La belleza de lo absurdo

Dijo una vez Roberto Bolaño, a propósito de una novela que acababa de ser publicada, que «el ojo de Javier Tomeo se pasea, tal vez como pocos pueden hacerlo en la literatura española, por el infierno cotidiano y también por sus inesperados (por conocidos) paraísos verbales, y nos muestra la imagen real y desoladora de nuestra resistencia». En El fin de los dinosaurios, que es el punto final de de la obra de Tomeo, su imaginación y su habilidad para cambiar de perspectiva y desviarse de las formas habituales que muestran la realidad, tanto en el tema tratado como en la forma de tratarlo, están tan vivas y tan lúcidas como en sus primeros microcuentos. 
El lirismo de la prosa y su sencillez a veces abruman y otras conmueven. Lo grotesco se mezcla con lo doméstico y lo fantástico sucede sin asombro para los personajes: en ocasiones, de la realidad más cotidiana surge lo absolutamente prodigioso en un mismo párrafo. Algunos microcuentos están marcados por la ironía, el humor sutil y hasta pueden llegar a provocar la carcajada. Sus personajes son entrañables, cándidos y tiernos y, a pesar de su excentricismo, logran fácilmente la empatía del lector. Varios de sus cuentos permiten dobles lecturas: la casi ingenua y la casi filosófica. Aquí podemos encontrarnos con sombras rebeldes, con un hombre abandonado por su muñeca hinchable quejosa de su silencio o con una isla rodeada por un mar inverosímil. Tomeo reinterpreta mitos, cuentos clásicos, fábulas, parábolas y hasta lanza descabelladas hipótesis científicas. El comportamiento de animales, a los que dota de voz y conciencia, le sirve, como en las fábulas clásicas, para poner en evidencia los absurdos actos del ser humano y terminan, a veces, con una enseñanza ética. No sólo dialogan animales, también partes inertes de ellos así como árboles, frutas y hortalizas. Un ficus llora porque no soporta la clorofila, una mariposa está condenada a ver cómo florecen los almendros y un caracol, en su pequeñez, tiene más corazón que muchos hombres. Tomeo muestra una habilidad especial para cuestionar la realidad. ¿Es necesario —se pregunta el narrador de uno de los textos— que las cosas existan en sus respectivas realidades para que se reflejen en nosotros? Entre algunos temas que se repiten en estos microcuentos destacan el problema de la identidad, la perspectiva desde la que observamos las cosas, la desubicación, la soledad, el amor pasional o la infidelidad. En las páginas de este conjunto de microcuentos siguen estando presentes, como lo han estado en casi toda su obra, autores tan admirados como Kafka, Valle-Inclán, Ionesco o Beckett, por citar algunos.
Tomeo confesó en una ocasión que escribe movido por impulsos y automatismos psíquicos como los surrealistas. Irene Andrés-Suárez lo califica como un autor original y rupturista y lo posiciona como uno de los primeros escritores españoles que, deliberadamente, escribió libros completos de microrrelatos. De él David Lagmanovich destacó sus textos curiosos, anómalos en el buen sentido del término, cercanos a la literatura del absurdo. La obra de Javier Tomeo encierra un genial y muy personal universo literario, y es una referencia obligada en este género literario tan característico de nuestro tiempo.













El fin de los dinosaurios
Javier Tomeo

Páginas de espuma, 2014

201

«Todos los microrrelatos aquí incluidos empiezan, rodean o concluyen en la habitación 201. Si 1408 de Stephen King ficcionalizó el popular motivo de la habitación fantasmal, aquí el rumor se instala como verdad ficcional absoluta y produce juegos metaficcionales y hasta idolatrías.
La 201 no es otra cosa que la habitación del miedo, el espacio cerrado que —como un portal— da pie a la irrupción natural de los monstruos imaginarios de cada uno de los autores aquí reunidos, entidades únicas perseguidas también por sus propias pesadillas porque, de algún modo, entrar en la 201 es una costumbre como el morir».
Elton Honores

