Me encontré en una selva oscura
Los sueños parece que se asocien con eso de predecir el futuro. No tiene nada de particular. También se han asociado con el futuro el color de las entrañas de los animales, el vuelo de los pájaros, cualquier cosa que escape a nuestro arbitrio. Esa es una característica del futuro: todavía no ha sucedido, es oscuro, y podría suceder de forma distinta a nuestros planes. Una situación parecida al mundo onírico: son situaciones que en realidad no suceden en absoluto y que escapan a nuestro control.
Podemos soñar que estamos atrapados o que nos persigue una raspa de pescado, que nos llevan a juicio por decir mal la e. En todos esos casos nos gustaría estar soñando otra cosa más guay. Soñar que nos acosan las bailarinas del Bolshoi o que nos hinchamos a comer pera, que podemos volar o caminar. Es una verdadera pena, pero ni siquiera en sueños podemos tener eso que llaman libre albedrío. La mente se nos muestra durante el sueño como una víscera más, igual de incontrolable y misteriosa. Podemos influir en su funcionamiento con películas de miedo, con drogas de mayor calidad, ingresando en una secta donde nos pongan el lavado al diez y con suavizante. Pero al final es algo tan aleatorio como la propia vida. El libre albedrío sin la capacidad eficaz para ser ejercido es una broma tan mala como los derechos humanos.
Steve Jobs dijo los otros días eso, que la propia vida era aleatoria. Siendo aleatoria como es la misma frase, no sabría reunir suficiente evidencia en contra. A nivel microscópico parece que podamos influir en nuestro destino cambiandonos de carril y enfadandonos mucho. Pero desde el aire se podría ver de forma global que el atasco fluye como un río de puré de ciruela.
Es decir, despertamos y cambian los perseguidores y las angustias, pero nuestra capacidad de actuar permanece intacta un día tras otro. Sin usar.
Purranki Sandongui, Me encontré en una selva oscura
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