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Invención del Carnaval, Ramón Gómez de la Serna

Invención del Carnaval
En aquel primer Carnaval del mundo, cuando aún no existían más seres humanos que los que componían la primera pareja, Adán sintió ganas de disfrazarse para dar broma a Eva, y tomando un pámpano, le abrió los dos agujeros de los ojos y lo convirtió en careta. Después envolvió su cuerpo en grandes hojas de tabaco y de esa guisa se dirigió a Eva.
Eva, un poco sorprendida ante aquella voz de falsete que le preguntaba con insistencia: "¿Quién soy?, ¿quién soy?", respondió:
—¡Pedro!
 Ramón Gómez de la SernaInvención del Carnaval.


Ramón Gómez de la Serna

Ramón Gómez de la Serna, La mujer de las manchas preciosas

La mujer de las manchas preciosas
El doctor de las enfermedades secretas se quedó maravillado cuando aquella enferma en su último grado entreabrió sus ropas. “Desnúdese más”, la dijo pálido de emoción, y vio que toda ella estaba llena de las más preciosas manchas, unas manchas de un verde oro como el verdín de las peñas que quedan en los rincones del mar, combinado con otros matices de un verdín de estatua oxidada o de serpiente maravillosamente verde, con reflejos metálicos. Sobre la carne blanca aquel verde resultaba vivo, humano, adorable, lleno de una simpatía extraordinaria, como con suavidades y tersuras de un leve terciopelo verde. Carne de Dafne era aquella carne, y el doctor perdió la cabeza ante aquella carne manchada y corrompida de un modo precioso y adorable, y, sabiendo cómo se corroería su vida por el contacto, pecó y unió su existencia y su muerte a la de aquella mujer de las manchas de un verde inefable.
Ramón Gómez de la Serna, La mujer de las manchas preciosas (Disparates y otros caprichos, Menoscuarto, 2005).

Ramón Gómez de la Serna










Disparates y otros caprichos
Ramón Gómez de la Serna

Menoscuarto, 2005

La abandonada, de Ramón Gómez de la Serna

Por esa mujer han pasado todos los hombres, y por eso cuando mira las estrellas los ve a todos. ¡Tantos como estrellas y todos desconocidos y lejanos!
Sin embargo, conserva cierta presencia de mujer bella y conserva sus senos, aunque la ha costado un gran trabajo salvarlos de los ladrones, que se los quieren llevar, que los quieren arrancar, unos senos gastados, como se desgasta hasta la piedra en que tocan y besan las beatas. 
Perdida, aburrida de que todos la conozcan y de conocerles a todos, abandonada y desesperada en la noche, sin poder poseer al nuevo, porque ya no habrá nuevo para ella, le ha dicho al farol de su esquina solitaria con una ternura y un deseo renacidos:
—¿Vienes?...

Ramón Gómez de la Serna. La abandonada.