La huida más radical

A veces, Pessoa sentía un cansancio de la vida tan terrible que ni siquiera podía pensar con qué dominarlo; tanto que el suicidio le parecía inseguro y la muerte todavía poco, como escribe en el Libro del desasosiego. Pessoa forma parte de la lista de literatos que, como Kafka o Rilke, hablaron de esa última posibilidad, pero, por distintas razones, la pospusieron y no llegaron a ejecutarla. Parece que los escritores tienen cierta predisposición a las enfermedades depresivas que incluso puede llevarles al suicidio. Toni Montesinos, en su libro Melancolía y suicidios literarios, hace un exhaustivo recorrido histórico del suicidio y su relación con el mundo de la escritura. Aristóteles atribuye cualidades positivas a los melancólicos y, por primera vez, relaciona este estado con el suicidio. En cambio, Hipócrates advierte del peligro que corren aquellos que se esfuerzan demasiado en la lectura de libros filosóficos por ser propensos a caer en la melancolía. Si en el cristianismo medieval se condena a melancólicos y a suicidas, en el Renacimiento les conceden un espacio destacado en la vida cultural. Don Quijote y Hamlet pueden considerarse paradigmas de dos tipos de melancolía, y el siglo que se inaugura con su aparición, puede definirse como la edad dorada de la melancolía. Pero es necesario esperar a que Goethe narre las desventuras de Werther para que el suicidio aparezca como tema de ficción y, además, le sirva al autor para alejar de sí mismo la tentación de quitarse la vida, como después les ocurriera a otros autores, incluido Vila-Matas con sus Suicidios ejemplares. El amor es lo único que salva del suicidio a los románticos: la muerte, con su sombra que no juzga ni interroga, es la compañera del melancólico que prepara con calma su original forma de huir del desamor. El suicida, durante el Romanticismo, no muere en privado sino que desea mostrar a la sociedad el testimonio de la tristeza que le produce la desunión. El escenario de paisajes solitarios de naturaleza arrolladora en los que posan sus ojos los melancólicos, cambia por los laberintos decadentes de las grandes ciudades al finalizar el siglo XIX. La ciencia explica ahora la realidad y los melancólicos vuelven a ser tratados como locos. Autores como Stevenson introducen el humor y el suspense al hablar del suicidio y Thomas Hardy habla de la muerte voluntaria infantil para evitar el sufrimiento que llegará. En el siglo XX el suicidio está muy presente en la literatura y es común entre los escritores que incluso lo trasladan al ámbito de lo lúdico y del humor. El estado enajenado por el consumo de alcohol y drogas, a los que muchos autores del momento se entregan, se relaciona con los estados depresivos previos a la muerte. El obsesivo deseo de morir de Pizarnik o el pesimismo de Zweig al ver una Europa rota y sin futuro, confirman la certeza de Coetzee, al hablar del suicidio como una aventura literaria. Al fin y al cabo, se pregunta Max Aub, ¿quién no se ha suicidado?












Melancolía y suicidios literarios
Toni Montesinos

Fórcola Ediciones, 2014

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