Domingos buscando el mar, de Diego Prado

Cuando leo “Domingos buscando el mar”, el relato que da título al volumen que recoge esta colección de trece cuentos, no puedo evitar acordarme de “La autopista del Sur”, de Julio Cortázar al tener un punto de partida similar y al surgir una historia de amor entre un caos de coches atascados. En ambos casos se trata de una metáfora de nuestra vida rutinaria; sin embargo, mientras Cortázar, entre otras cosas, nos muestra distintas formas de soledad y el comportamiento opresivo al que pueden llegar los seres humanos cuando se encuentran en situaciones límite, Diego Prado nos habla del deseo insatisfecho, de las metas inalcanzables y de la renuncia conformista con la que lo asume el personaje narrador. El desasosiego se produce al descubrir una verdad que no se quiere saber y lo único que hace mantener la ilusión viva es la esperanza, ese viaje a Ítaca de Cavafis que todos intentamos que no termine nunca. 
En un relato melancólico, como la ciudad de Lisboa donde trascurre, un solitario “letraherido”, tímido e indeciso conoce en persona a Pessoa y ese hecho casual influye tanto en su vida que dedica su tiempo al estudio del escritor. Sin embargo, le queda la duda de si acaso él, en su inadvertencia, pudo influir también en la obra del maestro. 
Las pesadillas y los sueños son los protagonistas de dos de los cuentos. En uno el narrador es un gran poeta que encuentra su estilo, su voz propia y es capaz de crear grandes poemas pero sólo mientras duerme; por eso lucha por rescatarlos del inevitable olvido, por atrapar, acaso un trozo de su efímera genialidad, en su vigilia. En otro relato el protagonista se ve asediado por pesadillas que, sólo en sueños, transforman su identidad, como si fuera Mr Hyde, y lo convierten en un frío y despiadado asesino. En una consecución de microrrelatos, el despertar nos depara sorpresas inesperadas propias de Kafka o de Monterroso. Y casi como un sueño es, para otro de los personajes, recibir un gran premio literario cuando ni siquiera escribe. 
Las destrezas sorprendentes de los protagonistas están presentes en varios relatos. A Casanova le basta con desear onanísticamente a una mujer para que ésta sienta el deseo imparable de amarle una sola noche. Pero es un hombre infeliz por no poder tener un amor duradero y ser terriblemente rechazado, una y otra vez, tras ese primer y fugaz encuentro. Un noctámbulo se gana la vida gracias a su especial habilidad como llenador, un extraño oficio que mantiene la clientela de los bares y, en silencio, entre copa y copa, ensaya su frustrada vocación de psicólogo. Un actor ve con sorpresa cómo el método Stanislavsky le ha llevado demasiado lejos y siente la necesidad de confesarlo todo. Las emociones afloran en el relato de un hombre que, como viene haciendo en los últimos años, sale un día de diciembre a buscar un regalo especial para su amada esposa; o en el de un dependiente de una sastrería que ve cómo el barrio, la gente, la vida va cambiando mientras el negocio, de forma agónica, quiere persistir inamovible. 
Hay también un espacio para historias de vampiros, con un arqueólogo que encuentra una lectura transformadora en las páginas de un viejo libro que descubren en una prospección; o para el náufrago por cuyo diario descubrimos una isla habitada por enigmas que nos conducen en el desconcierto a una inexorable respuesta. 
En estas páginas, cargadas de elementos fantásticos, habitadas por personajes que viven al margen de lo rutinario, se intuyen muchas lecturas de grandes maestros del cuento. El humor y la ironía están presentes en estos relatos cuyos finales nos sorprenden. En la sencillez de su lirismo se encuentra la maestría y el talento narrativo de Diego Prado.

















