrJ_UJ8mKq4kwvdRIGhS_O5OTnYW0/s320/Valle+incl%25C3%25A1n.jpg" width="320" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b style="text-align: justify;">Ramón del Valle Inclán</b></div><div style="text-align: justify;"><br /></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-70596183444283277172020-11-25T10:49:00.002+01:002020-11-29T11:00:19.088+01:00Marta Rodríguez, Sin título<div style="text-align: justify;"></div><p> </p><blockquote><div style="text-align: justify;"><blockquote>Aquel día de carnaval, pasaba por una calle que desconocía. El viento frío ondeaba mi falda y mi piel descubierta se erizaba. Mi cuerpo fatigado me suplicaba descansar, pero el miedo me pedía andar más rápido. No solo se escuchaban mis pasos sino que además, se podían distinguir otros más rápidos que los míos. Los nervios se apoderaban de mi cuerpo, mas los tacones me impedían correr. Su sombra oscura me alcanzaba y en un acto de segundos, me descalcé y corrí como nunca. Aliviado llegué a casa. Me di cuenta que disfrazarse de mujer no fue una buena opción.</blockquote></div><div style="text-align: justify;"></div></blockquote><div style="text-align: justify;"><b><br /></b></div><div style="text-align: justify;"><b>Marta Rodríguez</b>, estudiante de 16 años (2020) del IES Al-Ándalus de Almuñécar, ha ganado el VI Concurso de Microrrelatos contra la violencia de género ‘Mónica Carrión’ con motivo del 25N, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/D%C3%ADa_Internacional_de_la_Eliminaci%C3%B3n_de_la_Violencia_contra_la_Mujer" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="272" data-original-width="512" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjJgAbCfvM02LYryFXfbPMV7edWffn5FEy4tzcijmvPMqlLmuV258f6NzsA5lAh5H5HdjsOdAJt5KBnR8kP8TqgN49bBI4wLsELZ50DsvuBTKgDgLK6pAAdbySldM50tWN3pihKBlqKJTU/s320/unnamed.jpg" width="320" /></a></div><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-51815130268538941312020-11-21T10:55:00.001+01:002020-11-21T10:55:07.681+01:00Javier García Cellino, La sonámbula<div style="text-align: justify;"><b>La sonámbula</b></div><div style="text-align: justify;">Yo había oído hablar de los sonámbulos, y de cómo se despiertan en sus sueños, pero nunca había visto a ninguno en un trance semejante. Por eso, cuando mi hermana Beatriz entró en el comedor, además de escucharse unos murmullos de admiración por la pericia de mamá al piano —las últimas notas de Parsifal habían sido ejecutadas con insuperable destreza—, comenzaron a oírse también unos leves comentarios sobre la necesidad de no molestar a quien se encuentra en un estado así.</div><div style="text-align: justify;">En estos casos un susto es lo menos aconsejable, pues incluso puede llegar a producirse alguna alteración cardíaca de imprevisibles consecuencias: eso fue exactamente lo que dijo don Dimas Orozco, el farmacéutico, persona de quien todos admiraban, además de su intachable conducta, su no menos vastísimo conocimiento sobre las complejas reacciones que rigen la conducta humana.</div><div style="text-align: justify;">Al poco rato de hacer Beatriz su aparición, diríase que todos los que estaban reunidos, celebrando las bodas de plata de papá y de mamá, fueran unos expertos en analizar las causas del sonambulismo. En alguna parte he leído que se debe a un desajuste del ciclo circadiano, una excesiva motorización del aparato respiratorio, comentó Alfredo Riquelme, el dueño del París, el restaurante más lujoso de la ciudad; o se trata de una forma frustrada de la histeria, una reacción deliberada del inconsciente: eso mismo explicó, con palabras mullidas por una vetusta sabiduría, Manuela Godoy, dama de alta alcurnia y avanzada edad de quien se comentaba que pertenecía a una logia masónica especializada en temas freudianos. De todo tipo eran las opiniones que los repentinos expertos se entrecruzaban una vez que había desaparecido esa prevención inicial ante la entrada de Beatriz en el comedor.</div><div style="text-align: justify;">No sabría decir exactamente si la cara de asombro de mamá se debía al estado de su hija o, más bien, a la escasa indumentaria que llevaba puesta, o si a ambas cosas a la vez, como quizás fuera lo más probable. Para alguien como ella, que mostraba su admiración por la época victoriana y que, en consecuencia, había procurado siempre imbuir en sus hijos un acendrado respeto por las normas morales y un contundente rechazo ante cualquier manifestación erótica, no resultaba precisamente agradable la visión de Beatriz, cubierta —si se podía decir así— con un camisón transparente en el que las mangas rodeaban la cintura. Los muslos, bien visibles —pues la parte baja del camisón había desaparecido—, permitían vislumbrar la zona del pubis, un triángulo que refulgía al contacto con los destellos opalinos que descendían de las lujosas lámparas del techo.</div><div style="text-align: justify;">Quizás fuera ese temor a una posible alteración cardíaca de Beatriz el que mantenía fijada la espalda de mi padre al sillón. Don Anselmo Córdoba, mi progenitor, no le iba a la zaga a su mujer en cuanto a puritanismo y mojigatería, algo común en el círculo de amigos que se habían congregado aquella noche en el comedor de casa para festejar con un asado de pavo y unas copitas de vino dulce, la efeméride de los veinticinco años con que mis padres adornaban su rutinaria felicidad.</div><div style="text-align: justify;">Mientras tanto, Beatriz continuaba deambulando de un lugar a otro de la habitación, esquivando con suma habilidad las mesas repletas de floreros y los estantes curvados que sobresalían de la biblioteca, en donde se apiñaban, forrados en lustrosos estuches de piel, centurias de innegable sabiduría. Siempre con las manos extendidas hacia adelante y con una novedosa mueca en su rostro difícil de descifrar para mí —que estaba acostumbrado a tratar con el semblante adusto, cuando no hierático, de Beatriz—, los pasos de mi hermana la conducían de una esquina a otra del comedor sin que en ningún momento pareciera que sus intenciones fueran las de desplegar su insomnio por otros rincones de la casa.</div><div style="text-align: justify;">Alguien recordó la maestría de mamá al piano, instándola a repetir la pieza musical, a lo que ella accedió, aunque no de muy buena gana. Durante unos minutos, la habitación se llenó con moderatos y adagios sostenidos que distendieron el ambiente. Mas, como era lógico, la última nota nos devolvió de nuevo a la realidad, y con ella, a la visión de Beatriz, que parecía haber encontrado un destino para sus errantes pasos. Con su cuerpo enlazado al de Mario Buesas, que nos miraba a todos como queriéndonos hacer partícipes de su estupor, las manos de Beatriz se ceñían al cuello de nuestro compañero de instituto, hijo del médico de la familia, y que aquella noche había acompañado a sus padres —al igual que habían hecho otros jóvenes— a la fiesta.</div><div style="text-align: justify;">No sé lo que pensarían los que estaban reunidos en la sala. A mí me pareció que una columna de plomo ascendía desde el suelo de la habitación hasta confundirse con las arañas de luz que se desprendían del techo. No sabría decir si en aquellos instantes tenía más fuerza el silencio de algunos que los comentarios de los demás, empeñados en quitar importancia a lo que estaba sucediendo: una escena que por momentos se hacía más peligrosa a medida que las manos de Beatriz abandonaron el cuello de Mario para deslizarse por su vientre. Obligado por las circunstancias —don Dimas, el farmacéutico, volvió a referirse a los riesgos de una llamada de atención a quien dormitaba en un sueño de raíces arcanas (ésas fueron sus palabras exactas)—, nuestro compañero de instituto se había visto obligado a abrir sus piernas para que entre ellas se colara una de las de mi hermana, que comenzó a empujar, con firmeza, su rodilla hacia adelante. En ocasiones, y sin duda para no desairar a Beatriz, Mario recorría con sus manos la espalda de ella, que estaba a punto de quedarse completamente desnuda.</div><div style="text-align: justify;">La columna de plomo pareció espesarse más, si ello era posible, cuando las manos de Beatriz cedieron su turno a los labios, empeñados en probar la textura de los de Mario, que continuaba con la mirada fija en los invitados, y sobre todo, en su padre. Don Zacarías, que se había ocupado de las paperas y de la rubéola que, inevitablemente, nos repartimos Beatriz y yo durante la niñez, dividía su asombro entre mis padres y el farmacéutico, a quien, por lo visto, estaba lejos de agotársele su repertorio filosófico.</div><div style="text-align: justify;">Como a nadie se le ocurrió dirigirse a mi madre para que volviera a regalarnos su destreza pianística, los minutos continuaban discurriendo con una acusada sensación de fatalidad. Hasta que, de pronto, cuando ya la columna de plomo amenazaba con hendir el techo de la habitación y a mi padre no le quedó más remedio que hacer caso a la protesta de sus huesos, aplastados contra el respaldo del sillón, el cuerpo de Beatriz volvió a adoptar la misma posición que tenía cuando penetró en el comedor. Tras unos breves titubeos, y como si alguna fuerza oculta hubiera conseguido liberarla de su laberinto, dejó atrás a Parsifal y al pasmo de los que estábamos allí reunidos, y siempre con aquella enigmática mueca en el rostro, salió en dirección a su cuarto.</div><div style="text-align: justify;">Un velo de alivio pareció cubrirlo todo a partir de ese instante. Mi padre, que momentos antes había iniciado el gesto de despegarse del sillón, comenzó a servir vino dulce a los invitados, que ahora aprovechaban para charlar despreocupadamente de sus cosas. Después no hizo falta que nadie le recordara a mamá que era una excelente intérprete al piano.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A la mañana siguiente coincidí con Beatriz en el pasillo de casa. Debo reconocer que me sorprendió la euforia con la que me dio los buenos días, aunque decidí no darle más importancia a aquel cambio en su actitud: la naturaleza humana es mudable y caprichosa —también esa frase se la había escuchado a don Dimas— y además, aquel día había entrado la primavera, lo que siempre predispone a la exaltación del ánimo.</div><div style="text-align: justify;">En el patio del instituto estaba Mario, que nada más verme me hizo un guiño con un ojo, al tiempo que me rodeaba, en un gesto cariñoso, con sus brazos, algo inusual en él, que acostumbraba a demostrar una extrema parquedad para exteriorizar sus sentimientos.</div><div style="text-align: justify;">El resto de la mañana discurrió entre la atención a los profesores y alguna que otra mirada maliciosa a los pechos de las compañeras de curso. Beatriz y Mario se sentaban juntos, como siempre, en los pupitres de adelante, y se volvían para mirarme con insistencia, de una manera que a mí me parecía enigmática. Al salir aquel día de clase, se fueron juntos, sin esperarme. Yo regresé a casa solo, agradeciendo, tras varios meses de lluvias, aquel sarpullido de luz que comenzaba a dibujarse por el cielo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b>Javier García Cellino</b>, <b><i>La sonámbula</i></b> (El conferenciante. Septem ediciones).</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://habilitados-nacionales.com/personajes/garcia-cellino-javier/" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="343" data-original-width="512" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgpFY0dnODmMLV6NXxpzXCOn0n1LDSnTRVCIXXgy2axElV0ZMxvVcjfEB9ctifSX9rs-KIwL5r9s9F_pt0SNmmSWeF87acA9MHVNBTKMrDXe5qa-Cz8PmLOWaZkxryfYOMdzoL0yOeo2G0/s320/Javier+Garca+Cellino.jpg" width="320" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b>Javier García Cellino</b></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b><br /></b></div><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-8363997105885094292020-11-13T21:16:00.000+01:002020-11-13T21:16:02.407+01:00Italo Calvino, Las ciudades y la memoria, 2<b></b><blockquote><b></b><blockquote><b>Las ciudades y la memoria, 2.</b><div><br /><div style="text-align: justify;">Al hombre que cabalga largamente por tierras selváticas le acomete el deseo de una ciudad. Finalmente llega a Isadora, ciudad donde los palacios tienen escaleras de caracol incrustadas de caracoles marinos, donde se fabrican según las reglas del arte catalejos y violines, donde cuando el forastero está indeciso entre dos mujeres encuentra siempre una tercera, donde las riñas de gallos degeneran en peleas sangrientas entre los apostadores. Pensaba en todas estas cosas cuando deseaba una ciudad. Isadora es, pues, la ciudad de sus sueños; con una diferencia. La ciudad soñada lo contenía joven; a Isadora llega a avanzada edad. En la plaza está la pequeña pared de los viejos que miran pasar la juventud; el hombre está sentado en fila con ellos. Los deseos son ya recuerdos. </div></div></blockquote></blockquote><p><b></b></p><blockquote><b>Italo Calvino</b>,<i> Las ciudades y la memoria, 2</i> (Las ciudades invisibles).</blockquote><p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Italo_Calvino" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="348" data-original-width="620" height="231" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhYy-WqLRLhhhRkHYGi0RN_ij3hwZ9Aw205-aA0w9R97TcEHRarkc5sas0uVjl9JtiMD86cp3aARGYrXsjhDuCWkwspBumRAi5PBF6J1TvmVGIyUaaYmuKhlMRCQojbmOESnhaBz9pPpVg/w411-h231/italo-calvino.jpg" width="411" /></a></div><div style="text-align: center;"><b>Italo Calvino</b></div> <p></p><p></p><div></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-89513144224848513852020-11-06T19:46:00.000+01:002020-11-06T19:46:25.096+01:00Francisco Javier Guerrero, Radiación<p> <b>Radiación.</b></p><div style="text-align: justify;">Volver a Prípiat. Aliviar las secuelas de aquella emboscada en el parque de atracciones. </div><div style="text-align: justify;">Ningún lugar muestra mejor que el presente es un espacio vacío. Todo el recinto está ahora invadido por la maleza. La brisa empuja partículas de polvo en suspensión –en lugar de aire fresco- a través de las ramas. Fue allí mismo, a los pies de la noria, cuando escuché por primera vez que Demyan había desaparecido. </div><div style="text-align: justify;">Pero desaparecer no es fácil. Y en muchas ocasiones, lo que no está se revela –y revela- más que lo palpable. Las ausencias no tienen murallas ni esquinas. Son artilugios exactos concebidos con la clara intención de reconocer lo que importa. Poseen la magia del tiempo detenido. El óxido, las raíces levantando la calzada. Todavía recuerdo las palabras de ese chico, un tal Sewick o Shwetz, que trabajaba en la cafetería del cine Prometheus, sus ojos fuera de las órbitas, el sudor. Que si habíamos visto a Demyan. Todos negamos con la cabeza. </div><div style="text-align: justify;">La noche transcurrió como el humo, estirando sus márgenes hasta cada hueco de la ciudad. Mis padres no abrieron la boca durante la cena. Una sopa de col no fue suficiente para eludir el peso de los minutos. Con los platos ya limpios la patrulla de búsqueda llamó a nuestra puerta. Mi padre se levantó de su sillón –los demás nos sentábamos en sillas-, se puso el abrigo y se fue. Todos eran hombres. Y yo, que creía haber alcanzado ya ese estatus, me tuve que quedar en casa. Sé que no descansaron ni un solo minuto, que ayudaron a los guardias a peinar las calles, las plazas, el hotel, los contornos del puerto. Pero se hizo de día. Tuvieron que volver al trabajo. Nosotros a la escuela. La rutina en Prípiat nunca firmó un armisticio hasta esa tarde. </div><div style="text-align: justify;">El ejército había tomado la calle Druzhby, desordenando la armonía habitual que esbozaban los edificios y sus escaparates. Hoy ese paseo es un bosque que, para mi gusto, no ha perdido un ápice de equilibrio ni de belleza. Creo que fue allí, en el supermercado Univermag, donde vi por primera vez llorar a un hombre. Me temí lo peor. Pobre Demyan. A veces el futuro tiene los ojos de barro. Cuando llegué a casa la angustia trepaba por mi pecho como una araña hambrienta. </div><div style="text-align: justify;">Desde la ventana de mi habitación vi pasar dos caravanas de camiones y un grupo de soldados entrando en bloques y tiendas. Sentí un orgullo ridículo. Es lo que tiene no conocer el idioma del aire. Aunque la boca ya me sabía a metal. </div><div style="text-align: justify;">Es por el incendio de la planta, dijo mi madre. Yo me quedé un rato en silencio. ¿Y Demyan?, pregunté al final. Lo siguen buscando. Tu padre ha vuelto a salir con un grupo de vecinos, no te preocupes. Lo encontrarán. </div><div style="text-align: justify;">Pero pasó otra noche cautiva y desarmada. Quizás entonces. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">* </div><div style="text-align: justify;">Volver a Prípiat. </div><div style="text-align: justify;">Han pasado quince años desde aquello. No lo de Demyan ni lo de Chernóbil. Aquello. Lo que será por siempre como una nueva explicación del mundo. Lo que me hizo abandonar súbitamente esta historia. </div><div style="text-align: justify;">Ahora no tengo las motivaciones que tenía. Y a estas alturas es algo que todo el mundo sabe. Que la central nuclear explotó el sábado 26 de abril de 1986. Que a los dos días la ciudad estaba desierta. Que casi cincuenta mil personas fuimos acogidas por familias de ciudades cercanas. Que las autoridades nos comunicaron que en setenta y dos horas regresaríamos. Que no regresamos. </div><div style="text-align: justify;">Que Demyan no apareció. </div><div style="text-align: justify;">Lo más curioso fue la ciudad que se creó de la nada para sustituir a Prípiat a unos cincuenta kilómetros: Slavútych. Durante algunos años sus habitantes –las víctimas del desastre nuclear- disfrutaron de un nivel de vida mayor al de las localidades cercanas. Aunque eso no fue suficiente para algunos. Los padres de Demyan regresaron a Prípiat unos días después del éxodo, eludiendo todas las medidas de seguridad y prohibiciones, para buscar a su hijo. A las tres semanas encontraron sus cadáveres en la plaza Lenin sobre las escaleras que daban acceso al Palacio de Cultura. </div><div style="text-align: justify;">Nosotros nos mudamos a Forsmark con unos familiares lejanos. Allí construimos una nueva vida, sin credos, en una continua huida hacia delante. Mi padre pudo colocarse en la central –somos soñadores simétricos en tierras simultáneas- y mi madre en el albergue. Yo pasé mi adolescencia desertando de mí, soportando la amputación de mis raíces con palabras y palabras, con cuentos, con falsificaciones. De Prípiat uno solo sabía lo que se imaginaba. Y mi fantasía siempre se topaba con el mismo muro: Demyan. Así que regresé en cuanto tuve los recursos suficientes. Aunque la historia se bifurque para invadir distintos cauces, todos desembocan en el mismo mar. </div><div style="text-align: justify;">La primera vez fue decepcionante. No obtuve los permisos para cruzar la zona vallada hasta Prípiat. Y nadie quiso hablar conmigo en Slavútych. La hermética memoria del antiguo régimen no había desaparecido -¿qué lo hace?-. Tuve que abandonar la investigación a medias y reanudar mi vida amañada. Terminé la carrera. Conocí a Elsa. Miré los viñedos. Mi casa azul. Nuestra casa azul. Pasamos algunos años juntos. Ocho. Suficientes para que naciera nuestro único hijo. Mi único hijo. Mi. Único. