Julia Otxoa, Agradecimiento

Agradecimiento
Hortensia Salazar recogió de la tintorería el abrigo rojo que días atrás había dejado para limpiar, el abrigo traía en su bolsillo izquierdo una pequeña carta dirigida a ella, se le invitaba a acudir a una misteriosa cita en la playa, el martes doce a las tres de la tarde.
La dama picada por la curiosidad acudió a la cita y esperó por espacio de tres largas horas, cuando cansada e indignada se disponía a marcharse, un niño le entregó otra carta de color verde, en ella, el misterioso personaje, que firmaba con las iniciales A. Z. se excusaba por no haberse presentado y le volvía a convocar para dentro de siete días en los jardines de la catedral.
Hortensia Salazar guardó fidelidad ininterrumpida durante más de veinte años a los sucesivos requerimientos a pesar de que a ellos jamás acudió nadie.
Gracias a la diversidad geográfica de las citas, la paciente dama llegó a conocer perfectamente todos los rincones de su ciudad, y cuando murió ya centenaria, lo hizo quedando profundamente agradecida a aquel desconocido que durante tantos años había llenado su vida, manteniendo viva en ella la llama de la pasión por lo ignoto e inasequible.
Julia Otxoa, Agradecimiento.



 
Julia Otxoa

Purranki Sandongui, Me encontré en una selva oscura

Me encontré en una selva oscura
Los sueños parece que se asocien con eso de predecir el futuro. No tiene nada de particular. También se han asociado con el futuro el color de las entrañas de los animales, el vuelo de los pájaros, cualquier cosa que escape a nuestro arbitrio. Esa es una característica del futuro: todavía no ha sucedido, es oscuro, y podría suceder de forma distinta a nuestros planes. Una situación parecida al mundo onírico: son situaciones que en realidad no suceden en absoluto y que escapan a nuestro control.
Podemos soñar que estamos atrapados o que nos persigue una raspa de pescado, que nos llevan a juicio por decir mal la e. En todos esos casos nos gustaría estar soñando otra cosa más guay. Soñar que nos acosan las bailarinas del Bolshoi o que nos hinchamos a comer pera, que podemos volar o caminar. Es una verdadera pena, pero ni siquiera en sueños podemos tener eso que llaman libre albedrío. La mente se nos muestra durante el sueño como una víscera más, igual de incontrolable y misteriosa. Podemos influir en su funcionamiento con películas de miedo, con drogas de mayor calidad, ingresando en una secta donde nos pongan el lavado al diez y con suavizante. Pero al final es algo tan aleatorio como la propia vida. El libre albedrío sin la capacidad eficaz para ser ejercido es una broma tan mala como los derechos humanos.
Steve Jobs dijo los otros días eso, que la propia vida era aleatoria. Siendo aleatoria como es la misma frase, no sabría reunir suficiente evidencia en contra. A nivel microscópico parece que podamos influir en nuestro destino cambiandonos de carril y enfadandonos mucho. Pero desde el aire se podría ver de forma global que el atasco fluye como un río de puré de ciruela.
Es decir, despertamos y cambian los perseguidores y las angustias, pero nuestra capacidad de actuar permanece intacta un día tras otro. Sin usar.

Purranki Sandongui, Me encontré en una selva oscura (Transtornos del sueño).




Carmela Greciet, Túnel de lavado

Túnel de lavado
Como todos los sábados, mi padre vino a buscarme a casa de mi madre en su Volkswagen. A menudo, empezábamos el día lavando el coche en la gasolinera. Lo hacíamos a mano, con lanza, y a mí me gustaba apuntar el chorro espumoso hacia el capó, los cristales, las llantas. Luego aspirábamos la moqueta y frotábamos la chapa hasta que salía brillo, tirábamos los trapos que se habían quedado más ennegrecidos, y nos íbamos a tomar una hamburguesa como premio. Me gustaba el olor de gasoil y grasa en nuestras manos.
Aquel sábado, mi padre parecía cansado:
—Hoy probaremos con el túnel de lavado —me dijo—. Puedes quedarte dentro. Cierra bien las ventanillas.
Era extraño estar en el interior de aquella burbuja de espuma, ver venir hacia mí como amenazas los gigantescos rodillos girando, escuchar el fuerte rugido de la máquina al echar el aire…
Por fin, una luz verde al salir del túnel indicó el final de lavado. Entonces, un hombre que yo jamás había visto entró en el coche y ocupó el asiento del piloto. Se dirigió a mí en un idioma extraño y arrancamos.
Carmela Greciet, Túnel de lavado. 

