Margaret Atwood, Pan

Pan 
Imagina un pedazo de pan. No hace falta imaginarlo, está aquí en la cocina, sobre la tabla del pan, en su bolsa de plástico, junto al cuchillo del pan. Ese cuchillo es uno muy viejo que conseguiste en una subasta, la palabra PAN está tallada en el mango de madera. Abres la bolsa, pliegas el envoltorio hacia atrás, cortas una rebanada. La untas con mantequilla, con mantequilla de cacahuete, después miel, y lo doblas hacia adentro. Un poco de miel se te escurre entre los dedos y la lames con la lengua. Te lleva cerca de un minuto comer el pan. Este pan es negro, pero también hay pan blanco, en el frigorífico, y un poco de pan de centeno de la semana pasada, antes redondo como un estómago lleno, ahora a punto de echarse a perder. De vez en cuando haces pan. Lo ves como algo relajante que puedes elaborar con las manos.
Imagina una hambruna. Ahora imagina un pedazo de pan. Ambas cosas son reales pero tú estás en el mismo cuarto con sólo una de ellas. Ponte en otro cuarto, para eso sirve la mente. Ahora te encuentras sobre un colchón delgado en un cuarto caluroso. Las paredes están hechas de tierra seca, y tu hermana, más joven que tú, está contigo en el cuarto. Tiene mucha hambre, su vientre está hinchado, las moscas se le posan en los ojos, tú las espantas con las manos. Tienes un trapo, sucio pero húmedo, y se lo pones en los labios y en la frente. El pedazo de pan es el mismo pan que has estado guardando desde hace días. Sientes la misma hambre que ella, pero todavía no te sientes tan débil. ¿Cuánto va durar esto? ¿Cuándo vendrá alguien con más pan? Piensas en salir a ver si encuentras algo para comer, pero afuera las calles están infestadas de carroñeros y el hedor de los cuerpos lo llena todo.
¿Deberías compartir el pan o dárselo todo a tu hermana? ¿Deberías comer tú el pedazo de pan? Después de todo, tú tienes una mejor oportunidad de sobrevivir, eres más fuerte. ¿Cuánto tiempo tardarás en decidirlo?
Imagina una prisión. Hay algo que tú conoces, pero que todavía no se lo has contado a nadie. Los controladores de la prisión saben que tú lo sabes y todos los demás también lo saben. Si hablas, treinta o cuarenta o cien de tus amigos, tus compañeros, serán detenidos y morirán. Si te niegas a hablar, esta noche sucederá lo mismo que la noche anterior. Siempre eligen la noche. Sin embargo, no piensas en la noche, sino en el pedazo de pan que te ofrecieron. ¿Cuánto tiempo tardarás en decidirte? El pedazo de pan era negro y fresco y te recordó un rayo de sol que cae sobre un pedazo de madera. Te recordó un bol, un bol amarillo que había en tu casa. Contenía manzanas y peras, y estaba sobre una mesa de madera que también recuerdas. No es el hambre o el dolor lo que te está matando sino la ausencia de aquel bol amarillo. Si tan solo pudieras sostener el bol en tus manos, aquí mismo, podrías aguantar lo que sea, te dices a ti mismo. El pan que te ofrecieron es peligroso y traicionero, significa la muerte.
Hubo una vez dos hermanas. Una era rica y no tenía hijos, la otra tenía cinco hijos y era viuda, tan pobre que ya no le quedaba nada de comer. Fue a ver a su hermana y le pidió un pedazo de pan. ‘Mis hijos se están muriendo’, dijo. La hermana rica respondió, ‘No tengo suficiente para mí’, y la echó de su casa. Luego el marido de la hermana rica llegó a su casa y quiso cortar un trozo de pan, pero al hacer el primer corte, brotó sangre roja.
Todos sabían lo que eso significaba.
Es un cuento maravilloso, un cuento tradicional alemán.
La hogaza de pan que he creado para ti flota unos centímetros por encima de la mesa de la cocina. La mesa es normal, no tiene ninguna trampa. Un paño azul de cocina flota bajo el pan y no hay hilos que sujeten al techo el paño o el pan ni la mesa al paño; ya lo has comprobado al pasar la mano por debajo y por arriba, y no has tocado el pan. ¿Qué te detuvo? No quieres saber si el pan es real o si es sólo una alucinación que te hice ver. No existen dudas de que puedes ver el pan, hasta puedes olerlo, huele a levadura, y parece lo bastante sólido, tan sólido como tu propio brazo. ¿Pero puedes confiar en él? ¿Puedes comerlo? No quieres saberlo, imagínalo.
Margaret Atwood, Pan (1981).