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">* </div><div style="text-align: justify;">Volver. </div><div style="text-align: justify;">Antes de que el pasado cicatrice. </div><div style="text-align: justify;">Jacob. Así lo llamamos. Es un nombre bonito. Como todos. Intentos fugaces de atrapar lo inasible. La boca y los ojos y los pies y el pelo de su madre. Pero esa forma de hablar y de mirar y de andar y hasta de peinarse. Esa forma. Yo le contaba cuentos antes de dormir. Relatos de mi infancia. Aventuras o anécdotas casi siempre desordenadas. Cómo iban a ser. La historia es un enorme estanque azul sin argumento. Apenas un altar abandonado o el destello de un crimen. Por eso hay que volver. No hay otro refugio. El regreso. La forma. El mundo es redondo para que nosotros podamos salvarnos. Esa forma. </div><div style="text-align: justify;">Pero, ¿y Demyan? Compartí con mi hijo ese misterio. Qué injusta la explosión. Acaparó todos los esfuerzos y todo el protagonismo. Desaparecer así, como él lo hizo, apenas unas horas antes de que todos nos marchásemos, fue como quedarse para siempre. No hay peor forma de eternidad. </div><div style="text-align: justify;">Recopilé varias carpetas con datos. Hablé con decenas de testigos. Até cabos. Empecé a esbozar una posible solución para resolver el enigma. Un final o una desembocadura. Fue como deshojar el infinito. Siempre está uno demasiado lejos. Por eso me acerqué de nuevo a aquellos días y a aquella tierra. Pasé dos semanas en Slavútych con una obcecación inexplicable, a comenzar la historia desde otro tiempo. Aparecieron nuevas pistas, enfoques, posibilidades. Y conseguí permiso para pasar unas horas en Prípiat. Cuando llegué a la antigua estación de autobuses saqué mi portátil y empecé a escribir. Minutos después sonó mi móvil. Alguien del hospital Martina Children´s me dio la noticia sin ninguna emoción. Yo recordé de pronto que un pájaro es un ángel inmaduro. Mi hijo, mi único hijo, mi, único, había muerto. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">* </div><div style="text-align: justify;">Volver. </div><div style="text-align: justify;">¿Acaso hacemos otra cosa que volver y volver? </div><div style="text-align: justify;">Volver a Prípiat. Volver por obligación. Como algo decidido de antemano –igual que el silencio de las flores-. Pero también volver como entretenimiento: la mejor herencia de las cosas invisibles. </div><div style="text-align: justify;">He vuelto, de nuevo, quince años desde la última vez, aprovechando la oferta de una empresa de actividades y viajes de riesgo. Ahora se lleva esta clase de turismo en nuestro diminuto mundo insaciable. Hay quien dice que si nos exponemos a situaciones de peligro es porque no valemos nada. Tampoco hay que exagerar. No hace falta ser muy inteligente para saber que la vida en sí es un juego temible. </div><div style="text-align: justify;">Somos un grupo pequeño. Todos jóvenes –muy jóvenes- menos yo. La guía nos ha paseado por algunos lugares icónicos de la ciudad como el monumento Friendship of the Nations o el Café Portuario, pero también por casas y locales en estado funesto. Nos ha contado la crónica del incidente y sus secuelas con tanto detalle que todo parecía una gran mentira. Antes de bajar del autobús nos dieron a cada uno una máscara anti radiación para que nos la pusiéramos inmediatamente en caso de que los dosímetros –incluidos también en el kit- empezasen a sonar. Y, por supuesto, han sonado. Era parte del show, así que a ninguno nos ha pillado de sorpresa. Aunque todos sabíamos que el yodo 131 ya se descompuso, que apenas hay rastro de estroncio ni de cesio, y que el plutonio y el americio tienen efectos muy bajos sobre el cuerpo humano en Prípiat. </div><div style="text-align: justify;">Para terminar nos hemos detenido en el parque de atracciones. A los pies de la noria. Había llegado el momento de hablar sobre fantasmas. Otro reclamo de la ciudad. Las apariciones en la devastación, entre las ruinas, detrás de algunas ventanas, a través de los árboles. No conviene olvidar que cada uno de nosotros es la suma exacta de todas sus ausencias. Por eso nos apasionan estos asuntos. Por eso quizás la guía ha empezado a hablar con tanto entusiasmo, a mostrarnos fotografías. Y a contarnos aquella leyenda urbana del niño que desapareció dos días antes de que la ciudad quedase desierta. </div><div style="text-align: justify;">Demyan. La brisa empujando partículas de polvo en suspensión. Las raíces levantando la calzada. Los soldados. La noche. Los ecos de una antigua guerra. Slavútych. Forsmark. Mi casa azul. Jacob. </div><div style="text-align: justify;">La historia que nos ha contado la guía daba solidez a mi antigua investigación. Le otorgaba condición de verdad. Muchas veces los cuentos son evocaciones que resurgen como señales de antiguas evidencias. Pobre niño. Pobre Demyan, apareciéndose en los apartamentos vacíos, por calles abandonadas. Sin un fin. </div><div style="text-align: justify;">Ya solo me queda volver. Pero, ¿adónde? </div><div style="text-align: justify;">Sopla un aire glacial. La visita ha concluido y el grupo ha comenzado a moverse. Ahora sé que todas las vidas solo son una advertencia. Yo me he quedado un momento mirando la vieja noria. Las rachas de viento no son suficientes para hacerla girar, pero sí para que sus cabinas empiecen a balancearse.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b>Francisco Javier Guerrero</b>, <i>Radiación</i> (La vida anticipada, Adeshoras, 2020).</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhJHnjumfHcztFm_EhhzOBRQmmRTPa4hmmhsZjgklVkQMfIYYahiKYOD5Ju_sVB0247YZFU-2LVRXWGQv2ZKswzHmcRCkuSdYSWs2poLaKqc8tBlL2Cg_L2b6dCde9h-b1jjaKhiAbDqg8/s2048/RADIACION_COLOR.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2048" data-original-width="1275" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhJHnjumfHcztFm_EhhzOBRQmmRTPa4hmmhsZjgklVkQMfIYYahiKYOD5Ju_sVB0247YZFU-2LVRXWGQv2ZKswzHmcRCkuSdYSWs2poLaKqc8tBlL2Cg_L2b6dCde9h-b1jjaKhiAbDqg8/w249-h400/RADIACION_COLOR.jpg" width="249" /></a></div><div style="text-align: center;"><b>Ilustración de Lola Castillo</b></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-88228061474620530692020-10-30T14:41:00.002+01:002020-10-30T14:41:51.399+01:00Patricia Esteban Erlés, El juego<b>El juego.</b><div><br /><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s0" id="nr-s0">Sigo castigada.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s1" id="nr-s1"> Al asomarme a la puerta entornada de mi cuarto escucho el rumor de sus voces a través del hueco de la escalera.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s2" id="nr-s2"> Mi madre solloza bajito, mi padre sube el tono cuando habla de ese sanatorio suizo en el que el doctor Ocampo le ha recomendado internarme.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s3" id="nr-s3"> Escucho el sonido de sus pasos, ploploplop, y su voz acercándose y alejándose luego, porque no deja de moverse de un lado para otro como el tigre amarillo del zoológico.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s4" id="nr-s4"> Seguramente camina con las manos a la espalda como cuando está muy enfadado, mientras mamá llora sentada en su sillón, con las piernas muy juntas y un pañuelo blanco hecho una bola entre las manos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s5" id="nr-s5"> Hay que tomar una decisión, Mercedes, le dice mi padre, y después se hace el silencio.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s6" id="nr-s6">Van a llevarme allí, no sé si Laurita vendrá conmigo, pero a mí seguro que me llevan.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7"> Tú tienes la culpa, le digo muy enfadada, girándome desde la puerta.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s8" id="nr-s8"> Mi hermana gemela Laurita sonríe, sentada sobre la cama y encoge los hombros.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s9" id="nr-s9"> Está acostumbrada a librarse de todos los castigos; pese a que yo sólo hago lo que ella me ordena, siempre se libra.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s10" id="nr-s10">Me cortarán el pelo al cero en ese asqueroso colegio para niñas malas, me pondrán un vestido de arpillera,</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s11" id="nr-s11"> me encerrarán en un cuarto lleno de ratones y cucarachas y sólo beberé el agua de lluvia que pueda recoger en la palma de la mano, a través de los barrotes de un ventanuco.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12"> Les he dicho la verdad y no me han creído.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13"> Tengo miedo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s14" id="nr-s14"> Ahora lloro bajito, hihihi, como nuestro cocker Jasper, tumbado a la sombra de su sauce favorito cuando me acerqué a él con el trofeo de papá en la mano.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15"> El año pasado mi padre se quedó tercero en el torneo del club y le dieron aquel ridículo señor de bronce, con gorra y un palo de golf levantado, que pesaba una burrada.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s16" id="nr-s16"> De verdad que yo no tenía nada en contra del pobre Jasper, fue mi hermana Laurita, como siempre, la que me ordenó que tomara el trofeo de la vitrina y lo atara a un extremo de nuestra cuerda de saltar,</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s17" id="nr-s17"> quien me susurró que Jasper sufría mucho por culpa del reuma y era mejor para todos que anudara muy fuerte el otro extremo del saltador a su cuello.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s18" id="nr-s18"> Me negué al principio, como de costumbre, pero Laurita me dijo que entonces jugaríamos a lo de la muerte, y eso sí que no.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s19" id="nr-s19">Jasper estaba ciego y apenas podía mover las patitas de atrás porque ya tenía doce años.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s20" id="nr-s20"> Lloriqueó bajito cuando me arrodillé junto a él para acariciarle sus orejas, largas y rizadas como la peluca de un rey francés, y no dejó de hacerlo mientras lo llevaba en brazos hasta el borde de la piscina.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21"> Después lo vi patalear brevemente en la superficie, tratando de mantenerse a flote, pero enseguida le fallaron las fuerzas y se fue al fondo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s22" id="nr-s22"> Al mirarlo allí abajo, tan quieto, pensé que ya no daba tanta pena, porque en realidad no parecía un perrito, sino más bien la sombra de una araña negra y muy gorda.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s23" id="nr-s23"> Al cabo de una hora Laurita y yo estábamos tumbadas tan tranquilas sobre mi cama, leyendo a medias un libro de Los Cinco que nos gusta mucho, cuando escuchamos el alarido de mi madre en el jardín.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s24" id="nr-s24">La verdad es que últimamente Laurita está muy pesada, pero mi padre no cree una palabra de lo que digo, y mamá se echa a llorar cuando acuso a Laurita de obligarme a hacer cosas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s25" id="nr-s25"> Claro, ellos no tienen que aguantar el juego de la muertita, si no también harían todo lo que ella les pidiera.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s26" id="nr-s26"> Detesto ese juego, mamita querida, le confesé a mi madre la penúltima vez, Laurita es mala y dice que se morirá delante de mí si no le obedezco.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s27" id="nr-s27"> Pero mamá me miró como si no entendiera, con sus ojos abiertos como platos y algunos fragmentos de su muñeco Otellito entre las manos, sin dejar de susurrar una y otra vez, ¿Por qué lo has hecho, Victoria, por qué?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s28" id="nr-s28"> Ella no se imagina la pena que me dio estampar contra el suelo el muñeco negro de porcelana que había pertenecido a mi abuela de Cuba.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s29" id="nr-s29"> Hasta tuve que cerrar los ojos para hacerlo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s30" id="nr-s30"> Sabía que aquel bebé de color chocolate, que tenía las manitas gordezuelas levantadas como si estuviera muy contento y fuera a empezar a aplaudir de un momento a otro, era el último recuerdo que le quedaba a mi mamá de la suya.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s31" id="nr-s31"> Era lindo de verdad, Otellito, tan lindo, sonreía con la boca abierta y tenía los dientes muy blancos, y hasta un poco de pelusilla negra muy rizada en lo alto de su cabecita.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s32" id="nr-s32"> Mi abuela Silvia le había tejido el jersey y el pantalón de punto azul celeste que llevaba, también los diminutos patucos con botones de nácar, y mamá lavaba a mano aquellas prendas cada semana para evitar que cogieran polvo en lo alto del armario.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s33" id="nr-s33"> Luego, mientras la ropa se secaba a la sombra, envuelta en una toalla blanca como si fuera un tesoro, frotaba con un paño húmedo los brazos y las piernas de Otellito, su cara de negrito feliz,</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s34" id="nr-s34"> y tarareaba una canción de cuna que la abuela Silvia le había enseñado cuando vivían en La Habana.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s35" id="nr-s35"> Yo sabía cómo iba a dolerle encontrar a Otellito hecho trizas, que también a ella se le iba a partir el corazón en un montón de pedazos pequeños que nadie iba a poder recomponer,</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s36" id="nr-s36"> pero Laurita se cruzó de brazos y agitó la cabeza de un lado para otro mientras yo le suplicaba y le ofrecía mis canicas de vidrio azul, la bañera con patas de latón de mi casa de muñecas, hasta el guardapelo de oro que me regaló nuestra madrina.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s37" id="nr-s37"> Qué tonta eres, me dijo, ¿para qué quiero un guardapelo que tiene dentro un mechón mío, si puede saberse?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s38" id="nr-s38"> Rompe el muñeco o jugamos, dijo, y lo siguiente que recuerdo es que me subí a una silla para alcanzar al inocente de Otellito, que estaba allí, como siempre, sentado en su esquina del armario de nogal de mis padres, tan feliz.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s39" id="nr-s39"> Ni siquiera el terrible golpe contra los azulejos consiguió quitarle la sonrisa de los labios, tan sólo se la partió por la mitad.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s40" id="nr-s40">Me alejo deprisa de la puerta porque escucho los pasos cansinos de mi madre al pie de la escalera.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s41" id="nr-s41"> Corro hacia la cama y empujo bruscamente a Laurita, para que me haga un sitio.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s42" id="nr-s42"> Disimula, viene mamá, le digo entre dientes, así es que nos sentamos a lo indio y nos ponemos a jugar a piedra, papel o tijera.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s43" id="nr-s43"> Mamá se detiene junto a la puerta y da dos golpecitos muy suaves.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s44" id="nr-s44"> Pregunta en un susurro, ¿Estás ahí, Victoria?, con una voz tan triste que me tiembla la garganta al contestarle que sí, que estamos las dos, aquí, jugando tranquilamente.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s45" id="nr-s45"> Mamá ahoga un sollozo al otro lado, lo sé, y espera un poco con la mano puesta en el tirador antes de entrar.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s46" id="nr-s46"> Laurita y yo no decimos nada cuando la vemos aparecer, tan sólo sonreímos de oreja a oreja para que se calme y vea que todo está bien ahora.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s47" id="nr-s47"> Pero mamá no sonríe.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s48" id="nr-s48"> Parece un fantasma triste, le están saliendo canas plateadas por toda la cabeza y ese horrible vestido negro dos tallas más grande le queda fatal.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s49" id="nr-s49"> Se sienta en la cama de Laurita y arregla el cojín en forma de corazón.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s50" id="nr-s50"> Después me mira.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;">-Victoria. ¿Por qué?</div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s51" id="nr-s51">Ya estamos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s52" id="nr-s52"> Sólo me habla a mí, como siempre, y la sonrisa se borra de mi rostro.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s53" id="nr-s53"> Me enfado, me enfado mucho.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s54" id="nr-s54"> Quiero que me crea y empiezo a contarle otra vez, desde el principio lo de la muertita, para que vea que no miento.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s55" id="nr-s55"> Me estoy poniendo roja de rabia.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s56" id="nr-s56"> Cierro los ojos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s57" id="nr-s57"> Le digo que Laurita se empeñó en jugar a eso por primera vez un domingo por la mañana, a la vuelta de misa, y que luego insistía siempre en volver a hacerlo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s58" id="nr-s58"> Le cuento cómo subíamos corriendo escaleras arriba, mientras papá se quedaba leyendo el diario en la sala de estar y ella marchaba a la cocina a supervisar la tarea de Matilde, nuestra cocinera.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s59" id="nr-s59"> Yo caminaba unos pasos por detrás de Laura y la veía trotar hasta el dormitorio de ellos, que era su lugar favorito para morirse.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s60" id="nr-s60"> Entonces se tumbaba en la cama de matrimonio y levantaba el brazo para indicarme con un gesto imperioso que entornase la puerta de la alcoba.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s61" id="nr-s61"> Así lo hacía yo, que nunca supe llevarle la contraria, a pesar de que aquel juego me aterraba.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s62" id="nr-s62">Mi madre me pide por favor que me calle, pero no le hago caso.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s63" id="nr-s63"> En lugar de eso le digo que no soportaba mirar a Laurita cuando se quedaba tan quieta, pero no podía hacer otra cosa.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s64" id="nr-s64"> Me quedaba junto a la cama, viendo flotar sus rizos negros contra el almohadón de raso, como la cabellera fosilizada de aquella actriz famosa que se tiró al río y salió en todos los periódicos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s65" id="nr-s65"> Cuando mi hermana cerraba sus ojos era como si se apagaran de pronto todas las estrellitas blancas que le brillaban dentro.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s66" id="nr-s66"> Laurita parecía más que nunca una muñeca, y me daba miedo mirar sus fosas nasales de adorno, sus largas pestañas disecadas en torno a los párpados,</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s67" id="nr-s67"> las manitas cruzadas sobre el pecho igual que las de la abuela Silvia cuando aquel hombre flaco de la funeraria nos dijo que podíamos pasar a verla, porque ya estaba arreglada.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s68" id="nr-s68"> El vestido de seda azul que mamá nos ponía a las dos los domingos dejaba de ser idéntico al mío y se convertía en la tulipa inmóvil de una lamparita.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s69" id="nr-s69"> Las piernas de Laura parecían dos palillos enfundadas en sus medias blancas, y terminaban en un par de merceditas de charol negro, muy relucientes y con sus suelas nuevas.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s70" id="nr-s70">Yo estaba viva y mi hermana Laurita se había muerto.