Walser escribe un relato sencillo de su experiencia cotidiana, del suceder de la vida, divagando constante y deliciosamente, yendo de un sitio a otro, en apariencia sin más propósito que el de escribir por el puro placer de narrar. En sus páginas abunda, como diría Vila-Matas, una prosa estirada que no va a ninguna parte, solo se estira y se estira. Pero, lejos de ser insustancial, le sirve para especular sobre su visión de la literatura, el valor que da a lo que escribe y las razones por las que lo hace. Nos habla, por ejemplo, de unos manuscritos que en su momento no publicó por lo que consideró errores insalvables. Busca los límites de su escritura en el entretenimiento y en invitar a la reflexión evitando acabar en la parodia. Explica proyectos de escritura que ha pospuesto, sus dudas, los desatinos y los encuentros que ha tenido con editores que han rechazado sus manuscritos. A Walser le gusta pasear, detenerse en los detalles, pensar en voz alta en su propia existencia. En un momento del texto, recuerda con mordacidad a un antiguo compañero de colegio con tendencia a inflar sus escasos éxitos vitales y al que describe como arrogante e inevitablemente infeliz. Hay también una mujer a la que el escritor ha enviado una carta y, a través de su experiencia, nos narra su relación con las mujeres y cómo cree que le ven. Se trata de un texto breve con una cuidada edición que es un regalo para los admiradores del escritor suizo.
Robert Walser
Traducción: Juan de Sola
Ediciones La uña rota. 2013
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