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Francisco Ferrer Lerín, La estepa o quizá el desierto

La estepa o quizá el desierto
He visto de nuevo la colina desnuda, la ladera estéril coronada por un resalte rocoso, y no ha sido durante un sueño sino en una secuencia de Hasta que llegó su hora, en ese plano general en el que miles de obreros se afanan en colocar vías de tren y Henry Fonda se aproxima pausado a Charles Bronson que talla una figurita de madera. Sé que, no lejos de allí, existe un cruce de carreteras en el que yo detenía el coche y buscaba una indicación que nadie puso; me perdía, aprendía el concepto de extravío, de soledad. Una carretera recién y mal terminada, mal peraltada, con abombamientos y blandones, una carretera de asfalto gris que no se diferenciaba, al atardecer, de las ralas y desdibujadas cunetas. La visión de hoy, cinematográfica y real, no remeda el vigor de las imágenes soñadas, imágenes que no regresarán (ya no queda tiempo), como nunca regresaron la pareja de águilas perdiceras posadas en un promontorio y aquellos huesos de cabra calcinados por el sol, esparcidos en el fondo de una vaguada polvorienta. Pensé entonces: ¿hubo aquí alguna vez rebaños, hubo gente, hubo aves? Me dijeron que la razón del sueño radicaba en mi pasión ornitológica, en la búsqueda constante de grandes especies necrófagas; pero hoy pienso que esa no era la razón, que el sueño, que la sucesión de esos sueños, era fruto de la conciencia de que ese paisaje, y mi misma vida, culminaban su término.
Francisco Ferrer Lerín, La estepa o quizá el desierto (Libro de la confusión, 2019).
https://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_Ferrer_Ler%C3%ADn
Francisco Ferrer Lerín

Francisco Ferrer Lerín, 2-3-65

2-3-65
18:30 h. - Empiezo a separarme de la pared enca­lada. Además un molesto hormigueo me impide cerciorarme de la totalidad de los espectadores. Doy a Margie un nombre acabado en “o”.
18:35 h. - Ni la fisura es tan grande ni el hombre de la camisa azul me odia tan profundamente. Margie me acaricia.
18:37 h. - Ya me he separado bastante de la pared encalada. Olvido ahora el lugar de mi nacimiento y momentáneamente río. Un hombre alto con los brazos caídos ríe también de mi travesura. Margie ha subi­do a la torre.
18:39 h. - El hombre alto de los brazos caídos juega con los hombros de Margie. Un aire general de fiesta acude al lugar de los acontecimientos. Formo con la cortina de la puerta un gracioso contorno. Se aplaude en el foro. La otra mujer del otro invitado se despide.
18:47 h. - Una distancia superior a la que yo hu­biese deseado me separa de la pared encalada. Contemplo tranquilamente la fi­sura hasta que la necesidad ineludible de ser interrogado prefigura una violen­ta discusión. Uno de los comparsas es derribado de su montura y ya en el suelo su mirada se cruza con la mía. Hay un ins­tante caótico. Debo repetir que fui ecuá­nime y un viejo militar arrastra a Margie hasta los espectadores.
18:55 h. - Pasó quizá una nube ante mis ojos pero algo que no puedo perdonarme impidió a mi acusador articular la frase decisiva. Estoy de nuevo afuera y añado a la ante­rior observación de la fisura una fugaz impresión de hastío. Tengo a Margie a mi lado con sus hermosos cabellos pe­netrando en mi boca. Alguien golpea sua­vemente la puerta. Entran Brad y su ma­dre. La anciana no halla la facilidad de otras veces. Se disculpa y huye. Brad la deja.
18:59 h. - Brad me entrega el arma. Todos ríen.
19:00 h. - Tanto el hombre de la camisa azul co­mo un grueso sector de público investigan en un libro anaranjado sus posibili­dades de subsistencia. Creen equivocado un párrafo anodino que narra las se­cuencias finales de un drama. Incluso la turba intenta captar la tonada fluyente de un río que se describe en la última parte de la obra. La vieja arma da un agudo chasquido al apoyar mi dedo índi­ce en su fláccido gatillo.
19:15 h. - Muere el hombre de la camisa azul y un grueso sector de público. Margie se incli­na y besa a la mujer de Brad. Una con­fusión superpone las imágenes de la ma­dre y de la esposa. Brad asegura a Mar­gie que su madre ha sido realmente be­sada.
19:19 h. - Aparece el resto de los invitados que in­cluyen por esta vez a todos los miembros del juicio y al hombre de los brazos caí­dos. Este último saluda a Margie. Brad entrega personalmente tibios dones a to­da la concurrencia. Hay un general bienestar. Brad hace salir al grupo por la puerta trasera.
19:30 h. - Margie conduce a Brad al pie de un in­menso árbol. Allí le confiesa su identidad. Me abstengo de abrazar a la mujer de Brad. Aparece un dolor difícilmente localizable. Enumero otros lugares. La mu­jer de Brad profiere por fin la acusación. Sin embargo es ya demasiado tarde.
19:44 h. - Una casa rojiza iluminada por un foco inseguro en su pedestal de caña. Un hom­bre sale y saluda. Define su posición an­te el amplio horizonte de risotadas. Detiene primero a Brad y a su ambigua es­posa. Vuelve luego sus ojos hacia el foco y el elevado calor funde su másca­ra. Es inevitable una parodia de huida a cargo de la madre de Brad. Además una lengua excesivamente carnosa reco­rre mi estómago convocándome a un ric­tus indebido. Oigo mi nombre acentuan­do la anciana la preclara “o” final. Real­mente es una situación inútil. Intento ex­plicar la relación completa de los hechos. Por fin aparece Margie.
19:58 h. - Retorno a la fisura en compañía de mi hermana Margie. Noto una brutal opresión en mi pecho.
20:01 h. - Se me agota el léxico y he de nombrar a mis descubridores con la palabra que po­seo aún.
20:02 h. - Grito “Brad”.
Francisco Ferrer Lerín, 2-3-65. (La hora oval, OCNOS-Editorial Llibres de Sinera, 1971).