201
Compliladores: José Donayre y David Roas
Autores: Katya Adaui, Sandro Aguilar, Baltazar Andurriales, Mario Aragón, Giselle Aronson, Luis Artigue, Luis Augusto, Belisa Bartra, Alberto Benza, Ludo Bermejo, Eduardo Berti, Sandra Bianchi, Micky Bolaños, Pablo Brescia, Carlos Calderón Fajardo, Sophie Canal, Leonardo Caparrós, Ernesto Carlín, Alberto Caturla Viladot, Miguel Antonio Chávez, Víctor Lorenzo Cinca, Patricia Colchado, Claudia Cortalezzi, Irma del Águila, Willy del Pozo, Raúl del Valle, Saúl R. Deus, Eva Díaz Riobello, José Donayre, Daniela Dozzo, Esteban Dublín, Christian Elguera, Patricia Esteban Erlés, Cecilia Eudave, Santiago Eximeno, Alina Gadea, Óscar Gallegos, Martín Gardella, Antonio Gazís, Isabel González, Wilson Gorj, José Güich, Fernando Iwasaki, Antonio Jiménez Morato, Rafael Juárez, Luisa Fernanda Lindo, Gonzalo Málaga, Alex Marín, Pablo Martín Sánchez, José María Merino, Cristian Mitelman, Manuel Moyano, Miguel Ángel Muñoz, Juan Jacinto Muñoz Rengel, Diego Muñoz Valenzuela, Alejandro Neyra, Lucía Noboa, Clara Obligado, Karl Oharak, Ángel Olgoso, Julia Otxoa, Karina Pacheco, Félix J. Palma, Diego Prado, Henry Quintanilla, Salvador Luis, Jorge Ramos Cabezas, Carlos Rengifo, Ricardo Reques, David Roas, Tahiche Rodríguez, Pilar Roselló, Hans Rothgiesser, Miguel Ruiz Effio, María Paz Ruiz Gil, Daniel Salvo, Fernando Sánchez Ortiz, Rubén Sánchez Trigos, Teresa Serván, Ana María Shua, Óscar Sipán, Ricardo Sumalavia, Juan Carlos Townsend, Tanya Tynjälä, Jorge Ureta, Jorge Valenzuela Garcés, Luisa Valenzuela, Miguel Ángel Vallejo, Rony Vásquez, Anca Visdei, Isabel Wageman, Ezequiel Wajncer, Julia Wong, Rodolfo Ybarra, Glauconar Yue, Iban Zaldua, Miguel Ángel Zapata, Julio César Zavala Vega, Lucho Zúñiga
Ediciones Altazor, Lima, 2013.

Espejo circular
A pesar de mi sobrepeso, mi habilidad para descifrar códigos me permitió trabajar en el Departamento de Defensa. Y ahora estoy aquí, cautivo en la habitación 201 para resolver su enigma. Llevo horas dando vueltas a estos tres números y su posible relación con el escueto mobiliario del interior. He agotado la abundante comida y las bebidas del minibar y sólo me viene a la cabeza la canción que aprendí de niño: el uno es un soldado haciendo la instrucción, el dos es un patito que está tomando el sol… A veces la solución está en lo más simple. El cero sólo puede ser el espejo al que se mira el patito para verse como un soldado o viceversa. Oigo ruidos revoloteados en las habitaciones contiguas y cubiertos que entrechocan. ¿Cómo iba a adivinar que no me han traído aquí por mi coeficiente intelectual, por mi cerebro, sino por otra de mis vísceras que aumenta de tamaño por mis únicos vicios? Porque la clave está en el viceversa. Cuando me miro a este espejo circular situado frente a la cama me veo como un pato, entre barrotes metálicos, con el hígado hinchado preparado para ser sacrificado y dar el mejor foie-gras.
Ricardo Reques
Espejo circular. En 201. Colección Átomo de Ediciones Altazor.2013.