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s71" id="nr-s71"> Parada junto a la cama la realidad y el juego se mezclaban hasta convertirse en una sola cosa, yo estaba viva y mi hermana gemela se había muerto.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s72" id="nr-s72"> Me sentía culpable de seguir de pie y de temblar como una hoja, con los ojos llenos de lágrimas que apenas podía contener, mientras mi hermana se quedaba quieta para siempre y con los zapatos puestos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s73" id="nr-s73"> Eso era lo peor, sus zapatos nuevos que nunca llegarían a gastarse.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s74" id="nr-s74"> Entonces corría hacia el armario, abría la puerta y me escondía dentro.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s75" id="nr-s75"> Me quedaba allí encogida mucho rato, hasta que Laurita empezaba a reírse y a saltar sobre el colchón, gritándome que era una sonsa y una cobardica,</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s76" id="nr-s76"> y yo me picaba y salía hecha una furia cuando no podía más, con las mejillas rojísimas por la falta de aire.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s77" id="nr-s77">Ya no estoy enfadada, ahora me río acordándome de mi cara roja como un tomate, de las ruidosas carcajadas de Laurita señalándome, muerta de la risa y dando patadas en la cama de mis padres.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s78" id="nr-s78"> Cuando termino de contarle todo esto a mi madre me doy cuenta de que ni siquiera espero ya que me crea.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s79" id="nr-s79"> Mamá saca del puño de jersey su pañuelo arrugado y se seca el rastro que las lágrimas han dejado en sus mejillas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s80" id="nr-s80"> Laurita me mira con ojos llenos de rencor.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s81" id="nr-s81"> Yo miro a mamá, expectante y entonces ella dice, y sé que me lo dice a mí:</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;">-Cariño, tu hermana está muerta. ¿Entiendes eso?</div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s82" id="nr-s82">Pero no le contesto ni que sí ni que no.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s83" id="nr-s83"> Miro a Laurita, que ahora saca la lengua y se lleva el dedo a la altura de la sien, dándole vueltas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s84" id="nr-s84"> Me entra la risa.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s85" id="nr-s85"> Sí, claro, muerta, qué sabrá ella.</nr-sentence></div></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><b>Patricia Esteban Erlés</b>, <i>El juego</i> (Azul ruso, Páginas de Espuma, 2010).<div><br /><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Patricia_Esteban_Erl%C3%A9s" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="403" data-original-width="622" height="259" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgTk9fxPzTrDtRaTmp425QM9gVFiLpg-tC6iszR_MhSQzi9hB-9Mj6sH7jsK28Hzb1vWwLM2rcskkCTW9SYw73zyvAzBn0CKQQ9zQDB8bVZLeoqQLG4Su5pNk2Yxf_lqAlRt6_T3ym36VQ/w400-h259/Patricia+Esteban.jpg" width="400" /></a></div><div style="text-align: center;"><b>Patricia Esteban Erlés</b></div></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-1839511089434668612020-10-23T12:54:00.001+02:002020-11-04T10:40:36.987+01:00Mercè Rodoreda, Mi Cristina y otros cuentos<div style="text-align: justify;">El invierno era oscuro y liso, sin hojas; tan sólo con hielo, y escarcha, y luna helada. No podía moverme, porque andar en invierno es andar delante de todo el mundo y yo no quería que me viesen. Y cuando llegó la primavera con las pequeñas y alegres hojas, prepararon el fuego en medio de la plaza, con leña seca, bien cortada. </div><div style="text-align: justify;">Vinieron a buscarme cuatro hombres del pueblo; los más viejos. Yo no quería seguirles, y así lo grité desde dentro, y entonces vinieron otros hombres jóvenes, con las manos grandes y fajas; hundieron la puerta a golpes de hacha. Y yo gritaba: me estaban sacando de mi casa; a uno de ellos le mordí y me dio un puñetazo en mitad de la cabeza. Me cogieron por los brazos y las piernas y me arrojaron como una rama más encima del montón, me ataron de pies y manos y allí me dejaron con la falda arremangada. Volví la cabeza. La plaza estaba llena de gente, los jóvenes delante de los viejos y los niños a un lado, con ramitas de olivo en la mano y el delantal nuevo de los domingos. Y, mirando a los niños, le vi: estaba junto a su mujer –vestida de oscuro, la trenza rubia–, y le pasaba la mano por encima del hombro. Volví la cabeza de nuevo y cerré los ojos. Cuando los abrí, dos viejos se acercaron con teas encendidas y los niños se pusieron a cantar la canción de la bruja quemada. Era una canción muy larga, y cuando la terminaron los viejos dijeron que no podían prender el fuego, que yo no les dejaba, y entonces el cura se acercó a los niños con una bacina llena de agua bendita y les ordenó mojar las ramitas de olivo e hizo que me las echaran encima y pronto estuve cubierta de ramitas de olivo de tiernas hojas. Y una vieja menuda, jorobada y sin dientes se echó a reír y se fue, y al cabo de un rato volvió con dos espuertas llenas de tronquillos muy secos de brezo y dijo a los viejos que los esparciesen por todo alrededor de la hoguera, y ella misma les ayudó a hacerla, y entonces el fuego prendió. Subían cuatro columnas de humo y cuando las llamas se alzaron pareció que de los pechos de todo aquel gentío surgiera un enorme suspiro de paz, las llamas se alzaron en persecución del humo y yo lo vi todo a través de una cascada de agua rojiza –y a través de aquella cascada, cada hombre, cada mujer y cada niño era una sombra feliz porque yo ardía. </div><div style="text-align: justify;">Los bajos de la falda habían ennegrecido, sentía el fuego en los riñones y, de vez en cuando, una llama mordía mis rodillas. Me pareció que las cuerdas que me ataban estaban quemadas. Y entonces sucedió algo que me hizo rechinar los dientes: los brazos y las piernas se me iban acortando como los cuernos de un caracol al que una vez toqué con los dedos, y por debajo de la cabeza, donde el cuello se junta con los hombros, sentí algo que se estiraba y me pinchaba. Y el fuego crepitaba y la resina hervía… Vi que algunos de los que me miraban levantaban los brazos y que otros corrían y tropezaban con los que aún estaban quietos, y todo un lado de la hoguera se hundió con gran estrépito de chispas, y cuando el fuego volvió a prender en la leña desparramada me pareció oír que alguien decía: es una salamandra. Y me puse a andar por encima de las ascuas muy poco a poco; la cola me pesaba.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b>Mercè Rodoreda</b>, <i>Mi Cristina y otros cuentos</i>. Traducido por José Batlló.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Merc%C3%A8_Rodoreda" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="286" data-original-width="473" height="241" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRlqIxCSjjNjwTPL7kP9FUMrIWw0OwCOWgJXJOHjLnrkECLEph_Rq_CYxiMycIDqEgGx2XqERqaV7Bdc_nTm_QCDfwoaW0QiIeauE1_Qz0vTYsu8wRY4ZsWJGR1OeaV52KLOCXlbwiQjGx/w400-h241/Redondela.jpg" width="400" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b style="text-align: justify;">Mercè Rodoreda</b></div><div><b style="text-align: justify;"><br /></b></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-81460846424963485192020-10-16T10:02:00.000+02:002020-10-16T10:02:49.992+02:00Luisa Carnés, La chivata<div style="text-align: justify;"><b>La chivata </b></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">I </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s0" id="nr-s0">¿Quién era?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s1" id="nr-s1"> No podía ser la madre del niño recién nacido, de aquel niño de piel rosada, llena de arrugas, cuyos puñitos apretados eran los únicos puños que podían cerrarse ante las miradas agudas de las celadoras.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s2" id="nr-s2"> No podía ser la madre recién llegada, cuyo hijo acababa casi de abrir los ojos a la luz de aquellas galerías, cuya claridad no descubría graciosos pájaros, ni iluminaba un solo árbol,</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s3" id="nr-s3"> un árbol siquiera, que pudiera contar el paso de las estaciones con su desgranar de capullos en cada rama o su crujir de hojas secas bajo los invisibles dedos del viento.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s4" id="nr-s4"> No podía ser aquella madre nueva, cuyos labios pálidos sellaban el camino de la libertad del marido («Podéis matarme, pero no diré por dónde se fue»).</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s5" id="nr-s5">Su cabello apretado en rueda sobre la nuca todavía no encanecía.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s6" id="nr-s6"> Sus manos alzaban al hijo para que recibiera el rayo de sol que paseaba despacio, de doce a una, por el patio, para que recibiera el aire delgado que a las oscuras celdas no quería pasar.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7"> No podía ser tampoco la madre del niño doliente, que no sabía lo que era un caballo, ni menos aún conocía la leche de la vaca mugidora, e ignoraba que dos hileras de casas formaban una calle, y varias casas puestas en rueda forman una plaza.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s8" id="nr-s8"> El niño de piernas de alambre, que desconocía otras aves que no fueran aquellas que cruzaban por encima del penal, con un ruido que hacía temblar todos sus pequeños huesos.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s9" id="nr-s9">No podía ser tampoco la maestra.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s10" id="nr-s10"> La maestra no era joven ni bella.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s11" id="nr-s11"> Sus manos se habían deformado con ropas ajenas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12"> Había lavado en lavaderos públicos, en pilas frías, por las cuales pasaban ropas de todas partes, pero sobre todo señaladas con un signo (USA) que la maestra conocía muy bien;</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13"> en lavaderos de hospitales, oscuros, húmedos, acompañada a veces de algún cadáver, en espera de la noche para ser rescatado por la tierra.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s14" id="nr-s14"> Así se enclavijaron los dedos de sus manos, mientras los niños españoles no sabían que dos y dos son cuatro.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15"> Cuando en las batas tiesas de un hospital aparecieron unas hojitas en contra de Franco y de los yanquis, la maestra fue puesta en cautiverio.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s16" id="nr-s16"> Y ahora sus dedos torcidos apenas pueden sostener el pedazo de lápiz que escribe, para los hijos de las presas, cuántos días tiene un año sin leche, sin pájaros, sin juguetes,</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s17" id="nr-s17"> y con aquellas grandes alas de metal norteamericano traspasando los aires… No podía ser tampoco la maestra.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s18" id="nr-s18">No podía ser la anciana de los zuecos (otro beso de amor sobre un camino).</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s19" id="nr-s19"> Le preguntaban «¿Dónde está tu hijo?», y ella respondía «¡Sábelo Dios!».</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s20" id="nr-s20"> Y ahora estaba allí, en el día eterno de la cárcel, con sus viejos zuecos, que nadie podía arrancarle de los pies y que producían durante todo el día un ruido seco por las galerías y el patio, añorando las viejas piedras de la aldea.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21"> No podía ser tampoco la vieja de los zuecos</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s22" id="nr-s22">¿Pues quién entonces?, ¿quién era?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s23" id="nr-s23"> ¿Carlota, la de los ataques; Jacinta, la Madrileña; Pepa, la Tuerta (culpa fue del vergajazo de la funcionaria); Maruja, la Liviana (flaca como un perro flaco,</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s24" id="nr-s24"> saltarina y ligera como un alambre azotado por el vendaval); Filo, la Asturiana; Carmen; Amparo…?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s25" id="nr-s25"> ¿Quién de ellas?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s26" id="nr-s26"> ¿Cuál de todas aquellas sombras de mujer era «ella»?</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">—Bueno, yo no digo que si aquella o la de más allá, pero entre nosotras está la prójima. </div><div style="text-align: justify;">—¿Tú, no quedrás decir…? Pero, ¿por qué me miras? ¿Tengo yo cara de chivata? </div><div style="text-align: justify;">—¡Mía esta!… Estás enfrente de mí. A algún lao tiene una que mirar. </div><div style="text-align: justify;">—Pero, casualmente, me has mirao a mí. </div><div style="text-align: justify;">—Pues eso habrá sido, casualmente… ¡Mía esta! </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s27" id="nr-s27">Estaban en el patio.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s28" id="nr-s28"> El sol, ya alto, apenas calentaba.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s29" id="nr-s29"> Alto, alto.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s30" id="nr-s30"> La madre joven levantaba a su hijo entre las manos —el niño de carina menuda, como una cereza arrugada—, pero no lograba que el infante alcanzara aquella débil flecha amarillenta que apuntaba a una pared gris.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s31" id="nr-s31"> La Liviana tiritaba dentro de su toquilla negra, y con sus largos brazos rodeaba su propio cuerpo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s32" id="nr-s32"> Carmen, María, Angustias, Filo, hacían guantes y pañitos de perlé, y la anciana de los zuecos medía las losas frías de aquel pozo que se comía los colores, los senos, las caderas, la juventud de las reclusas.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s33" id="nr-s33">—Tú dices, pero una tiene que recelar de todo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s34" id="nr-s34"> Aquí todas somos de confianza, pero ¿quién dio el soplo el día de la clase política?, ¿y la noche de la lectura del periódico?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s35" id="nr-s35"> ¿Cómo se supo quién escondía la bandera republicana el año pasado?</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s36" id="nr-s36">—Tiene razón.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s37" id="nr-s37"> Todo eso es más que sospechoso.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s38" id="nr-s38"> Las funcionarias no son adivinas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s39" id="nr-s39"> ¡Hay que ahorcar a la que… !</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">—No puede ser una política. </div><div style="text-align: justify;">—Tié que ser una de las comunes, que se haya infiltrao. </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s40" id="nr-s40">—¿Pero quién puede ser, quién?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s41" id="nr-s41"> Otra vez a mirar, a buscar con los ojos, en los ademanes, de un grupo en otro (no podían ser más de cinco).</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s42" id="nr-s42"> ¿Quién?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s43" id="nr-s43"> ¿Quién?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s44" id="nr-s44"> Y otra vez, la misma de antes:</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">—¡Y dale!… Mira pa’ otro lao, tú. </div><div style="text-align: justify;">—¡Pues a algún sitio tengo que mirar, ¡mía esta!… </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s45" id="nr-s45">Siguieron mirándose unas a otras después, en el comedor, y más tarde al formar en la galería para que las contara la celadora.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s46" id="nr-s46"> Y en los días que vinieron.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s47" id="nr-s47"> No había descanso.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s48" id="nr-s48"> No se sabía quién era, pero se la sentía en todas partes.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s49" id="nr-s49"> Se la sentía como algo impalpable, pegajoso y frío, algo que enmudecía el labio y hacía cerrar las manos debajo de los delantales y en los bolsillos de las batas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s50" id="nr-s50"> Era algo contra lo que era difícil luchar.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s51" id="nr-s51"> Porque, ¿cómo se defiende la gente de una sombra?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s52" id="nr-s52"> Y eso era la chivata, una sombra que resbalaba sobre el patio y la galería; una oreja adherida a todas las celdas, arañando en todos los cerebros y robando los pensamientos, quizá antes de que nacieran.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s53" id="nr-s53">Había introducido en el penal algo peor que el hielo: la desconfianza.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s54" id="nr-s54"> La desconfianza sellaba las bocas y enfriaba los corazones de las presas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s55" id="nr-s55"> Los corazones, antes tan encendidos en amor.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s56" id="nr-s56"> Se cerraban las mujeres dentro de sí mismas como lo hacían cada noche en las celdas con sus cuerpos las funcionarias.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s57" id="nr-s57"> Y en la oscuridad casi total — solo la pequeña bombilla de carbón al final de la galería— se adivinaba al poder maligno deslizándose ante las puertas, captando los suspiros, las lágrimas,</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s58" id="nr-s58"> los anhelos de libertad y de justicia, la nana de la madre joven, de pechos henchidos, que soñaba para su hijo un rayo de sol, como la madre del niño raquítico soñaba para el suyo un caballo con cola de algodón.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">II </div><div style="text-align: justify;">—Os digo que es ella. </div><div style="text-align: justify;">—¡No puede ser! </div><div style="text-align: justify;">—Es la que mejor cumple las tareas. </div><div style="text-align: justify;">—Con su cuenta y razón. </div><div style="text-align: justify;">—Es la primera que reclama a las funcionarias… </div><div style="text-align: justify;">—Y hasta la metieron en celda de castigo el mes pasado. </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s59" id="nr-s59">—Sí, menuda celda de castigo… ¿Sabéis cómo se llama su celda?; la Puerta del Sol.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s60" id="nr-s60"> Mi hermana la vio en la calle hace dos semanas.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">—¿Cómo es posible? </div><div style="text-align: justify;">—Toma, siéndolo. Entra y sale de la cárcel como Pedro por su casa. ¿Qué más pruebas queréis? </div><div style="text-align: justify;">—Si fuera verdad, era para matarla. </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s61" id="nr-s61">—Y tanto que lo es.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s62" id="nr-s62"> Mi hermana no inventa infundios.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s63" id="nr-s63"> Me lo escribió en un papelito.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s64" id="nr-s64"> Aquí está.