Mostrando entradas con la etiqueta Manuel Moya. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Manuel Moya. Mostrar todas las entradas

Zorros plateados

El instinto de supervivencia muestra lo mejor y lo peor del ser humano, pero la sensación de que todo se confabula para hacernos sentir desamparados hace aflorar afectos que pueden dar algo de sentido a nuestras vidas. Algunas de las grandes guerras del último siglo y su dramática irrupción en vidas cotidianas recorren transversalmente las páginas de este libro. Zorros plateados es el último volumen de relatos de Manuel Moya (Fuenteheridos, 1960), con el que ha ganado el XXVII Premio Tiflos de Cuento. 
En estas diez historias Manuel Moya nos demuestra una notable sensibilidad ante los más desfavorecidos y una aguda capacidad para observar y escuchar. Con una aparente facilidad logra crear atmósferas especiales describiendo detalles mínimos como la pelusa de los abedules que danzan en el aire, el salitre que carcome los muros de una fachada, el manzano que da sombra en un huerto o el papel de estraza con el que una frutera envuelve unos plátanos.
A lo largo de las páginas de este libro vamos conociendo a personajes que buscan afectos entre el dolor. Son hombres y mujeres que intentan escapar de un destino que zarandea sus vidas: un hombre cuida con amor a su mujer sabiendo que, en realidad, ella nunca le quiso; una madre descubre que el deseo insatisfecho de su antiguo jefe puede provocar en ella el más profundo dolor; el autor de la soledad tiene entre sus heterónimos a sus más cercanos amigos; una extraña pareja formada por una mujer de la Toscana y un joven alemán comparten un gran secreto; dos amigos, a pesar de que la vida los separa, mantienen una ilusión viva desde la infancia; un soldado cambia el rumbo de su decisión cuando encuentra unos pequeños zapatos de una niña junto a una muñeca con pelo de mazorca y paja; un teniente, como los grandes héroes, lucha contra la burocracia y sus superiores por defender la vida de un grupo de personas que huye de la guerra; un anciano tuvo hace tiempo la mala fortuna de encontrar a una joven muerta sin saber que ese fatal hallazgo despertaría el interés en historiadores del arte; una joven pareja vive en Budapest una aventura de amor fantástica; un carpintero sabe que cuando en la aldea no queda ya nadie del gremio, solo él puede construir su propio ataúd.
Manuel Moya consigue conmovernos, igual que hacía Ignacio Aldecoa, con sus humildes pero vibrantes personajes que muestran una realidad cruda y a la vez llena de ternura. Los cuentos suceden en su mayor parte en los años anteriores y posteriores a la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil Española y, en cualquier caso, en todos están presentes las secuelas de los regímenes fascistas de Europa y Sudamérica. Son sucesos del pasado, pero también nos hablan del presente, de lo poco que ha cambiado el mundo después de las grandes guerras y de la insensibilidad que mostramos ante sucesos parecidos a los que pudieron padecer nuestros abuelos. El dualismo de los protagonistas impregna algunos cuentos; la frontera entre lo reprochable y lo plausible a veces es tenue. La estructura de los cuentos, la puntuación, los silencios necesarios y el lenguaje que utiliza Moya no solo consiguen mantener al lector atrapado, sino que, al igual que algunos de los personajes, puede llegar a sentir frío, hambre e impotencia. 
Zorros plateados es un libro redondo. Los cuentos tienen un ritmo y una tensión creciente que te arrastran desde el principio hasta el fin y dejan un poso tras la lectura que te obliga a cuestionarte sobre la naturaleza humana y cómo los sucesos nos transforman. Aquí Manuel Moya nos muestra, una vez más —como lo ha hecho en gran parte de su obra literaria—, una noble actitud ante el mundo.







Zorros plateados
Manuel Moya

Edhasa, 2017
Publicado en Culturamas el 15 de septiembre de 2017.

