Gingival de Ferrer Lerín

Dice Ricardo Piglia que quizás la mayor enseñanza de Borges sea la certeza de que la ficción no depende sólo de quien la construye sino también de quien la lee e interpreta. Dice también que no todo es ficción pero que todo puede ser leído como tal, que lo borgiano es la capacidad de leer todo como si fuera ficción. Y esto es algo que conoce muy bien Francisco Ferrer Lerín al que le gusta enredar lo real con lo imaginario, traspasar sus fronteras, incluso entre el autor, el narrador y el personaje, para construir de modo inteligente textos enigmáticos a veces, sorpresivos siempre y mostrarnos con ellos su particular visión crítica y escéptica de la vida. A los que nos gustan los libros inclasificables Gingival no nos deja indiferentes. Aquí no sirve buscar refugio en la lectura para huir del mundo porque Ferrer Lerín pone la realidad frente a nuestros ojos, con toda su crudeza, mostrando los mecanismos más básicos de nuestra vida. Recurre al humor y al absurdo para distorsionar vivencias y poner de manifiesto el patetismo del hombre y de nuestra sociedad, la ligera fragilidad y, a la vez, la brutalidad de nuestra existencia. No se trata de un diario pero incluye pasajes cotidianos, ni de un noctuario pero no faltan sueños ni textos surrealistas. En algunos casos se puede hablar de microcuentos perfectos, en otros, de apuntes acertados pero en todos ellos se aprecia una sensación de libertad como si planeara con seguridad sobre lugares conocidos, con las alas extendidas y la penetrante y aguda mirada de un buitre. 
Comparto con Ferrer Lerín dos pasiones que hemos convertido en profesiones: la ecología como ciencia y la literatura, pero esta última otorga además la posibilidad de mezclar ambos intereses y crear nuevas realidades híbridas que alcanzan incluso a las formas de expresión y en eso Ferrer Lerín es un gran maestro: utiliza a veces un lenguaje aséptico, frío, casi técnico, para expresar dudas, sentires y plantear inseguridades. 
En Gingival encontramos prosa escrita con la precisión y, a veces, el ritmo de un poeta, puntuando y acentuando hasta conseguir que la propia lectura, independientemente del argumento, nos cause asombro. El autor en ocasiones recurre a elementos del género fantástico tradicional de Poe y Hoffmann e intercala disparates como los de Ramón Gómez de la Serna, recurre a los diccionarios y, como en su particular Bestiario, nos muestra las sorpresas y las trampas que esconden. No importa lo que cuente porque siempre consigue captar nuestra atención, despertar nuestra curiosidad, interrogarnos sobre su significado y comprometernos en la tarea de descifrarlo. Un libro excéntrico, libre, original y erudito, una isla de buena literatura en medio de un mar demasiado contaminado. 




















Gingival

Francisco Ferrer Lerín 

Epílogo: Fernando Valls
Menoscuarto ediciones, 2012
http://ferrerlerin.blogspot.com.es/