Domingos buscando el mar
Diego Prado
La Bolsa de Pipas, 2007

El scriptorium del monasterio

Estamos en el verde valle de Liébana que se abre entre dos altos macizos montañosos, junto a un monasterio de la comunidad de San Martín de Torieno, en el siglo VIII. Un largo desfiladero flanqueado por murallas verticales de roca caliza es recorrido por Eterio, el joven obispo de Osma, junto al ejército que le protege de la invasión sarracena. Allí, rodeados de una naturaleza montañosa espectacular los monjes se sumergen en su vida espiritual y en el scriptorium detienen el tiempo entregados al trabajo minucioso y sacrificado de copiar e iluminar los textos para transmitir el mensaje del Apocalipsis. Se acerca el año ochocientos, son tiempos confusos que presagian el inicio del reinado de la Bestia lo que significa el principio del fin de los tiempos. 
Baltasar Magro, tras un profundo estudio, nos presenta una novela que es casi un ensayo en el que la ficción ha rellenado los vacíos que la historia no conoce. Se trata de un libro magníficamente ilustrado con reproducciones de miniaturas procedentes de distintos Beatos que nos acerca a un tiempo en el que lo fantástico era indiferenciable de lo real. El protagonista acompaña a su maestro Beato, un anciano devoto, sencillo y sabio, que supo ver a los mayores enemigos de la iglesia en su propio seno y cuyo comentario al libro apocalíptico de San Juan fue admirado en toda Europa y tuvo una clara influencia en la cultura cristiana de siglos posteriores. Beato de Liébana pretendía ser racional y diáfano en su comentario pero parece que en las miniaturas existe una voluntad de crear imágenes alejadas de la realidad y resultan imaginativas, sugestivas y hasta alucinatorias. 
Escuchando la voz calmada del abad y leyendo textos guardados en la completa biblioteca del monasterio, Eterio profundiza en el estudio de las Sagradas Escrituras, en la filosofía e historia de los cristianos, aprende a interpretar la simbología, los mapas, participa de las intrigas con los herejes y descubre las esmeradas y preciosistas técnicas de los iluminadores, los secretos en la elaboración de los pigmentos y la labor sacrificada de los escribas. El monasterio rodeado de silencio va creciendo con los años y Eterio va ganando en sabiduría hasta convertirse también en maestro. A través de los ojos de este narrador, Baltasar Magro reconstruye un momento algo oscuro pero que fue un punto de inflexión en la historia europea.
















Beato el Lebaniego
Baltasar Magro
Alianza editorial, 2012

Maestro en fugas

En la introducción de Cristian Crusat se hace un recorrido por los gustos literarios de Marcel Schwob (1867-1905) y se resalta la influencia de su obra. Hoy quizás sea habitual pero Schwob, se distinguió, como después hiciera Borges, por crear textos en los que resulta difícil discernir la parte real y documentada de la ficticia. En El deseo de lo único se reúnen pequeños ensayos de este autor que huía de todo lo establecido y que fue, como dijo Vila-Matas, un maestro en fugas, pero que tuvo una clara influencia no sólo en Borges, Alfonso Reyes o Bolaño sino también en autores como Faulkner, Perec o Tabucchi entre otros. En estos ensayos se puede apreciar su fascinación por Stevenson de quien destaca su logro en los silencios narrativos. Hay un excelente análisis sobre Hamlet y los textos en los que pudo basarse Shakespeare para escribir su tragedia; pone en valor los poemas medievales de Villon y nos habla de autores transcendentes como Whitman, Flaubert o Thomas de Quincey. A través de una conversación que mantiene con el bibliotecario y escritor W.G.C. Byvanck nos muestra su manera de ver el mundo, su forma de entender cualquier manifestación artística y su particular y rico universo literario.










El deseo de lo único. Teoría de la ficción
Marcel Schwob
Edición: Cristian Crusat.
Traducción: Cristian Crusat y Rocío Rosa

Medardo Fraile, Cuentos de verdad

El mejor homenaje que se puede hacer a un escritor es leerlo. El álbum es uno de mis cuentos preferidos.
Medardo Fraile (Madrid, 1925-Glasgow, 2013)