La aventura, Manuel Moya

La aventura
Una vez alcanzado su objetivo, se verá usted en una especie de catedral oscura en la que, sin embargo, todo le parecerá iluminado por una sensación extraña que a falta de otra palabra más precisa denominaremos amor, de manera que a usted le parecerá flotar sobre sí mismo, pero no nos engañemos, pronto advertirá que la reluctante catedral se irá cerrando a su alrededor como una concha marina, hasta casi asfixiarlo, de forma que usted se pasará las horas y los días buscando una salida y esa salida dará directamente a unos bellos jardines a los que yo prefiero llamar del laberinto y otros del Edén, y de cuyos árboles cuelga, generosa, la fruta de la inmortalidad, y puedo asegurarle que allí caminará libre, espontáneo, como un príncipe, hasta que acuciado por hermosos, casi insufribles cantos, usted irá dejando atrás ese jardín, y, pronto, casi sin advertirlo, atisbará en el horizonte un coro de hermosísimas y sibilantes sirenas (otros le hablarán de manzanas y serpientes enroscadas en los árboles) que entretendrán y darán fulgor a sus horas, pero advirtiendo que las sirenas son tediosas y absorbentes, usted querrá alejarse unos metros para descansar junto a un tronco de bellísimo y acolchado musgo, si bien su descanso pronto se verá interrumpido por algo así como mugidos lejanos, a los que su curiosidad y su hastío irán acercando, aunque ya se lo advierto, cuando por fin usted sepa de dónde provienen, daría mil vidas por regresar a las sirenas, puesto que si algo queda claro en este laberinto es el hecho de que en él no se contempla la posibilidad de un regreso, pues en el fondo, todo en él está concebido para que por fin, entre el polvo que levantan sus pezuñas, se encuentre usted ante el rugiente y grande Minotauro, al que todos hasta hoy se han rendido, pero yo sé que, aun sabiéndolo de mis labios, no querrá rendirse, en la esperanza de que usted sí logrará liberarse, de modo que es esta la razón por la que me he dirigido expresamente a usted, con el propósito de que corra más que nadie y sea un canalla si es preciso, pero al final sea aquel que dé alcance a ese óvulo.
Manuel Moya, La aventura (La Deuda Griega).

Manuel Moya

Espejos de la sociedad

No descubro nada cuando afirmo que Manuel Moya es un escritor comprometido con este tiempo, tan tumultuoso como cualquier otro, al que, por encima de todo, le interesa la gente y cómo ésta se desenvuelve en el día a día. De su inconformismo crítico surge la necesidad de contar para mostrar situaciones a las que, a veces, no queremos o no nos gusta mirar. La ficción es también una buena forma de invitarnos a reflexionar sobre nuestra manera particular de encarar determinadas situaciones sociales. No importa que lo exprese en forma de poemas, de novelas o de cuentos porque, al final, lo que logra es mostrarnos vidas y escenarios que pueden estar o no ocultos a nuestros ojos, pero que, en cualquier caso, resultan significativos al revelarlos con el ángulo inusual y a veces sorprendente desde el que contempla el mundo.
Coincide en estos meses que ven la luz dos de sus últimas obras: el libro de relatos Ningún espejo, publicado en El Rodeo Ediciones y la colección de microcuentos titulado Caza mayor, que ha editado Baile del Sol. En ambos casos se trata de una literatura reivindicativa, dentro de una corriente neorrealista, que nos obliga a abrir los ojos para enfrentarnos a la mirada de los perdedores, de los desfavorecidos, de los excluidos de la sociedad feliz, de los que no encuentran consuelo en un universo que se ha construido sin contar con ellos. Sus propuestas ingeniosas unas veces nos despiertan la sonrisa, otras nos incomodan cuando se adivinan situaciones perturbadoras a las que sería más fácil no mirar y nos empuja a plantear la responsabilidad ética que tenemos hacia ellas.
Ningún espejo es una colección de quince relatos vertebrados por problemas comunes en nuestra sociedad. En la superficie, son historias cotidianas que tienen protagonistas humildes, pero en todas ellas subyace otra historia más profunda que demanda la atención del lector. La fatalidad que ronda su vida, la necesidad de tener que lidiar constantemente contra las adversidades y la tremenda soledad, son características comunes en los personajes de Moya que, a pesar de su impotencia y desconsuelo, llegan a conformarse con su suerte. En sus historias se pone de manifiesto la ceguera de la sociedad ante las cosas sencillas que ofrece la naturaleza, donde los anhelos y la esperanza por conseguir un futuro algo mejor son el motor de la vida de estos personajes que no siempre pueden evitar caer en la desesperación, de extrañarse ante una sociedad que no les resulta amable. La crisis económica y de valores, el problema de la emigración, la fidelidad de las parejas, las relaciones sentimentales, la forma de asumir la muerte, el desempleo o la drogadicción forman parte del elenco de temas que preocupan al autor. Su escritura se basa en una atenta observación no sólo de lo que le rodea sino de cómo se cuenta. Así, utiliza monólogos —a veces sin un solo punto en el texto—, con jergas y formas marginales de expresión en personajes a los que siempre trata con ternura. En alguna ocasión los relatos se cruzan o se continúan, Hay cuentos entrañables como “Cerezas”, donde un anciano, que vive en una chabola y cuida un cerezo con la ilusión de que sus nietos puedan verlo, observa cómo la ciudad, en su crecimiento, va engullendo los suburbios de forma amenazante y las nuevas tecnologías ciegan la belleza natural y apagan sus sueños. Otros son originales por la forma con la que son narrados como “Bailar, bailar”, cuya joven protagonista, a la que le atraen los hombres con olor a árbol recién cortado, solo quiere bailar, bailar y huir. La mayor parte de los relatos invitan a considerar nuestra manera de vivir o de morir y esto es muy palpable en "Girasoles" que narra la coincidencia de dos enfermos terminales en una sala de hospital; el lamento de uno de ellos, cuyas creencias religiosas no logran consolar, pone en evidencia dos visiones muy distintas de la vida. Destacan también con fuerza "Los planes de Álvaro", en el que dos hombres, con una amistad forjada en su juventud, vuelven a encontrarse después de muchos años, en los que los deseos de cambiar el mundo se han ido extinguiendo. O los que se desarrollan en un ambiente de drogadicción como “Ratas”, donde se vive un drama romántico actualizado de Romeo y Julieta y “El ahogado”. Pero son especialmente memorables “Sacrificio”, un cuento muy carveriano y el emocionante y desgarrador “Corina”. Son relatos, en definitiva, de gran contenido humano. 
Ricardo Piglia mantiene la tesis de que todo cuento cuenta dos historias, una evidente y otra sumergida, insinuada, que otorga sentido profundo a la superficie del relato. Los cuentos de Manuel Moya son un claro ejemplo de ello porque narran una historia dentro de otra y, casi siempre, lo subterráneo, es lo que más nos conmueve, aquello que nos provoca un movimiento involuntario de desasosiego e inquietud. 
Esta doble lectura aparece también con frecuencia en los microcuentos de Caza mayor, donde el mensaje principal en ocasiones se sostiene con los silencios. Este libro reúne piezas más experimentales, más lúdicas, pero en las que siguen estando presentes las denuncias ante las desigualdades sociales, los ambientes marginales y los abismos a los que se asoman personajes laterales, desubicados y desnortados, los actuales Homo sacer, que no encuentran su lugar dentro de una sociedad cada vez más ciega y más sorda. Aquí Moya nos demuestra su destreza como ilusionista, con microcuentos brillantes, inteligentes, audaces, surreales, provocadores y cargados de estímulos. Al igual que decía Cortázar, entiende la literatura como un juego, irreverente a las normas que se pretenden establecer y eximiéndola de toda solemnidad. Caza mayor es el primer libro de Manuel Moya dedicado íntegramente al microcuento aunque las fronteras que definen el género no están claras en muchos de los textos. En la "Nota final" el autor nos advierte que algunos de estos escritos plantean razonables objeciones al género y que con ello pretende explorar sus fronteras, por otro lado, nunca bien perfiladas. Este juego literario cargado de creatividad verbal e ingenio —donde no faltan variaciones, los giros y la reescritura de algunos relatos—, permite aflorar el asombro ante la vida y ante el comportamiento de los hombres, un desconcierto que se evidencia desde la realidad deformada y se resuelve con humor, con fina ironía y con sorpresa. Aquí, nuevamente, nos muestra su mirada atenta, su gran capacidad para observar y para mostrar con dura claridad lo que sucede a nuestro alrededor. No son textos amables, ni razonables, sus palabras buscan la provocación, zarandear nuestra conciencia, incitarnos a evitar la imparcialidad.
Si en Ningún espejo se puede intuir la presencia de Faulkner, Carver, Benet, Sánchez Ferlosio o Aldecoa, en Caza mayor se rinde un homenaje explícito a autores como Kafka o Monterroso, entre otros. En ambos libros, los cuentos y microcuentos de Moya, nos invitan a reflexionar sobre el mundo que hemos hecho y hasta consigue hacer revolución con las palabras. Aquí se hace tangible la reflexión de Emile Zola cuando afirmaba que algunas obras literarias dicen más sobre el hombre y sobre la naturaleza que los grandes estudios de filosofía o de historia.












