Ángel Olgoso, Tesoros

Tesoros
Hoy, como otras veces, salvé las siete esclusas de seguridad, evité los guardianes y las alarmas y descendí hasta el tercer nivel del subsuelo con mi saco vacío a la espalda. Ahí estaba el tesoro de Troya (copas de oro, collares y diademas engarzadas, hachas-martillo, máscaras de plata y lapislázuli), la Quimera etrusca de Arezzo, la cabeza de alabastro traslúcido de la reina de Saba, el tesoro de Atila y el de Jabhur Jan, las dos puertas de Ubar engalanadas cuatro mil años antes con las más preciadas joyas y metales, ahí estaban reunidas, en largas y ordenadas hileras, todas las grandes maravillas de la antigüedad: fruslerías. Pasé de largo. Me adentré en la sala que reproducía, invertida, una cúpula gigantesca. A la luz de los hachones, mientras me punzaba una extraña mezcla de miedo y alegría, contemplé de nuevo el más espléndido de los tesoros, vedado al común de los mortales. Cualquiera podría matar o morir por esa visión gloriosa, por esa plétora, por esa infinita cornucopia oculta en el silencio de las profundidades. Amontonadas escrupulosamente como lingotes idénticos, me esperaban, llenas de promesas, incólumes, las Horas Perdidas. Abrí la boca del saco.
Ángel Olgoso, Tesoros (La máquina de languidecer, 2009)














La máquina de languidecer
Ángel Olgoso

Páginas de Espuma, 2009




Dejar de escribir

Jasper Gwyn se aproxima al mundo con una cautela obsesiva, siente que ha dedicado demasiado tiempo a escribir historias en lugar de vivirlas, que se ha demorado en exceso en la retórica. Por eso, a pesar de ser un escritor de moda en Inglaterra, toma una decisión irrevocable. Estaba en un hotelito de Granada cuando salió su artículo publicado en The Guardian con una relación de cincuenta y dos cosas que no volvería a hacer en su vida, entre ellas estaban las de escribir y publicar libros. Así, con esa negación del mundo, el protagonista se convierte en lo que Vila-Matas denominó un bartleby y pasa a ser un observador del devenir del tiempo. Tras las primeras páginas el libro comienza a encenderse, igual que las bombillas artesanas del viejecito de Camden Town, y aparece con nitidez la magia del estilo personal de Baricco, con sus personajes singulares y entusiastas, con sus metas improbables, con los giros inesperados de las historias. Gwyn, meticuloso y algo misántropo, a quien le hubiera gustado ser vestíbulo de hotel para poder contemplar el paso de la gente sin más, pretende alejarse de todo lo relacionado con el mundo de la literatura aunque, como le advierte el entrañable Tom, su editor y único amigo, eso es algo imposible para un escritor vocacional como él. Una tarde la lluvia y cierta nostalgia le llevaron a refugiarse en una galería de arte y, hojeando el catálogo de un pintor, descubrió que realizar un retrato a alguien tiene la virtud de cambiar su modo personal de ver el mundo y es una manera de llevarlo de regreso a casa. Fue entonces cuando decidió escribir retratos e invertir todo su dinero en montar un estudio adecuado a sus necesidades creativas. Pero eso no iba a ser una tarea sencilla porque necesitaba captar la esencia que define a los retratados en el paso dilatado del tiempo, no como si fueran personajes de un relato o una novela sino como si fueran una historia con todos los elementos que la componen. «Todos somos una página de un libro, pero de un libro que no se ha escrito nunca». Para esta insólita tarea, desde el principio, cuenta con la ayuda y el asombro de Rebecca, la becaria de Tom que más tarde se convertirá en la protagonista que guiará la novela hasta el final a un ritmo más ágil. 
Alessandro Baricco en esta ocasión tributa un homenaje al oficio de escritor y lo hace con fino sentido del humor, con una gran sensibilidad que llega a emocionar en algunos momentos. El propio autor reconoce la influencia de Salinger, y tal vez también de Auster, y eso se nota en la maestría con la que logra reflejar las contradicciones de cada personaje. Con este libro Baricco nos recuerda que un verdadero escritor, en realidad, nunca puede dejar de escribir o al menos dejar de pensar como si escribiera.











Mr Gwyn
Alessandro Baricco 

Traducción: Xavier González Rovira
Anagrama, 2012.