Prólogo
No deja de ser extraño que dos naturalistas vocacionales que dedican sus horas de profesión a estudiar aspectos de la ecología de anfibios y otros grupos de fauna, gasten sus horas libres en una actividad tan opuesta a la vida al aire libre, tan contraria a resolver hipótesis, tan distante a veces de la pura lógica como es la literatura. Por estas pasiones compartidas ―la biología y la literatura― quizás no es casual que David Romero me haya pedido prologar su primer libro de relatos. La ciencia es absorbente; el tiempo que queda para otras tareas cotidianas más o menos necesarias como comer, dormir o relacionarnos es muy escaso. Entonces hacemos literatura a pesar de la ciencia, arañando minutos a las horas de vigilia.
A los biólogos nos gusta plantear nuevas hipótesis, dibujar nuevos escenarios y experimentar. Dentro de la narrativa el relato se presta más que ningún otro género a la experimentación y a la fantasía. Por eso tampoco debe parecer raro que David Romero haya elegido esta forma de narrar para su primer libro. En el caso del microcuento, hay, además, otra semejanza con el mundo de la ciencia: una infatigable búsqueda de la precisión, permutando números por palabras. En el microrrelato se utilizan solo las palabras necesarias para encontrar el resultado final, el efecto buscado desde su esbozo primero, la resolución de la incógnita en la ecuación planteada.
Jorge Volpi, un escritor enamorado de la ciencia, decía que el cerebro es una máquina de futuros. Y eso es parte del trabajo de David Romero cuando elabora modelos predictivos que nos dicen, por ejemplo, qué pasará con una determinada especie animal en un futuro próximo bajo determinadas condiciones ambientales previstas. Lo que hace en su vida real mediante datos objetivos es concebir futuros posibles. Su mundo escrito no es muy diferente, ya que, desde la imaginación, genera imágenes de eventuales mundos, a veces distópicos y deshumanizados que la ciencia y la tecnología están contribuyendo a crear.
Solo en mi oscuridad es el título de esta recopilación de relatos y también una frase que podría resumir su contenido. La soledad es el sentimiento más común en los personajes protagonistas de David Romero. Es una soledad no buscada, una soledad fría ―como la piel de los anfibios― e inevitable donde se esconden los fantasmas que nacen de esa «escritura nocturna» de la que hablaba Ernesto Sabato. Algunos de sus personajes angustiados nos recordarán a los que creó Edgar Allan Poe para asomarse a sus propios abismos, pero viven en mundos más cercanos a los paisajes deshumanizados descritos por Bradbury en los que esta soledad se acrecienta. A veces da la impresión de que son los mismos personajes los que deambulan por diferentes cuentos, en contextos alejados y con apariencias diversas, no solo humanas.
Pero aquí nada es lo que parece, lo que se muestra como certeza deja de serlo, el narrador se sitúa en una perspectiva distinta a la esperada. De este modo, el autor juega al equívoco manejando con soltura este recurso tan característico de los grandes maestros del cuento y, muy especialmente, del microcuento. En las páginas que siguen a estos párrafos el lector encontrará textos muy variados ―tanto en extensión como en temática y tratamiento―, en los que se alternan el misterio, la ciencia ficción, la crítica social y ecologista, los sueños y las obsesiones. Los sentidos engañan a los personajes, en ocasiones siguen los dictados de la física cuántica, el tiempo deja de ser lineal, se difuminan las fronteras igual que hiciera William Turner en sus paisajes, lo transparente queda velado y aún hay espacio para detenerse a contemplar el detalle y el enigma sin resolver, para lo macabro, lo erótico y lo claustrofóbico. Las mujeres aparecen idealizadas y explícitamente perfectas y son, a menudo, el motor que mueve a los protagonistas. Hay una búsqueda constante de un futuro desconocido que se perfila como una nueva esperanza. En algunos cuentos hay divagaciones con desarrollos cercanos al ensayo. Son historias ancladas en la desidia y en lo cotidiano, con una realidad invadida por una melancolía, una inseguridad y un desaliento ante la oscuridad de horizontes incluso cuando los protagonistas no son humanos.
John Fowles admite que la clave de su obra literaria reside en la relación que mantiene con la naturaleza. Desconozco si hay esa íntima dependencia en el caso de David Romero. En cualquier caso, hacer ciencia y literatura, unir ambas disciplinas en una misma persona, puede resultar enriquecedor. El científico cada vez más dirigido a ser un especialista en una materia muy concreta, urgido por la productividad, no tiene tiempo ni perspectiva para detenerse a pensar en lo general, en el conjunto, y esa es una visión que puede aportar la literatura que es también, no lo olvidemos, una forma de conocimiento. Decía Edward O. Wilson que nos estamos ahogando en información, mientras que nos morimos por falta de sabiduría. Cada vez son más necesarias las personas multidisciplinares, capaces de sintetizar y unir informaciones que provienen de campos diversos para conseguir tomar las decisiones adecuadas. Por otro lado, la ciencia en la actualidad es un trabajo colectivo, el investigador depende de más personas para hacer un estudio. En cambio, la escritura pertenece a un territorio privado en el que podemos vivir vidas que no tenemos y llegar más allá de los territorios explorados por la física y la biología.
Tal vez la literatura consista en explorar los huecos en los que la ciencia no puede adentrarse, en mostrar esos mundos posibles o imposibles, pero que resultan reveladores de algún aspecto del ser humano, con sus impulsos y sus deseos, con sus contradicciones y sus aciertos y que acaban esbozando una parte de nuestra existencia y nuestra forma de ver el mundo.
Ricardo Reques. Prólogo al libro de relatos "Solo en mi oscuridad", de David Romero.
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