Ningún espejo
Manuel Moya
El Rodeo Ediciones, 2014















Caza mayor
Manuel Moya
Baile del Sol, 2014


Manuel Moya, El elefante

El elefante
a Ricardo Reques
De pequeña evitaba los elefantes. Me resultaban pesados, torpes, arbitrarios, violentos. Al principio Trilce era distinto. Lo que hacía con su trompa, cómo lo diría, me chiflaba y esa como galantería cuando me subía sobre su lomo y conseguía hacerme estremecer. ¡Ah, pero con qué facilidad se corrompen los elefantes! ¡Y huelen tan mal! Hace un mes he conocido a un payaso y me ha pedido que me fugue con él. Como me conozco, sé que acabaré aceptando. Después de todo, dice, cuando me canse nada me costará encontrar otro elefante. O un pingüino, ya ves tú.
Manuel Moya, El elefante (Caza Mayor, 2014)












Caza Mayor
Manuel Moya
Baile del Sol, 2014


Manuel Moya

Piedad, de Manuel Moya

Piedad 
Todo ocurrió mientras el payaso, minuciosa, litúrgicamente, se ponía la horrible peluca azul-celeste. Así, ya digo, en un soplo. En lo que tarda una bala en atravesar la nuca de un hombre y estrellarse luego contra un espejo que, paff, se hace añicos. Acaso el último acto de piedad de un espejo para no ver morir a un payaso.
Manuel Moya. Piedad. (La sombra del caimán y otros relatos).









La sombra del caimán y otros relatos
Manuel Moya
Editorial Onuba (2006)