El álbum 
Entraron aprisa en el café y se sentaron. La impaciencia les encendía los ojos al dejar el paquete sobre la mesa. Ella, apenas sentada, comenzó a abrirlo, mirando con amor, alternativamente, la cinta roja sobre el papel y el rostro de él con ligero orgullo protector y expectante. 
–¿Qué van a tomar? 
–Café con leche. ¿Y tú? 
–Lo mismo. 
En la mesa apareció con pastas de color azul marino, como el traje de los días señalados, el álbum de las chocolatinas. Era un gran día. Habían hablado de él como se habla de cuando llegará un niño. Aquel álbum representaba el tesón del novio en su niñez, que había reunido una estampita tras otra hasta cubrir todas las ventanillas sin paisaje de aquel libro difícil. Sus compañeros de colegio –él lo recordaba– habían dejado en el álbum huecos de desamor y desidia. Y el álbum, ahora flamante sobre la mesa, mostraba la solicitud en el tiempo de un hombre cuidadoso, fiel toda la vida a sus más inocentes alegrías, al objeto de su ilusión más nimia. Para la novia, aquel álbum azul implicaba tesón y constancia. Tenían sobre la mesa el café con leche del amor humilde, pero tenían también dentro del libro las maravillas todas del Universo, y se pusieron a deshojarlas con lentitud amorosa, como si en ello les fuera su felicidad, el sí o el no. 
–No: hoy «Las Mariposas», no –decía ella con tremendo gozo–. Hemos visto ya «Los Grandes Inventos». 
Cada hoja les aproximaba, día tras día, un poco más. El día de «Las Mariposas», ella balanceó sus pestañas en el aire hacia un hombre joven que estaba enfrente sentado, y él –el novio– tuvo celos. Pero ella ni había mirado siquiera a aquel hombre: quería simplemente mariposear con sus finas pestañas. El día de «Las Aves Domésticas» proyectaron un canario naranja transparentándose en el hogar que tendrían, en la ventana con sol: «Mejor, blanco», insinuaba él. «No, tiene que ser naranja», decía resuelta ella, entornando los ojos como si le dañara el agridulce color del pájaro. Las «Aves Exóticas» pusieron sobre el pelo de ella, suave, un sombrerito atrevido de vistosas plumas en una tarde con risa en el mundo, y champaña y «confetti». En «Flores Para Regalo», él la obsequió con doce tulipanes para que no olvidara alguna cosa. Al llegar a «Animales Prehistóricos», tuvo ella miedo y se acercaron más. Él quiso continuar más días viendo «Los Animales Prehistóricos», pero ella se negó y entró en la hoja rutilante de «Las Piedras Preciosas». Ante «Las Piedras Preciosas» él anduvo receloso por sentimiento atávico. Veía en los ojos de ella cierta cortesana desfachatez, ciertas desmesuradas pretensiones, que le tuvieron en desazón toda la tarde y que interpuso entre ellos una pastosa frialdad anfibia. En «Las Algas» enredaron sus dedos, manos, brazos, miradas y palabras. Con «La Evolución del Automóvil» lo pasaron bien, dieron saltos y frenazos bamboleantes sobre sus sillas. Con «Las Fieras» se identificó ella de tal forma, que los ojos se le llenaron de instinto y él se encontró como un domador trágico que de un instante a otro podía perecer. Con «La Fauna del Mar» cruzaron una y otra vez por los ojos de él y de ella los peces cariñosos, perezosos, suaves, del amor, y estuvieron pasando toda la tarde mansa, humildemente. Al llegar a «Las Frutas», ella, con un rubor, posó su mano sobre las manzanas para que él no tuviera ningún pensamiento avanzado, para que no pensara como Adán. 
Terminaron el álbum, y estaban tostados y palpitantes como después de un largo viaje. Era como si volvieran con los mismos recuerdos de una luna de miel respetuosa. Ella esperó todos los días –sobre todo el último– a que él dijera: «El álbum, para ti, te lo regalo». Pero no lo hizo. Llenar aquel libro de cromos había sido la gracia de su niñez, le había proporcionado entrada de honor en todas las visitas. Y cogió su álbum y se lo guardó. Ella, de haberlo tenido, le hubiera devuelto su regalo en palabras llenas de entendimiento y colores, en experiencia del mundo, en primores de planta y honduras de mar. Pero así las tardes fueron enfriándose, se aburrían y hacían tos de las palabras rotas. Y un día ella –que se había enamorado de aquel álbum– le dijo adiós a él. Y él tendrá que sacarlo de nuevo en su vida, cuando llegue la hora, sin atreverse a regalarlo nunca.
Medardo Fraile, El álbum (Cuentos de verdad)















