Dice Harold Bloom que cuando lee a Chéjov tiene la impresión de que todo el mundo está sumergido por la soledad y la falta de comprensión. Y eso es porque se puede hablar de la soledad y el desamparo sin que estos sean los temas centrales del cuento. El viajero inmóvil, el primer libro de cuentos de Ramón Rodríguez Pérez, nos habla de la incomprensión de personajes que, a pesar de tener una existencia mediocre, mantienen una ilusión vitalista y saben encontrar la felicidad en pequeños recovecos de su existencia. En un momento en el que los cuentistas españoles parecen dirigidos por las modas anglosajonas, el autor nos muestra el componente social que ha caracterizado a autores tan relevantes, y en ocasiones olvidados, como Aldecoa, Cela o Delibes entre otros.
Conozco a Ramón Rodríguez Pérez primero como pintor y luego como poeta que, en su caso, viene a ser lo mismo. Pero de forma paralela y silenciosa ha cultivado el cuento de un modo personal y su calidad ha quedado avalada por numerosos premios en distintos certámenes literarios. Ahora, la editorial Paso de Cebra ha recogido de forma muy acertada una colección de estos cuentos en los que predomina el humor en sus múltiples facetas como la ironía, la parodia, el sarcasmo o el absurdo y que están habitados por personajes cotidianos con los que nos podemos encontrar en los rincones de nuestras ciudades; personajes peculiares, con un calor cercano, cargados de ternura, que aceptan sin queja su particular derrota vital, que frecuentan sórdidas tabernas y se ilusionan con partidos de fútbol.
El cuento que da título al volumen es una hipérbole del lector compulsivo, la pasión por la lectura llevada a sus últimas consecuencias, donde el protagonista puede sumergirse en la filosofía de Kant, en la poesía de Rilke o en la prosa de Joyce con la misma delectación que lee la alineación de un equipo de fútbol o las etiquetas de las latas de conserva que lo transportan a mundos desconocidos y exóticos. El juego metaliterario aparece en éste y otros cuentos entre los que caben destacar El círculo esférico y Espejos que giran en torno al encuentro de sendos funcionarios con la obra de Borges. El protagonista de Kilómetro 12 podría ser el prototipo de los personajes que pueblan la mayoría de estos relatos. En este caso se trata de un antiguo jugador de fútbol de tercera división con un destino incierto, que sabe paladear sus efímeros momentos de gloria y, cuando se topa de frente con su triste realidad, es capaz de seguir hacia delante. Dos relatos podrían calificarse de fantásticos e hilarantes: El estigma y El Intruso. En ambos hay un elemento que irrumpe en la vida cotidiana de los personajes y la subvierte hasta llegar al absurdo pero son resueltos con el mismo humor fino que impregna todo el volumen. El binomio poeta provinciano-prostituta aparece en Un artista realizado y Esclavo de los Lacedemonios donde algunos de los personajes quedan nítidamente definidos por sus ocurrentes apodos. El realismo social es más acusado en Zona cero, Polígono Sur y Todo un campeón, en los que se dibujan con acierto los barrios y las gentes más desfavorecidas. Quizás uno de los cuentos más surrealistas y divertidos, por combinar de modo sorpresivo lo rural con la ciencia ficción, es Zahoríes; escrito en forma epistolar narra la vivencia de un hombre de pueblo que es llevado a Marte por la Nasa con la importante misión de encontrar agua. El autor parece sugerirnos la conveniencia de escuchar la pausada sabiduría rural en lugar de dejarnos arrastrar por la inmediatez de las tecnologías más punteras. Así hasta quince cuentos neorrealistas, muy acabados, escritos con talento y una cuidada prosa, con un gran sentido del humor y un estilo particular e inconfundible. El Viajero inmóvil es, en definitiva, una colección de cuentos amables, divertidos y una lectura muy recomendable.
El viajero inmóvil
Ramón Rodríguez Pérez
Paso de Cebra (2011)