Rescatar paisajes del olvido

El viaje-escritura es una arqueología del paisaje; el viajero —el escritor— baja como un arqueólogo a los diferentes estratos de la realidad para leer incluso los signos escondidos debajo de otros signos. Claudio Magris, con estas palabras, sin proponérselo, sin conocerlo, parece describir a la perfección el último libro de Fernando Penco Valenzuela donde, como, hiciera W.G. Sebald, nos muestra su fascinación por la conexión de acontecimientos aparentemente distantes.
Viaje a Tartessos. Desde Andalucía hasta la cuna de la civilización, publicado por la editorial Almuzara, es un ensayo en el que, además de exponer los resultados de una perspicaz investigación, diluye las fronteras del diario de viaje y de la ficción. Está configurado por retazos históricos y mitológicos, por relatos y anécdotas que van surgiendo, a veces sólo por evocación o a partir de conversaciones con personajes peculiares que se cruzan en su camino y provocan ese flujo de memoria. No se puede hablar, por tanto, de un texto orgánico sino fragmentario pero con eso el autor consigue embaucar al lector y hacerlo partícipe del viaje que tanto le apasiona. En este periplo deambula por diferentes horizontes y se detiene a reflexionar en los numerosos escenarios posibles de Tartessos que debió de ubicarse en algún lugar de la geografía del occidente andaluz donde las fecundas tierras fluviales se encuentran con el mar. Aquí el autor vuelve a mostrarnos su habilidad para dar saltos en el tiempo, para navegar por la historia y narrar paisajes en los que se manifiestan las huellas de un pasado que, de un modo u otro, dejaron su impronta en las civilizaciones que le siguieron. De Tartessos hablaban algunos clásicos griegos como Heródoto, —que lo situaba más allá de las columnas de Hércules, allí donde acababa su mundo conocido—, pero son numerosas las referencias en las que Penco Valenzuela indaga para tratar de relacionar episodios de la historia y de la mitología, que, en no pocas ocasiones, perviven en nuestros días. Así, toma el testigo que dejó el arqueólogo y filólogo Adolf Schulten y otros investigadores posteriores y, a través de los textos clásicos, analiza las relaciones comerciales con egipcios y fenicios de este pueblo volcado al mar para reivindicar su influencia en el mundo antiguo.
En esta andadura no sólo se persiguen los vestigios del pasado sino que también se buscan las balizas inasibles que marcan el sendero de la sabiduría. En las descripciones de los paisajes y en los diálogos con los lugareños nos recuerda la sencillez pero también el misterio de aquel Viaje a la Alcarria de Camilo José Cela. Ese encuentro con la gente es necesario para entender lo que se va descubriendo, para verificar lo que otros han escrito, lo aprendido en diferentes textos. Porque, en ese continuo desvío del orden cronológico, surgen también, como hitos en el camino, numerosos filósofos de todas las épocas y literatos como Keats, Cervantes, Borges, Graves, Homero, Dante o Dostoievski, por citar algunos, que nos presentan el universo narrativo del autor y nos ayudan a entender mejor su particular visión del mundo. De este modo nos encontramos con interrogantes sobre la naturaleza del ser humano, sobre el consumismo inútil, sobre el irreparable daño a la memoria que supone el saqueo de museos en tiempos de guerra, sobre el desgaste gratuito al que sometemos a la naturaleza, en definitiva, sobre la necedad humana que recorre la historia en este movimiento unidireccional que impone el tiempo y que, como decía David Lodge, hace la vida trágica en nuestra perspectiva humana. Como hicieran Sebald, Magris o Pitol, aquí se mezclan la experiencia, los recuerdos de lecturas, las conversaciones sosegadas y la historia. Investigación, viaje y literatura se funden en este volumen y esa es, probablemente, la mejor forma de adentrarse en este laberinto que nos permite intuir un lugar desubicado, perdido en la memoria, explorar los cimientos sobre los que se asienta nuestra cultura y desvelar las posibilidades que han quedado ocultas en el tiempo. Es una metáfora de la odisea personal en la búsqueda de los orígenes de nuestra propia identidad.











Viaje a Tartessos. Desde Andalucía hasta la cuna de la civilización
Fernando Penco Valenzuela

Editorial Almuzara, 2013