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s65" id="nr-s65"> Pasarlo a las demás, con cuidado.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s66" id="nr-s66">—Sí, con tiento… La anciana de los zuecos contaba baldosas en el patio.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s67" id="nr-s67"> La madre joven había conseguido al fin que su hijo aprisionara en sus puñitos cerrados el rayo de sol, y reía:</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">—¡Qué rico solecito para mi niño! </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s68" id="nr-s68">Carmen, Filo, Carlota, María y Angustias movían entre los dedos las agujas de hacer croché.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s69" id="nr-s69"> El pequeño papel blanco pasó entre sus dedos ligeros, entre los aleteos juguetones.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s70" id="nr-s70"> En él unas letras a lápiz decían: «Cuidado con la Liviana.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s71" id="nr-s71"> La he visto en la calle».</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s72" id="nr-s72"> Entre los dedos de la última se convirtieron en diminutos pétalos, que más tarde desaparecieron en el retrete.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">—¿Lo creéis ahora? </div><div style="text-align: justify;">—¡Qué horror! </div><div style="text-align: justify;">—Es la más interesada en las clases políticas. </div><div style="text-align: justify;">—La más interesada en la lectura del periódico. </div><div style="text-align: justify;">—¡Qué descanso para todas! </div><div style="text-align: justify;">—Cuando yo decía que «ella» estaba entre nosotras… </div><div style="text-align: justify;">—Pero lo decías mirándome a mí. </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s73" id="nr-s73">—¡Vaya manía que te ha entrao!</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s74" id="nr-s74"> Bien sabe Dios que no te miraba a ti ni a ninguna, pero desconfiaba de todas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s75" id="nr-s75"> Alguna de nosotras tenía que ser.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">—Eso sí. </div><div style="text-align: justify;">—¡Y pensar que ella tiene el secreto de nuestro trabajo! </div><div style="text-align: justify;">—Y sabe cómo entran las cartas en la cárcel. </div><div style="text-align: justify;">—Y cómo salen. </div><div style="text-align: justify;">—Ya se nos estropeó lo del 14 de abril. </div><div style="text-align: justify;">—¡Que te crees tú eso! </div><div style="text-align: justify;">—veréis como hay cacheo el 14. </div><div style="text-align: justify;">—¿Y qué que lo haya? En peores nos hemos visto. </div><div style="text-align: justify;">—¡Y tanto! </div><div style="text-align: justify;">—Callarse, que ahí viene… </div><div style="text-align: justify;">Pero como eran cinco en el corro, la Liviana pasó de largo. </div><div style="text-align: justify;">—¿Se habrá olido algo? Es muy larga. </div><div style="text-align: justify;">—Es que somos cinco. </div><div style="text-align: justify;">—Es verdad. </div><div style="text-align: justify;">—Cumple bien el reglamento. </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s76" id="nr-s76">—Demasiado bien.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s77" id="nr-s77"> La madre aupaba en sus brazos al niño recién nacido, que seguía apretando en sus puñitos el sol, que tendía a escaparse.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">—¡Qué solecito tan rico para mi niño! </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s78" id="nr-s78">Los zuecos de la anciana seguían arañando las losas del patio, buscando acaso los perdidos pedruscos de la aldea.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">III </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s79" id="nr-s79">Ya el sol calentaba aquel 14 de abril, pero a nadie le extrañó ver a la maestra envuelta en la manta de su catre.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s80" id="nr-s80"> Llevaba algunas semanas que se quejaba de tercianas, pero apenas le hacían caso las funcionarias, y por todo tratamiento le suministraban dos aspirinas al día.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s81" id="nr-s81"> A nadie le extrañó verla aquel 14 de abril envuelta en la manta, tiritar bajo el sol alegre, que envolvía en su calor al niño de carita de cereza arrugada, como metida en alcohol.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s82" id="nr-s82">A pesar del cacheo de la mañana, las funcionarias no habían prohibido la hora del paseo en el patio, aunque estaban más vigilantes que de costumbre en las galerías altas que miraban al patio.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s83" id="nr-s83"> Por la mañana, después del desayuno, cuando las reclusas atendían al aseo de sus celdas, sonó un timbre largo rato, y la jefa de galería apareció a lo lejos.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">—¡Cacheo tenemos! </div><div style="text-align: justify;">Venía la jefa acompañada de otras dos celadoras de la prisión. La jefa gritó: </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s84" id="nr-s84">—¡Todas afuera!</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s85" id="nr-s85"> ¡Cada una de pie al lado de su celda!</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s86" id="nr-s86"> Las celadoras subalternas registraron a las mujeres una por una.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s87" id="nr-s87"> Registraron las celdas, una por una.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s88" id="nr-s88"> Nada quedó sin registrar.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s89" id="nr-s89"> Sus manos palpaban las pobres prendas remendadas, arrancaban de las paredes los retratos familiares, deshacían los catres.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">—¿Dónde están las banderas? </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s90" id="nr-s90">—¿Dónde las habéis metido, cochinas?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s91" id="nr-s91"> Cien banderas que se había llevado el viento.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s92" id="nr-s92"> —Buscad, no dejéis nada sin mirar.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s93" id="nr-s93">Otra vez, las manos temblonas de las celadoras rasgaron papeles y arrugaron trapos limpios.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s94" id="nr-s94"> Los libros, si alguno había, quedaban destrozados.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s95" id="nr-s95"> Dentro de los secos pechos de las tres celadoras, los corazones negros trepidaban como locomotoras.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">—¿Dónde están?… ¿Dónde las habéis metido? </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s96" id="nr-s96">Las cien mujeres de aquella galería aparecían tiesas, pegadas a las puertas de sus celdas abiertas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s97" id="nr-s97"> Eran cien estatuas sin vida.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s98" id="nr-s98"> Los ojos miraban fríamente a las tres mujeres que destrozaban sus pobres prendas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s99" id="nr-s99"> Levantaban los colchones de borra apelmazada, vaciaban los viejos baúles, las cajas de cartón, donde crecían las labores de croché que más tarde venderían en la calle los familiares de las presas;</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s100" id="nr-s100"> el trabajo que se convertiría en mejor pan, en «café, café», o en lana para los calcetines del invierno.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s101" id="nr-s101"> Todo era apretujado, pisoteado, pero las banderas no aparecían.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s102" id="nr-s102"> Y en aquella galería había cien mujeres.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s103" id="nr-s103"> Las mujeres eran estatuas erguidas ante sus celdas.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s104" id="nr-s104">Entre ellas estaba la de la Liviana, desarticulados los largos brazos y piernas, pegada a la puerta oscura como una delgada oblea.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s105" id="nr-s105"> Y la madre joven, rebosantes los pechos hasta mojar la fea bata.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s106" id="nr-s106"> Y la anciana de los zuecos, impaciente por emprender su interminable caminata en busca de la aldehuela que no se vislumbraba en patios ni pasillos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s107" id="nr-s107"> Y la maestra, tiritando de frío en 14 de abril.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">—¿Por qué tiemblas tú? —inquirió la jefa. </div><div style="text-align: justify;">—Me siento mal. </div><div style="text-align: justify;">—Tiene calentura —dijo la madre joven. </div><div style="text-align: justify;">—Cuando acabéis, dadle a esta dos aspirinas —ordenó la jefa a las celadoras. </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s108" id="nr-s108">Media hora más tarde quedaron solas las reclusas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s109" id="nr-s109"> Cada cual se entregó a la tarea de arreglar sus pobres bienes destrozados.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s110" id="nr-s110"> Reían y cantaban, y se abrazaban unas a otras.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s111" id="nr-s111"> Una vez que la Liviana intentó abrazar a una de ellas se sintió rechazada, y oyó una voz muy baja que le dijo:</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">—¡Quita de ahí, Judas! </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s112" id="nr-s112">La Liviana fingió no haber oído nada.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s113" id="nr-s113"> Siguió haciendo su vida ordinaria: el taller, la labor de croché, como todas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s114" id="nr-s114"> Nadie le volvió a decir nada.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s115" id="nr-s115"> Pero empezó a sentirse sola.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s116" id="nr-s116"> A la hora del paseo en el patio comenzó a sentirse sola.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s117" id="nr-s117"> Sorprendió en sus compañeras miradas que no conocía.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s118" id="nr-s118"> Le llegaba un sordo rumor de voces, como el ruido airado del mar cuando se escucha desde lejos, al otro lado de una montaña.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s119" id="nr-s119"> Abría mucho los ojos y los oídos pero nada oía ni veía, salvo las miradas extrañas, que avanzaban hacia algo, que buscaban algo sin acabar de posarse en nada.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s120" id="nr-s120"> Y aquel ruido sordo de las voces sin palabras, aquel como fino oleaje que la cercaba… Arriba, en la galería superior, las celadoras vigilaban el patio, pero estaban muy lejos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s121" id="nr-s121"> No podía reclamar su atención.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s122" id="nr-s122"> No encontraba el medio de comunicarles su miedo, de hacerlas partícipes de aquella amenaza que sentía sobre sí y la llenaba de temor.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s123" id="nr-s123"> Nunca supo lo que era el temor, esa cosa que enfría las manos y paraliza las piernas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s124" id="nr-s124"> Eso que debían sentir las presas políticas cuando la Falange las llamaba a declarar a la dirección de Seguridad, y que ella desconocía.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s125" id="nr-s125">Desde arriba las celadoras veían el patio como lo veían siempre, florecido de cabezas de mujer a falta de flores auténticas, ni siquiera con la más leve brizna de hierba asomando entre las piedras.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s126" id="nr-s126"> No podía traspasarlas aquel sordo rumor como de mar que comienza a embravecer.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s127" id="nr-s127"> No podían ver aquellas miradas que cambiaban.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s128" id="nr-s128"> Ahora tenían una expresión solo captada por la Liviana, aquellas miradas que al fin convergieron en un punto, como aquel que llega a una cita.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s129" id="nr-s129"> Y acallaron aquel rumor, que no tenía nada de humano, para dar paso a un grito extraño, desarticulado, que no era de temor ni de alegría ni de odio, proferido por cien gargantas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s130" id="nr-s130"> Que ahogó el de la Liviana antes de nacer.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s131" id="nr-s131"> En el barullo alguien dijo:</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">—Todavía están ahí las funcionarias. </div><div style="text-align: justify;">Y alguien: </div><div style="text-align: justify;">—No importa. Tiene que ser ahora. Así se acordó. </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s132" id="nr-s132">La manta en que se arrebujaba la maestra voló sobre muchas cabezas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s133" id="nr-s133"> El grito se dividió en gritos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s134" id="nr-s134"> Pero ahora eran de alegría, contenida por mucho tiempo, más bien desconocida de siempre.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s135" id="nr-s135"> Era la locura del silencio transformado en voz y luego en cántico.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s136" id="nr-s136"> Cantaban canciones infantiles, y mientras las sílabas formaban en sus labios palabras candorosas, las voces eran aullidos sin forma que atraían las miradas de las celadoras de la galería superior.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s137" id="nr-s137"> Cantaban y golpeaban sobre la manta de la maestra con tercianas que, después de revolotear sobre las cabezas, había caído al suelo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s138" id="nr-s138"> Golpeaban sobre la manta con risas y alaridos.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s139" id="nr-s139">La madre joven entregó a su hijo a la vieja de los zuecos y golpeó también con fuerza.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s140" id="nr-s140"> Todas golpeaban ciegamente encima de la manta, con los pies y las manos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s141" id="nr-s141"> Golpeaban por ellas y por las demás reclusas del penal.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s142" id="nr-s142"> Golpeaban por sus hombres presos o muertos, por sus propias penas y por las ajenas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s143" id="nr-s143"> Golpeaban por los cautivos víctimas de las delaciones, por los eternos días de la cárcel, por las noches sin sueño, por los años sin pan y sin leche, por la juventud sin amor,</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s144" id="nr-s144"> por la niñez de los niños que no conocían de España más que unas celdas estrechas y unos altos muros grises…</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s145" id="nr-s145">Cuando aquel flaco cuerpo de la Liviana, aquella fea rata delatora, dejó de ofrecer resistencia debajo de la manta, sintieron miedo, un miedo colectivo,</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s146" id="nr-s146"> que es más profundo y trágico que el miedo de un solo ser, que es un miedo que no cabe en el mundo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s147" id="nr-s147"> Pensaron: «La hemos matado».</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s148" id="nr-s148"> No, ellas no querían matar.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s149" id="nr-s149"> No querían devolver muerte por muerte.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s150" id="nr-s150"> Querían castigar.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s151" id="nr-s151"> Demostrar a las celadoras que la chivata no había podido interrumpir en la cárcel el trabajo de las políticas, cortar su apasionada esperanza,</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s152" id="nr-s152"> su confianza en el mañana de España y la propia confianza, la amorosa confianza de unas en otras, la mutua ayuda, la solidaridad, la comprensión.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s153" id="nr-s153"> Todo eso tan bello, tan alentador, que las ayudaba a sobrellevar la larga espera redentora, el mañana español que sería esplendoroso, como lo era ya para otros pueblos de la tierra…</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s154" id="nr-s154">Con temor, alguna tiró de una punta de la manta de la maestra y se vio a la Liviana moverse, sentarse en el suelo, recogerse sobre sí misma, extender sus brazos, con aire dolorido, a las celadoras,</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s155" id="nr-s155"> que miraban la escena con estupor, que hasta entonces no comprendieron.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">—¡Socorro! ¡Me matan! —gritó la chivata con las pocas fuerzas que le quedaban. </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s156" id="nr-s156">Y las celadoras acudieron de todas partes en su ayuda.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s157" id="nr-s157"> Pero iba a ser difícil encontrar a las culpables.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s158" id="nr-s158"> Habría que castigar a las cien mujeres de las cien celdas del piso bajo del penal.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s159" id="nr-s159"> Mientras la Liviana era atendida en la enfermería de los golpes sufridos aquella noche del 14 de abril, en las celdas del piso bajo,</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s160" id="nr-s160"> cien voces gritaban una canción de la guerra española que en este momento, para las reclusas, era una canción de victoria: El ejército del Ebro, una noche el río pasó, y a las tropas invasoras, buena paliza les dio.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s161" id="nr-s161">Cuando las funcionarias encendieron las luces de la galería baja, cien banderitas republicanas ondearon a través de los ventanucos de las cien celdas, bajo las bombillas de carbón.</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b>Luisa Carnés</b>, <i><b>La chivata</b></i>.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Luisa_Carn%C3%A9s"><img border="0" data-original-height="305" data-original-width="406" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjSp2_dM8dmD2JeJMCLaX7pif0-dV3ElGSFkKv8FOjFFphQ1KaOjH2lRjHysa0yuVgwb2Wnu6Hpu7gPwcGFGyy-8ppd80ZWDPvmV5wfXPb23EPnJgqwDON0ngP_KzpneSeXUOMXVYPWuM8/s320/Luisa+Carn%25C3%25A9s.jpg" width="320" /></a></div><div style="text-align: center;"><b>Luisa Carnés</b></div><div style="text-align: justify;"><br /></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-56988303325750040962020-10-09T15:59:00.001+02:002020-11-04T10:39:44.015+01:00Carmen Martín Gaite, Con los maquis arriba en el cerro<b>Con los maquis arriba en el cerro.