Borges íntimo

Es difícil medir la gratitud que adeudas con una persona cuando te recomienda uno de esos libros que llegan a tocar íntimos resortes. A mí me ha pasado con: “Jorge Luis Borges, Autobiografía”. Hace ya varios años que me sugirió su lectura un amigo de tertulias a quien siempre escucho con atención y del que siempre aprendo. Ahora es un libro al que vuelvo con frecuencia para no olvidar sus lecciones sencillas y sinceras. Borges nos enseña a amar la literatura. Desde la infancia hasta la vejez, su vida se puede resumir en el amor sin límite a los libros, a la lectura primero y a la escritura después. A través de su particular visión biográfica, Borges nos muestra cómo un lector apasionado se convirtió en un escritor de relatos geniales.
Se ha escrito muchísimo sobre la vida y la obra de Borges pero me resulta especialmente interesante conocer la percepción que él tiene de sí mismo y de su mundo literario. Él se confiesa ante todo un gran lector, pero no un lector de novelas, pues afirma que ha leído pocas, sino de cuentos y algunos autores como Stevenson, Kipling, James, Conrad, Poe, Chesterton, entre otros, formaron parte de sus lecturas habituales La literatura para Borges es redundante, algo cíclico, un mismo cuento escrito una y otra vez, de una u otra forma, a través de la historia de la literatura.
En este libro de pocas páginas, pero probablemente el texto más extenso que ha publicado, Borges nos da pistas para entender su obra y se sincera cuando se siente ajeno a sus textos primeros en los que, según él, cometió la mayoría de los pecados literarios. Con el tiempo los percibe con indulgencia, como si hubieran sido escritos por otra persona que ya no es él; un Borges que quizás se preocupaba más de deslumbrar con frases grandilocuentes, con sus amplísimos conocimientos literarios, que de construir su propia arquitectura literaria. Afortunadamente ésta no tardaría en llegar; el cuento “El acercamiento de Almotasín”, escrito en 1935, significa un punto de inflexión y, a partir de ahí, se inicia su verdadera obra narrativa, el verdadero Borges.
Su autobiografía está dividida en cinco capítulos muy significativos, dos hacen referencia a espacios geográficos y, el resto, a etapas temporales de su vida: I. Familia e infancia, II. Europa, III. Buenos Aires, IV. Madurez y V. Años de Plenitud. Termina con un párrafo que es una lección de sabiduría y que yo suscribo e intento tener siempre presente: 
“Ya no considero inalcanzable la felicidad como me sucedía hace tiempo. Ahora sé que puede ocurrir en cualquier momento, pero nunca hay que buscarla. En cuanto al fracaso y la fama, me parecen irrelevantes y no me preocupan. Lo que quiero ahora es la paz, el placer del pensamiento y de la amistad. Y aunque parezca demasiado ambicioso, la sensación de amar y ser amado”.









Jorge Luis Borges. Autobiografía 1899-1970
Jorge Luis Borges con Norman Thomas di Giovanni.
El Ateneo, Buenos Aires, 1999

Filosofía de la fragilidad

Desde niño colecciono cuadernos en los que anoto algunas cosas que encuentro interesantes. La mayoría son cuadernos de campo, inspirado por Felix Rodríguez de Fuente, donde relato mis excursiones con notas y dibujos. Mientras mi padre pasaba serenamente las horas practicando la pesca en algún río de la sierra, yo recorría los alrededores con una lupa, un cuaderno y un lápiz y no dejaba de descubrir los pequeños secretos y bellezas que antes me ocultaba la naturaleza: la etérea y delicada forma de las flores, los cristales que forman la arquitectura de las rocas, las extrañas y fantásticas formas de los insectos… Releyendo ahora esos cuadernos, pese a su simpleza e ingenuidad, descubro que ya hay frases que ya denotan una línea de pensamiento que aun hoy, en la madurez, persiste imperturbable aunque eso sí, adornado de nuevos argumentos, por nuevas lecturas que aportan justificaciones de las que antes carecía.
Este ejercicio de releer escritos casi olvidados que no fueron en su momento publicados y el descubrimiento de la frescura y la franqueza con que fueron escritos, es lo que ha hecho André Comte-Sponville en su libro “Sobre el cuerpo”. Pero en su caso, el filósofo nos descubre la evolución de su modo de pensar a lo largo de las últimas décadas agregando matices al pensamiento incipiente aunque sólido de su juventud y que ha conformado finalmente su madurez filosófica. Para ello cita y comenta los pensamientos de muchos autores, no sólo filósofos, también ensayistas, poetas, músicos y otros artistas.
El grueso del libro lo componen una serie de aforismos y microensayos, ideas más o menos ordenadas en temáticas tan variadas como el arte y lo bello, la religión o el ateísmo, la libertad, la política, la muerte o la creación pero no hay que pasar por alto el largo y entrañable prefacio en el que el autor, analiza con indulgencia los pensamientos que en su día tuvo y lo hace con la lectura renovada que le da su larga carrera como filósofo, con la experiencia vital acumulada, con las lecturas que a lo largo del tiempo ha ido incorporando y con la profunda meditación sobre temas trascendentales que intentan responder a las preguntas esenciales que siempre se ha hecho el hombre. En este prefacio nos muestra las lecturas que de joven le cautivaron y que contribuyeron a forjar su pensamiento pero también las lecturas y relecturas posteriores que han ido puliendo y llenando de matices y avenencias su forma de entender la vida hasta hacerle, como él mismo explica, “menos dogmático, más receptivo a la duda, a lo trágico, a la fragilidad del vivir y del pensar”  y en definitiva, más cercano a la sabiduría.   
Quizás sea cierto que, para bien o para mal, nos cuesta mucho cambiar nuestras ideas, que de alguna forma estas ideas se van configurando como intuiciones en nuestro cerebro desde muy temprano y las llevamos siempre con nosotros aunque a veces las olvidemos, las trasformemos, las disfracemos y busquemos apoyos argumentales y empíricos que nos ayuden a entenderlas mejor o, simplemente, las adornemos de florituras para explicarlas de forma más académica. Pero lo que André Comte-Sponville nos muestra es que cuando somos capaces de cambiar nuestro modo de ver el mundo, aunque sea de modo sutil, estaremos iniciando un camino seguro hacia el conocimiento de la vida y un acercamiento a la felicidad. Particularmente prefiero al Comte-Sponville actual, al maduro más que al joven, a su filosofía más sosegada y experta. Su libro me enseña, entre otras cosas, que si sabemos elegir bien nuestras lecturas, las asimilados e interpretamos incorporándolas a nuestro entorno, a nuestra vida cotidiana, nos pueden ayudar a encontrar parcelas de felicidad.
André Comte-Sponville
Sobre el Cuerpo
Apuntes para una filosofía de la fragilidad
Paidos contextos, 2010