Margaret Atwood

Bread
Imagine a piece of bread. You don’t have to imagine it, it’s right here in the kitchen, on the breadboard, in its plastic bag, lying beside the bread knife. The bread knife is an old one you picked up at an auction; it has the word BREAD carved into the wooden handle. You open the bag, pull back the wrapper, cut yourself a slice. You put butter on it, then peanut butter, then honey, and you fold it over. Some of the honey runs out onto your fingers and you lick it off. It takes you about a minute to eat the bread. This bread happens to be brown, but there is also white bread, in the refrigerator, and a heel of rye you got last week, round as a full stomach then, now going moldy. Occasionally you make bread. You think of it as something relaxing to do with your hands.
Imagine a famine. Now imagine a piece of bread. Both of these things are real but you happen to be in the same room with only one of them. Put yourself into a different room, that’s what the mind is for. You are now lying on a thin mattress in a hot room. The walls are made of dried earth, and your sister, who is younger than you, is in the room with you. She is starving, her belly is bloated, flies land on her eyes; you brush them off with your hand. You have a cloth too, filthy but damp, and you press it to her lips and forehead. The piece of bread is the bread you’ve been saving, for days it seems. You are as hungry as she is, but not yet as weak. How long does this take? When will someone come with more bread? You think of going out to see if you might find something that could be eaten, but outside the streets are infested with scavengers and the stink of corpses is everywhere.
Should you share the bread or give the whole piece to your sister? Should you eat the piece of bread yourself? After all, you have a better chance of living, you’re stronger. How long does it take to decide?
Imagine a prison. There is something you know that you have not yet told. Those in control of the prison know that you know. So do those not in control. If you tell, thirty or forty or a hundred of your friends, your comrades, will be caught and will die. If you refuse to tell, tonight will be like last night. They always choose the night. You don’t think about the night however, but about the piece of bread they offered you. How long does it take? The piece of bread was brown and fresh and reminded you of sunlight falling across a wooden floor. It reminded you of a bowl, a yellow bowl that was once in your home. It held apples and pears; it stood on a table you can also remember. It’s not the hunger or the pain that is killing you but the absence of the yellow bowl. If you could only hold the bowl in your hands, right here, you could withstand anything, you tell yourself. The bread they offered you is subversive, it’s treacherous, it does not mean life.
There were once two sisters. One was rich and had no children, the other had five children and was a widow, so poor that she no longer had any food left. She went to her sister and asked her for a mouthful of bread. “My children are dying,” she said. The rich sister said, “I do not have enough for myself,” and drove her away from the door. Then the husband of the rich sister came home and wanted to cut himself a piece of bread, but when he made the first cut, out flowed red blood.
Everyone knew what that meant.
This is a traditional German fairy tale.
The loaf of bread I have conjured for you floats about a foot above your kitchen table. The table is normal, there are no trap doors in it. A blue tea towel floats beneath the bread, and there are no strings attaching the cloth to the bread or the bread to the ceiling or the table to the cloth, you’ve proved it by passing your hand above and below. You didn’t touch the bread though. What stopped you? You don’t want to know whether the bread is real or whether it’s just a hallucination I’ve somehow duped you into seeing. There’s no doubt that you can see the bread, you can even smell it, it smells like yeast, and it looks solid enough, solid as your own arm. But can you trust it? Can you eat it? You don’t want to know, imagine that.
Margaret Atwood, Bread (1981).

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