Los libros nunca están aislados, entre ellos hay sutiles conexiones como neuronas en un complejo y casi ilimitado laberinto de memorias. A veces estas conexiones son conscientemente buscadas por los autores, en otras ocasiones, en cambio, el azar o la simple exploración de una misma idea por caminos distintos, juegan un papel decisivo. El lector siempre está invitado a intentar deshacer esta madeja que no deja de enredarse, a buscar los nudos que sostienen esta tupida red que forma parte de nuestra cultura. Y aquí, la experiencia personal, el viaje literario que cada lector ha seguido desde su primera lectura hasta la más reciente, es su única guía.
Buscando algunas claves del origen del relato fantástico me he encontrado con el cuento de H.G. Wells titulado “El país de los ciegos” y no he podido evitar compararlo con el “Ensayo sobre la ceguera” de J. Saramago.
Buscando algunas claves del origen del relato fantástico me he encontrado con el cuento de H.G. Wells titulado “El país de los ciegos” y no he podido evitar compararlo con el “Ensayo sobre la ceguera” de J. Saramago.
¿Qué paralelismos hay entre ambas obras? El tiempo y el espacio en el que fueron escritas son evidentemente diferentes, como también lo es su desarrollo: una un relato concentrado y la otra una novela extendida. Pero ni la distancia de casi cien años que las separa ni sus distintas dimensiones, unas diez veces más extensa la obra de Saramago, son aquí importantes. En sendas obras los autores parecen buscar un mismo objetivo: poner en evidencia las contradicciones de las sociedades humanas y, más que ninguna otra, la occidental. Esto hace que el cuento de Wells se presente tan actual como la novela de Saramago. Y en ambos casos, utilizan la ceguera, la pérdida de uno de los sentidos más valiosos en la supervivencia del hombre, para indagar en el conocimiento del hombre y de la sociedad.
Si comparamos los argumentos y la forma de desarrollarlos podemos ver ciertos encuentros y algunos desencuentros. En el cuento de Wells, en un tiempo anterior al que se desarrolla la historia, un pueblo entero queda aislado y ciego de modo que las generaciones siguientes a ese suceso no conocen lo que es ver y se desenvuelven con naturalidad, en su ceguera congénita, dentro de un mundo constreñido de tactos, sonidos y olores, que es el único universo que para ellos existe. En la novela de Saramago, la ceguera es una especie de enfermedad que se va propagando aceleradamente a todos los habitantes a medida que la historia es narrada. Eso hace que los afectados se encuentren desprotegidos en un mundo que han dejado de comprender y que las condiciones de su vida se deterioren progresivamente. Por tanto, la sociedad de ciegos de Wells es autosuficiente y la de Saramago dependiente.
El autor británico para conseguir dar mayor realismo a su cuento, lo ubica espacial y temporalmente de modo preciso; Saramago, en cambio, prefiere que su novela se desarrolle en un lugar indeterminado en algún momento de la segunda mitad del siglo XX. Wells busca la rareza de lo singular mientras que es el carácter universal lo que explora el autor portugués. Esto se hace más evidente cuando observamos que el primero da nombres a todos los personajes mientras que segundo se refiere a ellos no por sus nombres sino por su profesión, su aspecto, su relación con los demás o por cualquier atributo.
En ambas obras el protagonista es un personaje que, a diferencia del resto, puede ver, es vidente. Núñez es el montañero que tras un accidente encuentra por azar el país de los ciegos de Wells y la mujer del médico es el personaje de Saramago que se libra de la ceguera. En Saramago la ceguera es una limitación, en Wells es la capacidad de visión lo que impide que el protagonista se integre en la sociedad, pero la diferencia está en que la sociedad de Saramago pertenece a un mundo de videntes habitado ahora por ciegos y la de Wells se desarrolla en un país de ciegos poblado por ciegos. Por eso la mujer del médico ayuda a los ciegos a sobrevivir en un mundo hostil para ellos, su capacidad de ver les aporta humanidad, mientras que en la obra de Wells los ciegos tienen que ayudar a subsistir a Núñez porque éste se desenvuelve con extremada torpeza en la vida cotidiana y noctámbula de aquel lugar y la solución que encuentran para integrarle en su vida no es otra que privarle de aquello que le diferencia del resto: sus ojos. También sus actitudes a la hora de enfrentarse a una sociedad ciega son distintas: mientras que Núñez en los primeros momentos y de forma ingenua piensa que en un país de ciegos él será un líder por su capacidad de ver (“en el país de los ciegos tuerto es el rey” se repite a sí mismo), la mujer del médico, por el contrario, mantiene discretamente su secreto durante un tiempo. Núñez intenta explicar lo que ve con sus ojos y le toman por un loco y sólo le aceptan, en un gesto altruista de caridad hacia un ser con facultades mermadas, cuando éste comienza a someterse a sus normas sociales. En la novela de Saramago, en cambio, los locos salen del manicomio para encontrarse una sociedad sumida en el caos y la locura y es la caridad de la mujer del médico la que les dirige para hacerles la vida algo más fácil.
Los personajes de Saramago son conscientes de su ceguera porque antes de la epidemia fueron videntes, en cambio los de Wells no saben ni quieren saber lo que es la vista. A pesar de sus agudísimos oídos, están sordos a los argumentos de Núñez, a todo lo que va en contra de sus certezas. No prestan atención al protagonista y le toman por un salvaje al que cambian incluso su nombre llamándole Bogotá por lo ridículo que les parece la palabra que tanto repite al explicar su origen.
En las dos obras se pone en evidencia la absoluta dependencia del hombre a la sociedad que él mismo ha creado; no en vano, el hombre es ante todo un animal social. El ciego, como apunta Saramago, es un inadaptado en una sociedad vidente; pero el vidente es un inadaptado en una sociedad construida por ciegos como destaca Wells.
Cuando los ciegos de Saramago recuperan la visión se dan cuenta de que a pesar de percibir con el sentido de la vista siguen estando ciegos en este mundo, en esta sociedad alejada de la naturaleza que incluso, en su forma más instintiva y primitiva, les unía como grupo cuando estaban ciegos. El personaje de Wells desde lo alto de la montaña, cuando logra escapar del valle, se alegra con orgullo de no haber sucumbido, aunque estuvo a punto de hacerlo por amor, a esa sociedad cerrada y sorda de ciegos. Una sociedad que, como la nuestra, no quiere conocer otra realidad que no sea la suya, la que se ha conformado generación tras generación en su permanente ceguera hacia otros mundos posibles.
Tanto Saramago como Wells, aunque con mejor prosa en el primero, nos muestran el ser humano tal cual es, con su naturaleza social contingente, con la invalidez de que adolece cuando deja de pertenecer a la sociedad, a las masas, a la norma, cuando se reconoce como un ser extraño en un mundo de extraños.