Francisco Ferrer Lerín


Francisco Ferrer Lerín, Sin título III

Sin título III
Conocí a Drácula en mil novecientos cincuenta y dos. Ambos montábamos veloces caballos y emprendíamos un largo viaje por las tierras rojas y sedientas de Estrecho Quinto. Nuestras metas eran aparentemente dispares. Drácula escogía aquellos parajes por la semejanza del terreno con su fisiología. Yo, Bárbara Blomberg, dejaba a Doña Blanca, a Don Patricio, al fino elenco que aplaudía mis arpegios y me lanzaba a la aventura deseando olvidar en el frenesí del galope cierta pasión inconfesada. Pero el azar juega malas pasadas y opuestas trayectorias confluyen. La noche del tres al cuatro de octubre pedí albergue en el contumaz castillo de Montearagón. Deseaba pasarla en la erecta fortaleza que domina el valle. Drácula deseaba lo mismo.
Francisco Ferrer Lerín, Sin título III (Besos humanos, Anagrama,2018).

Francisco Ferrer Lerín

Coctelería Milanos, Francisco Ferrer Lerín

Coctelería Milanos
Amo a esa mujer cubista durante dos tardes y una madrugada. Consume combinados de variada calidad y acomete con movimientos basculantes la racionalidad de mis posturas de monja. Ella es bella en lo que permite: pelota de cabellos bien lavados, cuello algo instalado en la frontera del esternón y nariz típica del estornino canoso sastre. También, involuntario, anoto una tibieza casi sofocante de su seno turgente izquierdo enfundado en riqueza adamascada de las galerías lafayete de la exclusiva calle inspector de adelantos nuez moncaya.
Francisco Ferrer Lerín,  Coctelería Milanos (Gingival).
Francisco Ferrer Lerín

El mito privado

El sueño siempre ha sido una buena excusa literaria para dejar escapar a los fantasmas. Lo onírico, probablemente, forma parte del repertorio de los cuentos más antiguos del hombre. Para Lucrecio nuestros sueños dependen de nuestras vivencias diarias: los temores, los deseos, los impulsos sexuales y, a través de los sueños, pudimos ver, por primera vez, a los dioses. «No puedo dormir. Sólo soñar, pero no dormir» decía Kafka, advirtiendo, con estas palabras, que el sueño y la vigilia son compatibles. Con el nexo común del sueño de día y el sueño de noche —distinción borgiana, tal y como se explica en la introducción—, José L. Falcó hace una selección de textos procedentes de la sugestiva obra de Francisco Ferrer Lerín en Mansa chatarra. Lo primero que llama la atención es la cuidada edición de Jekyll & Jill que predispone aún más, como es común en los libros que edita, a una agradable lectura. El sueño es para Ferrer Lerín «el segundo mundo que vamos habitando». Sueño, ficción y literatura van unidos y configuran una nueva realidad. El autor recoge sueños repetidos de la infancia, vivencias cruciales de la adolescencia, momentos sexuales insólitos. Hay encuentros con amigos y conocidos muertos, desdoblamientos de personajes, asesinatos, viajes a lugares extraños, ciudades y campos en los que suceden historias truculentas con quebrantahuesos, lisas o parásitas hormigas africanas. Reaparecen algunos de los seres fabulosos de su particular Bestiario, monstruos que se acercan a lo mitológico y que parecen dar la razón a Joseph Campbell cuando afirma que el sueño es un mito privado. Quizás, después de todo, a Ferrer Lerín, le ocurra como a Perec, que sueña para escribir sus sueños. Aquí, como sucede con los recuerdos que nos quedan de los sueños, las historias lineales, de gran sencillez, se combinan con otras más complejas y de un cierto hermetismo. En ocasiones nos sumergen en atmósferas de ensoñación kafkiana y la realidad se deforma —se sabe que el verano se acaba cuando del cielo cuelgan cientos de maletas— o se altera la percepción de los valores —el cadáver de un gorrión atropellado puede despertar mayor interés que el de un conductor de un descapotable que frena bruscamente y sale volando hasta estrellarse—. Sus textos nos muestran con claridad, y a veces con dureza, nuestra naturaleza, la materia con la que los humanos estamos hechos, indistinguible de la de cualquier animal, movida por las mismas pulsiones: un carroñero come, sin distinción, con la misma voracidad, la carne de una res que la de un hombre. En ocasiones surge lo absurdo y lo grotesco y nos puede recordar a Ionesco o, más aún, a Beckett por la descontextualización del tiempo y del espacio. Parece que, como le sucede a Robert Walser, los sueños invitan al narrador a plasmar sus obsesiones y a reflexionar sobre su mundo interior y exterior. 
Las fronteras de los géneros de poesía, cuento y microcuento se diluyen. Hay miedo, inquietud, humor, extrañamiento, sombras, historias simbólicas, imágenes intensas, recuerdos, alucinaciones, anécdotas y reflexiones. Y todo esto escrito de forma calculada, con la elección minuciosa de las palabras exactas. Ferrer Lerín es un escritor brillante, audaz, enormemente perspicaz y de una categoría literaria poco común, con un estilo preciso y detallista. Reivindica la mirada aguda, se detiene a observar lo que con frecuencia pasa desapercibido, encuentra lo extraordinario en la cotidianidad de la naturaleza. Lo que se vive en los sueños, al cabo del tiempo, puede ser tan real como la vigilia, pero su recuerdo, como dice Argullol, no evita la imaginación. Al fin y al cabo, sólo se ha vivido lo que se recuerda.












