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La muñeca hinchable, Javier Tomeo

La muñeca hinchable
Cuando le abandonó su muñeca hinchable, mi amigo pensó que su soledad ya no tenía remedio y se sintió el hombre más infeliz del mundo.
—Fue hermoso mientras duró —me confiesa esta mañana, con los ojos llorosos—. Ni una sola recriminación, ni una sola palabra más alta que otra. Lo nuestro fue, sobre todo, un dulce monólogo.
—Dime —le pregunto—, ¿quién fue, en ese monólogo, el único que hablaba?
—Ella —reconoce.
—Pues no me extraña que al final se fuese con otro —le digo—. El silencio acaba aburriendo a cualquiera.
Continuamos paseando por el parque de Z. y al cabo de un rato nos sentamos en un banco recién pintado de verde limón. De un tiempo a esta parte no resulta fácil encontrar un banco en esas condiciones.
—Lo que más me fastidia —sigue confesándome— es que cuando me vaya al otro barrio, no dejaré en este mundo una esposa que me llore. No habrá nadie que se tome la molestia de incinerarme para conservar mis cenizas en un jarrón de porcelana checoslovaco.
Y después de decirme esas tonterías no añade nada más. Le conozco bastante bien, puede que no vuelva a despegar los labios en todo el día. A partir de este instante tendré que adivinar sus pensamientos por su forma de resoplar por la nariz.
Javier Tomeo,  La muñeca hinchable.

Javier Tomeo

La belleza de lo absurdo

Dijo una vez Roberto Bolaño, a propósito de una novela que acababa de ser publicada, que «el ojo de Javier Tomeo se pasea, tal vez como pocos pueden hacerlo en la literatura española, por el infierno cotidiano y también por sus inesperados (por conocidos) paraísos verbales, y nos muestra la imagen real y desoladora de nuestra resistencia». En El fin de los dinosaurios, que es el punto final de de la obra de Tomeo, su imaginación y su habilidad para cambiar de perspectiva y desviarse de las formas habituales que muestran la realidad, tanto en el tema tratado como en la forma de tratarlo, están tan vivas y tan lúcidas como en sus primeros microcuentos. 
El lirismo de la prosa y su sencillez a veces abruman y otras conmueven. Lo grotesco se mezcla con lo doméstico y lo fantástico sucede sin asombro para los personajes: en ocasiones, de la realidad más cotidiana surge lo absolutamente prodigioso en un mismo párrafo. Algunos microcuentos están marcados por la ironía, el humor sutil y hasta pueden llegar a provocar la carcajada. Sus personajes son entrañables, cándidos y tiernos y, a pesar de su excentricismo, logran fácilmente la empatía del lector. Varios de sus cuentos permiten dobles lecturas: la casi ingenua y la casi filosófica. Aquí podemos encontrarnos con sombras rebeldes, con un hombre abandonado por su muñeca hinchable quejosa de su silencio o con una isla rodeada por un mar inverosímil. Tomeo reinterpreta mitos, cuentos clásicos, fábulas, parábolas y hasta lanza descabelladas hipótesis científicas. El comportamiento de animales, a los que dota de voz y conciencia, le sirve, como en las fábulas clásicas, para poner en evidencia los absurdos actos del ser humano y terminan, a veces, con una enseñanza ética. No sólo dialogan animales, también partes inertes de ellos así como árboles, frutas y hortalizas. Un ficus llora porque no soporta la clorofila, una mariposa está condenada a ver cómo florecen los almendros y un caracol, en su pequeñez, tiene más corazón que muchos hombres. Tomeo muestra una habilidad especial para cuestionar la realidad. ¿Es necesario —se pregunta el narrador de uno de los textos— que las cosas existan en sus respectivas realidades para que se reflejen en nosotros? Entre algunos temas que se repiten en estos microcuentos destacan el problema de la identidad, la perspectiva desde la que observamos las cosas, la desubicación, la soledad, el amor pasional o la infidelidad. En las páginas de este conjunto de microcuentos siguen estando presentes, como lo han estado en casi toda su obra, autores tan admirados como Kafka, Valle-Inclán, Ionesco o Beckett, por citar algunos.
Tomeo confesó en una ocasión que escribe movido por impulsos y automatismos psíquicos como los surrealistas. Irene Andrés-Suárez lo califica como un autor original y rupturista y lo posiciona como uno de los primeros escritores españoles que, deliberadamente, escribió libros completos de microrrelatos. De él David Lagmanovich destacó sus textos curiosos, anómalos en el buen sentido del término, cercanos a la literatura del absurdo. La obra de Javier Tomeo encierra un genial y muy personal universo literario, y es una referencia obligada en este género literario tan característico de nuestro tiempo.













El fin de los dinosaurios
Javier Tomeo

Páginas de espuma, 2014