Una historia sobre el cuerpo
El joven compositor, que trabajaba ese verano en una colonia de artistas, la había observado durante una semana. Era japonesa, una pintora de casi sesenta años y pensó que estaba enamorado de ella. Admiraba su trabajo, y su trabajo, y su trabajo era la forma de mover su cuerpo, de usar sus manos, mirándolo directamente cuando ella se divertía y reflexionaba sobre las respuestas a sus preguntas. Una noche, al regresar de un concierto, llegaron a su puerta y ella se volvió hacia él y dijo: «Creo que te gustaría acostarte conmigo. A mí también me gustaría, pero debo decirte que he tenido una doble mastectomía», y, como él no lo entendió, «he perdido mis dos pechos». El cosquilleo que había sentido alrededor de su vientre y en la cavidad del pecho —como música— desapareció velozmente, y él se obligó a mirarla cuando dijo, «Lo siento. No creo que pudiera hacerlo». Volvió a su cabaña a través de los pinos y por la mañana encontró un pequeño tazón azul en el porche frente a su puerta. Parecía estar lleno hasta arriba de pétalos de rosa; el resto del tazón —debía haberlas barrido desde los rincones de su estudio— estaba lleno de abejas muertas.
Robert Hass, Una historia sobre el cuerpo (traducción de Carlos Alcorta).
Robert Hass
A story sbout the body
The young composer, working that summer at an artist’s colony, had watched her for a week. She was Japanese, a painter, almost sixty, and he thought he was in love with her. He loved her work, and her work was like the way she moved her body, used her hands, looked at him directly when she mused and considered answers to his questions. One night, walking back from a concert, they came to her door and she turned to him and said, “I think you would like to have me. I would like that too, but I must tell you that I have had a double mastectomy,” and when he didn’t understand, “I’ve lost both my breasts.” The radiance that he had carried around in his belly and chest cavity —like music— withered quickly, and he made himself look at her when he said, “I’m sorry I don’t think I could.” He walked back to his own cabin through the pines, and in the morning he found a small blue bowl on the porch outside his door. It looked to be full of rose petals, but he found when he picked it up that the rose petals were on top; the rest of the bowl —she must have swept the corners of her studio— was full of dead bees.
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