El 27 de junio de 1919 Franz Kafka, que había escrito diarios desde 1910, retoma sin demasiado entusiasmo este ejercicio después de leer sus viejos cuadernos de años pasados. Tres días después, paseando junto a una mata de jazmines por el Parque Rieger en compañía de su novia, con el corazón alborotado, se sintió mentiroso en sus suspiros pero veraz en su proximidad, en su confianza, en su sensación de estar protegido. Lejos de allí, unas horas antes, Josep Pla deambulaba en una noche calurosa por los barrios bajos de Barcelona y, como Kafka, pensaba que a menudo mentía sin justificación y era pésima la opinión que tenía de sí mismo. Esta es una de las escasas coincidencias de ambos diarios. Después Kafka no escribió nada más que unas enigmáticas frases hasta el mes de diciembre, mientras que Pla terminó El Cuaderno gris un 15 de noviembre, dos días antes de partir hacia París. Maurice Blanchot explicaba que los escritores que se someten a la disciplina de un diario, donde se ordenan cronológicamente los sucesos cercanos, los estados de ánimo o los pensamientos, son los más literarios porque lo escriben por angustia ante la experiencia extrema de la literatura. Escriben por la necesidad de salvar los días del olvido pero es la propia escritura la que altera esos momentos que intentan salvar. Así es como, en ocasiones, llegan a mostrarnos abiertamente al escritor y su pasión desnuda por la literatura. Sin embargo, mientras que el diario de Kafka puede resultar incompleto como documento de época, El Cuaderno gris de Pla refleja, igual que ocurre en el de André Gide, otro contemporáneo suyo, aspectos de su personalidad, sus gustos, sus ideales pero muy especialmente los paisajes y nos retrata un país convulsionado por crisis políticas y sociales a través de su experiencia diaria, sin perspectiva temporal. Esto es precisamente lo que, según Juan Villoro, busca un lector que decide leer un diario biográfico donde sabe que no encontrará grandes aventuras y menos aún ingeniosos enigmas que desvelar. Lo literario de estos diarios no está en lo que dicen sino en cómo lo dicen y en su capacidad de hacer trascender hechos que pueden ser banales pero que nos dibujan con nitidez una particular visión de la vida. A diferencia de las autobiografías, en las que los escritores hacen un ejercicio de evocación, donde la memoria, de modo consciente o inconsciente, filtra y distorsiona los hechos pasados bajo la influencia de experiencias posteriores, con los diarios se retrata el instante tal y como se vive para evitar precisamente que lo cotidiano huya de la memoria por su natural fugacidad.
Josep Pla comienza su diario en marzo de 1918, el día que cumple veintiún años. Debido a la mortífera gripe clausuran la universidad y regresa a Palafrugell, el pueblo en el que nació. En las primeras páginas relata su infancia, la felicidad robada, la que recuerda y la que le contaron. Sin añorar Barcelona, alude con frecuencia a la forma de ser de sus paisanos, de la gente del país, a los pequeños y grandes placeres de su vida como sus lecturas, las conversaciones con los amigos o el ressopo, esa comida de los trasnochadores después de la media noche. Rescata parte de la memoria de sus antepasados, de su genealogía que califica de gris y vulgar, con poco apego por los libros. Conversa en las tertulias sobre sus ideas políticas y sorprende lo actual de su pensamiento en relación a las trampas del capitalismo y a la labor de los banqueros. Hace críticas mordaces de la sociedad y habla sin tapujos del desasosiego y la atracción que le provocan las mujeres. Le preocupa especialmente la larga guerra y se indigna del beneficio económico que algunos obtienen de ella. Describe con precisión sus viajes, sabe captar los instantes con adjetivos como un fotógrafo de la palabra. El paisaje le hace pensar, la montaña, el mar, la influencia de la meteorología en el comportamiento, la fauna local y las mascotas que se pasean indiferentes por el jardín. Josep Pla es un gran lector. Le entusiasma la filosofía y lee entre otros a Montaigne, Platón, Rousseau, Nietzsche o Kierkegaard, otro diarista. A pesar de su pasión por la literatura confiesa su escasa afición a leer novelas, le aburren los desenlaces largos y piensa que la mayoría de ellas ganarían si no tuviesen fin. Pero a pesar de eso, menciona y, en no pocas ocasiones, hace agudos comentarios críticos y hasta subversivos sobre grandes autores de diferentes épocas como Goethe, Proust, Homero, Dostoievski, Remy de Gourmont, Stendhal, Baroja o Tolstoi entre otros posibles y destaca autores de las letras catalanas como Josep Carner, Santiago Rusiñol, Narcis Oller, Eugeni d’Ors o Francesc Pujols.
A principios de 1919 regresa a Barcelona y en el viaje piensa en lo inútil de su cuaderno gris. Le cuesta romper los papeles. Son numerosas las veces que le asaltan las dudas sobre su futuro y sobre la escritura. Se queja de los días estériles y perdidos. Reconoce con humildad su incapacidad para escribir poesía. Se ofusca cuando no encuentra el adjetivo preciso y admite la dificultad de escribir y publicar en catalán a la que considera una lengua dura, de difícil manejo. Su amigo Alexandre Plana, otro de los grandes escritores catalanes, le abre los ojos y se separa del novecentismo, de la retórica exagerada y su prosa se hace entonces más clara, más sencilla, más brillante y muy personal. En Barcelona asiste al Ateneo, termina sus estudios, come mal, padece la gripe, da sus primeros pasos en el periodismo, hace sus primeras traducciones, salva del suicidio a una joven, es testigo de los problemas sociales que desencadenan la ocupación militar y se evade paseando por La Rambla deteniéndose a contemplar a las hermosas mujeres que se cruzan en su camino. En el mes de noviembre le proponen ir a París de corresponsal y dos días después abandona su diario.
Josep Pla revisó sus diarios antes de publicarlos varias décadas después de ser escritos. Posteriormente, Dionisio Ridruejo y Gloria de Ros lo tradujeron al castellano y, en esta nueva edición, Narcís Garolera lo revisa minuciosamente. El cuaderno gris nos revela cómo surge uno de los más grandes escritores del siglo XX. Por momentos nos recuerda a Perec, a Pitol, o a Vila-Matas al mostrarnos, igual que hizo Kafka con su diario, la íntima e inquebrantable relación de su vida con la literatura.
El cuaderno gris. Un dietario
Josep Pla
Traducción: Dionisio Ridruejo y Gloria de Ros
Edición de Narcís Garolera
Ediciones Destino. 2012