</b><br /><br /><div style="text-align: justify;">Me acuerdo que en la guerra fui con ella a escondidas, varias tardes, a llevarles comida a unos rojos del pueblo que andaban escondidos por política, los maquis los llamaban, y yo no lo entendía porque eran el Basilio y el Gaspar, amigos de la infancia de mi madre; se los encontró un día ella por lo intrincado estando de paseo, ya cerca de las ruinas, salieron de repente, se hincaron de rodillas: “Ay, Teresa, por Dios, no digas a nadie de que estamos aquí, pero sube otro día y tráenos de comer, nos morimos de hambre”. Y a nadie se lo dijo, sólo a mí, ni la familia de ellos, ni nadie lo sabía en qué lugar paraban, pero a mí me lo dijo, me dijo “es un secreto” y sabía seguro que yo se lo guardaba. </div><div style="text-align: justify;">“A la niña la traigo para no venir sola, pero ella es como yo”, les explicó la primera tarde que fuimos, y a mí me había advertido por el monte arriba que tenían barba de mucho tiempo y la ropa rota y que por eso les llevábamos las mudas además de comida, que vivían en el hueco de una peña con bichos y que casi no los iba a conocer, que no tuviera miedo, pero sí, miedo iba a tener yo, una novela es lo que me parecía tener aquel secreto a medias con mamá y escaparnos las dos al monte en plena tarde y coger cosas de la despensa a espaldas de la abuela; llegábamos arriba con nuestros paquetes, merendábamos con los hombres aquellos del monte, nos preguntaban un poco por mi padre y el tuyo que estaban en Barcelona, o creíamos eso por lo menos: ¿Sabes algo del marido y del niño?, y no, no sabíamos nada, pero me parece que lo preguntaban un poco por cumplir, que mi padre aquí en este pueblo nunca fue simpático a nadie, le llamaban el profesor; suspiraban: “Es que esto es una catástrofe, Teresa, una catástrofe”, y ella les daba noticia que yo no entendía de la marcha de la guerra, incluso alguna vez les subió periódicos, y cuando nos íbamos, nos besaban mucho y solían llorar; ni siquiera en el cine había visto llorar yo a hombres así con barba, tan hechos y derechos y soñaba con ellos, inventaba oraciones en la cama para que se salvaran, uno no se salvó, le pillaron de noche aquel invierno unos guardias civiles, merodeando el pueblo y se murió del tiro, ahí bajando a la fuente; Gaspar escapó a Francia me parece, y pasada la guerra su mujer nos mandaba aguardiente de yerbas por la Virgen de Agosto; la primera borrachera que me cogí en la vida fue con ese aguardiente la noche de Santiago, en una fiesta que hubo aquí en casa, fue también la primera vez que me besó un chico, el Genín, un sobrino del maestro, abajo en el parque, luego me daba siempre mucha vergüenza verle y el sabor del aguardiente de yerbas lo aborrecí para toda la vida. </div><br /><b>Carmen Martín Gaite</b>, <i>Con los maquis arriba en el cerro</i> (Retahílas).<div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Carmen_Mart%C3%ADn_Gaite"><img border="0" data-original-height="403" data-original-width="696" height="231" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhMq73TEJOODQvQOQqKG5VVmkLLQssXCiSoOYW6Vl3r90DsW4JuLhxt8o2xC1jZ1XZZAB2zeo0Ee8IUDM58E3yR_HtZipZoWMDtj4Ippkz4BUPG9-PjBP0Ur61lckM7mJhVTFQUWQdbYIw/w400-h231/Carmen+mart%25C3%25ADn+gaite.jpg" width="400" /></a></div><div style="text-align: center;"><b>Carmen Martín Gaite</b></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-73515848518979937042020-10-02T08:34:00.001+02:002020-10-02T12:09:33.419+02:00Rosa Chacel, La última batalla<b>La última batalla</b>.<br /><br /><div style="text-align: justify;">Los creyentes estaban agolpados en la falda de la colina alrededor del Profeta. </div><div style="text-align: justify;">–Combatid a los infieles hasta que ni uno solo pueda dar lugar con su existencia a la tentación. Luchad olvidando los bienes de la tierra, porque mayores serán los que alcanzaréis muriendo por la fe. Él es misericordioso. </div><div style="text-align: justify;">–¿Cómo sabremos que llegaremos hasta Él después de morir? </div><div style="text-align: justify;">–Bien claro estáis viendo la raya del horizonte, donde el cielo y la tierra parecen telas de distintos colores, tan fuertemente cosidas que no se ven las puntadas. No obstante, ha bastado que un esclavo llegase de lejos, arrebatado por el terror, a deciros que los infieles vienen armados contra vosotros. ¡Esto ha bastado para que creáis! ¡Y no os basta que el Profeta os diga que el que está más allá de la raya de vuestro principio os espera más allá de la raya de vuestro fin! </div><div style="text-align: justify;">–Danos una señal y creeremos. </div><div style="text-align: justify;">Entonces el Profeta tomó cuatro aves. Eran un águila, un pavo, un cuervo y un gallo. Las cortó en pedazos, conservó consigo las cabezas y mandó que repartiesen los trozos por las colinas. </div><div style="text-align: justify;">Las vísceras descuajadas, los miembros rotos, mal recubiertos por la miseria ensangrentada de las plumas, fueron arrojados lejos, en las cumbres. El Profeta los llamó por sus nombres, y tan pronto como sus nombres fueron pronunciados, se los vio venir con vuelo sereno y cierto a recobrar sus cabezas de la mano del Profeta. </div><div style="text-align: justify;">La batalla fue breve. Cada creyente degolló cien infieles, sin que al volver a colgarse el sable a la cintura le quedase en el brazo el recuerdo de cien golpes. </div><div style="text-align: justify;">El viento del desierto se llevó los siglos de sobre la tierra, innumerables e irreconocibles como la arena de las dunas. </div><div style="text-align: justify;">Alrededor del Profeta volvieron a agolparse los creyentes en la falda de la colina. </div><div style="text-align: justify;">–¿No lucharéis por la fe? ¿No seréis capaces de afrontar la muerte por alcanzar la infinita ventura que se os ha prometido? </div><div style="text-align: justify;">–¿Cómo sabremos que esa ventura nos aguarda? </div><div style="text-align: justify;">–¿Preguntasteis al salir del seno de vuestras madres qué bienes iba a ofreceros la vida? No, y sin embargo los obtuvisteis. Si en ese instante alguien os hubiera dicho los males que os aguardaban, no hubierais podido retroceder. Así será en el día de los días. Él premia y castiga. </div><div style="text-align: justify;">–Danos una señal y creeremos. </div><div style="text-align: justify;">Entonces el Profeta tomó cuatro aves: un águila, un pavo, un cuervo y un gallo. Las cortó en pedazos, guardó consigo las cabezas y mandó que los restos confundidos fuesen arrojados por los valles. </div><div style="text-align: justify;">Así que la orden estuvo cumplida, llamó a las aves por sus nombres, y cuando los cuatro nombres fueron pronunciados se vio venir volando tres aves: el gallo, el cuervo y el pavo; el águila no volvió. </div><div style="text-align: justify;">El Profeta les devolvió sus cabezas y quedó con la del águila en la mano. </div><div style="text-align: justify;">Los que estaban próximos se inclinaron para ver morir la cabeza del águila, y el Profeta, que siempre había inclinado la palma de la esperanza sobre la cabecera de los moribundos, se inclinó sobre su propia mano, considerando lo que sostenía en ella. ¡Por primera vez la muerte! </div><div style="text-align: justify;">Su irrevocable realidad, su amargura, fue transformando los rasgos de aquella cabeza invicta. Los párpados blanquearon envejecidos, secos, y el pico inerte como máquina desarticulada, como hueso sin vida, se aguzó descarnado en las comisuras acerbamente. </div><div style="text-align: justify;">Las otras aves, desde una rama, esplendían su milagrosa integridad, y el Profeta, señalándolas, recobró el aliento para exhortar a los creyentes a la lucha. </div><div style="text-align: justify;">La lucha no fue muy larga; cada creyente segó la vida de cincuenta infieles, y sus fuerzas fueron apenas mermadas. </div><div style="text-align: justify;">El sol desde su altura vio pasar los siglos como reiteradas, estultas ovejas, hasta que nuevamente volvieron a agolparse los creyentes alrededor del Profeta en la colina. Y nuevamente volvieron a dudar. Y nuevamente fueron corroborados. </div><div style="text-align: justify;">Esta vez el Profeta tomó solo a tres aves y no volvieron más que dos: el pavo no volvió. </div><div style="text-align: justify;">La cabeza del pavo murió en la mano del Profeta como una flor o como una joya que pudiera marchitarse: las esmeraldas de su copete se apagaron. </div><div style="text-align: justify;">Pero el Profeta mostró a las dos aves que en la rama mantenían su inocencia intacta, y arengó a los creyentes. </div><div style="text-align: justify;">Antes que sus últimas palabras hubieran hecho alzarse los brazos armados, se alzó en el horizonte el polvo que levantaban avanzando los caballos de los infieles. </div><div style="text-align: justify;">Y la lucha fue larga, porque los infieles eran numerosos y los creyentes solo lograron cada uno atravesar el corazón de veinticinco infieles, volviendo quebrantados, pero victoriosos, a reposar en la fe. </div><div style="text-align: justify;">Los siglos llegaron y partieron como las ondas. Los creyentes volvieron a agolparse alrededor del Profeta. La duda volvió a alzar su anhelante murmullo y el testimonio volvió a ser otorgado. El Profeta sacrificó dos aves, desparramó sus cuerpos y pronunció sus nombres. Pronunció dos nombres, pero volvió un ave sola. La cabeza del cuervo murió, transformando su desolado color, que había sido brillante como la noche, en parda derrota mancillada. El azabache de los ojos se retrajo como la piel de las uvas secas. El pico bruñido se hizo opaco y entre los pelos que le asomaban de las narices le quedó el hediondo rastro de su aliento. </div><div style="text-align: justify;">El Profeta señaló al gallo que, posado en la rama, mantenía la radiante fidelidad de su pecho inmaculado, y quiso hablar, pero el galope de los caballos apagó su voz. </div><div style="text-align: justify;">La lucha fue larga y horrorosa. </div><div style="text-align: justify;">Los creyentes solo podían exterminar cinco infieles cada uno, y la ira prolongada rugió durante días y noches como una catarata de sangre. </div><div style="text-align: justify;">Los creyentes vencedores pudieron llegar restañando sus heridas hasta las gradas del Templo del Dios único. </div><div style="text-align: justify;">El tiempo pasó arrastrando su manto. Los creyentes volvieron a agolparse en la colina junto al Profeta. </div><div style="text-align: justify;">La duda volvió a pedir, y el Santo quiso otorgar: nadie vio que temblase su mano al dividir el ave. </div><div style="text-align: justify;">Los trozos del gallo fueron repartidos por los montes, y el Profeta pronunció su nombre con la voz de la oración. Lo llamó una y cien veces, y el gallo no vino. </div><div style="text-align: justify;">La corola de su cabeza se mustió en la mano del Profeta, los ojos dorados, amantes del desvelo, se enturbiaron bajo una fría membrana y el pico entreabierto dejó ver la lengua inerte y la garganta hueca por donde ya no pasaría más que el silencio. </div><div style="text-align: justify;">¿Qué exhortación, qué arenga podía pronunciar ahora? La voz no acudía a los labios del Profeta, pero las lágrimas pugnaban por acudir a sus ojos y las sentía brotar de diversas fuentes, no sabiendo a cuál de ellas dejar paso. Así pues, no alcanzaron a brotar, porque antes de que brotasen llegó silbando una lanza y le atravesó el pecho. </div><div style="text-align: justify;">Entonces empezó la lucha. La lucha sin igual, por ser la lucha entre iguales: cada uno de ellos no podía exterminar más que a uno de los otros. </div><div style="text-align: justify;">Ahora luchaban los que ya no creían con los que nunca habían creído. Réprobos contra réprobos, luchando eternamente, traspasándose, mezclándose como corrientes encontradas de dos sustancias que no pudieran fundirse. </div><div style="text-align: justify;">De Oriente a Occidente y de Occidente a Oriente, las dos olas de rencor se penetraban y envolvían el mundo. </div><div style="text-align: justify;">Los que siempre habían sido infieles luchaban por el placer de hundir sus espadas en los pechos cuya llama no habían conocido. Los que ya no eran creyentes, por la ira de sentirse descubiertos en una desnuda ansiedad, en un indigente vacío, dentro del cual ya, solo por el dolor, podían recordar la vida. </div><div style="text-align: justify;">Réprobos contra réprobos se encontraban en el otro lado del globo y seguían luchando. A su paso engendrando réprobos, sin soltar la espada sangrienta, envolviendo al planeta en el vaho letal de la condenación, en el anillo gaseiforme del mal íntegro, del mal sensible que prolifera en su pertinaz conjunción con los sentidos. Porque la voz del mal penetra en los oídos y engendra el mal, la imagen del mal penetra en los ojos y engendra el mal, el contacto del mal posee a las manos y engendra el mal, y hasta el olor y el sabor de sus emanaciones como las de la carroña en el páramo engendran el mal. </div><div style="text-align: justify;">Las almas, entretanto, vagando desnudas por el campo de batalla, no las de los muertos, las de los vivos. </div><div style="text-align: justify;">Inermes, estériles, pronunciando solo la blasfemia sin fórmula, sin freno, sin límites de su silencio. </div><div style="text-align: justify;">Y lentamente, uno por uno, equitativamente, aniquilándose en milenios de giros, en superpuestas capas anulares de tiempo y de perdición. Hasta que, al fin, un día –en medio de la irrevocable noche–, dos solos, únicos, frente a frente, hundan sus aceros con simultánea y certera calma en sus corazones, sabiendo, al fin, concluyente su dolor, que durará sin agonía hasta que llegue para todos los que fueron el día inevitable. Y entonces, ¡ah, si supieran! </div><br /><b>Rosa Chacel</b>, <i>La última batalla</i>.<div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Rosa_Chacel"><img border="0" data-original-height="276" data-original-width="200" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhFQwnGxbrSGeY4yoqgFDW7s3xQOlU4HMMu53UXxsIT7slkxSDYvlpUTW3kDr3xjzjbsXJw4QJ_Jxy5bMrRn5w19tPuF_j5B-qgAu2WUTVwqMTAz6QUwViavuzC8O0sUpEbylqHA6k6T1Q/s0/Rosa+Chacel.jpg" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b>Rosa Chacel</b></div><br /><div><br /></div><div><br /></div>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3626056991628986823.post-53525539167892316412020-09-25T08:21:00.002+02:002020-09-25T18:21:29.842+02:00Olga Tokarczuk, De historias finales<b>De historias finales.</b> <br /><br /><div style="text-align: justify;"><i><nr-sentence class="nr-s0" id="nr-s0">Mientras su esposo polaco Petro yace muerto en la nieve fuera de su casa, la ucraniana Paraskevia piensa en su vida juntos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s1" id="nr-s1"> En este extracto recuerda la guerra, cuando el ejército soviético ocupó las zonas fronterizas del este entre Polonia y Ucrania, donde vivían ella y Petro, y deportó a muchos polacos a Siberia.</nr-sentence> </i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s2" id="nr-s2">Cada siete años debes repetir la ceremonia de boda porque, como solía decir la tía Marynka, cada siete años te conviertes en una persona diferente.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s3" id="nr-s3"> Por lo que conviene renovar todo tipo de contrato, compromiso, hipoteca, datos registrados e identificación personal.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s4" id="nr-s4"> Todo tipo de documentos.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">Ya soy mi undécimo yo. Petro es su decimotercero. </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s5" id="nr-s5">En mis sueños, Petro duplica y triplica, en un momento es joven, al siguiente es viejo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s6" id="nr-s6"> En un momento me grita, al siguiente me abraza.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s7" id="nr-s7"> En el sueño de hoy está bebiendo té caliente de su fea taza de porcelana.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s8" id="nr-s8"> El té está muy caliente y las gotas de vapor se posan en sus cejas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s9" id="nr-s9"> Luego se congelan y se transforman en carámbanos, por lo que no puede abrir los ojos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s10" id="nr-s10"> Viene a mí como un ciego y me pide que se los quite.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s11" id="nr-s11"> Con impotencia, miro alrededor de la cocina en busca de herramientas especiales.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s12" id="nr-s12"> Dice «el descongelador» o algo así, y señala un cajón.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s13" id="nr-s13"> Eso significa que hay una herramienta para eliminar el hielo de sus ojos y él tiene una.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s14" id="nr-s14"> El está preparado para cualquier cosa.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s15" id="nr-s15">Hay otra diferencia entre Petro y yo, y me satisface notarlo mentalmente.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s16" id="nr-s16"> Al principio buscas similitudes en lugar de diferencias.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s17" id="nr-s17"> Te pasas días enteros haciendo todo tipo de preguntas y descubriendo «yo también», «es exactamente lo mismo para mí».</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s18" id="nr-s18"> Pero el final es diferente.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s19" id="nr-s19"> Las similitudes eran solo un engaño inocente.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s20" id="nr-s20">No sabía cómo divertirse; tal vez por eso me parecía tan mayor, aunque cuando lo conocí aún no tenía treinta y cinco años.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s21" id="nr-s21"> Incluso mientras bailaba en su propia boda estaba cumpliendo con un deber.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s22" id="nr-s22"> Sí, el baile le dio placer, porque estaba destinado a hacerlo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s23" id="nr-s23"> Pero fue mecánico.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s24" id="nr-s24"> Fuera lo que fuera lo que estaba haciendo, lo hizo y nada más.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s25" id="nr-s25"> Cuando estaba pintando la cerca, estaba pintando la cerca.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s26" id="nr-s26"> Cuando estaba calificando exámenes, estaba calificando exámenes.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s27" id="nr-s27"> Cuando cojeaba, estaba completamente cojo, nadie podía tener ninguna duda al respecto.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s28" id="nr-s28"> Cuando estaba en silencio, era como una persona tonta.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s29" id="nr-s29"> Es cómico estar en un lugar todo el tiempo, con todo en el mismo sitio, crecer apegado a uno mismo como un perro sin hogar, sin moverse nunca ni un milímetro de donde está acostado y sin dejar de mirar hacia afuera.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s30" id="nr-s30">Yo soy lo opuesto; No estoy en un lugar fijo, nadie puede atraparme.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s31" id="nr-s31"> Siempre me estoy divirtiendo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s32" id="nr-s32"> Juego a barrer la basura y pelar las patatas, finjo que todo es un juego.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s33" id="nr-s33"> Ahora estoy imaginando un juego en el que Petro ha muerto y yace congelado en la terraza, esperando tiempos mejores.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s34" id="nr-s34"> Nunca me tomo nada en serio.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s35" id="nr-s35"> Ahora me divierto pisoteando letras en la nieve.