Cuentos de verdad
Medardo Fraile
Ediciones Cátedra, 2000

Medusa, de Ricardo Menéndez Salmón

Decía Marcel Schwob que los biógrafos se han creído a menudo historiadores privándonos con ello de retratos admirables; han supuesto que solo la vida de los grandes hombres podría interesarnos. Ricardo Menéndez Salmón nos presenta a través de un relato escrito como una biografía, a Prohaska, un personaje de ficción pero tan bien construido que, una y otra vez, nos hace dudar de su veracidad. A través del sus ojos nos recuerda una parte de nuestra historia que no deberíamos olvidar. Historia y ficción se combinan en Medusa de una forma natural para hablarnos de la maldad a la que ha sido capaz de llegar el ser humano. 
Un cortometraje sencillo y aterrador conduce al narrador a indagar en la vida de Prohaska. Prohaska es un niño no deseado que crece sin la presencia de su padre y sin el amor de su madre. Ignorado por sus hermanos se dedica a contemplar el suceder de la vida y nace en él una consoladora e incondicional fascinación por la imagen fija y en movimiento. Quizás este robo de su infancia y otras tragedias biográficas explican la frialdad de su mirada. Prohaska fue testigo de la degradación del ser humano, llegó a formar parte de la perversa máquina del aparato de ilustración nazi, conoció los campos de exterminio, filmó las ejecuciones, fotografió los gestos de la muerte y dibujó los despojos humanos antes de ser incinerados. Prohaska deseaba pasar inadvertido por la vida, desaparecer, no dejar huella física de su persona, desenfocarse tras la lente objetiva con la que todo lo escrutaba. Esa obsesión por la máxima expresión de humildad se va incrementando con los años. Después de conocer de primera mano el holocausto provocado por los nazis, viaja por diferentes lugares y conoce la España de sotanas y generales o las consecuencias persistentes durante décadas del bombardeo atómico sobre Japón. Entre el horror que contempla desde la distancia de su cámara, conoce el amor al lado de Heidi, la amiga, la cómplice, la esposa que le mantiene unido al mundo; pero también el dolor más profundo, el más insoportable. La ausencia de Baruch, su hijo, se convierte en una metáfora del olvido de otro Baruch, de Spinoza, de la ética que defendía. Spinoza pulía lentes mientras perfilaba su ética. Prohaska a través de su lente transparente observa impasible la ausencia de moral en un mundo desmembrado. Spinoza hablaba de un Dios indiferente al hombre y Prohaska constata y retrata sin pudor ese tremendo abandono o su absoluta inexistencia. 
Prohaska, que jamás se dejó retratar, se convierte en un protector del horror y nos muestra la necesidad de recordar, una y otra vez, aquello que queremos olvidar para que nunca vuelva a suceder. La acción impúdica de retratar el crimen desnudo, de manera objetiva, sin manipulación política o moral, es también necesaria, no para volver a abrir viejas heridas sino para recordarnos su dolor y evitar caer de nuevo en la perversidad y la atrocidad. 
En ocasiones, la prosa de Ricardo Menéndez Salmón y su manera de presentar a su personaje principal, me recuerda al mejor Baricco. Pero en la novela encontramos referencias explícitas, entre otros, a Faulkner, a Borges y a Poe. En Medusa se combinan la profundidad emocional y psicológica de Faulkner, la hibridación de ensayo y ficción borgiana y la destreza de Poe para concebir y presentar los temores más elementales que acompañan desde siempre al ser humano. Medusa es un libro para no olvidar.

















Medusa
Ricardo Menéndez Salmón 

Editorial Seix-Barral, 2012