Subte, de Rafael Pinedo

Sin ningún preámbulo, de forma abrupta, la narración arranca con una mujer embarazada llamada Proc que huye desesperadamente de unos lobos y se aferra con fuerza a la vida con la esperanza de poder traspasar su alma al bebé que nacerá. Rafael Pinedo nos muestra un mundo distópico, totalitario, formado por tribus cuyos miembros, despojados de nuestra ética, apenas muestran empatía hacia sus semejantes y que han alcanzado estados cercanos a la animalidad donde la supervivencia es el único valor verdadero. Si en el “Informe para una academia” de Kafka, era un mono el que mutaba en humano aquí la humanidad entera parece regresar a un estado de primitivismo animal, a un tiempo donde el único rastro de civilización es un laberíntico e inquietante túnel, quizás el de un metro, en cuya oscuridad absoluta la protagonista se adentra en su huida y sufre lo indecible. 
Durante el angustioso descenso por el hueco insondable de un ascensor, el narrador, a través de la voz interior de la protagonista, nos desvela algunas claves de ese mundo. Descender al abismo es la única forma de mantener la esperanza. Allí, en la absoluta negrura descubre a una tribu de ciegos en la que el destino vital de sus habitantes es siempre el sufrimiento cruel, inútil e irracional. Proc es más consciente que nunca de la necesidad de armonizar su individualidad, lo único en lo que puede confiar, con el mundo que le rodea y por eso crea lazos afectivos con Ish que, finalmente, le ayuda a escapar de aquel claustrofóbico clan. Pero Proc no siente apego más que por su vida y la de su bebé, sólo intenta sobrevivir para que su hija pueda crecer. Eso le da fuerzas para superar las situaciones más extremas. El cuerpo de Proc es un mero objeto y su alma resulta inaprensible. Para aceptar que su hija tenga alma, Proc debe negarse a sí misma lo poco que le queda de humanidad. Es en el túnel donde se produce la metamorfosis a través de la reflexión, como si la falta de luz iluminara al personaje ­—Proc da a luz sola y a oscuras en el interior de una de aquellas inhóspitas galerías—. Si el túnel para Ernesto Sábato representaba el regreso a la infancia aquí, para Rafael Pinedo, representa la involución del ser humano que le hace aflorar los instintos más elementales y le conduce a la irracionalidad. Pero en ambos casos el túnel representa el miedo y la angustia permanente, el túnel es la incomunicación, la soledad y la desesperanza del ser humano. 
Subte, es un intenso y original relato de menos de cien páginas que nos recuerda, con toda su crudeza, la animalidad inherente al ser humano. En esa situación extrema, destruida nuestra cultura, es fácil aceptar que el objetivo de la vida de la protagonista no es otro que el de sobrevivir para poder reproducirse, exactamente el mismo de cualquier especie del planeta desde el inicio de la vida.


















Subte
Rafael Pineda
Salto de página, 2012

El valor de lo efímero: Walser y sus escritos a lápiz

Lo que primero llama la atención de esta cuidada edición de Siruela es la portada, en la que se reproducen textos manuscritos de Robert Walser con una elegante y minúscula letra, ordenada de modo uniforme y visualmente estética. 
Aquí hay páginas que parecen escritas sin ningún objetivo, sin ninguna meta, que están escritas por el mero placer de escribir. Es una prosa serena, tímida y brillante, a veces hermética, que se sucede párrafo tras párrafo, divagando página tras página, deteniéndose en lo efímero y en lo aparentemente insustancial, sin ninguna finalidad obvia. Cualquier motivo cotidiano, cualquier observación o cualquier reflexión tienen cabida aquí hasta el extremo de que, en muchos casos, parece que lo que escribe, en su desorden, no tiene otro soporte más que el propio papel sobre el que está escrito. 
Walser en los últimos años de su vida escribió esta colección de 526 textos en hojas sueltas, en trozos de papel de distinto formato, con lápiz, subrayando así su deseo de no dejar un rastro permanente, y con una caligrafía minúscula que hacía casi imposible su lectura. Tras un minucioso y largo trabajo los editores Bernhard Echte y Werner Morlang lograron descifrar estos personales, libres, imaginativos e íntimos escritos. 
Estos Microgramas, que Walser escribió probablemente por su necesidad vital de escribir pero sin ninguna intención de publicar, se editaron tras su fallecimiento. Robert Walser que quería ser olvidado, escribió pasajes difíciles de olvidar. Ambas cosas le distinguen de muchos de los escritores actuales que se muestran conspicuos y pretenden ser considerados brillantes cuando su único mérito es controlar los medios de comunicación y tener la habilidad de estar siempre en el centro de las miradas. Quizás por lo incomprensible del mundo, por la incoherencia del amor, por lo absurdo del reconocimiento social, quizás por comprender lo efímera e insignificante que es la existencia del hombre, tras sufrir episodios de ansiedad y alucinaciones, Walser, que pensaba en su vida como un fracaso, decidió voluntariamente ingresar en un manicomio y así, en distintas clínicas psiquiátricas, pasó sus últimos veintiocho años.













Escrito a lápiz. Microgramas (3 volúmenes)
Robert Walser

Traducciön:Juan de Sola Llovet y María Condor
Siruela, 2012