No descubro nada cuando afirmo que Manuel Moya es un escritor comprometido con este tiempo, tan tumultuoso como cualquier otro, al que, por encima de todo, le interesa la gente y cómo ésta se desenvuelve en el día a día. De su inconformismo crítico surge la necesidad de contar para mostrar situaciones a las que, a veces, no queremos o no nos gusta mirar. La ficción es también una buena forma de invitarnos a reflexionar sobre nuestra manera particular de encarar determinadas situaciones sociales. No importa que lo exprese en forma de poemas, de novelas o de cuentos porque, al final, lo que logra es mostrarnos vidas y escenarios que pueden estar o no ocultos a nuestros ojos, pero que, en cualquier caso, resultan significativos al revelarlos con el ángulo inusual y a veces sorprendente desde el que contempla el mundo.
Coincide en estos meses que ven la luz dos de sus últimas obras: el libro de relatos Ningún espejo, publicado en El Rodeo Ediciones y la colección de microcuentos titulado Caza mayor, que ha editado Baile del Sol. En ambos casos se trata de una literatura reivindicativa, dentro de una corriente neorrealista, que nos obliga a abrir los ojos para enfrentarnos a la mirada de los perdedores, de los desfavorecidos, de los excluidos de la sociedad feliz, de los que no encuentran consuelo en un universo que se ha construido sin contar con ellos. Sus propuestas ingeniosas unas veces nos despiertan la sonrisa, otras nos incomodan cuando se adivinan situaciones perturbadoras a las que sería más fácil no mirar y nos empuja a plantear la responsabilidad ética que tenemos hacia ellas.
Ningún espejo es una colección de quince relatos vertebrados por problemas comunes en nuestra sociedad. En la superficie, son historias cotidianas que tienen protagonistas humildes, pero en todas ellas subyace otra historia más profunda que demanda la atención del lector. La fatalidad que ronda su vida, la necesidad de tener que lidiar constantemente contra las adversidades y la tremenda soledad, son características comunes en los personajes de Moya que, a pesar de su impotencia y desconsuelo, llegan a conformarse con su suerte. En sus historias se pone de manifiesto la ceguera de la sociedad ante las cosas sencillas que ofrece la naturaleza, donde los anhelos y la esperanza por conseguir un futuro algo mejor son el motor de la vida de estos personajes que no siempre pueden evitar caer en la desesperación, de extrañarse ante una sociedad que no les resulta amable. La crisis económica y de valores, el problema de la emigración, la fidelidad de las parejas, las relaciones sentimentales, la forma de asumir la muerte, el desempleo o la drogadicción forman parte del elenco de temas que preocupan al autor. Su escritura se basa en una atenta observación no sólo de lo que le rodea sino de cómo se cuenta. Así, utiliza monólogos —a veces sin un solo punto en el texto—, con jergas y formas marginales de expresión en personajes a los que siempre trata con ternura. En alguna ocasión los relatos se cruzan o se continúan, Hay cuentos entrañables como “Cerezas”, donde un anciano, que vive en una chabola y cuida un cerezo con la ilusión de que sus nietos puedan verlo, observa cómo la ciudad, en su crecimiento, va engullendo los suburbios de forma amenazante y las nuevas tecnologías ciegan la belleza natural y apagan sus sueños. Otros son originales por la forma con la que son narrados como “Bailar, bailar”, cuya joven protagonista, a la que le atraen los hombres con olor a árbol recién cortado, solo quiere bailar, bailar y huir. La mayor parte de los relatos invitan a considerar nuestra manera de vivir o de morir y esto es muy palpable en "Girasoles" que narra la coincidencia de dos enfermos terminales en una sala de hospital; el lamento de uno de ellos, cuyas creencias religiosas no logran consolar, pone en evidencia dos visiones muy distintas de la vida. Destacan también con fuerza "Los planes de Álvaro", en el que dos hombres, con una amistad forjada en su juventud, vuelven a encontrarse después de muchos años, en los que los deseos de cambiar el mundo se han ido extinguiendo. O los que se desarrollan en un ambiente de drogadicción como “Ratas”, donde se vive un drama romántico actualizado de Romeo y Julieta y “El ahogado”. Pero son especialmente memorables “Sacrificio”, un cuento muy carveriano y el emocionante y desgarrador “Corina”. Son relatos, en definitiva, de gran contenido humano.
Ricardo Piglia mantiene la tesis de que todo cuento cuenta dos historias, una evidente y otra sumergida, insinuada, que otorga sentido profundo a la superficie del relato. Los cuentos de Manuel Moya son un claro ejemplo de ello porque narran una historia dentro de otra y, casi siempre, lo subterráneo, es lo que más nos conmueve, aquello que nos provoca un movimiento involuntario de desasosiego e inquietud.
Esta doble lectura aparece también con frecuencia en los microcuentos de Caza mayor, donde el mensaje principal en ocasiones se sostiene con los silencios. Este libro reúne piezas más experimentales, más lúdicas, pero en las que siguen estando presentes las denuncias ante las desigualdades sociales, los ambientes marginales y los abismos a los que se asoman personajes laterales, desubicados y desnortados, los actuales Homo sacer, que no encuentran su lugar dentro de una sociedad cada vez más ciega y más sorda. Aquí Moya nos demuestra su destreza como ilusionista, con microcuentos brillantes, inteligentes, audaces, surreales, provocadores y cargados de estímulos. Al igual que decía Cortázar, entiende la literatura como un juego, irreverente a las normas que se pretenden establecer y eximiéndola de toda solemnidad. Caza mayor es el primer libro de Manuel Moya dedicado íntegramente al microcuento aunque las fronteras que definen el género no están claras en muchos de los textos. En la "Nota final" el autor nos advierte que algunos de estos escritos plantean razonables objeciones al género y que con ello pretende explorar sus fronteras, por otro lado, nunca bien perfiladas. Este juego literario cargado de creatividad verbal e ingenio —donde no faltan variaciones, los giros y la reescritura de algunos relatos—, permite aflorar el asombro ante la vida y ante el comportamiento de los hombres, un desconcierto que se evidencia desde la realidad deformada y se resuelve con humor, con fina ironía y con sorpresa. Aquí, nuevamente, nos muestra su mirada atenta, su gran capacidad para observar y para mostrar con dura claridad lo que sucede a nuestro alrededor. No son textos amables, ni razonables, sus palabras buscan la provocación, zarandear nuestra conciencia, incitarnos a evitar la imparcialidad.
Si en Ningún espejo se puede intuir la presencia de Faulkner, Carver, Benet, Sánchez Ferlosio o Aldecoa, en Caza mayor se rinde un homenaje explícito a autores como Kafka o Monterroso, entre otros. En ambos libros, los cuentos y microcuentos de Moya, nos invitan a reflexionar sobre el mundo que hemos hecho y hasta consigue hacer revolución con las palabras. Aquí se hace tangible la reflexión de Emile Zola cuando afirmaba que algunas obras literarias dicen más sobre el hombre y sobre la naturaleza que los grandes estudios de filosofía o de historia.
Ningún espejo
Manuel Moya
El Rodeo Ediciones, 2014
Caza mayor
Manuel Moya
Baile del Sol, 2014
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