La muerte a veces sucede en medio del bullicio de la vida y entonces, la gran ciudad se muestra como un ser vivo amenazante. Thomas Wolfe escribe un relato extraño y lúcido, en el que nos plantea el problema de la desolación del hombre en las grandes ciudades a través de cuatro muertes fortuitas que el narrador observa.
Es un día soleado de abril, un hombre está detrás de un carrito vendiendo cigarrillos, comidas y bebidas y entonces ocurre: un camión hace una mala maniobra, se sale de la acera y lo aplasta; rápidamente policías, enfermeros y comerciantes hacen que todo vuelva a la normalidad como si allí no hubiera pasado nada. En el frío mes de febrero, a medianoche, un vagabundo de gran porte deambula borracho junto a un edificio en construcción, se golpea con unas vigas y cae como una losa; cerca de allí unos jóvenes se ríen al contemplar la escena. El mes de mayo regala a Nueva York días resplandecientes, la gente va de un lado para otro en oleadas como un reptil que avanza por las avenidas; cada persona, cada individuo, con su vida particular, con sus anhelos y sus problemas y, de forma inesperada, un accidente laboral hace caer al vacío a un hombre como una antorcha ardiendo. En el túnel del metro un hombre de aspecto harapiento que podría ser cualquier hombre, sin nada que lo distinga de millones de hombres, acurrucado en un banco, deja de moverse para siempre; es una muerte sencilla, sin la violencia de las anteriores, aunque igual de dramática y desasosegante. Estas son las cuatro historias sobre personajes anónimos que describe Wolfe con un estilo casi periodístico, pero, a la vez, cargado de poesía. Una lúcida reflexión sobre el sinsentido del ritmo de la vida moderna, de las prisas, de los empujones en el metro para entrar antes que los demás, con el asombro por la mirada distante con la que somos testigos del drama que sufren otros, sin pensar que, en cualquier momento, el azar puede convertirnos en inesperados protagonistas.
En este texto breve, el autor describe imágenes en ocasiones truculentas, poniendo en evidencia la fugacidad de la vida, sin renunciar al lirismo. Hay también una crítica a la frivolidad con la que la gente contempla la muerte, y hasta se ríe de ella, como si fuera algo ajeno a quienes lo hacen. Otras miradas se apartan para no ver, para evitar pensar en esa muerte que constantemente acecha, por eso hay siempre una premura por eliminar cualquier rastro que nos la recuerde. El azar, la fragilidad de lo humano, el anonimato de las grandes ciudades hace más palpable nuestra soledad. Pero como contrapunto, el humo, el olor a gasolina, la negrura del asfalto y el gris de los edificios se enfrentan en ocasiones al azul del cielo, al verdor de los árboles y al aroma de las flores. Esta novela es un acierto más de la editorial Periférica que nos acerca a las obras de algunos grandes autores que no deberían de pasar desapercibidas. De Thomas Wolfe dijo William Faulkner que era el mejor escritor de su generación y Hermana muerte uno de sus escritos más enigmáticos.
Thomas Wolfe
Editorial Periférica, 2014
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