Bartleby, el escribiente

Bartleby el escribiente, es uno de esos sencillos cuentos que se acercan a la perfección, con el que disfruto de la lectura y con el que valoro el enorme talento de Melville para el relato corto. Es, en definitiva, uno de esos relatos a los que conviene volver de vez en cuando para no perder la perspectiva de los buenos cuentos. Puede que Melville sea para muchos sólo su novela Moby Dick pero es también Bartleby, el escribiente o Benito Cereno o Las encantadas, entre otros de sus célebres cuentos. Moby Dick es, sin duda, una prodigiosa novela con múltiples lecturas y, en él, por su extensión y profundidad, cabe un manual de filosofía, de religión, de ética e incluso de zoología. Pero en el cuento Melville se desenvuelve con la soltura de un gran maestro y nos da una lección creando personajes únicos e inolvidables. Bartleby es uno de esos personajes que forman parte de la literatura universal. 
La historia es narrada por un abogado que tiene un despacho en Wall Street, en el Nueva York de finales del siglo XIX. Allí trabajan tres empleados, dos de ellos son amanuenses y se encuentran desbordados por el trabajo. Esta es la razón por la que decide contratar a otro escribiente y, así, aparece en su vida Bartleby, “uno de esos seres de quienes nada es indagable”, un hombre callado, tranquilo, cubierto por un manto de tristeza eterna, como alguno de los personajes de Poe. El nuevo empleado escribía de forma extraordinaria, “trabajaba día y noche, copiando, a la luz del día y a la luz de las velas”. “Pero escribía silenciosa, pálida, mecánicamente”. El problema surge cuando el abogado le pide que complete su trabajo, confrontando los documentos que ha copiado para comprobar si hay errores, a lo que “Bartleby, con voz singularmente suave y firme, replicó: —Preferiría no hacerlo”. 
Sorprendido el abogado ante la sosegada insistencia de aquella frase decide resolverlo en otro momento pero esta situación se repite una y otra vez con la misma respuesta. Poco a poco Bartleby, abandonado en su nihilismo, va negándose, con su “preferiría no hacerlo”, a realizar otras tareas que le encomiendan hasta que decide incluso dejar de escribir y, además, se opone a irse de allí, de la oficina que ha convertido en su hogar, rayando con su actitud lo surrealista. 
Bartleby, es un personaje angustiado y extraño como Gregor Samsa en La metamorfosis de Kafka (Borges apunta que Melville se anticipa a la obra del autor checo) y tan marginado e intimidado por la sociedad, tan desposeído de esperanza, como Akaki Akákievich en El capote de Gogol. En palabras de Claudio Magris (Alfabetos, Ensayos de literatura, Anagrama, 2010), Bartleby es el personaje de la negación absoluta, el antihéroe que elige la sombra y la ausencia. Su tajante aunque educada respuesta “preferiría no hacerlo” le sirve para evadir aquello que desprecia de la sociedad. 
Al final del relato, Bartleby, que ya había decidido dejar de pertenecer a una sociedad con la que no se identifica –quizás  demasiado deshumanizada-, decide abandonar también su vida. El único que se preocupa por él es el abogado narrador que sigue sin comprender a ese hombre al que compadece y al que trata como a un amigo pero con el que apenas ha podido mantener una conversación. 
Bartleby, el escribiente es para Borges “fundamentalmente, un libro triste y verdadero que nos muestra esa inutilidad esencial, que es una de las cotidianas ironías del universo.” Pero es también una historia bella e inolvidable. 





Bartleby, el escribiente 
Herman Melville
Traducción de Jorge luis Borges
Libros del tiempo. Ediciones Siruela, 2009
En papel 100% procedente de bosques bien gestionados



Regreso de Stevenson

La editorial Nórdica libros acaba de publicar una cuidada edición de “El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde”, con traducción de Juan Antonio Molina Foix e impecablemente ilustrado por Marta Gómez-Pintado. Esta obra, como otras de Stevenson, entre las que destaco “La isla del tesoro” o “La flecha negra” forman parte de mi infancia y de mi adolescencia y su lectura rescata recuerdos de un periodo que uno quisiera que no hubiese terminado tan pronto. 
Al margen del juego que nos plantea Stevenson con el compromiso entre el impulso del deseo y el freno del deber impuesto, entre el instinto amoral y las normas de la sociedad victoriana, lo que más me gusta es la creación de atmósferas confusas, con brumas y callejones laberínticos inmersos en la noche londinense alumbrada por trémulas farolas. No recuerdo bien el efecto que produjo en mi niñez Hyde, ese hombre asimétrico y encorvado, tan feo y repulsivo como su comportamiento, pero que seduce irrefrenablemente a su otro yo, el hombre socialmente respetable, educado y de buen porte que es el Dr. Jekyll. Supongo que me produciría cierto temor y desasosiego o quizás sólo curiosidad. Lo que sí recuerdo es cómo imaginaba el paisaje neblinoso de las calles de Londres por las que me conducía la lectura de su prosa sencilla. Es ese ambiente inquietante y desapacible, impredecible, con el misterio escondido tras la esquina, lo que me trae más gratos recuerdos, cuando sus líneas me arrastraban a épocas y mundos imposibles de explorar. 
Sea con su texto original o con adaptaciones a libros infantiles y juveniles, a las historias de Stevenson muchos le debemos nuestro amor a los libros y la pasión por leer. Stevenson no regresa con cada relectura porque, en el fondo, a través de otros muchos autores en los que ha influido, siempre nos ha estado acompañando. Borges, en el prólogo de “Elogio de la sombra” se refería a él como un amigo muy querido que le ha dado la literatura. A mí también me lo parece. Aunque haya quien que piense que las historias de Stevenson son sólo para adolescentes, yo debo reconocer que sigo disfrutando de sus lecturas igual que me pasa con otros autores que formaron parte de mi biblioteca infantil y juvenil. Decía Chesterton que Stevenson, al que dedicó un ensayo biográfico, recurrió a su propia infancia para crear sus historias y que, por encima de todo, disfrutaba con ellas porque creía en el trabajo artístico. 
En esta edición se combina el placer de una relectura, incluyendo los descubrimientos y sorpresas que siempre nos deparan las obras maestras, con el disfrute del tacto de sus páginas y de las ilustraciones que tan acertadamente acompañan al texto.










El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde
Robert Louis Stevenson
Ilustraciones: Marta Gómez-Pintado
Traducción: Juan Antonio Molina Foix
Nórdica libros, 2010. Madrid
http://www.youtube.com/watch?v=2sM18sOaMpk&feature=player_embedded#!