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s36" id="nr-s36">La tía Marynka solía decir que todos los días, justo después del atardecer, el mundo entero se vuelve azul celeste durante tres minutos seguidos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s37" id="nr-s37"> Si piensas en un deseo tan pronto como veas que el mundo se vuelve azul celeste, se hará realidad.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s38" id="nr-s38"> Puedo verlo ahora mismo a través de la ventana: el mundo es azul celeste.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s39" id="nr-s39"> Y me alivia descubrir que no tengo deseos.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s40" id="nr-s40">La primera vez que aparecieron los rusos fue de noche, ocultándose detrás del monótono sonido de sus camiones.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s41" id="nr-s41"> Petro gemía con la oreja pegada a la radio.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s42" id="nr-s42">Los primeros días estuvieron llenos de rumores.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s43" id="nr-s43"> La gente no hacía más que susurrar.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s44" id="nr-s44"> Los susurros se elevaron sobre el pueblo y se deslizaron como el humo de una chimenea, sobre los campos de trigo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s45" id="nr-s45"> Luego todo quedó en silencio.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s46" id="nr-s46"> Las radios fueron lo primero que se llevaron.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s47" id="nr-s47"> Tenías que sentarte en casa y esperar.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s48" id="nr-s48"> Empezaron a hacer listas, a escribir cosas y a organizar.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s49" id="nr-s49"> De día circulaban en vehículos militares levantando nubes de polvo amarillo de septiembre.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s50" id="nr-s50">Petro perdió su trabajo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s51" id="nr-s51"> Por la noche se les oía hacer ruidos en la escuela, donde habían instalado sus alojamientos; seguían disparando a las paredes, disparando a los retratos de Newton y Copérnico.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s52" id="nr-s52">A estas alturas estaba claro que deportarían a los polacos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s53" id="nr-s53"> Lo descubrí por Myron.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s54" id="nr-s54"> Pero en realidad lo declaró diciendo algo más.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s55" id="nr-s55"> Lo expresó así: «Te lo mereces.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s56" id="nr-s56"> Te casaste con un anciano y ahora te vas a unir a los osos polares con él».</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s57" id="nr-s57"> O tal vez fue la tía Marynka quien trajo la noticia.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s58" id="nr-s58"> Lo que en realidad dijo en ese momento fue: «Haz algo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s59" id="nr-s59"> Si dejas que te saquen de aquí habrás acabado con los dos».</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s60" id="nr-s60"> Por si acaso, mientras Petro estaba fuera, quité el icono de la pared y en su lugar colgué el rostro de Stalin recortado del periódico.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s61" id="nr-s61">Luego nos colocaron a una pareja de civiles rusos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s62" id="nr-s62"> Eran médicos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s63" id="nr-s63"> A partir de ese día compartimos la cocina y eso Petro no pudo soportar.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s64" id="nr-s64"> Pasó días enteros sentado en la cama de nuestra habitación y solo salió cuando esos dos se habían ido de la cocina, para evitar verlos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s65" id="nr-s65"> Pero en realidad eran buenas personas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s66" id="nr-s66"> No pudimos entendernos muy bien, pero ¿cuántas palabras necesitas para comunicarte?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s67" id="nr-s67"> Ella era pequeña y bonita, de rostro ancho y labios carnosos, como una pequeña comadreja.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s68" id="nr-s68"> Un día, cuando estábamos hablando de vestidos, sintiendo el material de su falda y tocando las hombreras en sus blusas, descubrí que esta chica, Lyuba, no usaba ropa interior.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s69" id="nr-s69"> Durante la guerra produjeron muchas armas y lanzacohetes, pero no bragas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s70" id="nr-s70"> Mientras nos estábamos cambiando y probándonos la ropa, me sorprendió ver sus nalgas desnudas y su pequeña bestia peluda sorprendentemente obvia.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s71" id="nr-s71">Bragas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s72" id="nr-s72"> Hasta entonces, nunca habían parecido tan importantes, no podían tomarse en serio.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s73" id="nr-s73"> Sin embargo, resultó que gracias a las bragas pudimos arreglárnoslas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s74" id="nr-s74"> Empecé a hacer bragas para las esposas de los oficiales en la máquina de coser que los padres de Petro me habían regalado como regalo de bodas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s75" id="nr-s75"> Corté algunos patrones de papel y todos los días hacía docenas de pares de bragas con calicó florido, satén suave y resbaladizo y tela de algodón blanco.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s76" id="nr-s76"> El esposo de Lyuba, Fyodor Ivanovich, las recogía envueltas en papel gris y luego nos traía dinero, alcohol y té a cambio.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s77" id="nr-s77"> Por primera vez en mi vida estaba trabajando para mí y mi familia.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s78" id="nr-s78"> Logramos ir a Truskawiec y ahora fui yo quien lo invitó a tomar un helado; simplemente fluía por nuestros brazos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s79" id="nr-s79"> Las tiendas aún no estaban vacías así que me compré unos bonitos zapatos de primavera y un frasco de perfume.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s80" id="nr-s80"> Todavía tenía la petaca en Lewin; aunque vacía, todavía tenía el recuerdo de ese olor, lo que significa que dio la vuelta al mundo conmigo, acostado en silencio en mi tocador mientras otras cosas más importantes se perdían en el camino.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s81" id="nr-s81"> Esa botellita rechoncha con el tapón negro de ebonita sobrevivió a todo, pero mi hijo no.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s82" id="nr-s82">Esas bragas embotaron nuestros sentidos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s83" id="nr-s83"> Pensé que las bragas eran la clave de todo, que el éxito del negocio de las bragas seguiría y seguiría, protegiéndonos de lo peor.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s84" id="nr-s84"> Circulaban rumores de que familias enteras estaban desapareciendo, que los camiones venían a buscarlos al amanecer y se los llevaban hacia el este.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s85" id="nr-s85"> Nada de eso había sucedido en nuestro pueblo todavía, tal vez porque los soldados estaban alojados en la escuela, justo al otro lado de la cerca, pero tal vez sea cierto que los árboles te impiden ver el bosque.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s86" id="nr-s86"> Primero, miré la morada del diablo al otro lado de la cerca, mientras pretendía estar haciendo algo en el jardín, como tender la ropa en una cuerda atada entre dos ciruelos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s87" id="nr-s87"> Los vi subir corriendo los escalones y desaparecer en el interior del edificio, luego salir con prisa de nuevo, subirse a un jeep y salir veloces.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s88" id="nr-s88"> Estudié sus rostros y memoricé sus rangos marcados en sus hombros.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s89" id="nr-s89"> Parecían engreidos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s90" id="nr-s90"> La palabra «dormir» se me ocurre ahora cuando lo pienso: estaban tan seguros de sí mismos como si estuvieran dormidos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s91" id="nr-s91"> Como si todo estuviera sucediendo en sus cabezas, mientras ellos, todos esos hombres con uniformes descoloridos abrochados hasta el cuello, sabían todo de principio a fin mientras dormían.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s92" id="nr-s92"> Me dijeron lo que tenía que pasar.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s93" id="nr-s93"> Todos estaban jugando a un juego de su propia invención.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s94" id="nr-s94">Pero uno de ellos, el más importante con estrellas en los hombros, salió de una pesadilla.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s95" id="nr-s95"> Al principio pensé que eran dos personas, dos oficiales con el mismo andar y una mano falsa en un guante negro.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s96" id="nr-s96"> Siempre que subía los escalones de la escuela, era una persona, y siempre que salía, era otra.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s97" id="nr-s97"> Sólo más tarde, cuando lo vi de frente y nuestras miradas se encontraron brevemente, comprendí la verdad: el lado izquierdo de su rostro estaba sin vida, desfigurado por cicatrices que lo tejían en una mueca dolorosa.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s98" id="nr-s98"> Su mano izquierda estaba hecha de madera y su pierna izquierda estaba retrasada, incapaz de seguir el ritmo de la derecha.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s99" id="nr-s99"> Así que cuando entró en la escuela vi su lado derecho: un rostro joven, de mirada brillante, nariz firme y recta, y una mano que mantenía un cigarrillo en sus labios.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s100" id="nr-s100"> Pero cada vez que salía era un manojo de dolor, una criatura que milagrosamente había logrado sobrevivir al fin del mundo y decidió, a pesar de todo, seguir viviendo.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s101" id="nr-s101">Me puse mi mejor vestido de flores, me pinté los labios de rojo sangre y me fui a la escuela.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s102" id="nr-s102"> No sabía qué haría ni que diría para encantar al doble y que nos dejara en paz.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s103" id="nr-s103">Así fue como me encontré cara a cara con Yuri Liberman.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s104" id="nr-s104"> Él estaba sentado y yo de pie.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s105" id="nr-s105"> Sobre la mesa había una pistola con el cañón apuntado a la estufa de azulejos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s106" id="nr-s106"> Le dije enseguida, en cuanto entré, que mi marido podría tener un apellido polaco, pero que no era polaco, que los dos pertenecíamos a la iglesia Uniata y que, como nos iba bien,</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s107" id="nr-s107"> porque yo era una buena ama de casa y mi esposo un hombre ingenioso, podría haber algunas personas que nos envidiaban y contaban historias sobre nosotros.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s108" id="nr-s108"> Me di cuenta de que sonaba como una niña pequeña —ese tejido de mentiras era lamentable—.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s109" id="nr-s109"> Después de todo, tenían documentos que incluían secciones con sentencias emitidas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s110" id="nr-s110"> «Seguro que a la gente no le gustas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s111" id="nr-s111"> Eres tan insolente», dijo en ruso y sonrió con la mitad sana de su rostro.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s112" id="nr-s112"> La otra mitad permaneció inmóvil.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s113" id="nr-s113">Traté de interpretar ese doble rostro para averiguar cuál sería nuestra sentencia.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s114" id="nr-s114"> Alguien llamó y entró, sonó el teléfono y de repente el teniente Liberman estaba ocupado con otra cosa y había dejado de prestarme atención.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s115" id="nr-s115"> Perdí la confianza en mí misma y regresé despacio hacia la puerta.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s116" id="nr-s116"> Mientras caminaba por la habitación con el auricular en la mano, pude ver su rostro ahora desde uno, ahora desde el otro lado.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s117" id="nr-s117"> Su mirada pasó distraídamente sobre mis zapatos, piernas y vestido.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">«Vuelve esta noche. No tengo tiempo ahora», me dijo y colgó el auricular. </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s118" id="nr-s118">Le dije a Petro que iba a ver a la tía Marynka.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s119" id="nr-s119"> Antes de salir de la casa bebí furtivamente un poco de vodka mientras él jugaba con Lalka en el suelo de la cocina.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s120" id="nr-s120">Me acerqué hasta la valla, saltando de una sombra de luna en otra.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s121" id="nr-s121"> Sentí que me subía la temperatura y debajo del brazo mi vestido estaba húmedo de sudor.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s122" id="nr-s122"> El centinela se negó a dejarme entrar a la escuela; me apuntó con su rifle y dijo en ruso: «Vete, mujer», así que me quedé a la sombra de un árbol, moviéndome de un pie a otro y mirando hacia las ventanas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s123" id="nr-s123"> Cuando mi vestido se secó debajo de los brazos, comencé a temblar.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s124" id="nr-s124"> «Maldito seas, Liberman, bolchevique».</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s125" id="nr-s125"> Seguí maldiciéndolo con rabia en voz baja y ya estaba a punto de irme a casa cuando vi la mitad muerta de su rostro en la ventana.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s126" id="nr-s126"> No podía verme; estaba mirando a la luna.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s127" id="nr-s127"> Tal vez para él era como mirarse en un espejo: ambos tenían dos caras.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s128" id="nr-s128">Temblando, salí de las sombras.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s129" id="nr-s129"> El rostro de la ventana se volvió brevemente hacia mí y luego desapareció.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s130" id="nr-s130"> Poco después apareció en los escalones y se quedó esperando.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s131" id="nr-s131"> El centinela fingió que nunca me había visto antes.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s132" id="nr-s132"> Liberman me llevó por el pasillo de la escuela y subió las escaleras hasta el apartamento donde Petro y yo habíamos vivido justo después de nuestra boda.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s133" id="nr-s133"> Como una versión soñada del novio, me llevó a su casa.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s134" id="nr-s134"> Allí, en nuestro antiguo dormitorio, conocía cada desperfecto del suelo, cada marca en la pared.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s135" id="nr-s135"> Demasiado destartalada para llevarnos a la nueva casa, nuestra vieja cama doble todavía estaba allí.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s136" id="nr-s136"> Me dijo que me sentara.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s137" id="nr-s137"> «¿Cuál es tu nombre?» preguntó, mientras se desnudaba lenta y metódicamente, colgando su uniforme en el alto armazón de la cama.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s138" id="nr-s138"> Respondí y le di los detalles de Petro, incluida su fecha de nacimiento.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s139" id="nr-s139"> Ahora podía ver que todo el lado izquierdo del teniente Liberman estaba dormido: su brazo izquierdo colgaba sin vida por su cuerpo y terminaba en una prótesis,</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s140" id="nr-s140"> mientras que su pierna izquierda estaba encadenada con una especie de pinza que brillaba a la luz de la luna.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s141" id="nr-s141"> No era tímido frente a mí, como si yo no fuera humana.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s142" id="nr-s142">Cuando se tumbó encima de mí, imaginé que solo tendría que lidiar con la mitad viva de él.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s143" id="nr-s143"> Su cuerpo era ágil y confiado.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s144" id="nr-s144"> Después me dijo que era hermosa, pero de una manera bastante casual, porque en realidad no me estaba mirando, era más como si sintiera la necesidad de arrojar algo al vacío entre las paredes empapeladas de la habitación del profesor.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s145" id="nr-s145">Cuando llegué a casa, Petro y el niño ya estaban dormidos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s146" id="nr-s146"> Vertí un poco de agua en la palangana y me lavé en la cocina oscura.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s147" id="nr-s147"> Sentí un escalofrío de disgusto que retrasó mi sentimiento de pecado.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s148" id="nr-s148"> Pero de inmediato vino una insoportable punzada de vergüenza.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s149" id="nr-s149"> No lo pienses, Paraskevia de labios finos con tu vestido rojo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s150" id="nr-s150"> El fuego moría en ese intervalo.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s151" id="nr-s151">Fui a verlo unas cuantas veces más y aquello estaba destinado a ser un sacrificio.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s152" id="nr-s152"> Un dictador lisiado del este, impredecible en sus demandas, dispuesto a todo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s153" id="nr-s153"> Mantuve los ojos cerrados mientras sucedía y traté de volver la cara hacia la pared destartalada, pero él me la acercó a la suya.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s154" id="nr-s154"> Quería que lo mirara.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s155" id="nr-s155"> Entonces comencé a añorarlo, por el olor a cigarrillos que impregnaba su uniforme de enemigo alienígena, por la sorpresa que traía cada giro de su rostro.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s156" id="nr-s156"> Estaba vivo y muerto, era tierno y cruel.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s157" id="nr-s157"> Se acostaba conmigo y luego condenaba a muerte a la gente.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s158" id="nr-s158"> Su poder era repulsivo, como un aspic solidificante, pero sentí el deseo de someterme a él, derretirme, detenerme y liberarme de la necesidad de hacer cualquier tipo de gesto.