Carmela Greciet

Lara Moreno, Futuro imperfecto

Futuro imperfecto
Dijiste ya te pegaré y yo supe o quise entender que me estarías pegando durante horas, hasta que mis nalgas estuvieran rojas y calientes y el líquido de entre mis piernas hiciera un ruido de charcos pisoteados. Dijiste ya investigaré y yo vi o quise adivinar que estarías horas así, husmeando en mi cuerpo, hasta que la nariz se te quedara atascada de tantos lunares desperdigados, hasta que mi piel fuera un erizo escalofriante entre tus dientes (tus dientes y el pezón, tus dientes y el ombligo cuenco valle y reposo, un clítoris púrpura chocando con tus dientes tan blancos). No sé qué más dijiste. Algo así como mastúrbate, pero que no te oiga.
De todos modos nunca terminé de creerme los futuros imperfectos que te salían de la boca, a las cinco menos cuarto de la madrugada, mientras limpiabas mi vientre con papel higiénico, pero con la delicadeza de un orfebre. El lenguaje del sexo es tan engañoso.
Esta mañana me he cruzado contigo por el parque. Tu capacidad para sonreír a pesar de todo, sin que nada pese, me hace enfurecer. Te has inventado un idioma nuevo para mí, para lo que ahora somos (por lo que nunca fuimos), y te has despedido diciendo cosas absurdas y ciertas, como por ejemplo nos vemos en la próxima parada o cuídate. No hay tranvías en Madrid, así que he entrado con disciplina en el primer bar que he encontrado, he mirado largamente al camarero, en señal de solicitud, y sentada en el váter de un minúsculo cubículo no demasiado sórdido, me he vengado de ti, los dedos introducidos, las rodillas notando el frío inmóvil de los azulejos, de tus palabras de las cinco menos cuarto, de tus embestidas de las once y media de la mañana, me he vengado de mí misma, y mirando fijamente la cadena de la cisterna, he tenido un orgasmo largo y doloroso, arriesgado, mientras mi vejiga se vaciaba de todos tus recuerdos, mojándome dulcemente las manos.
Lara Moreno, Futuro imperfecto.


Lara Moreno




Purranki Sandongui, La rutina diaria

La rutina diaria
Sé que no me vais a creer, pero la rutina que tanto lamentamos no existe. Nuestra vida dura apenas un día, como la de algunas mariposas. Nacemos por la mañana y llevamos a cabo nuestras vidas, rutinarias sólo en apariencia. Cada vez que hacemos algo es la primera y la última vez. Un prodigioso truco cerebral impide que nos demos cuenta de nada. La maravilla y el pánico serían paralizadores y entonces sí que seríamos por completo inviables como especie. Nacemos pues con todos nuestros recuerdos tatuados en el córtex, con todas nuestras rutinas preinstaladas, con nuestra capacidad de sorpresa calcinada. Nos movemos por las horas escasas y únicas con el automatismo de quien hubiera hecho las mismas cosas mil veces, hasta llegar sin sentir a la noche, que es cuando nos vamos a dormir sin saber que el sueño es en realidad nuestra muerte.
Sé que esto flaquea por todos lados, que estamos todos programados para encontrar esta historia inverosímil, que habría demasiadas cosas para explicar, demasiados huecos en esta historia. Haría falta mucho tiempo para pulir los detalles y convenceros de todo esto. Pero tiempo es precisamente lo que no tenemos.
Purranki Sandongui La rutina diaria (Transtornos del sueño).


Cristina Grande, Osito

Osito
Era marino y se parecía a Conan el Bárbaro. Yo estaba en paro. Con el finiquito me fui a Amsterdam con mi amiga Marcia. No éramos de esas amigas que hablan sin parar de sus cosas. Nos gustaba beber juntas y ligar por separado.
No recuerdo su nombre. Lo cierto es que no llegué a entenderlo aunque se lo pregunté varias veces. Creo que era alemán. Hablaba un inglés macarrónico y entendí que estaba separado, que vivía en Sidney y que le gustaría vivir en Costa Rica.
Marcia y yo habíamos tomado la penúltima en el bar de nuestro hotelucho junto al puerto. Él estaba en la otra punta de la barra, y solo se dirigió a mí cuando ya nos retirábamos tambaleantes a nuestra asquerosa habitación. La suya no era mejor, pero me sentía a gusto con aquel bárbaro. Pensé que en sus enormes maletas cabrían mis cuatro cosas, incluso yo misma. Vi un osito de peluche muy viejo encima de una de ellas. Por la mañana me dijo que debía irme, y ya junto a la puerta supe que eran vanas mis ilusiones de que al menos me regalara el osito.
Cristina Grande, Osito.


Cristina Grande