Mansa chatarra

Francisco Ferrer Lerín

Edición de José Luis Falcó
Jekyll & Jill, 2014

Gingival de Ferrer Lerín

Dice Ricardo Piglia que quizás la mayor enseñanza de Borges sea la certeza de que la ficción no depende sólo de quien la construye sino también de quien la lee e interpreta. Dice también que no todo es ficción pero que todo puede ser leído como tal, que lo borgiano es la capacidad de leer todo como si fuera ficción. Y esto es algo que conoce muy bien Francisco Ferrer Lerín al que le gusta enredar lo real con lo imaginario, traspasar sus fronteras, incluso entre el autor, el narrador y el personaje, para construir de modo inteligente textos enigmáticos a veces, sorpresivos siempre y mostrarnos con ellos su particular visión crítica y escéptica de la vida. A los que nos gustan los libros inclasificables Gingival no nos deja indiferentes. Aquí no sirve buscar refugio en la lectura para huir del mundo porque Ferrer Lerín pone la realidad frente a nuestros ojos, con toda su crudeza, mostrando los mecanismos más básicos de nuestra vida. Recurre al humor y al absurdo para distorsionar vivencias y poner de manifiesto el patetismo del hombre y de nuestra sociedad, la ligera fragilidad y, a la vez, la brutalidad de nuestra existencia. No se trata de un diario pero incluye pasajes cotidianos, ni de un noctuario pero no faltan sueños ni textos surrealistas. En algunos casos se puede hablar de microcuentos perfectos, en otros, de apuntes acertados pero en todos ellos se aprecia una sensación de libertad como si planeara con seguridad sobre lugares conocidos, con las alas extendidas y la penetrante y aguda mirada de un buitre. 
Comparto con Ferrer Lerín dos pasiones que hemos convertido en profesiones: la ecología como ciencia y la literatura, pero esta última otorga además la posibilidad de mezclar ambos intereses y crear nuevas realidades híbridas que alcanzan incluso a las formas de expresión y en eso Ferrer Lerín es un gran maestro: utiliza a veces un lenguaje aséptico, frío, casi técnico, para expresar dudas, sentires y plantear inseguridades. 
En Gingival encontramos prosa escrita con la precisión y, a veces, el ritmo de un poeta, puntuando y acentuando hasta conseguir que la propia lectura, independientemente del argumento, nos cause asombro. El autor en ocasiones recurre a elementos del género fantástico tradicional de Poe y Hoffmann e intercala disparates como los de Ramón Gómez de la Serna, recurre a los diccionarios y, como en su particular Bestiario, nos muestra las sorpresas y las trampas que esconden. No importa lo que cuente porque siempre consigue captar nuestra atención, despertar nuestra curiosidad, interrogarnos sobre su significado y comprometernos en la tarea de descifrarlo. Un libro excéntrico, libre, original y erudito, una isla de buena literatura en medio de un mar demasiado contaminado. 




















Gingival

Francisco Ferrer Lerín 

Epílogo: Fernando Valls
Menoscuarto ediciones, 2012
http://ferrerlerin.blogspot.com.es/