Carmen Martín Gaite, Con los maquis arriba en el cerro

Con los maquis arriba en el cerro.

Me acuerdo que en la guerra fui con ella a escondidas, varias tardes, a llevarles comida a unos rojos del pueblo que andaban escondidos por política, los maquis los llamaban, y yo no lo entendía porque eran el Basilio y el Gaspar, amigos de la infancia de mi madre; se los encontró un día ella por lo intrincado estando de paseo, ya cerca de las ruinas, salieron de repente, se hincaron de rodillas: “Ay, Teresa, por Dios, no digas a nadie de que estamos aquí, pero sube otro día y tráenos de comer, nos morimos de hambre”. Y a nadie se lo dijo, sólo a mí, ni la familia de ellos, ni nadie lo sabía en qué lugar paraban, pero a mí me lo dijo, me dijo “es un secreto” y sabía seguro que yo se lo guardaba. 
“A la niña la traigo para no venir sola, pero ella es como yo”, les explicó la primera tarde que fuimos, y a mí me había advertido por el monte arriba que tenían barba de mucho tiempo y la ropa rota y que por eso les llevábamos las mudas además de comida, que vivían en el hueco de una peña con bichos y que casi no los iba a conocer, que no tuviera miedo, pero sí, miedo iba a tener yo, una novela es lo que me parecía tener aquel secreto a medias con mamá y escaparnos las dos al monte en plena tarde y coger cosas de la despensa a espaldas de la abuela; llegábamos arriba con nuestros paquetes, merendábamos con los hombres aquellos del monte, nos preguntaban un poco por mi padre y el tuyo que estaban en Barcelona, o creíamos eso por lo menos: ¿Sabes algo del marido y del niño?, y no, no sabíamos nada, pero me parece que lo preguntaban un poco por cumplir, que mi padre aquí en este pueblo nunca fue simpático a nadie, le llamaban el profesor; suspiraban: “Es que esto es una catástrofe, Teresa, una catástrofe”, y ella les daba noticia que yo no entendía de la marcha de la guerra, incluso alguna vez les subió periódicos, y cuando nos íbamos, nos besaban mucho y solían llorar; ni siquiera en el cine había visto llorar yo a hombres así con barba, tan hechos y derechos y soñaba con ellos, inventaba oraciones en la cama para que se salvaran, uno no se salvó, le pillaron de noche aquel invierno unos guardias civiles, merodeando el pueblo y se murió del tiro, ahí bajando a la fuente; Gaspar escapó a Francia me parece, y pasada la guerra su mujer nos mandaba aguardiente de yerbas por la Virgen de Agosto; la primera borrachera que me cogí en la vida fue con ese aguardiente la noche de Santiago, en una fiesta que hubo aquí en casa, fue también la primera vez que me besó un chico, el Genín, un sobrino del maestro, abajo en el parque, luego me daba siempre mucha vergüenza verle y el sabor del aguardiente de yerbas lo aborrecí para toda la vida. 

Carmen Martín Gaite, Con los maquis arriba en el cerro (Retahílas).

Carmen Martín Gaite

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