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s159" id="nr-s159"> Un día lo vi llegar en un vehículo del ejército para supervisar la deportación de Stadnicka y sus padres, los Ruciñskis, y algunos otros vecinos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s160" id="nr-s160"> Me recordó a un pájaro, porque sus ojos estaban vacíos, como los de un gallo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s161" id="nr-s161"> Dicen que los rusos son emocionales y sentimentales.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s162" id="nr-s162"> Este era diferente.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s163" id="nr-s163"> Quizás no era humano en absoluto.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s164" id="nr-s164"> «¿Quién eres tú?» Solía preguntarle, o «¿Qué te pasó?», mientras pasaba el dedo por la larga cicatriz que recorría su pecho.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s165" id="nr-s165"> Sonreía y alcanzaba un cigarrillo, pero nunca me decía nada.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s166" id="nr-s166">A través de las ventanas de la cocina vimos gente con maletas y bultos formando una columna larga y desesperada.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s167" id="nr-s167"> Apenas amanecía.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s168" id="nr-s168"> Tomé a la durmiente Lalka en mis brazos.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s169" id="nr-s169"> Petro estaba fumando un cigarrillo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s170" id="nr-s170"> ¿Nuestra casa tenía el letrero de un ángel de la guarda pintado con sangre sobre la puerta?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s171" id="nr-s171"> Yuri Liberman estaba de pie en el auto, mostrándonos el lado de su rostro donde nunca se pudo detectar ninguna emoción.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s172" id="nr-s172"> «¿Qué pasa?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s173" id="nr-s173"> ¿Por qué nosotros no?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s174" id="nr-s174"> Seguro que mañana es nuestro turno».</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s175" id="nr-s175"> «Se enterará tarde o temprano», pensé.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s176" id="nr-s176"> Después de eso, cada vez más abatido, durante todo el día siguió preguntando: «¿Por qué yo no?».</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s177" id="nr-s177">Pronto me di cuenta de que estaba embarazada.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s178" id="nr-s178"> Fui a ver a la tía Marynka y le conté todo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s179" id="nr-s179"> Me golpeó en la cara, luego me llevó al pueblo de al lado, donde una anciana llamada Matryona me hizo abortar.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s180" id="nr-s180"> Pasé la noche en casa de la tía Marynka y ella fue a decirle a Petro que no me encontraba bien.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s181" id="nr-s181"> Estuve enferma durante un mes.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s182" id="nr-s182"> Marynka nunca se apartó de mi cama, porque yo solo quería morir, quería que el castigo divino cayera sobre mí.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s183" id="nr-s183"> Ella pensó que me arrepentía por perder al niño.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s184" id="nr-s184"> Pero yo quería morir de añoranza.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s185" id="nr-s185">Una vez pasó un soldado ruso, habló con Marynka en la puerta y se fue.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s186" id="nr-s186"> Ella no me dijo qué quería.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s187" id="nr-s187"> Solo habló de Petro, diciendo: «Debes de aprender a amarlo como si fuera más débil que tú, no más fuerte».</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s188" id="nr-s188">Luego, los comandantes fueron trasladados a otro lugar, pero nadie sabía dónde.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s189" id="nr-s189"> Después, Marynka me dio un pequeño paquete de Liberman, que había traído ese soldado.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s190" id="nr-s190"> En él había una dirección, escrita en ruso en un trozo de papel gris, una cadena de oro con una cruz, algunos anillos y un trozo de tela que parecía arrancada de una camisa militar.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s191" id="nr-s191"> Lo envolví todo en el papel y lo enterré en el huerto debajo de un ciruelo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s192" id="nr-s192"> Un funeral tardío para el niño.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s193" id="nr-s193">Todavía puedo ver algo extraño: el dedo gordo del pie de Liberman, con su uña ligeramente deformada; aquí, en este dedo del pie, todo el poder del hombre de dos caras se derrumba, volviéndose superficial y ridículo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s194" id="nr-s194"> Me avergüenzo de ese dedo del pie.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s195" id="nr-s195"> No me avergüenzo de hacer el amor apasionadamente en su escritorio cubierto de documentos o de las oleadas de placer que trajo, aunque no debería de haber sentido nada más que asco.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s196" id="nr-s196"> Lo que debería haber permanecido oculto se hizo evidente.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s197" id="nr-s197">Durante los meses siguientes, los ucranianos se mudaron a las cabañas abandonadas.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s198" id="nr-s198"> Algunos de ellos eran parientes míos, como Horodyski y Kozovich, pero nos miraban con sospecha, no como solían hacerlo.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s199" id="nr-s199"> De hecho, Horodyski tenía una esposa polaca, lo que era claramente mejor que tener un marido polaco.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s200" id="nr-s200"> De alguna manera las mujeres no llamaban la atención, aunque deberían de haberlo hecho.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s201" id="nr-s201"> Después de todo, naciones enteras comenzaron en sus vientres.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">«Dime, ¿es verdad?». Petro me preguntó más tarde, mirándome fijamente a los ojos. </div><div style="text-align: justify;">«No, no lo es», dije. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div> <div style="text-align: justify;"><b><nr-sentence class="nr-s202" id="nr-s202">Olga Tokarczuk</nr-sentence></b><nr-sentence class="nr-s202" id="nr-s202">, </nr-sentence><i><nr-sentence class="nr-s202" id="nr-s202">De historias finales</nr-sentence></i><nr-sentence class="nr-s202" id="nr-s202">.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s203" id="nr-s203"> Traducido del polaco al inglés por Antonia Lloyd-Jones (https://www.wordswithoutborders.org/article/from-final-stories)</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Olga_Tokarczuk"><img border="0" data-original-height="894" data-original-width="1284" height="279" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh-DaBx7BrGSzNsMDpM_5P5MVTnodK7-H44T_A_yReIr2oW2gUWEfFJiF_cI087G9qbpaQz1EnM3pKgWfFze9w8zrosWjqHuaDcs6_I6ggtZryfpfddTlAbW3cmg08Oqb47XTve971UvkE/w400-h279/Olga+Tokarczuk.jpg" width="400" /></a></div><div style="text-align: center;"><b>Olga Tokarczuk</b></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b><br /></b></div><div style="text-align: justify;"><b>From Final Stories.</b></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><i><nr-sentence class="nr-s204" id="nr-s204">As her Polish husband Petro lies dead in the snow outside their home, Ukrainian Paraskevia thinks about their life together.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s205" id="nr-s205"> In this extract she remembers the war, when the Soviet army occupied the eastern Polish-Ukrainian borderlands, where she and Petro lived, and deported many Poles to Siberia.</nr-sentence> </i></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s206" id="nr-s206">Every seven years you should have a repeat wedding ceremony because—so Aunt Marynka used to say—every seven years you become a different person.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s207" id="nr-s207"> So you should renew every sort of contract, commitment, mortgage agreement, recorded data, and personal identification.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s208" id="nr-s208"> Every kind of document.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">I am already my eleventh self. Petro is his thirteenth. </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s209" id="nr-s209">In my dreams Petro doubles and triples, one moment he's young, the next he's old.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s210" id="nr-s210"> One moment he's shouting at me, the next he's cuddling up to me.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s211" id="nr-s211"> In today's dream he's drinking hot tea from his ugly china cup.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s212" id="nr-s212"> The tea's steaming hot, and droplets of steam are settling on his eyebrows.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s213" id="nr-s213"> Then they freeze and change into icicles, so he can't open his eyes.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s214" id="nr-s214"> He comes to me like a blind man and asks me to get them off him.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s215" id="nr-s215"> Helplessly, I look around the kitchen in search of special tools.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s216" id="nr-s216"> He says "the de-icer" or something like that, and points at a drawer.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s217" id="nr-s217"> That means there's a tool for removing ice from your eyes and he's got one.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s218" id="nr-s218"> He's ready for anything.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s219" id="nr-s219">There's another difference between Petro and me, and I take satisfaction in noting it mentally.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s220" id="nr-s220"> At the beginning you look for similarities rather than differences.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s221" id="nr-s221"> You spend whole days asking all sorts of questions and discovering "me too," "it's exactly the same for me".</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s222" id="nr-s222"> But the end is different.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s223" id="nr-s223"> The similarities were just an innocent deception.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s224" id="nr-s224">He didn't know how to have fun; maybe that's why he seemed so old to me, though when I first met him he wasn't yet thirty-five.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s225" id="nr-s225"> Even while dancing at his own wedding he was performing a duty.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s226" id="nr-s226"> Yes, the dancing gave him pleasure, because it was meant to.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s227" id="nr-s227"> But it was mechanical.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s228" id="nr-s228"> Whatever he was doing, he did just that and nothing else.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s229" id="nr-s229"> When he was painting the fence, he was painting the fence.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s230" id="nr-s230"> When he was marking tests, he was marking tests.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s231" id="nr-s231"> When he limped, he was completely lame-no one could have any doubt about it.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s232" id="nr-s232"> When he was silent, he was like a dumb person.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s233" id="nr-s233"> It's comical to be in one place the whole time, one time the whole place, to grow attached to yourself like a homeless dog, never shift a millimeter from where you lie, and not keep looking at the outside.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s234" id="nr-s234">I'm the opposite; I'm not in a fixed spot, no one can catch me.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s235" id="nr-s235"> I'm always having fun.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s236" id="nr-s236"> I play at sweeping up the rubbish and peeling the potatoes—I pretend it's all a game.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s237" id="nr-s237"> Now I'm playing a game where Petro has died and is lying frozen on the terrace, waiting for better times.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s238" id="nr-s238"> I never take anything seriously.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s239" id="nr-s239"> Now I'm having fun trampling out letters in the snow.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s240" id="nr-s240">Aunt Marynka used to say that every day, just after sunset, the whole world goes sky-blue for three minutes on end.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s241" id="nr-s241"> If you think of a wish as soon as you see the world go sky-blue, it will come true.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s242" id="nr-s242"> I can see it right now through the window—the world is sky-blue.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s243" id="nr-s243"> And I'm relieved to find I haven't any wishes.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s244" id="nr-s244">The first time the Russians appeared was at night, hiding behind the monotonous sound of their trucks.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s245" id="nr-s245"> Petro was moaning with his ear pressed to the radio.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s246" id="nr-s246">The first few days were full of whispers.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s247" id="nr-s247"> People did nothing but whisper.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s248" id="nr-s248"> The whispers rose over the village and glided like smoke from a chimney, low over the wheat fields.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s249" id="nr-s249"> Then it all went quiet.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s250" id="nr-s250"> The radios were the first thing they took away.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s251" id="nr-s251"> You had to sit at home and wait.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s252" id="nr-s252"> They started making lists, writing things down and organizing.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s253" id="nr-s253"> By day they drove around in army vehicles raising clouds of yellow, September dust.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s254" id="nr-s254">Petro lost his job.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s255" id="nr-s255"> At night you could hear them making noises in the school, where they'd set up their billets—they kept shooting at the walls, firing at the portraits of Newton and Copernicus.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s256" id="nr-s256">By now it was clear they'd deport the Poles.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s257" id="nr-s257"> I found it out from Myron.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s258" id="nr-s258"> But he actually stated it by saying something else.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s259" id="nr-s259"> He put it like this: "Serve you right.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s260" id="nr-s260"> You married an old man, and now you're off to join the polar bears with him." Or maybe it was Aunt Marynka who brought the news.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s261" id="nr-s261"> What she actually said at the time was: "Do something.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s262" id="nr-s262"> If you let yourself be moved out of here you'll both be done for." Just in case, while Petro was out, I took the icon off the wall and in its place I hung up the face of Stalin cut out of the newspaper.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s263" id="nr-s263">Then they billeted a couple of Russian civilians on us.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s264" id="nr-s264"> They were doctors.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s265" id="nr-s265"> From that day on we shared the kitchen, which Petro couldn't bear.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s266" id="nr-s266"> He spent days on end sitting on the bed in our room and only came out when those two had left the kitchen—to avoid seeing them.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s267" id="nr-s267"> But in fact they were nice people.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s268" id="nr-s268"> We couldn't understand each other very well, but how many words do you need to communicate?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s269" id="nr-s269"> She was small and pretty, with a broad face and full lips, like a little weasel.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s270" id="nr-s270"> One day, when we were talking about dresses, feeling each other's skirt material and touching the shoulder pads in each other's blouses, I discovered that this girl, Lyuba, didn't wear any underpants.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s271" id="nr-s271"> During the war they produced plenty of guns and rocket launchers, but no panties.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s272" id="nr-s272"> While we were changing and trying on each other's clothes, I was shocked to catch a glimpse of her naked buttocks and her surprisingly obvious hairy little beast.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s273" id="nr-s273">Panties.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s274" id="nr-s274"> Until then they had never seemed all that important—they couldn't possibly be taken seriously.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s275" id="nr-s275"> Yet it turned out that thanks to panties we could get by.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s276" id="nr-s276"> I started making panties for the officers' wives on the sewing machine Petro's parents had given me as a wedding present.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s277" id="nr-s277"> I cut out some paper patterns, and every day I made dozens of pairs of panties out of flowery calico, smooth, slippery satin, and white sheet cotton.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s278" id="nr-s278"> Lyuba's husband, Fyodor Ivanovich, would collect them wrapped in gray paper, then bring us money, alcohol, and tea in exchange.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s279" id="nr-s279"> For the first time in my life I was working for myself and my family.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s280" id="nr-s280"> We managed to go to Truskawiec, and now it was me who invited him out for ice cream—it was simply flowing down our arms.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s281" id="nr-s281"> The shops weren't empty yet, so I bought myself some beautiful spring shoes and a flask of perfume.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s282" id="nr-s282"> I still had the flask at Lewin; though empty, it still bore the memory of that scent, which means it went half way round the world with me, lying quietly in my dressing table while other more important things got lost along the way.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s283" id="nr-s283"> That squat little bottle with the black ebonite cap survived it all, but my child did not.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s284" id="nr-s284">Those panties dulled our senses.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s285" id="nr-s285"> I thought panties were the key to everything, that the success of the panty business would go on and on, protecting us from the worst.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s286" id="nr-s286"> Rumors were going round that whole families were disappearing, that trucks came for them at dawn and carried them off to the east.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s287" id="nr-s287"> Nothing like that had happened in our village yet, maybe because the soldiers were billeted in the school, just the other side of the fence, but maybe it's true that you can't see the wood for the trees.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s288" id="nr-s288"> First I kept an eye on the devil's abode across the fence, while pretending to be doing something in the garden, such as hanging out the washing on a line stretched between two plum trees.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s289" id="nr-s289"> I watched them running up the steps and disappearing into the building, then rushing out of it again, leaping into a jeep and dashing off.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s290" id="nr-s290"> I studied their faces and memorized the ranks marked on their shoulders.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s291" id="nr-s291"> They were cocksure.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s292" id="nr-s292"> The word "sleep" occurs to me now as I think of it—they were as sure of themselves as if they were asleep.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s293" id="nr-s293"> As if it were all happening in their heads, while they, all those men in faded uniforms tightly buttoned to the neck, knew everything from start to finish in their sleep.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s294" id="nr-s294"> They told me what had to happen.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s295" id="nr-s295"> They were all playing a game of their own invention.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s296" id="nr-s296">But one of them, the most important one with stars on his shoulders, was out of a nightmare.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s297" id="nr-s297"> At first I thought it was two people, two officers with the same gait and a false hand in a black glove.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s298" id="nr-s298"> Whenever he went up the steps into the school he was one person, and whenever he came out he was another.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s299" id="nr-s299"> Only later, when I saw him from the front and our glances briefly met, did I realize the truth: the left side of his face was lifeless, disfigured by scars that knitted it into a painful grimace.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s300" id="nr-s300"> His left hand was made of wood, and his left leg lagged behind, unable to keep pace with the right.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s301" id="nr-s301"> So as he went into the school I saw his right side—a youthful face, bright-eyed, with a firm, straight nose, and a hand holding a cigarette to his lips.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s302" id="nr-s302"> But whenever he came out he was a bundle of pain, a creature that has miraculously managed to survive the end of the world and decided, in spite of all, to go on living.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s303" id="nr-s303">I put on my best flowery dress, painted my lips blood-red, and went to the school.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s304" id="nr-s304"> I didn't know what I'd do or say to charm the double man into leaving us in peace.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s305" id="nr-s305">That was how I came face to face with Yuri Liberman.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s306" id="nr-s306"> He was sitting and I was standing.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s307" id="nr-s307"> On the table lay a pistol with its barrel aimed at the tile stove.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s308" id="nr-s308"> I told him at once, as soon as I came in, that my husband might have a Polish surname, but he wasn't a Pole, that we both belonged to the Uniate church, and as we were doing well,</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s309" id="nr-s309"> because I was a good housekeeper and my husband was a resourceful man, there might be some people who envied us and told tales about us.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s310" id="nr-s310"> I realized I sounded like a little girl—this tissue of lies was pitiful.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s311" id="nr-s311"> After all, they had documents including sections that issued sentences.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s312" id="nr-s312"> "People are bound to dislike you.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s313" id="nr-s313"> You're so insolent," he said in Russian and smiled with the healthy half of his face.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s314" id="nr-s314"> The other half remained motionless.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s315" id="nr-s315">I tried to interpret this two-facedness to find out what our sentence would be.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s316" id="nr-s316"> Someone knocked and entered, the telephone rang, and suddenly Lieutenant Liberman was busy with something else and had stopped paying me any attention.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s317" id="nr-s317"> I lost my self-confidence and slunk back to the door.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s318" id="nr-s318"> As he paced about the room with the receiver in his hand I could see his face now from one, now from the other side.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s319" id="nr-s319"> His gaze passed distractedly over my shoes, legs and dress.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">"Come back this evening. I've no time now," he said to me and put down the receiver. </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s320" id="nr-s320">I told Petro I was going to see Aunt Marynka.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s321" id="nr-s321"> Before leaving the house I furtively drank some vodka while he was playing with Lalka on the kitchen floor.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s322" id="nr-s322">I crept along close to the fence, skipping from one patch of moon shadow to the next.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s323" id="nr-s323"> I felt myself heating up, and under arm my dress was damp with sweat.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s324" id="nr-s324"> The sentry refused to let me into the school; he pointed his rifle at me and said in Russian: "Go away, woman," so I stood in the shadow of a tree, shifting from foot to foot and staring up at the windows.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s325" id="nr-s325"> As my dress dried out under the arms I started to shiver.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s326" id="nr-s326"> "Damn and blast you, Liberman, you Bolshevik," I kept saying angrily under my breath, and I was just about to go home when I saw the dead half of his face in the window.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s327" id="nr-s327"> He couldn't see me; he was looking up at the moon.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s328" id="nr-s328"> Maybe for him it was like looking at a mirror—both of them had two faces.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s329" id="nr-s329">Shivering, I came out of the shadows.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s330" id="nr-s330"> The face in the window briefly turned toward me and then vanished.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s331" id="nr-s331"> Soon after he appeared on the steps and stood waiting.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s332" id="nr-s332"> The sentry pretended he'd never seen me before.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s333" id="nr-s333"> Liberman led me down the school corridor and up the stairs, to the apartment where Petro and I had lived right after our wedding.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s334" id="nr-s334"> Like a dream version of the bridegroom he took me into his home.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s335" id="nr-s335"> There in our old bedroom I knew every patch of floor, every mark on the wall.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s336" id="nr-s336"> Too ramshackle for us to take to the new house, our old double bed was still there.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s337" id="nr-s337"> He told me to sit down on it.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s338" id="nr-s338"> "What's your name?" he asked, as he undressed slowly and methodically, hanging his uniform on the tall bedstead.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s339" id="nr-s339"> I answered, and gave him Petro's details, including his date of birth.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s340" id="nr-s340"> Now I could see that the entire left-hand side of Lieutenant Liberman was asleep—his left arm hung lifelessly down his body and ended in a prosthesis, while his left leg was shackled in a sort of caliper that shone in the moonlight.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s341" id="nr-s341"> He wasn't shy in front of me, as if I weren't human.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s342" id="nr-s342">When he lay on top of me, I imagined I only had to deal with the live half of him.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s343" id="nr-s343"> His body was agile and confident.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s344" id="nr-s344"> Afterward he told me I was beautiful, but in a rather casual way, because he wasn't actually looking at me—it was more as if he felt it necessary to cast something into the void between the papered walls of the teacher's bedroom.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s345" id="nr-s345">When I got home, Petro and the child were already asleep.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s346" id="nr-s346"> I poured some water into the basin and washed myself in the dark kitchen.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s347" id="nr-s347"> I felt a shudder of disgust, which retarded my sense of sin.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s348" id="nr-s348"> But then at once came an unbearable pang of shame.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s349" id="nr-s349"> Don't think about it, thin-lipped Paraskevia in your red dress.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s350" id="nr-s350"> The fire was dying in the range.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s351" id="nr-s351">I went to see him a few times more, and it was meant to be a sacrifice.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s352" id="nr-s352"> A crippled eastern dictator, unpredictable in his demands, ready for anything.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s353" id="nr-s353"> I kept my eyes shut while it was happening, and tried to turn my face to the shabby wall, but he would pull it toward his.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s354" id="nr-s354"> He wanted me to look at him.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s355" id="nr-s355"> Then I began to yearn for him, for the smell of cigarettes that permeated his alien enemy uniform, for the surprise brought by every turn of his face.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s356" id="nr-s356"> He was alive and dead, tender and cruel.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s357" id="nr-s357"> He slept with me, then sentenced people to death.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s358" id="nr-s358"> His power was repulsive, like solidifying aspic, yet I felt the desire to submit to it, to melt, to come to a standstill and be free of the need to make any sort of gesture.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s359" id="nr-s359"> One day I saw him arrive in an army vehicle to supervise the deportation of Stadnicka and her parents, the Ruciñskis, and some other neighbors.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s360" id="nr-s360"> He reminded me of a bird, because his eyes were empty, like a rooster's.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s361" id="nr-s361"> They say the Russians are emotional and sentimental.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s362" id="nr-s362"> This one was different.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s363" id="nr-s363"> Perhaps he wasn't human at all.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s364" id="nr-s364"> "Who are you?" I used to ask him, or "What happened to you?" as I drew my finger down the long scar that ran across his chest.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s365" id="nr-s365"> He'd smile and reach for a cigarette, but he never told me anything.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s366" id="nr-s366">Through the kitchen windows we watched people with suitcases and bundles forming a long, hopeless column.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s367" id="nr-s367"> It was barely dawn.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s368" id="nr-s368"> I took the sleeping Lalka in my arms.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s369" id="nr-s369"> Petro was smoking a cigarette.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s370" id="nr-s370"> Did our house have the sign of a guardian angel painted in blood above the door?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s371" id="nr-s371"> Yuri Liberman was standing in the car, showing us the side of his face where no emotion could ever be detected.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s372" id="nr-s372"> "What happened?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s373" id="nr-s373"> Why not us?</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s374" id="nr-s374"> It's our turn tomorrow for sure." "He'll find out sooner or later," I thought.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s375" id="nr-s375"> After that, growing more and more downcast, all day long he kept asking: "Why not me?"</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s376" id="nr-s376">Soon I realized I was pregnant.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s377" id="nr-s377"> I went to see Aunt Marynka and told her everything.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s378" id="nr-s378"> She hit me in the face, then took me to the next village, where an old woman called Matryona made me miscarry.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s379" id="nr-s379"> I stayed the night at Aunt Marynka's, and she went to tell Petro I was feeling unwell.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s380" id="nr-s380"> I was ill for a month.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s381" id="nr-s381"> Marynka never left my bedside, because I wanted to die, I wanted divine retribution to come down on me.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s382" id="nr-s382"> She thought I regretted losing the child.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s383" id="nr-s383"> But I wanted to die of yearning.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s384" id="nr-s384">Once a Russian soldier came by, spoke with Marynka in the doorway, and left.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s385" id="nr-s385"> She wouldn't tell me what he wanted.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s386" id="nr-s386"> She only talked about Petro, saying: "You must learn to love him as if he were weaker than you, not stronger."</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s387" id="nr-s387">Then the commanders were transferred to some other place, but no one knew where.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s388" id="nr-s388"> Afterward Marynka gave me a small package from Liberman, which that soldier had brought.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s389" id="nr-s389"> In it there was an address, written in Russian on a scrap of gray paper, a gold chain with a cross, some rings, and a bit of material that looked as if it had been torn from an army shirt.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s390" id="nr-s390"> I wrapped it all up in the paper and buried it in the orchard under a plum tree.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s391" id="nr-s391"> A belated funeral for the child.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s392" id="nr-s392">I can still see a strange thing—Liberman's big toe, with its slightly misshapen nail; here, in this toe, all the power of the man with two faces collapses, becoming superficial and ridiculous.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s393" id="nr-s393"> I'm ashamed of that toe.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s394" id="nr-s394"> I'm not ashamed of the passionate lovemaking on his desk covered in documents, or the waves of pleasure it brought, though I should have felt nothing but disgust.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s395" id="nr-s395"> What should have stayed hidden became plain to see.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;"><nr-sentence class="nr-s396" id="nr-s396">Over the next few months Ukrainians moved into the abandoned cottages.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s397" id="nr-s397"> Some of them were relatives of mine, like Horodyski and Kozovich, but they regarded us with suspicion, not as they used to.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s398" id="nr-s398"> In fact Horodyski had a Polish wife, which was plainly better than having a Polish husband.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s399" id="nr-s399"> Somehow women weren't conspicuous, though they should have been.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s400" id="nr-s400"> After all, whole nations got started in their bellies.</nr-sentence> </div><div style="text-align: justify;">"Tell me, is it true?" Petro asked me later on, staring hard into my eyes. </div><div style="text-align: justify;">"No, it's not," I said. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b><nr-sentence class="nr-s401" id="nr-s401">Olga Tokarczuk</nr-sentence></b><nr-sentence class="nr-s401" id="nr-s401">, </nr-sentence><i><nr-sentence class="nr-s401" id="nr-s401">From Final Stories</nr-sentence></i><nr-sentence class="nr-s401" id="nr-s401">.</nr-sentence><nr-sentence class="nr-s402" id="nr-s402"> Translation by Antonia Lloyd-Jones (https://www.wordswithoutborders.org/article/from-final-stories).</nr-sentence></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p>Ricardo Requeshttp://www.blogger.com/profile/01839609093702114823noreply@blogger.com0